Toy Story habla con franqueza a los que la ven, entendiendo el proceso de formación de un niño, exaltando en lo que se convertirá y celebrando la imaginación y la creación como objetivos primordiales de la vida misma.
Es Toy Story(1995)en toda su sencillez una gran metáfora de la vida, la realidad y las fantasías. Se intercalan los dos sueños recurrentes de la niñez estadounidense por excelencia, el Wild West indómito del que Woody es un sobreviviente, y la era espacial representada por Buzz Lightyear (algo tendrá que ver Buzz Aldrin en ese nombre).
Al principio uno suplanta al otro, como en una necesaria transición entre el pasado y el futuro (parece una lección para la casa Disney en sí misma), y en medio del enredo quijotesco en el que el soñador debe finalmente despertar, se traslada toda una filosofía de vida a términos de gran sencillez. Cuando Buzz insiste en ser un guardián del espacio todo a su alrededor conspira para engañarle y hacerle creer toda su ficción.
Si se valora el discurso tras de Toy Story se captará además la intencionalidad de John Lasseter y su grupo de expresar una nueva opción al vetusto dogma disneylaniano, que sale ampliamente de la inmovilidad discursiva de los anteriores trabajos de la casa Disney, de la infancia como el último edén.
Es el aguafiestas Woody (ese prágmata adorable que sabe precisamente que cuando el semáforo marca rojo es mejor no pasar), lleno de defectos y cualidades humanas, quien lo insta a despertar, quizás porque se trata de lo práctico y lo necesario, el captar la realidad sin la carga de que ello destruirá la fantasía. No puede evitar verse en el enredo y la comedia situacional impagable tanto un llamado a conciliar la linda fantasía dentro de sus límites y comenzar a valorar la excepcional, aunque en apariencia, aburrida existencia real.
Si se valora el discurso tras de Toy Story se captará además la intencionalidad de John Lasseter y su grupo de expresar una nueva opción al vetusto dogma disneylaniano, que sale ampliamente de la inmovilidad discursiva de los anteriores trabajos de la casa Disney, de la infancia como el último edén. Es decir, en muchos sentidos la vida que vivirá Andy cuando deje la niñez es tan emocionante como aquella fantasía de la cual no se quiere desprender Buzz, la que hace la delicia del niño. Y así, darnos cuenta de que en la vida no somos más que juguetes de fuerzas superiores, e independientes de nosotros, es un paso esencial para la formación, es saber que no podemos volar y que hay leyes básicas contra las que el ser humano nada puede hacer, más que aceptarlas.
Y que a pesar de ello vale la pena seguir existiendo dentro de esa mencionada finitud del ser humano. Es un mensaje directo, suministrado con pedagogía, estilo, humor y entrañable imaginación a las nuevas generaciones de niños. En tal modo, Toy Story habla con franqueza a los que la ven, entendiendo el proceso de formación de un niño, exaltando en lo que se convertirá y celebrando la imaginación y la creación como objetivos primordiales de la vida misma. ®