La principal crítica que me he encontrado de Ninfómana es que es poco excitante y poco intelectual. “La promesa de una épica sexual sin concesiones” dijo alguien en Nexos, decepcionado. ¿Creería que de eso se trata el cine de Von Triers? ¿De emocionar, en el sentido sexual de la palabra?
¿Por qué no existe un equivalente masculino para ninfómana? Porque en los hombres no se considera una enfermedad el sexo a discreción. ¿Qué tiene de malo?, parece decirle el profesor que recoge a Joe de la calle donde la encuentra tirada, tras haber tocado fondo en su carrera hacia la perdición. Ella misma le dice que es un monstruo, y para probárselo se extiende durante toda la noche en el relato salteado de sus peripecias. Al inicio gozoso de la infancia, instintivo, de las tocaciones, y el amor platónico paterno, sucede ese doloroso trámite llamado pérdida de la virginidad, esa trampa que inicia a las mujeres en el sexo como desventaja, y que convierte a la pureza en estigma, con tal de zafarse del cual se entregará al primer tipo que imprima en su registro lo que debe esperar de su cuerpo y del otro. Asqueada en primer término, pasarán un par de años hasta que vuelva a embarcarse en la aventura del sexo compartido, con tal fortuna que se trate de una competencia con su amiga por quién coge más hombres en el trayecto de un tren, siendo el premio una bolsa de dulces, que es lo único que realmente acaba disfrutando. De esta manera atrabancada la protagonista se encuentra de pronto viviendo sola, sin muchas posibilidades de estudio o trabajo, con un capital de juventud y belleza que administra cuidadosamente en una agenda apretada, y a fuerza de pretender el goce acaba por sentirlo. El gordo con todo el tacto y la sabiduría de la carne, el macho que proporciona el placer primitivo de la posesión, y el amado, Jerome. Jerome, homónimo del amante occidental en The Pillow Book (Peter Greenaway), es un amante ignorante que no sabe escribir, y sin embargo, con toda su torpeza, su inocencia, se vuelve fundamental. El Jerome de Von Triers es un tipo que no entiende de máquinas ni de mujeres, quien con cinco por delante y tres por detrás da por concluida su primera aproximación a esa bellísima adolescente que le ofrece su cuerpo, como ruso que después del trago rompe la copa contra el muro.
¿Qué hará la ninfómana ahora que se ha enamorado? ¿Controlará sus impulsos? ¿Y qué tal si no es ninfómana, porque la categoría misma es un invento? ¿Y qué tal si el amor es otro y sólo existe el vínculo histórico? ¿Y si la supuesta inhibición del deseo hacia el amado no es más que un pánico al cambio de esquemas en la relación sexual, de la seguridad del desapego a la amenaza del apego? Como sea, Joe se entrega, tiene un hijo de Jerome, quien se desaparece en largos viajes, y termina por pedirle a su esposa que se busque otros y abandonando a su hijo.
Entre citas de bolsillo del intelectual que escucha estos relatos, generalmente favorecedoras para ella, Joe continúa con su etapa masoquista en que recibe los servicios de un sádico profesional. Problemas de salud y laborales la conflictúan con su dinámica sexual y la orillan a unirse a un grupo reformatorio de adictos al sexo. De ahí deriva a la extorsión y conoce un nuevo amor en una muchacha marginal que toma por pupila, y que por azar acaba haciéndose amante de Jerome.
A cualquiera que no lo remueva moralmente la posibilidad de caer en desgracia por un ejercicio sexual libérrimo, la pérdida del amor, la pérdida de un hijo, la pérdida de la dignidad, de la aceptación social, es un hipócrita. Mucha gente bosteza con esta película, y yo creo que no tanto por la falta de expresividad…
La principal crítica que me he encontrado de Ninfómana es que es poco excitante y poco intelectual. “La promesa de una épica sexual sin concesiones” dijo alguien en Nexos, decepcionado. ¿Creería que de eso se trata el cine de Von Triers? ¿De emocionar, en el sentido sexual de la palabra? El cine de Dogma, como yo lo comprendo, trataba de romper la identificación habitual del espectador y el —en este caso la— protagonista, y a la vez llevarlo a una catarsis, más moral que emocional. A cualquiera que no lo remueva moralmente la posibilidad de caer en desgracia por un ejercicio sexual libérrimo, la pérdida del amor, la pérdida de un hijo, la pérdida de la dignidad, de la aceptación social, es un hipócrita. Mucha gente bosteza con esta película, y yo creo que no tanto por la falta de expresividad —en la acepción más ramplona de la expresividad— de Charlotte Gainsbourg, o por la falta de sensibilidad sexual —en el sentido en que lo promete Sico ultrasensitive— sino el bostezo como defensa, la risa como defensa. Porque esto no es Godzilla, en que todo personaje que es tocado por la gracia de la cámara por más de un minuto se salva de morir aplastado, sino Esopo. Von Triers hace fábulas que destruyen moralejas.
Que Ninfómana no es una apología del sexo, sino al revés, queda más que claro en la escena hilarante del hotel al que llegan dos negros pandilleros, y entre los dedos que nos mal cubren los ojos vemos que la protagonista no es vapuleada por este par de monstruos, como esperábamos, simplemente porque no se ponen de acuerdo quién va por delante y quién por detrás, y la vemos a ella incrédula a través del par de enormes vergas negras y erectas que parecen dos señoras echando el chal en el mercado. Una linda tomadura de pelo al espectador. Otro guiño erótico sucede luego de que idílicamente, fantasiosamente, Joe se encuentra a Jerome en el parque, tras recolectar los trozos de la ruptura con su esposa, y por fin los amantes tienen su esperado encuentro en la cama. Entonces la cámara toma un ángulo pornográfico y muestra en el mismo encuadre el rostro del amado y su verga introduciéndose en el cuerpo de la amada. Así como en las películas pornográficas nunca vemos el rostro del hombre, pues toda la atención se centra en la mujer, como si ella fuera la protagonista en lugar de la recepcionista que realmente es, así también en las películas románticas la escena de contacto suele evadir los genitales con tomas a la cadera, a las piernas, a la espalda, como tapándole los ojos al infante cupido.
La escena que no tiene un pelo de cómica, y que es la que acabó por ganarme, es esa siniestra en el callejón, cuando el antiguo amor, Jerome, y el nuevo, T, se aman frente a ella, tirada en la calle, golpeada y posteriormente meada. Von Triers se ha atrevido a filmar el miedo último a la entrega amorosa, ser dejado fuera del amor, en la total soledad del universo, que es la de un callejón oscuro, como premio a haberse entregado. ¿Qué es lo peor que te puede pasar si vives sin miedo? Parece preguntar reiteradamente. Cuando lo ves representado, el miedo se achica.
En segundo plano es una crítica a la mujer para quien la posibilidad del sexo a discreción se convierte en necesidad y posteriormente en cadena. La protagonista se atreve a tomar lo que está ahí y paga por ello; más que una enferma, es una exageración, una estilización de la mujer urbana promedio de sociedad desarrollada.
Ninfómana es una crítica de la liberación sexual de la mujer, dirigida en primer lugar a una sociedad sólo en apariencia liberal tras los destapes posguerra y posdictatoriales, donde seguimos encontrando entre los contenidos pornográficos que circulan masivamente juicios velados a la mujer cuando ejerce su sexualidad sin pedir permiso —qué es la postura contra el aborto si no—. Y en segundo plano es una crítica a la mujer para quien la posibilidad del sexo a discreción se convierte en necesidad y posteriormente en cadena. La protagonista se atreve a tomar lo que está ahí y paga por ello; más que una enferma, es una exageración, una estilización de la mujer urbana promedio de sociedad desarrollada. Asimismo el intelectual no está hecho para apantallarnos sino para reflejarnos en nuestra hipocresía. El que a lo largo de su relato parece apoyarla, el que supuestamente era asexual, en el momento en que ella decide vencer su sujeción al sexo y hacer una declaración de amistad, se le mete en la cama sin previo aviso, es decir, se caga en su albedrío, o lo intenta, antes de que ella le pegue un tiro con la pistola que le acaba de enseñar a usar con su manual de James Bond. ®