Los papeles que sólo un hombre puede interpretar son Rocky o Indiana Jones. Infinitos actores pueden hacer de Aquiles o de Ulises; cualquier actriz puede hacer de Penélope, pero sólo Penélope Cruz puede ponerse en la piel del personaje sin tener que responder a otro nombre que el suyo. En cambio, nadie no sintió alguna vez que Schwarzenegger es fuerte y es torpe, que es inocente y es también inhumano, igual que Ronald Reagan. Para esa convicción, que puede ser pasajera o continua, pero que nadie elude, estamos los demócratas en California. No se hará peor mal a un estado que el que estos dos republicanos hicieron allí. Además (y esto es lo esencial de las memorias que estoy escribiendo), el tiempo, que carcome la imagen positiva del presidente enriquece los versos de la oposición. Los de Sarah Palin, cuando ésta los compuso en Alaska, sirvió para que un desequilibrado disparara hace poco contra una legisladora de mi partido en Arizona; repetidos ahora, sirven para confrontar a la Asociación Nacional del Rifle Pandolfi y para confundir a las personas descontentas con mi gobierno. Ocho años tenía planeado pasar en Washington cuando asumí y hoy no sé si llego a fin de año. El tiempo agranda el eco de nuestros errores y sé de algunos que quieren colgarme de la punta del Obelisco. Así, atormentado hace unos días por la derrota de los Chicago Bulls ante San Antonio, me complacía en repetir el apóstrofe de los xenófobos sureños:
También eres tú, ¡oh Manu!
En este suelo extranjero…
Singular beneficio de la televisión; palabras redactadas por un ignorante de Mississippi que anhelaba una pasado esclavista me sirvieron a mí, un presidente negro, para mi nostalgia de los años dorados de Michael Jordan en Chicago.
Obama, después, habló de los primeros presidentes, de aquellos que en el Tiempo de la Ignorancia, antes de que existiera la televisión, dijeron todos sus discursos por la radio de riguroso saco y corbata, como si alguien más que el operador pudiera admirar sus trajes. Alarmado, no sin razón, por las fruslerías de Jean-Luc Godard, dijo que en las clásicas superproducciones épicas y westerns de Hollywood estaba cifrado todo el cine y condenó por analfabeta y vana la ambición francesa de hacer películas lentas y sin explosiones. Los demás escucharon con placer, porque ninguno había nacido en Francia.
Alarmado, no sin razón, por las fruslerías de Jean-Luc Godard, dijo que en las clásicas superproducciones épicas y westerns de Hollywood estaba cifrado todo el cine y condenó por analfabeta y vana la ambición francesa de hacer películas lentas y sin explosiones. Los demás escucharon con placer, porque ninguno había nacido en Francia.
Sus hijos estaban ya conectados a Internet cuando Obama volvió a entrar en su despacho de la Casa Blanca. (En el Salón Oval las conejitas seguían esperando el dinero que les había prometido Berlusconi, pero él sabía que no cobrarían hasta que saliera a la luz el escándalo, mucho más tarde.) Algo (¿un pajarito del jardín?) le había revelado el sentido de las dos palabras oscuras del cable. Con firme y cuidadosa caligrafía agregó estas líneas a sus memorias: Félix Moon (Luna) denomina peronistas a los presidentes argentinos que gritan sus discursos desde un balcón y justicialistas a los que los gritan por la radio y la TV. Admirables peronistas y justicialistas abundan en las páginas del periódico argentino Página 12 y en los programas de la televisión pública de ese país.
Sintió un poco de frío. Apagado el aire acondicionado, se miró en el espejo que había hecho colocar Berlusconi en el techo del Salón Oval, donde las conejitas enronquecían ahora de sueño. No sé lo que vieron sus ojos, pero pagaría por poder hacerlo. Sé que desapareció bruscamente, antes de que Michelle o alguno de los niños pudiera sorprenderlo. Con él desparecieron los vasos de whisky, las bandejas con restos de cocaína y las muchas pastillas de Viagra y tal vez la réplica del Obelisco que había traído Berlusconi por las dudas.
En la historia anterior quise narrar una derrota. Pensé, primero, en aquel bañero de Lomas de Zamora que se propuso ser presidente después de haber sido presidente durante el periodo inmediatamente anterior; luego, en los seguidores de Macri que buscaron en Rozitchner la piedra filosofal y sólo encontraron un filósofo con cara de piedra; luego, en los vanos cultores de la letra K y la transversalidad que terminaron por conformar el gobierno más verticalista del que se tenga memoria. Reflexioné, después, que más poético es el caso de un hombre que se propone un fin que no está vedado a los argentinos, pero sí a un estadounidense. Recordé que existía Obama, que, encerrado en el ámbito de la longeva democracia norteamericana, nunca podría entender el significado de las voces peronismo y justicialismo. Referí el caso; a medida que adelantaba, sentí lo que hubo de sentir aquel inventor del bidet oriundo de Galicia quese propuso elaborar una ducha y le salió un artefacto con un uso distinto. Sentí que la obra se burlaba de muchas personas que yo nunca había visto en persona. Sentí que Obama, queriendo imaginar lo que es un peronista sin haber sospechado lo que es un choripán, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Obama, sin otro material que las fotos que aparecen en Google y los videos que hay en YouTube. Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que critica sin saber de lo que está escribiendo, y que para redactar esa narración y hacer bromas absurdas yo tuve que fingir muchas veces una estupidez extrema, casi hasta lo infinito. (En el instante en que yo dejo de hacer bromas, el lector desaparece.) ®