La gran selfie cultural

Mexiquito forever

Como México no hay dos, dice el conocido dicho, y posiblemente sea cierto. Nadie hace tantos desfiguros en el extranjero y en la propia casa, por cualquier motivo. ¿Es México un adolescente viejo que canta y llora en medio de una noche violenta y ominosa?

Fotografía de AlKarakhboy, tomada de Reddit.

De pie en el umbral, en duermevela, ni aquí ni allá y nada más de viaje, que te dé un brote momentáneo —de inspiración o de locura—: así le llaman al estado liminal, entre lo que ya fue y lo que ha de venir. Incluso un momentum de ebullición prometedora es más o menos lo que se sentiría en este modo de país si no estuviera sitiado hasta los dientes por los braquets de la adolescencia ¿tardía?, ¡qué va!, perpetua. Foreverland.

No se omita que tiene su lado simpático, siempre reclama de orgulloso cuño la jovialidad en el extranjero, muy nuestra; se apropia de las puntadas festivas de los visitantes nacionales en el Mundial, por ejemplo, y las hace virales con sombrero y espuelas zapateando, aunque nunca falte la pena ajena de los amarguetas, por preciarse de buen gusto, mucha moral o amplias miras idiosincráticas, que se deslindan de todo atributo desdichado: culpa de Pedro Infante o del futbol, según.

La estela de los goles definitorios, nonatos, se arrastra como capa caída por los callejones de la frustración sin salida, ay. El tiro se atasca en el tiempo, en un recodo invisible, interminable. Y, de coraje, hay que tundir al campeón, restarle méritos al cono sur albiceleste, declarar mano negra, porque no concebimos nada sin ella. Estamos hablando de aqueste continente; si hubiera ganado el equipo allende el mar, otro gallo habría cantado, el gallo galo, y ya estaríamos entonando en marsellés, bien apuntados, echando porras vestidos de charros, cómo no. De pronto ya es Navidad, se apaga el desierto y ya hay foquitos de colores tropicales, de volada, cambio de tema.

El tiro se atasca en el tiempo, en un recodo invisible, interminable. Y, de coraje, hay que tundir al campeón, restarle méritos al cono sur albiceleste, declarar mano negra, porque no concebimos nada sin ella. Estamos hablando de aqueste continente; si hubiera ganado el equipo allende el mar, otro gallo habría cantado, el gallo galo, y ya estaríamos entonando en marsellés, bien apuntados, echando porras vestidos de charros, cómo no.

Pero la sensación pervive así respecto a casi todo en estos lares. Digamos que le hubieras apostado a un proyecto de gobierno, tal vez, y te parece que te has emborrachado y te vas de lado, querido amigo, de sentón hasta la banca, al rincón de los castigados. En el umbral de la transición te dan portazo, y es que te comen las ansias, y no llegas al momento del ensueño delicioso entre la dura vigilia que era y el descanso que habías de conciliar, sino al chasco de abrir nocturnos los ojos como platos, de súbito, y toparte igual de pronto con el miasma del insomnio, el anticlímax eterno… adolescente. Ya quieres que te devuelvan las entradas, ¿qué no se supone que el show de la alternancia tiene su función, aunque sea ñoña y exaspere?, aunque fuera un truco que, a falta de alianza para ganarle la silla al dinosaurio, probablemente ya habías practicado en el 2000.

Ahora la cosa se ha puesto más dicótoma si es que puede: o te adhieres tan sin miedo al privilegio y echas del barco al descastado, para no hundirte con su peso en plomo, o al revés: te avienes a lo que hay y lo abanderas con furor irracional, para encontrar, paradójicamente, algún sentido. Y si traes el estigma de un desposeído hasta le atoras a la violencia crónica y letal, y ya está, juras que vas a hacerte rico narcoteando, vives frenético, bestial, sirves de chivo como autor de los balazos materiales a otro pobre diablo que se ha pasado de tueste criticando desde la Redacción. Y ya habiendo entrado en los gastos de rigor, señorita, todavía cabe su obituario en la cuneta: así se cubra las piernas, evite la noche y esa inminencia de peligro, el rastro de su cuerpo muerto se esfuma bajo presión, en viaje exprés. Sigue la mata dando, forever and ever?

Dado que pasar de fase no se logra todavía, por ahora cierta franja de la población se contenta con presumir estatus, a veces de acuerdo con la marca de la bolsa, el teléfono o el número de visitas al doctor y su clase de seguro, porque el aval médico parece hablar por sí solo, pero equivale, quizá, a los precios de los conciertos pop, dado que reafirman tu poder de consumo y a la vez te restriegan la falacia en tu estado de cuenta por un rato.

Más o menos por ahí va la tirada de los escritores acomodados de alguna forma en nuestros días —y de los soñadores también—, que obtienen la aprobación general si les adaptan a guion un libro. Ahora se ha empequeñecido la pantalla del glamour, que solía ser más grande con el cine, pero, como el papel que fungieron las cuentas de vidrio en su momento, el brillito del producto consumible y pagador deslumbra más que la ganancia implícita en la creación, que muchas veces no tiene nada que ver con abrir una ventana desde la realidad imperfecta en busca de una perfección enmarcada por el artificio ni con un espejo que tan sólo refleje artísticamente la completud del mundo, qué va. Es más fácil andar por ahí de la mano con la añeja televisión que antes todos criticaban, por tener en sus manos la decisión de un mínimo de calidad y elegir conscientemente no ejercerla. Hasta los programas educacionales se van haciendo al vapor: radio, tele, todo a la velocidad y exigencia de los tiempos. Pero no hay que descartar la mera falta de rigor —y siempre es una razón probable la impericia y sus carencias— o quizá la impudicia del maquinazo: cuando los escritores no saben o no tienen la bondad de cocinar a fuego lento por la noche lo que apenas marinaron por la mañana, o de plano ya redactan de una vez como precalentando el horno del cine: enlistan información ejecutable, cambian las claves del lenguaje con urgencia, en flagrante delusión.

Cada quién lleva agua para su molino de gloria en la gran selfie cultural, mirándose el ombligo como niño, aquí y allá se padece el delirio del elegido, y como tal, cada quien se queja de la actual merma de prebendas, como si un ser de ésos, verdaderamente dotado o devoto, las requiriera; según las películas y los relatos antiguos, más bien ha de superar muchas pruebas para acrisolar el carácter, y el premio no suele ser un atracón vitalicio. ¿Qué sería de Mexiquito lindo sin tanta subvención de beneficio personal? Seguro se le iría ya dando de alta en la ortodoncia, con algo más de autonomía y criterio, menos adolecer y mayor estímulo, más genuino.

Qué más da la educación de antaño en letra manuscrita para propiciar sinapsis. A la par del sexenio anterior, en éste tampoco hay mucho que hacer en, al menos, ciertas zonas de la SEP, donde a la directiva en turno le convence mucho más la idea de mantener la salud sentimental de los trabajadores, y en modalidad obligatoria les indica llenar las horas muertas de la oficina con adornos navideños, llamando a concurso.

¿Y hablando de elegidos, qué cara pondría Neo, o acaso una vieja pedagoga, si supiera que ahora lo real le importa un bledo al universo adolescente versus la simulación virtual? Le da lo mismo si es verdadero o no, significativo o no, mientras funcione y le cumpla la matrix. Qué más da la educación de antaño en letra manuscrita para propiciar sinapsis. A la par del sexenio anterior, en éste tampoco hay mucho que hacer en, al menos, ciertas zonas de la SEP, donde a la directiva en turno le convence mucho más la idea de mantener la salud sentimental de los trabajadores, y en modalidad obligatoria les indica llenar las horas muertas de la oficina con adornos navideños, llamando a concurso. ¿Alguien sabrá cuál es el plan educativo, la estrategia? Que no se confunda con la misión ni la visión empresarial, que no son sinónimos —y la iniciativa privada tampoco se puede jactar de suficientes empleados que los sepan distinguir.

No recuerdo por qué escribí días antes “gallardía, solvencia, personalidad” como una nota en mi hoja de Word para este comentario; lo de gallardía me suena cursi, algo como de los tres mosqueteros, se oye demodé y sospecho que remite a gallo galo, pero tampoco son sinónimos, y en cualquier caso da igual de dónde vengan —creo que se los oí a cierto comentarista deportivo en un partido—. A lo mejor los puse sólo porque Athos, Porthos y Aramís siempre me cayeron bien y me gusta cerrar con sus bigotes, que si bien son remilgados, desde cuándo que ya no son de leche. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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