Una película animada producida por Disney, pero hablada en francés, protagonizada por una rata, dedicada al arte y la cocina, parecía la receta para un fracaso taquillero. Sin embargo, no fue el caso de Ratatouille. ¿Por qué?
Elija hablar francés en su cinta para que la mayoría del público estadounidense se aleje de la sala cinematográfica (y luego abandone esa intención porque automáticamente está elaborando una receta para el fracaso, y Disney, por muy genio que usted sea, no le permitirá dispararse en el pie de esa manera). Si el tono pedante de los ingleses le molesta al común de los estadounidenses, el idioma francés es prácticamente un cúmulo de sonidos non gratos para ese público masivo.
Luego escoja a un personaje tan impopular y repelente como una rata para estelarizar su película. Después cuente una historia en la que al final unas ratas cocinan para que, automáticamente, muchas personas no quieran volver a ver esa película tan sólo por esa secuencia.
Y coronando tales pretensiones, ponga en el centro del pastel la noción del arte, la idea del talentoso ser incomprendido que trasciende su origen humilde gracias a su talento y cómo todo parece estar en su contra solamente porque esa rata decide caminar en dos patas y no ver el mundo como se supone que debería de verlo.
Posteriormente, esa misma rata mojada y desahuciada emerge desde la cloaca hasta las azoteas de París en una de las secuencias más impactantes de la historia de la animación. Y si hablamos de secuencias impactantes, la que se lleva el premio es esa batalla de Remy por salir de la cocina. Es una película que versa sobre la gestación de lo artísticoy llega a un nivel que en verdad hace palidecer a los competidores.
Vaya película
Lo extraordinario es que un platillo como éste en manos de otro pudo ser el mayor fracaso de la historia del cine animado. Pero Brad Bird y los virtuosos de la animación por computadora de Pixar obraron para convertirla en su filme más subversivo, más ampuloso, una auténtica demostración de que el medio merecía a creadores auténticos y que el hecho de dirigirse al gran público no quiere decir que haga atado a los mismos estereotipos de las películas que generalmente consume esa audiencia.
Piénsese en Remy comiendo queso y la figura que a su lado ilustra el sabor. Luego da una mordida a una fresa y surge otro color. Luego la rata combina los sabores y el resultado es música. Vaya genialidad para demostrar el proceso de creación, el respeto por innovar, el garbo con el que el que tiene un don puede, efectivamente, si no cambiar al mundo, cambiar un mundo.
Todo en Ratatouille, brillante comedia romántica, nos sugiere algo más, y luego de que la película termina evocando el saborcito del París bohemio de las postales, el espectador no se siente insultado, pues en el transcurso de este auténtico plato de creación ha entendido el significado del arte.
Luego está Emile su hermano, que no logra llegar a ese nivel, de captar el sabor, pero eso no lo detiene para ser encantador y un gran hermano. O Linguini, que no sabe cocinar, pero como mesero y patinador es absolutamente un artista. De verdad que Brad Bird y Pixar nos entregaron con Ratatouille [2007] el mejor ejemplo de que la animación y cualquier medio puede trascenderse a sí mismo, que se puede hacer creando estilo, a través de la imagen, desgastando y burlándose de los clichés turísticos de Francia y aun así ofreciendo una historia con un final feliz, un auténtico dulce en los labios cuando ha terminado.
Lalo el sousier es un inmigrante que fue un acróbata de circo; Horst el sous chef estuvo preso, aunque nunca se sabe por qué; Pompidou, chef de partie, tiene prohibida la entrada en los casinos de Las Vegas y Monte Carlo y Larousse armaba a la resistencia francesa, y cuando entra a la despensa se nota sospechoso, como si todavía siguiera en los mismos malos pasos, pero no nos enteramos y ese guiño es tan docto y metódico que automáticamente somos engullidos hacia los esbozos de la historia de todos estos personajes.
“Somos artistas, piratas, más que cocineros”, dice Collette a Linguini.
Todo en Ratatouille, brillante comedia romántica, nos sugiere algo más, y luego de que la película termina evocando el saborcito del París bohemio de las postales, el espectador no se siente insultado, pues en el transcurso de este auténtico plato de creación ha entendido el significado del arte, y cuando los créditos corren por la pantalla con un estilo caricaturesco impecable, un estilo en sí mismo, con la música de Michael Giacchino, se puede entender por qué de cualquier calle hacinada y olvidada puede surgir el próximo Rembrandt.
Una lección sobre lo que es el arte, por medio del arte, eso es Ratatouille —nada menos. ®