El sentido que guarda la colonia (y para el caso la agrupación de individuos de una misma especie), de la colectividad y de la rebelión social se manifiesta en A Bugs Life (1998).
En A Bugs Life, en medio del enredo de sitcom —que sería uno de los sellos de la casa para abrir el gran abanico de la comedia en sus filmes—, y alejándose de los personajes que entonan canciones cursis a mitad del filme, Pixar describe la sociedad de los insectos con el garbo, la imaginación, la ampulosidad y la audacia de un retratista que crea un cosmos total de la nada, siguiendo únicamente los patrones de comportamiento y las características con las que asociamos a cada una de las especies de insectos, y el humor del resultado es de verdad algo fuera de serie.
Es una caricatura punzante que toma y antropomorfiza a la perfección ese mundo que todos vimos en los documentales sobre la naturaleza, describiendo la lucha diaria de las diferentes especies, dándoles una personalidad atractiva, demostrándonos que una historia vive cuando los personajes son tan fascinantes que logran hacer que nos importe su destino, aun cuando sean imágenes creadas por computadora.
Como esa hormiga que enloquece cuando pierde el rastro hacia el hormiguero (y en el mundo real eso significa el aniquilamiento para la hormiga, que se dejará morir al no encontrar el camino). Luego unas moscas que salen del terrible espectáculo de Circo diciendo: “Sólo tengo 24 horas de vida y no las voy a desperdiciar aquí”. Las moscas se encontrarán en el peor tugurio del reino insectívoro (aquí ese sótano no es repudiado, posee su podrido encanto y vibra como en el sótano olvidado de lo contracultural, sólo le faltó Tom Waits entonando una de sus canciones).
Luego ese gran diálogo entre un mosquito que grita: “No, Harry, ¡no vayas hacia la luz!”, y el aludido contestando: “No puedo evitarlo, es tan bella”, y momentos después el mosquito se quema y cae emitiendo un grito absurdo (algo que elimina de un plumazo lo trágico del hecho) ante nuestra sonrisa. Un redoble de tambor, comedia al más puro estilo de la llamada stand-up comedy (en serio, amable lector, ¿no será la banda de Pixar un puñado de comediantes que no encontraron las risas sino en la animación?), de ésa que se comenta ante un auditorio adulto en un centro nocturno, pero con la chispa de una belleza cándida que prendió en las psiques de millones de niños.
Y después está el comentario de luchar contra la tiranía de la especie superior. En la película la simple idea de que a Hopper, el saltamontes líder, ni siquiera le gustan los granos que exige como tributo a las hormigas, resuena como algo demasiado profundo como para tomarse a la ligera: es una de las semillas de conocimiento que el ahora pequeño entenderá cuando ya sea mayor y vea el filme otra vez. Y con ello la máxima que ha enarbolado Pixar: sus filmes crecen junto con nosotros, se hacen más plenos y no absurdos.
Luego ese gran diálogo entre un mosquito que grita: “No, Harry, ¡no vayas hacia la luz!”, y el aludido contestando: “No puedo evitarlo, es tan bella”, y momentos después el mosquito se quema y cae emitiendo un grito absurdo (algo que elimina de un plumazo lo trágico del hecho) ante nuestra sonrisa.
La propia explicación de Hopper de que “esto (el escarmiento) les enseñará a que las ideas son malas” es especialmente escalofriante, en un mundo moderno en que la sociedad masa parece creer tal cosa. Se comenta en muchos momentos que los saltamontes tienen el derecho natural a devorar a las hormigas; el derecho que les confiere la madre naturaleza por ser superiores; pues bien, Pixar elabora una salida al problema que presentan las cadenas alimenticias en verdad audaz que el lector debe recordar al desempolvar su copia de la película.
Y al final todo este drama que nos envolvió y nos hizo participantes es visto como una pequeña lucha más de las miles de millones, la lucha diaria del microcosmos, casi totalmente independiente e ignorante de la magnitud del universo. Si no, tómese el acercamiento de la cámara al inicio del filme y el alejamiento de ésta hacia al final, que nos muestra que la vida y la lucha de todos nuestros personajes ocurre en un pequeño islote, a la sombra de un pequeño árbol al lado de un pequeño riachuelo.
Y no por ser una lucha insignificante para el mundo, y para el universo, ésta es inútil: simplemente es poesía en manos de los artistas de Pixar, John Lasseter y Andrew Stanton, y en medio queda el gran mensaje de aceptar el papel en el universo y buscar el progreso de la vida conforme a ese conocimiento, todo sintetizado en una sola escena; nada de moraleja manifiesta, todo está ahí para quien quiera verlo; instante de reflexión para las mentes en desarrollo. ®
Acompáñenos en la próxima entrega con Toy Story 2.