La creación literaria, entre el milagro y la producción en serie

La lectura y la sospecha. Ensayos sobre creatividad y vida intelectual, de Armando González Torres

Para Armando González Torres la vida creativa e intelectual es una prolongación de la vida espiritual, pero indisolublemente ligada al entorno material, a los incentivos institucionales y a los usos y costumbres de las comunidades artísticas.

Armando González Torres. Fotografía © Rodulfo Gea.

En La lectura y la sospecha. Ensayos sobre creatividad y vida intelectual (México: Cal y Arena, 2019) Armando González Torres reúne cincuenta textos en los que reflexiona acerca de la creación artística y la producción literaria.

En el libro el autor explica que los ensayos reunidos buscan “sugerir que la vida creativa e intelectual es una prolongación de la vida espiritual, pero que también está indisolublemente ligada al entorno material, a los incentivos institucionales y a los usos y costumbres de las comunidades artísticas”.

González Torres (Ciudad de México, 1964) estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México. Autor de una veintena de libros, ha colaborado en revistas como Nexos, Letras Libres, Metapolítica y Replicante, y en suplementos como Laberinto, de Milenio, y Confabulario, de El Universal, entre muchas otras publicaciones.

Ha obtenido diversos premios, como los de ensayo Bellas Artes Malcolm Lowry (2015), José Revueltas (2008) y Alfonso Reyes (2001), además del Nacional de Literatura Gilberto Owen (1995).

—¿Por qué hoy un libro como La lectura y la sospecha, una reunión de ensayos sobre el acto creativo?

—Es muy importante reflexionar sobre ello en estos momentos, aunque primero porque siempre el acto creativo es una especie de prodigio. La actividad artística siempre conlleva una suerte de milagro, de reconciliación con la vida y, en ese sentido, es siempre significativo reflexionar sobre su naturaleza.

Por otro lado, también es importante hacerlo porque muy a menudo la creación se confunde con la farándula y con la producción en serie.

El libro está enfocado en el acto de reflexión sobre qué es lo que lleva a crear, cuáles son los incentivos para ello, cuáles son sus entornos idóneos, cuál es el método de trabajo de los trabajadores de excelencia, qué tanto hay de inspiración y qué tanto de obra negra.

Todas esas preguntas me las hago y, con la ayuda de creadores y escritores que admiro, trato de indagar en ellas.

—En la creación artística se le da mucha importancia a la inspiración e incluso hasta a la improvisación, y muy poco a la disciplina, al trabajo, al entrenamiento, al dominio de la técnica. En varios de los textos abordas esta parte.

—Es muy curioso porque uno siempre tiene la idea romántica del arte como algo que surge de la mera inspiración, pero si exploramos en los métodos y formas de trabajo de creadores de excelencia nos daremos cuenta de que hay muchísimo método, mucho trabajo sordo y horarios que pueden ser extenuantes. Siempre hay muchísima talacha detrás de las grandes creaciones.

Estos pasos minuciosos del trabajo intelectual, que van desde la lectura, los tiempos que se debe dedicar a cada procedimiento e, incluso, los momentos de relajamiento, de ocio, de diversión, están contemplados también dentro de esta configuración del trabajo intelectual metódico.

Hay una disciplina y un entrenamiento casi físico. El trabajo intelectual exige mucho rigor. Hay un par de artículos en los que recupero autores que hablaron sistemáticamente del trabajo intelectual, en particular A. D. Sertillanges y Jean Guitton, dos escritores que exploraron muy a fondo la naturaleza del trabajo intelectual, que va desde la concentración en la lectura, la forma de tomar apuntes, de dialogar con los libros, de ir configurando un texto, cómo se pasa de la lluvia de ideas (lo que Guitton llama “teoría del monstruo”) a articular cada vez más coherentemente un texto.

Todos estos pasos minuciosos del trabajo intelectual, que van desde la lectura, los tiempos que se debe dedicar a cada procedimiento e, incluso, los momentos de relajamiento, de ocio, de diversión, están contemplados también dentro de esta configuración del trabajo intelectual metódico.

Algo que mencionan esos dos autores es que en muchas disciplinas no son tanto los académicos los que hacen las mejores aportaciones, sino que muy a menudo son los aficionados. Esto es muy interesante, y lo podemos ver en el caso de México: mucha de la mejor crítica literaria, de lo que se ha escrito sobre determinados autores no lo han escrito los académicos sino gente de fuera, que tiene pasión y enamoramiento por determinado tema o autor y que puede dedicarse a ellos con mucho ahínco, aunque no tenga todo el tiempo ni todos los recursos disponibles.

—Por el lado contrario, como fuente de inspiración se suelen ensalzar aspectos como la vida bohemia, la enfermedad, los trastornos mentales y el consumo de drogas. ¿Cómo justipreciarías elementos como éstos en la creación literaria?

—Creo que desde luego el acto creativo implica un estado alterado, una forma de percepción de la realidad que va mucho más allá de lo convencional, y en ese sentido muy románticamente a veces lo asimilamos con los estados de intoxicación etílica.

No hay que desdeñar que para muchos artistas eso ha sido fundamental; uno no podría concebir obras maestras como Bajo el volcán sin el alcoholismo de Malcolm Lowry. Pero él escribió esa novela pese a su alcoholismo y, además, lo hizo en un momento de gran sobriedad.

Considero que no hay que desdeñar que para muchos artistas eso ha sido fundamental; uno no podría concebir obras maestras como Bajo el volcán sin el alcoholismo de Malcolm Lowry. Pero él escribió esa novela pese a su alcoholismo y, además, lo hizo en un momento de gran sobriedad. Es decir, la que retrata es la experiencia abismal de la intoxicación, pero para escribirla tuvo que desintoxicarse él mismo.

Desde luego que no puede desdeñarse el aporte de todos estos elementos, pero lo cierto es que para forjar una obra se requiere la mayor sobriedad y la mayor serenidad.

—Otros aspectos del acto creador que destacas son dos: el desarrollo de una rutina y por otro el hábito. ¿Qué nos puedes decir de ellos?

—Hay un libro que menciono que se llama Daily Rituals, que tiene precisamente que ver con la rutina como inspiración. Lo que hizo el autor, Mason Currey, es muy sencillo: elegir un abanico de grandes pensadores y artistas del siglo XX, fundamentalmente, y observar cuál era su forma de inspiración, su rutina creativa. Hay casos muy raros, de verdaderos bohemios que pasaron su vida en bares y burdeles, pero en general se trata de vidas muy rutinarias, orientadas precisamente por el hábito creativo. Creo que es muy importante rescatar este aspecto como parte del entrenamiento artístico e intelectual que todo creador debe practicar porque, además, el acto creativo no es solamente un momento de inspiración sino que viene apuntalado por un trabajo intelectual muy metódico del artista.

No creo en los genios espontáneos ni en los burros que tocan la flauta; pienso que el artista se va construyendo con su creatividad y su talento, pero también en un basamento intelectual sólido.

No creo en los genios espontáneos ni en los burros que tocan la flauta; pienso que el artista se va construyendo con su creatividad y su talento, pero también en un basamento intelectual que, en general, tiene que ser sólido. Para sentir bien, para crear bien, hay que pensar bien.

—Algo que atraviesa todo el libro es la influencia de la producción en serie en los literatos, que hacen una o más obras cada año a un ritmo frenético. Además, lo vinculas con la farándula y la mercadotecnia. ¿Qué ha pasado con la creatividad con este entorno?

—Los incentivos de una industria editorial muy concentrada, muy orientada al resultado económico, no han sido de los más sanos para la literatura. Es notorio que los géneros más vinculados con el mercado, como la narrativa, han sufrido estos incentivos incorrectos en el sentido de que, por exigencia editorial, muchos narradores tienen que producir obras periódicamente, lo que afecta el tiempo natural de maduración de una obra.

Muy a menudo vemos que aspectos de la promoción literaria pasan por alto la obra literaria misma, son pocos los que la leen. Incluso los suplementos llegan a ser parte de los entramados editoriales y hay inercias críticas en torno a determinados autores.

Los géneros más vinculados con el mercado, como la narrativa, han sufrido estos incentivos incorrectos en el sentido de que, por exigencia editorial, muchos narradores tienen que producir obras periódicamente.

Creo que todo esto lleva a que se generen productos de muy baja calidad y que se consuman mucho, más como cualquier otro artículo de consumo que como una obra artística.

—Hay algunos textos en los que criticas a quienes, a su vez, han hecho la crítica de ese tipo de consumo pero que también caen en la sociedad de masas y en el consumo, como, por un lado, Mario Vargas Llosa, y por otro también la contracultura, que parecen formar parte de la misma pirotecnia y de la maquinaria de consumo.

—Vargas Llosa es un crítico muy lúcido de ciertos aspectos de la vida intelectual contemporánea y su tendencia a la farándula aunque, sin duda, él mismo ha caído en esos extremos.

Respecto a la contracultura, se ha convertido también en una inercia: el epíteto de “contracultural” se ha convertido en un pretexto para la complacencia, para el facilismo.

Desgraciadamente, incluso toda esta popularización de técnicas vanguardistas ha degenerado en muchos sentidos y se ha convertido en un medio fácil para terminar obras más pronto y venderlas.

—Un producto de esa situación que criticas en el libro es la cultura del plagio. ¿Cuál es el contexto que da incentivos para el plagio? Tú abordas casos en ámbitos muy distintos como el literario con Alfredo Bryce Echenique, y el académico con Rodrigo Núñez Arancibia.

—En literatura es un tema muy controvertido y muy llamativo porque la originalidad total en literatura es imposible de encontrar. Hay todo un entramado de influencias y los grandes temas son pocos. Toda esta cuestión de la originalidad no existía sino hasta el siglo XIX. Sin embargo, creo que, moralmente, a quien más debería repugnar la noción de plagio es a los creadores porque, precisamente, el acto creativo les da una ilusión de originalidad en el sentido de que están recreando ideas, sentimientos y emociones. Pero creo que no hay nada más lejano del acto creativo que apropiarse de párrafos completos de otros.

Esto llegó a ocurrir con un gran escritor como Bryce Echenique, quien, por un lado, fue uno de los escritores más originales de su tiempo. En su gran novela, Un mundo para Julius, Bryce Echenique logró hacer entrañable la figura de un niño rico. Eso significaba un apartamiento, un contrapeso muy importante a la literatura militante de su época, los años setenta.

A quien más debería repugnar la noción de plagio es a los creadores porque, precisamente, el acto creativo les da una ilusión de originalidad en el sentido de que están recreando ideas, sentimientos y emociones.

Sin embargo, creo que precisamente las exigencias del mundo editorial llevaron a este hombre a plagiar, de manera descarada, artículos enteros. Esto, sin duda, resulta profundamente escandaloso, como que se le haya otorgado un premio que conllevaba recursos públicos, como el de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Eso fue un escándalo, y me descorazonó ver la reacción muy dividida de la comunidad literaria porque hubo muchos que nos indignamos, pero a otros les parecía un pecado menor.

Me parece que actos como el plagio van contra la esencia del acto creativo y que son reprobables, además de que, sin duda, manchan cualquier trayectoria.

—En el libro se corresponde con la figura que llamas “escritor desencantado”, que se abre al plagio por la necesidad de fabricar, el afán de productividad, que ve estadísticas y no lectores, que busca complacer. ¿Cuál es el daño que este tipo de escritor le ha hecho a la literatura?

—Siempre ha habido autores que producen obras para consumo masivo, y eso no es malo. Muchas de las grandes novelas del siglo XIX se publicaban para públicos masivos en periódicos en forma de folletín. Sin embargo, creo que muy a menudo los productos literarios se divorcian de su propia esencia y que se convierten en mercadotécnicos.

Además, muchos de los que podrían ser los reconocimientos más prestigiosos también se utilizan como mero medio de promoción. En ese sentido me he preocupado mucho de que se cuide el papel de los premios. Por ejemplo —y esto no es un secreto para nadie—, se sabe que muchos de los premios que otorgan las editoriales son para impulsar sus productos con el prestigio de un reconocimiento.

Si la gente se lo cree, le parece que por obtener un premio eso les da una garantía y compran el libro, pues está muy bien. Sin embargo, cuando hay recursos públicos creo que es muy importante cuidar la pulcritud, la legalidad, la honorabilidad de tales premios.

En la crítica literaria, los premios, la actividad creativa y en la vida editorial de repente se entrelazan muchos intereses, lo que vuelve esta actividad mucho más un espacio para la maniobra política que para la creatividad literaria.

Considero que se construye un entramado en el que a menudo hay aspectos que tendrían que ser independientes: en la crítica literaria, los premios, la actividad creativa y en la vida editorial de repente se entrelazan muchos intereses, lo que vuelve esta actividad mucho más un espacio para la maniobra política que para la creatividad literaria.

También está el papel cada vez más preponderante de los agentes literarios en la vida editorial, lo que, sin duda, es un avance, un aspecto necesario, pero han adquirido un gran protagonismo.

—Vamos sobre lo que llamas formas de resistencia. ¿Cuáles encuentras hoy?

—Algo muy importante que ha ocurrido en los últimos tiempos es que suceden fenómenos de concentración de redes de intereses. Por un lado vemos cómo los grandes conglomerados editoriales se apoderan cada vez más de sellos antaño independientes, lo que amenaza con la uniformación del gusto.

Al mismo tiempo se producen otros extraordinarios fenómenos que generan cierta esperanza, como el auge de las editoriales independientes. Aun en momentos tan difíciles como este año siguen saliendo sellos que apuestan por determinado nicho de mercado, editoriales que publican poesía contemporánea, ensayo, escritura fragmentaria, aforismo, literatura fantástica olvidada, etcétera.

Todos estos esfuerzos son muy meritorios y esperanzadores. Lo mismo ocurre también en el campo de las publicaciones. Creo que el hecho de que la tecnología y las redes sociales permitan abatir costos para, por ejemplo, hacer revistas electrónicas, ha sido muy sano porque se abren nuevos foros y se escuchan otras voces. Esto permite contrapesar la mercadotecnia y la fuerza del mercado editorial más concentrado.

—A partir de tu lectura crítica del libro de Enrique Serna acerca de la soberbia intelectual, ¿cuál es el papel que en nuestra sociedad desempeñan los creadores artísticos y literarios?

—Hay una transición muy importante. Creo que en los últimos veinte años hemos visto literalmente extinguirse al Intelectual con mayúsculas, a esta figura omnívora capaz de manejarse en muy distintas disciplinas y que tenía un papel importante en la vida pública.

Creo que el hecho de que la tecnología y las redes sociales permitan abatir costos para, por ejemplo, hacer revistas electrónicas, ha sido muy sano porque se abren nuevos foros y se escuchan otras voces.

Los grandes intelectuales, tipo Carlos Fuentes, Octavio Paz y Carlos Monsiváis, se han extinguido, y lo que ha quedado es un intelectual mucho más especializado, orientado a su disciplina, por lo que puede pensarse que hay mayor rigor. Pero la figura del intelectual omnívoro y público es algo que se extraña muchísimo en las sociedades contemporáneas, porque era capaz de establecer un contrapeso, una crítica que es muy importante sobre todo en estos tiempos de transiciones.

—Aparte de una lectura que haces de Coetzee dices sobre la censura que también hay abusos: si bien no debe haber censura hay artistas y literatos que buscan romper y hasta abusar de la libertad con provocaciones muy fáciles. ¿Cuáles son las fronteras que no se deben cruzar en términos de exacerbar la censura?

—En general estoy en contra de cualquier tipo de censura, incluso bienintencionada. Desde luego entiendo que esta libertad muchas veces llega a la complacencia y a la provocación gratuita. Pero yo confiaría mucho más en la capacidad de discernimiento del público para detectar a estos farsantes y provocadores.

Pienso que es muy importante confiar en el público para detectar lo que son las provocaciones gratuitas, y también creo que en ningún momento se debe ejercer o establecer ningún tipo de censura. ®

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Publicado en: Libros y autores

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