Una de las necesidades básicas de los animales es la de evitar el sufrimiento. Si un ser vivo es capaz de sentir sufrimiento, así como su contrario, experimentar gozo, entonces, estamos obligados a tener siempre presente esta capacidad, ya que, en términos de nuestra especie, esto dota a los animales de intereses que debemos observar y respetar.
1. El lunes 10 de diciembre de 2007 el ex mariscal de campo de los Halcones de Atlanta, equipo de futbol americano profesional de la National Football League (NFL) de Estados Unidos, Michael Vick, fue sentenciado por una Corte Federal de su país a pasar 23 meses en prisión y pagar una multa de 24 mil dólares al ser encontrado culpable de los cargos de crueldad con los animales, comportamiento criminal organizado y promoción de apuestas ilegales. Todo lo anterior relacionado con las peleas clandestinas de perros pitbull en el condado de Newport News, Virginia, de donde es originario. Al final, pasó menos de dos años en prisión y en la actualidad se encuentra activo en la NFL como mariscal de campo de los Águilas de Filadelfia.Como es natural en la cultura estadounidense, el asunto impactó en los medios y, sociedad altamente sensible a los temas éticos, los detalles del caso laceraron a la opinión pública, debido no tanto al descubrimiento (siempre se ha sabido que en todo el mundo existen las peleas de canes, toleradas o clandestinas), sino a la difusión descarnada de la crueldad a la que son sometidos seres tan cercanos a las personas como son los perros. En la acusación judicial contra Vick, además de los cargos relacionados con la promoción de actividades ilegales por medio de asociaciones delictuosas, se le imputó haber participado en la ejecución de aquellos perros que no cumplieron con las expectativas de ferocidad necesaria para las riñas, por medios particularmente violentos como el ahogamiento, la electrocución y el ahorcamiento. En su momento, las declaraciones del procurador estatal, Gerald Poindexter, resumieron el sentimiento general del público: “Es triste y atroz. Es horrible”.
Alrededor de la situación, como ocurre en ese abigarrado y alucinante mundo de la sociedad estadounidense (relatado prolija y profusamente por Tom Wolfe en sus novelas, por ejemplo), un cúmulo de participantes, actitudes, dichos y despropósitos emergieron en zipizape. Por delante del tumulto iban las transnacionales de marcas deportivas que vieron la oportunidad de cancelar contratos millonarios con el mariscal para, en compensación por las pérdidas económicas, dejar a las corporaciones del lado de los santos.1 Así, paradigmáticamente, Nike canceló todos los contratos que tenía con el futbolista, incluyendo el lanzamiento de una nueva línea de tenis con su nombre. Nike aprovechó para erigirse como paladín de la conciencia humanitaria y, ofendida, se plegó a los dictados de la opinión pública estadounidense dejando a Vick sin los beneficios de un contrato espectacular por razones, más que legales, morales.
El caso de Nike mostró claramente la inestabilidad de las premisas morales, en general, y de aquellas implicadas en este caso, en particular. Porque si es dable a una corporación como ésta cunear su ideología de acuerdo con sus propios intereses económicos, ¿por qué habría de dejar de hacer algo semejante un individuo como Michael Vick?2
2. En su magistral opera prima del 2000, Amores perros, Alejandro González Iñárritu, de la mano del guión de Guillermo Arriaga, recreó con precisión el entorno y la lógica que gobierna las peleas de perros: nutridas por ambientes clandestinos, plenos de codicia, crimen y banalidad. Sustentadas en una profunda deshumanización, entendida ésta como la pérdida estructural de un sentido de solidaridad y simpatía hacia los otros, sean humanos o del resto de las especies.
En la película es claro cómo los perros son vistos, utilizados y entendidos como simples instrumentos listos para solventar los fines egoístas de los implicados. Salvo porque respiran, comen y defecan, son tratados como poco más que cualquier objeto que se usa y se desecha. Para los organizadores de las sanguinarias peleas no tiene ningún significado hablar de dignidad y sufrimiento de los animales; de la peculiar capacidad de los canes para compartir la vida con los seres humanos de una manera digna y gozosa.
Simplemente los individuos encargados de la disposición, promoción y ejecución de las peleas de perros poseen un aparato cognitivo que ha pasado de largo del sentido moral que permite ver al mundo y sus criaturas desde este punto de vista. Viven solazados en una de las características más problemáticas y recalcitrantes de la naturaleza humana: la crueldad.3
3. Uno de los teóricos más serios y que más ha dedicado tiempo al tema de los derechos de los animales, desde el punto de vista filosófico, es el profesor Peter Singer. En su clásico trabajo sobre el particular, “All Animals Are Equal”,4 establece que el principio que ha de guiar nuestra manera de entender el asunto es el de la igualdad de consideración. No se trata de caer en el absurdo de pensar que un perro tiene derecho a manejar un automóvil a placer o de casarse ante un juez, por decir alguna barbaridad, sino de considerar sus necesidades fundamentales, en tanto que especie particular, y actuar en consecuencia.
Una de las necesidades básicas de los animales, afirma Singer, es la de evitar el sufrimiento. Si un ser vivo es capaz de sentir sufrimiento, así como su contrario, experimentar gozo, entonces, estamos obligados a tener siempre presente esta capacidad, ya que, en términos de nuestra especie, esto dota a los animales de intereses que debemos observar y respetar.
Una de las necesidades básicas de los animales, afirma Singer, es la de evitar el sufrimiento. Si un ser vivo es capaz de sentir sufrimiento, así como su contrario, experimentar gozo, entonces, estamos obligados a tener siempre presente esta capacidad, ya que, en términos de nuestra especie, esto dota a los animales de intereses que debemos observar y respetar.
Singer es un decidido defensor de su teoría y la lleva lo más que puede al límite: por ejemplo, considera inmoral que poseamos granjas de ganado con la sola finalidad de satisfacer nuestro gusto por la carne de res. Sugiere que la opción es volvernos vegetarianos, así sea gradualmente. Es dudoso que, dada la naturaleza de nuestra especie, pueda alguna vez completarse a cabalidad una propuesta como la del profesor de la Universidad de Princeton. No obstante, su argumento puede restringirse para aquellas especies que claramente muestran la capacidad de experimentar gozo/sufrimiento; en particular los mamíferos superiores y los grandes mamíferos marinos, así como, por supuesto, los animales de compañía.
Pero ya decía párrafos arriba que estamos ante una materia escurridiza, propensa a la argumentación y contraargumentación virtualmente al infinito. Porque, ¿de dónde surge la capacidad para ver, de manera evidente, que un animal, o una clase de animales, puede experimentar sufrimiento y gozo? Es muy improbable que ésta sea una característica natural de nuestra especie. Seguramente es una característica adquirida por medio de un entrenamiento moral, impuesto por la aceptación, crítica o acrítica, de un determinado conjunto de valores que aplicamos a la vida en el mundo en general, viéndola en el espejo de nuestra propia vida. No podría ser de otro modo, ya que todas las preocupaciones humanas por el entorno natural, en cualquiera de sus reinos, están trasvasadas por nuestra forma de ser, con sus peculiaridades, perspectivas y formas de asimilarlo: “[Hay] una cuestión acerca de la palabra ‘naturaleza’, a saber, el grado en que entraña necesariamente también, de algún modo, una concepción de una naturaleza humana, que podría no estar enunciada como tal…”5
Inevitablemente, hay un rasgo de nuestro modo de ser en cada alusión que hacemos a la naturaleza y sus criaturas; por lo mismo, siempre hay algún tipo de interés oculto en ello. Este puede ser encomiable, como el de la cruzada de Singer, o despreciable como el de la empresa soterrada de Michael Vick; pero al final de cuentas, desde sus respectivos puntos de vista, cada uno está llevando al cabo una interpretación particular de la naturaleza; en este caso sobre un grupo específico entre los seres que la pueblan.
De hecho, uno de los argumentos de la defensa del otrora quarterback del Tecnológico de Virginia partió de este fundamento: Vick ha sido ciego al sufrimiento de los animales, porque proviene de una subcultura en la que las peleas de perros y el mal trato general hacia ellos es algo normal. Excusando una investigación psico-social específica sobre el particular, y dando por sentado que esto sea el caso, entonces, la única solución posible, como ocurre en cualquier sociedad civilizada, es la prevención y la corrección dentro del marco legal. Es decir, la entrada en vigor de las leyes efectivas. El reto es que éstas prevean casos como el de Vick y un sinnúmero de tropelías más contra el resto de los animales que llegan a ser alucinantes y casi increíbles de no ser porque existe evidencia documental sobre ellas.6
4. Sin embargo, existe un argumento filosófico que utiliza en favor de las consideraciones éticas en relación con el resto de las especies la inevitabilidad del antropocentrismo. En efecto, el filósofo mexicano Jorge Enrique Linares, en su luminoso ensayo “La expansión de la responsabilidad humana ante la naturaleza”,7 afirma que justo porque somos la única especie animal que ha desarrollado racionalidad moral, existe la intrínseca necesidad de comportarnos de acuerdo con ella en nuestro trato con los demás animales.
Sin embargo, existe un argumento filosófico que utiliza en favor de las consideraciones éticas en relación con el resto de las especies la inevitabilidad del antropocentrismo. En efecto, el filósofo mexicano Jorge Enrique Linares, en su luminoso ensayo “La expansión de la responsabilidad humana ante la naturaleza”,7 afirma que justo porque somos la única especie animal que ha desarrollado racionalidad moral, existe la intrínseca necesidad de comportarnos de acuerdo con ella en nuestro trato con los demás animales.
Asienta el investigador de la UNAM: “El valor no existe sin que una conciencia humana lo capte y lo jerarquice. El centro moral del mundo, desde donde se irradia el valor, reside en nuestra propia conciencia”. A partir de esta realidad psico-biológica y cultural puede generarse un núcleo de comprensión del mundo con un fundamento ético sólido. Es posible que, haciendo un uso reflexivo de nuestras capacidades morales, los seres humanos subsumamos la realidad del resto de los seres vivos en un esquema altamente desarrollado de reconocimiento y aceptación de las diferencias específicas.
Contrario a la afirmación ensimismada de nuestras cualidades excéntricas en el reino animal, que ha sido el fundamento de nuestro posicionamiento pinacular en el vasto universo de la naturaleza terrestre, la propuesta del doctor Linares propugna un empuje humano en sentido inverso: hacia la ampliación del entramado de reconocimiento de la dignidad de lo ajeno, lo diverso y, en sentido antropocéntrico, de lo inferior en relación con nuestras capacidades y alcances como seres encumbrados en el planeta. Así, afirma: “El ámbito de la consideración moral se extendería, al menos teóricamente, hacia otros seres vivos que el ser humano mismo concebiría con intereses vitales…”.
Es decir, se plantea la comprensión racional de que somos parte de una vasta red de vivientes cuyos nodos no podemos separar de nuestra propia naturaleza, puesto que el plexo de interconexiones existentes en ella determina un equilibrio dinámico cuya ruptura inevitablemente nos alcanzará de manera perniciosa tarde o temprano. Quizá la única observación crítica que pueda hacerse a la fina y realista argumentación de Jorge Linares es qué tan extendida puede estar la conciencia moral reflexiva en un mundo marcado por la neobarbarie y la deshumanización desbocada.
5. Hace dos mil cuatrocientos años un hombre preocupado por la ética, amante de los animales, paciente observador y penetrante investigador, Aristóteles de Estagira, afirmó sin cortapisas:
No se debe alimentar un disgusto infantil hacia el estudio de los seres vivos más humildes: en todas las realidades naturales hay algo de maravilloso […] Pero si alguno considerara indigna la observación de los otros animales, de igual modo debería considerar la de sí mismo. Porque no es posible considerar sin gran disgusto las partes constituyentes del género humano: sangre, carne, huesos, vasos sanguíneos, y lo demás…8
El eco del aserto aristotélico nos impele a fijar un horizonte ético en nuestras relaciones con el resto de las especies. La vida de los hombres está imbricada con la del resto de los vivientes de manera inexorable. Compartimos una misma arcilla física (y, hoy lo sabemos, genética), por más que nos diferenciemos en la materia mental, a través de nuestra racionalidad; aunque poseer la capacidad de razonar implica asumir responsabilidades por nuestros comportamientos.
Es cierto que el marco regulativo de las acciones que ejecutemos ante el resto de los animales es y será artificial; ya que nada nos obliga, en esencia, a no abusar de ellos, ni siquiera la comprensión de nuestro bagaje ecológico común o el cálculo de un posible beneficio posterior para nuestra especie. Sin embargo, dado el armazón de sentido moral en el que vivimos, será inevitable que los juicios éticos se transformen, poco a poco, en leyes positivas.
Hasta dónde se podrá llegar en esto es algo impredecible, pero a buen seguro nunca podremos tener un punto de vista ético hacia todas las especies (tan sólo piénsese en el asco, el miedo, la repugnancia y el deseo de exterminio que surgen casi como reflejos en la mayoría de las personas ante la presencia de las ratas). No obstante, una cosa es cierta: podemos comenzar con los seres más simpáticos y cercanos a nosotros. Y en este rubro quienes van a la vanguardia son, qué duda cabe, los perros. ®
Notas
1 Cfr., Niklas Luhmann, “Sobre políticos, honestidad y la alta amoralidad de la política” en Nexos 219, marzo de 1996: “La gente tiende a moralizar porque el contraste moral de bueno/malo les otorga la oportunidad de colocarse del lado de los ángeles…”.
2 Es bien conocido el escándalo en el que la firma de Phillip Knight se vio involucrada a mediados de los noventa: la afamada transnacional de artículos deportivos se encontró maquilando a todo vapor en los países del sureste de Asia sus tan deseados productos manteniendo a sus trabajadores en condiciones laborales deplorables. En su momento, la situación levantó ampolla y generó una ola de crítica mundial, así como el surgimiento de diversos actores independientes, en su mayoría recalcitrantes enemigos de la globalización de la economía, cuyo blanco de ataque recurrente es la empresa en cuestión. Véase, para un panorama general al respecto, Richard M. Locke, “The Promise and Perils of Globalization: The Case of Nike”.
3 Sin lugar a dudas, los entornos sociales ficticios de la película y los reales del caso Vick, coloreados por la vida en pandillas, el uso y tráfico de estupefacientes, la cultura subterránea de las peleas clandestinas (de perros o de cualquiera otro animal, incluyendo a los humanos), etcétera, remite a una clase de individuos cuya manera de actuar e interactuar con base en la crueldad se ha construido a través de acontecimientos de formación de la personalidad que en la mayoría de los casos tienen gruesas y penosas raíces de vida disfuncional. No obstante, la crueldad, característica montaraz del comportamiento humano, es prácticamente universal, y no diferencia clases sociales ni estilos de vida; aunque se entiende que a mayor nivel de civilidad, mayor es el nivel de represión de nuestra natural inclinación hacia la crueldad.
4 En Tom Regan y Peter Singer (Eds.), Animal Rights and Human Obligations, New Jersey: Prentice Hall, 1989.
5 Cfr., Fredric Jameson, Las semillas del tiempo, Madrid: Trotta, 2000, pp. 52-53.
6 Por ejemplo, los videos de denuncia de la organización Animal Aid, así como otros mucho más crudos que pueden verse en YouTube.
7 Aparecido en la revista del Colegio de Filosofía de la FFyL, Theoría, no. 18, julio de 2007, pp. 67-85.
8 Aristóteles, De Partibus Animalium, citado por Carlos García Gual en su introducción a Aristóteles, Investigación sobre los animales, Madrid: Gredos, 1992, p. 10.