La carrera del Apocalipsis

¿Alguien leerá estas líneas?

La luz comienza a desfallecer. La larga jornada de verano llega a su fin. Me pregunto hasta dónde ha de arrastrarme este afán por dejar un registro fiel de mis pensamientos. ¿Alguien leerá algún día estas líneas? Con todo lo negro que pinta el futuro, lo dudo grandemente.

Rastros del huracán Alex

Reclinado sobre un sofá de la sala donde acostumbro a leer, pensar y hasta dormir, escribo estas líneas con la tenue luz que un día lluvioso me procura, la cual alcanza a colarse a través de las celosías de las persianas, colocadas de tal suerte que concentren la mayor cantidad de luminosidad posible. Han sido días y días de lluvia constante. Aquí, justo a mitad del desierto, es un acontecimiento singular. Desde el Golfo llegan estos aguaceros, secuelas más bien benignas del huracán Alex. Hoy tenía que viajar a Monterrey pero decidí aplazar mi visita. El propósito era hacerme presente en las elecciones para vocales de literatura. Nunca en mi vida, hasta el día de hoy, he acudido a votar. El cielo tenía otros planes para mí y dispuso una jornada nublada con cuantiosas precipitaciones, un obstáculo arduo de salvar. Hará cosa de tres días la creciente del río, mejor dicho aluvión, causó rebalses y desgajes del suelo ribereño, en que se asentaba la avenida principal. Por la televisión la vastedad de los destrozos es impresionante. Se especula que en cuestión de horas cayó el volumen de agua que se derrama en un año. La naturaleza sorprende cada día más con nuevas señales. En forma demagógica se oyen declaraciones por parte de políticos que pretenden construir represas en las cañadas, bautizadas por los ingenieros como rompepicos. Ya hicieron una que de bien poco aprovechó y quieren hacer otras. Se estima en más de diez mil millones de pesos el importe de los daños. Las reparaciones tardarán más de un año para concluirse. Lo último que necesitaba Monterrey, una ciudad bajo sitio a causa de la guerra contra la delincuencia, era el azote de una tormenta tropical que, con tal intensidad ya relajada, llegó Alex a tierras ubicadas en estribaciones de la Sierra Madre Oriental.

Los graves acordes de una de las suites para chelo de Bach, me parece que es la Allemande de la quinta, y el rumor del agua que escurre del tejado y viene a dar al jardín, me traen el recuerdo de una entrevista, la última que concediera Ingmar Bergman en su retiro de la isla de Farö (excusando la redundancia pues ö es isla en sueco, palabra tan pequeña y redonda), a una periodista y amiga sueca, Marie Nyreröd, durante el 2003, cuando tenía 85 años y había decido dejar el teatro en Estocolmo para pasar sus últimos días consagrado a oír música, meditar y contemplar la naturaleza. Saraband (2003) fue su última película, que lleva ese título por la Sarabande de la quinta suite. Un trabajo donde vuelven los conflictos de Scener ur ett äktenskap (1974), con los personajes de Marianne (Liv Ullman) y Johan (Erland Josephson), a quienes se suma la hija Karin (Julia Dufvenius), quien es la chelista empeñada, contra la voluntad de su padre, en tocar en una orquesta sacrificando así su carrera de solista. La música más alta preña el trabajo de los grandes realizadores, de manera notable Bergman y Tarkovski. Ha dejado de llover. Ya comenzó a escampar, aunque demasiado tarde como para emprender la partida. Tenía mucha curiosidad por ser testigo y votante en esa elección. Ya será después o bien nunca. En realidad, mi abstencionismo es un signo más que elocuente de mi desconfianza ante los llamados procesos democráticos. Me intriga, no obstante, saber a cuántos electores ascendió el quórum, con dificultad arriba de tres decenas, si bien en el padrón figuran poco más de un centenar de creadores, sólo en el área de letras. En fin, ésta no es sino una más de las señales que vienen a inscribirse en una larga lista que parecen querer decirme que mi destino no se halla en Monterrey. Lo cual no es una noticia que lamente. Desde años atrás lo he presentido. Ahora sólo espero recibir una indicación hacia dónde encaminar mis pasos.

Lo último que necesitaba Monterrey, una ciudad bajo sitio a causa de la guerra contra la delincuencia, era el azote de una tormenta tropical que, con tal intensidad ya relajada, llegó Alex a tierras ubicadas en estribaciones de la Sierra Madre Oriental.

La Gigue de la sexta suite empuja sin remedio al baile y a la alegría. Si no tuviera tanto sueño me levantaría y danzaría. Al chelo Pau Casals, ese catalán universal que no tenía empacho para soltar una arenga en el edificio de las Naciones Unidas y decir que Cataluña en otro tiempo, en el siglo XIV para ser exactos, no era unas pocas provincias en España como hoy sino un Estado independiente con una de las cortes más cultivadas que existían en Europa, con tierras que se extendían de este y del otro lado de los Pirineos, es decir, Francia y España. ¡Qué desparpajo el del maestro en sus honrosos ochenta años! Ya quisiéramos muchos esa marcha que con cuarenta ya nos sentimos extenuados, casi decrépitos. ¡Cómo es posible ver escenas de películas, conciertos, fragmentos de conferencias y entrevistas en esa novísima forma de la televisión à la carte que es YouTube! Por sólo mencionar a los músicos, en estos últimos días he conocido por lo menos a cuatro pianistas de excepción: Myra Hess (1890-1965), judía inglesa, Rosalyn Tureck (1914-2003), estadounidense, clavecinista y maestra de Julliard, y Arthur Loesser, de origen alemán pero nacido en América. No podían faltar los rusos, Anatoli Vedernikov (1920-1993), discípulo de Heinrich Neuhaus (1888-1964), ruso de origen germano, y amigo de Sviatoslav Richter (1915-1997), judío ruso. Todos lamentablemente desaparecidos pero quedan ahí los testimonios. Eso sin mencionar las películas, ayer encontré una versión de Falstaff, hecha por Orson Welles, actor y director de la cinta, titulada Chimes at Midnight (1965) con Jeanne Moreau y John Gielgud. Todos los días aparecen nuevas cosas. Lo difícil es tener las referencias adecuadas para encontrarlas. Muchas grabaciones también sólo están por un tiempo y luego se esfuman. De seguro, atrás habrá alguna reclamación por derechos de autor. ¡YouTube para el curioso de la cultura es una fiesta cada día!

La luz comienza a desfallecer. La larga jornada de verano llega a su fin. Me pregunto hasta dónde ha de arrastrarme este afán por dejar un registro fiel de mis pensamientos. ¿Alguien leerá algún día estas líneas? Con todo lo negro que pinta el futuro, lo dudo grandemente. Cada día se entera uno de nuevas catástrofes: petróleo vertido en el mar en cantidades inverosímiles por negligencia de Estados Unidos, para variar, una marea aniquiladora que afectará ante todo las costas del Golfo de México; el emblanquecimiento de vastas zonas de la Gran Barrera en Australia, debido a la muerte de las algas que forman una simbiosis con el coral y lo hacen crecer y vivir, sobre todo, a causa del calentamiento del agua y la sobreabundancia de luz solar. Señales alarmantes y todavía más cuando uno oye a Susan George, periodista franco-estadounidense, autora del libro The Lugano Report (2003), disertar sobre los posibles medios para detener esta catástrofe ecológica sin precedente que está produciendo la raza humana sobre la faz de la Tierra. Campanas que suenan a medianoche y a mediodía, en forma indistinta, pero que nos rehusamos a escuchar. Clamores terribles de una catástrofe, en buena medida, provocada por la sed de ganancia inmoderada, la explotación de los recursos naturales y la polución del ambiente con toda suerte de residuos dañinos y difícilmente degradables. Es la carrera del Apocalipsis, ¿qué más? La pregunta es hasta cuándo vamos a resistir sin hacer algo. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Enero 2011

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