En una mañana el jeep militar retirado iza su bandera de Estados Unidos con solemnidad. Al lado, la combi jipiosa pone a Jimi Hendrix y su intro del himno estadunidense. El jeep conservador protesta y la combi le contesta: “Respeta a los clásicos, maestro”.
Es sólo una viñeta en Cars (2006) que pasa tan rápido que probablemente algunos no la hayan advertido. Y quizá es el tema medular de la tercer película de Pixar con John Lasseter en el sillón de director. Es sólo que en el afán de querer aportar algo Pixar había sido la combi jipiosa hasta ese entonces, ¿por qué sacar una película en la que Pixar es el jeep militar retirado?
Cuando Lasseter, Andrew Stanton, Pete Docter y Joe Ranft hicieron Toy Story su consigna era hacer una película que no fuera un cuento de hadas. Para ello desterraron a los personajes que se pusieran a cantar, desterraron al villano malévolo, y sobre todo rehusaron hacer una moraleja disfrazada, demostrando un entendimiento soberbio de la infancia con ello.
Para ello olvidaron la cuestión moral de tener que educar a los niños, y libres volaron con gran genialidad. De hecho, Woody era tan antipático en los primeros conceptos que en verdad se veía lo perdido que estaba el grupo si dejaban que la ideología de la casa Disney dominara el proyecto.
Lo que ocurrió es que, como cuenta Lasseter, llegó un momento en que los mencionados creadores se retiraron, platicaron y decidieron hacer el filme que querían y no el que les pedían y todos los ejecutivos querían. El resultado fue Toy Story, un hito, un acontecimiento generacional, un portento de la audacia y la imaginación.
¿Por qué en Cars parece que el viejo Lasseter añora tanto lo idílico del Disney viejo que en un principio quiso enterrar?
Es todo ese problema de Radiator Springs, que queda olvidado gracias a la necesidad de una carretera rápida. Y así queda olvidado el lugar tan cálido y amable que es ese pueblo, la otredad, y el simple disfrute de las cosas y momentos ante la rápida vida moderna.
O como dice el crítico del Chicago Sun Times, Roger Ebert, “Esencialmente nos dicen que el pasado era mejor que el presente”. El discurso de un hombre en el fondo muy conservador de la edad de Lasseter, esta vez puesto en el filme de una forma alevosa y manipuladora.
Y así la idea del Estados Unidos más inocente vuelve, aquel que Disney defiende desde su tradición y que pretende ocultar lo que hay fuera de esa construcción mítica, cosa que Pixar nunca había hecho en sus filmes.
Al ver Cars no nos sorprende que Lasseter sea un fenómeno que aún conserva los juguetes de su infancia en su oficina, alguien que seguramente llevaría a Woody a la universidad (pero nos adelantamos, ya hablaremos de esto).
Cars es, en ese sentido, un descenso considerable en cuanto a la estructura e innovación que proyectaba The Incredibles. Es decir, la animación y la historia vuelve a ser divertida, con muestras de verdadera genialidad.
La fórmula Pixar de hacer significativos a los actores de reparto sigue siendo magistral, incluso su parodia a Jay Leno (Jay Limo) y al entonces recién nombrado gobernador de California, Arnold Schwarzenegger (Sven, The Gobernator), y hacia el final del filme la parodia a las otras películas de Pixar dirigidas por Lasseter, incluyendo el inolvidable “You are a toycar!!!!”, en honor a Toy Story.
Cars es deliberadamente la primera crisis de creatividad que ha atravesado Pixar, y tal falta no está en que haya fallado en entregar un cosmos vibrante, creativo y que nos importe (y un humor que está a años luz de sus competidores), es en el hecho de que Lasseter comenzaba a volverse el dictador que el mismo John quería destituir con Toy Story.
Pero hay un momento en que Lasseter olvida el principio de Pixar, crear una obra que apelaba a la asimilación de su audiencia, sin ponerles una doctrina, una idea preconcebida que debían aceptar sólo porque ahí estaba. Ese es el gran error de Cars, Lasseter diciéndonos que se debería regresar a la época dorada en que las cosas eran más inocentes e ingenuas. Radiator Springs, la escena en que a ritmo de la “Sh-Boom” de The Chords se muestra a los carros disfrutando el momento, en medio de las luces de neón y toda la imaginería de los cincuenta, una década conocida por ser una gran mentira para la sociedad estadunidense. Con Lasseter el dicho de que el rebelde es el sujeto más conservador toma un especial relieve. Toda esa subversión inicial del gran John sólo parecía ser una forma distinta de buscar regresar a los Estados Unidos que son verdad sólo en el parque temático de Disney. La misma sociedad tan prístina y bien parecida, pero en el fondo opresora, unidimensional e hipócrita ante la que se rebeló James Dean.
Es como si Lasseter en el principio pareciera el rebelde que, una vez que se alza sobre su condición, se convierte en un nuevo rey, es decir, termina siendo lo que criticó. En conceptos Cars es sólo un reabordaje más textual de lo que nos insinúa Toy Story 2. Pero en la mencionada todo llegaba a nosotros como el sentir de un juguete, la acción era la vida de Jessie, la muerte de la niñez, y el tema era sutil, emotivo, viajaba libre a través de nosotros, porque no estábamos obligados a aceptarlo, ahí estaba, y reparábamos en él porque nos conmovía.
En Cars la misma idea del pasado como un mundo menos complejo y más aceptable es como decir que en ese pasado los niños todavía soñaban, siendo que Pixar había demostrado que los niños podían volver a soñar y a imaginar, proyectándose directamente hacia el futuro, teniendo en cuenta el pasado, claro, pero viviendo su época, y disfrutando lo que le había tocado a cada quien, sin tener que “revalorar”, las historias manipuladas de los Hermanos Grimm o cualquier otra gran obra del genio humano.
En Cars el pasado es el lugar ideal que la modernidad destruye (el gran mito de que la época anterior siempre fue mejor, y casualmente la época que tocó a la infancia de Lasseter), y de ese modo Cars es tan manipuladora como Ice Age o cualquier otra película inferior para niños, dedicada a educar y adoctrinar a los más pequeños, llevándolos al conformismo y a la inmovilidad social en sí misma, pues ni siquiera la historia es para que la descifren ellos, ya está predigerida para que ni se molesten.
Porque si el discurso de Lightning McQueen ignorando el primer lugar (claro, el estadounidense renegando del triunfalismo que sostiene esa sociedad parece un chiste), para socorrer al tres veces campeón The King, es como una admisión de lo malo que era el engreído McQueen al desechar el pasado y preferir la velocidad y el acelere, la vida al momento.
Suena hueco, porque parece el abuelo Lasseter predicando: es el final que esperamos de la historia enaltecedora, no porque allá lleve la trama después de los nudos, sino porque así debe ser, con ese idílico asunto de la modernidad revalorando el pasado.
Cars es deliberadamente la primera crisis de creatividad que ha atravesado Pixar, y tal falta no está en que haya fallado en entregar un cosmos vibrante, creativo y que nos importe (y un humor que está a años luz de sus competidores), es en el hecho de que Lasseter comenzaba a volverse el dictador que el mismo John quería destituir con Toy Story.
El mayor acierto de John a partir de Cars fue haber entendido que la magia de su compañía está en que su concepción y creatividad, su forma de trabajar, difiere enormemente de la insensatez empresarial de la casa Disney, de su doble moral y su conservadurismo.
El temor de Lasseter en convertirse en un nuevo Walt Disney, pujante y revolucionario en sus comienzos, y luego un simple empresario sin interés en la evolución y sin interés en la niñez que fundamentó su vida al comienzo, llevó a Lasseter a permanecer a partir de entonces como productor ejecutivo en el resto de los proyectos que trabajaba la compañía californiana.
John captó su error, curó al herido, y hasta el momento éste ha gozado de estupenda salud. Era hora para otro bocado de arte, era hora de llamar al visionario Bird otra vez. Y Bird respondió impecablemente. ®
—Y venga a este sitio por un plato Ratatouille próximamente.