La canción es la misma

La nostalgia del roquerito mexicano

Parece que por el llamado rock nacional no pasan los años, pero no porque sus intérpretes no envejezcan, sino porque se creen veinteañeros eternos y siguen tocando las mismas canciones de siempre. ¿Por qué?

Caifanes. Foto © Esimagen.

Caifanes. Foto © Esimagen.

Que los mexicanos somos un pueblo conservador se demuestra día con día, no sólo en lo político y en lo religioso sino en otros campos, incluidos el del supuestamente vanguardista, revolucionario y progre rock que se hace en nuestro país y el del gran público —grande en cantidad, no en calidad— que lo sigue y hasta lo persigue.

Si uno revisa cuáles eran los grupos y solistas que hace digamos veinte años marcaban la pauta en México, se dará cuenta de que varios de ellos no sólo continúan presentes, sino que siguen vendiendo discos y llenando teatros, estadios, auditorios y festivales. Lo notable es que no lo han hecho porque hayan ido evolucionando con el tiempo y creando nuevas buenas obras que enriquezcan su repertorio, sino porque cuando se presentan su set list se compone prácticamente de las viejas y hasta entelarañadas canciones que los hicieron famosos dos décadas atrás.

Ahí está Caifanes, que pese a sus constantes pugnas internas, en las que entran y salen sus viejos integrantes, mientras el cacique–chamán Saúl Hernández permanece incólume al frente del lucrativo proyecto, y pese a que han grabado algunos discos en fechas más o menos recientes, a la hora de tocar frente al público arman un repertorio compuesto por las canciones que ese público conservador, nostálgico y negado a lo nuevo exige escuchar en vivo. Por eso siempre incluyen, entre otras, “La célula que explota”, “Afuera”, “Mátenme porque me muero”, “Los dioses ocultos”, “Perdí mi ojo de venado” y, but of course, “La negra Tomasa” —porque cumbia eres y en cumbia te convertirás.

No se trata de un fenómeno extraño, sobre todo si conocemos la idiosincrasia nacional, tan dada a aferrarse al todo tiempo pasado fue mejor y a la seguridad que da el recuerdo de otras épocas que en el imaginario colectivo habrían sido más tranquilas, bonitas y divertidas que el presente —y ya no digamos que el incierto futuro.

Lo mismo sucede con La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Café Tacuba, Fobia, Cuca, Maná, la versión sin Rita Guerrero de Santa Sabina y varias agrupaciones que no alcanzaron tanta popularidad como las mencionadas pero que tuvieron dos o tres éxitos en la radio de mediados de los años noventa del siglo pasado y de pronto se juntan para realizar tocadas llenas de ese hálito a alcanfor y naftalina que suele suscitar la nostalgia.

No se trata de un fenómeno extraño, sobre todo si conocemos la idiosincrasia nacional, tan dada a aferrarse al todo tiempo pasado fue mejor y a la seguridad que da el recuerdo de otras épocas que en el imaginario colectivo habrían sido más tranquilas, bonitas y divertidas que el presente —y ya no digamos que el incierto futuro.

Pero éste no es un fenómeno nuevo. Tan sólo repite los esquemas de generaciones anteriores. Por ejemplo, la de quienes eran adolescentes y veinteañeros a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, es decir, los nacidos en los treinta y los cuarenta. Estos hoy sexagenarios y septuagenarios siguen disfrutando con ñoña nostalgia de lo que la mercadotecnia bautizó algún día como “Los grandes años del rocanrol”. Músicos que iniciaron el género por allá de 1958 o 59 todavía persisten y tocan y conmueven a sus antiguos seguidores. Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo, los Rebeldes del Rock, los Hooligans o solistas como Angélica María, Enrique Guzmán, César Costa y Alberto Vázquez se permiten presentarse en concierto para interpretar, con la poca o mucha voz que les queda, canciones que bien podemos denominar como clásicas y parte ya del cancionero mexicano de todos los tiempos. Desde “La plaga”, “Siluetas”, “Despeinada” o “Pólvora” hasta “Johnny el enojón”, “Mi pueblo”, “Tu cabeza en mi hombro” o “Perdóname mi vida”, el repertorio de aquellos “grandes años” es amplio y sirve para alimentar la saudade de miles de mexicanos añorantes, además de seguir llenando los bolsillos de empresarios que saben sacar jugo a esos ímpetus nostálgicos.

El rock nacional es eminentemente conservador hasta en el discurso de varias de sus ya anquilosadas figuras. Entrevístese a Alex Lora o a Saúl Hernández y se obtendrán las mismas exactas declaraciones que daban hace dos décadas, ya sea la típica “el rocanrol es un deporte” o la un tanto ridícula “soy un guerrero”.

Teen Tops o Café Tacuba, Enrique Guzmán o Roco Pachukote —creo que así se hace llamar todavía, válgame Dios— son harina del mismo costal: el de la nostalgia, el apego tradicionalista y la resistencia al cambio. Por eso Natalia Lafourcade graba un disco con canciones de Agustín Lara y se convierte en un éxito entre los jóvenes que la siguen. Puro farolito. ®

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Publicado en: Música

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