Los migrantes le preguntan al periodista acerca de la labor de escribir: “¿Y eso para qué me sirve?” Un día, cuenta, llegó nervioso un migrante y le dijo: “Yo soy sicario. ¿Aquí es donde escuchan a la gente?”
Después de hablar sobre perros —su hijo tiene uno— y ataques epilépticos —él ha sufrido de ellos por lo menos cinco veces en su vida (nació en 1955), Emiliano Pérez Cruz me contó en Guadalajara sobre el nuevo libro de El Salario del Miedo en el que el periodista, habitante de Nezahualcóyotl, Estado de México, participa con una crónica extensa que se llama “¿Qué pasará con tantas personas al acecho?”
En Nadie me sabe dar razón. Tijuana, migración y memoria (2016) también aparecen los cronistas Georgina Hidalgo Vivas, Ana Luisa Calvillo y Leonardo Tarifeño, además de una introducción del poeta Rodolfo Castellanos Udiarte y un texto final del sociólogo Rodolfo Cruz Piñera. Los tres primeros, junto con Emiliano, viajaron a Tijuana en 2015, cada quien en distinta fecha, para impartir un taller de escritura en el que los migrantes pudieran expresarse.
Fue la primera vez que el colaborador del diario Milenio viajó a esta ciudad fronteriza, en la que hizo “turismo laboral”. A él le resultó un lugar conocido, ya que el municipio de Nezahualcóyotl donde él vive tiene muchas similitudes con Tijuana. “Nezayork está delimitado por la calzada Zaragoza. Ahí eres un mojado en la ciudad”.
Pérez Cruz dice que “los migrantes te dan testimonios bajo palabra de honor, pero que son también palabras de horror, por lo que pasan”, y que uno de los obstáculos al momento de impartir el taller fue pelear contra la propia indigencia, la desconfianza, “su propio estar así, hasta la madre”, porque a los migrantes los agarran como pretexto. “No para una atención real de fondo”.
A Emiliano Pérez Cruz le tocó inaugurar ese taller y no fue fácil porque eso para los migrantes, que llegaban al Desayunador Salesiano del Padre Chava, no era su prioridad. “Culturas Populares estableció en el desayunado un gabán que le llaman La Techumbre. En este como triángulo equilátero, un prisma triangular, ahí empezabas la conversación, ya que lograbas atraer alguna clientela”.
Los migrantes le preguntan al periodista acerca de la labor de escribir: “¿Y eso para qué me sirve?” Un día, cuenta, llegó nervioso un migrante y le dijo: “Yo soy sicario. ¿Aquí es donde escuchan a la gente?”, preguntó.
A Pérez Cruz le pareció una frase poética y pensó: “Este güey necesita abrir la trompa para soltar toda la carga que trae”. El sicario no quería escribir pero sí dejar un testimonio hablado. Tal vez tenía miedo de dejar de puño y letra sus problemas, pues no lo vayan a incriminar en algo. “Prefería las palabras al viento”, añade Pérez Cruz, “mejor las pepeno con la grabadora”.
Fueron más de cien migrantes entrevistados entre todos los cronistas, y cada quien se dio a la tarea de hacer una crónica larga, las cuales están contenidas en este grueso libro de bordes naranjas, donde los cronistas son los mensajeros de lo que los migrante han vivido hasta llegar a Tijuana.
Para Emiliano Pérez Cruz, Trump seguirá con la misma tónica. “Echar a los mexicanos les va a generar pérdidas a los gringos”, por lo que, advierte el habitante del municipio del Coyote Hambriento en el Estado de México, de lengua se come un taco.
Se vale llorar con este libro, no le saquen, porque no es de lectura fácil —y está bien—, pero quien se atreva a leer sus más de 300 páginas, que incluyen un glosario con palabras que usan los migrantes, como “bajopollo” (asaltante ademigrantes), “nongo” (vivienda improvisada en la calle), “tablear” (machetear) o “tonayero” (alcohólico callejero), enriquecerá su visión y comprensión de la migración a Estados Unidos en los días finales del gobierno del moreno Obama. ®