Ya es evidente que el discurso contra la corrupción que lo llevó al poder se refiere a la de sus adversarios y no a la propia, a la de su círculo cada vez más cercano.
Contra lo que dicen sus más acérrimos adversarios, el presidente Andrés Manuel López Obrador no está loco ni es un idiota. No hubiera hecho lo que hizo ni llegado hasta donde llegó si así lo fuera.
Es un político astuto, embaucador, embustero. Con una ambición de poder descomunal, de veras inmensa. Narcisista a grados patológicos. El problema es que ese coctel viene aderezado con una menos que mediocre preparación académica, por decirlo muy suavemente. Aquel que sabe poco y mal es peor que el que no sabe nada. No es infrecuente que el ignorante sepa que no sabe. No es el caso del presidente. Ignora que es ignorante. Pero el ‘genio’ que tiene es hacer virtud de su necesidad. Es un genio de la simplificación, casi como copy–writer de agencia de publicidad. Frases cortas, pegadoras, populares, que a fenómenos complejos da soluciones sencillas… y erradas.
También hay que reconocer que, paradójicamente, López Obrador posee un profundo conocimiento empírico de la realpolitik mexicana, desde mero abajo hasta la cumbre. Sabe que el entramado político–social mexicano tiene pies de barro, que siempre los ha tenido. Que es más apariencia que esencia, que así lo ha sido siempre.
Es intermitente en nuestra historia que estructuras políticas aparentemente sólidas cayeron con un soplido: Cortés y seiscientos españoles desarrapados tiraron la temible Triple Alianza mexica. Hidalgo y una turba de desastrados voltearon patas arriba durante seis meses a la joya de la corona del imperio español, el tres veces centenario y opulento Virreinato de la Nueva España. Madero y su gavilla de espiritistas, chupatintas, gambusinos y abigeos en seis meses finiquitaron la dictadura del político más poderoso del México independiente, y mandaron al exilio a Porfirio Díaz, el vencedor de los franceses y torvo domador por treinta años del levantisco ‘tigre’ mexicano.
Así es México, así somos. El país siempre anda en el lomo de un venado, como dicen en mi rancho.
Repetirá ad nauseam en las mañaneras que todo lo que le salga mal es ocasionado por la corrupción contra la que lucha sin tregua. Que combate contra sus adversarios, los conservadores de la mafia del poder, que tienen la culpa de todo lo culpable. Que la peor caída del PIB en un siglo es por el cochinero que recibieron, y así… tiene pretextos para todo y no es responsable de absolutamente nada.
López Obrador siempre lo ha sabido y con el poder de su tartajeante verbo y en un peregrinaje de años fue convenciendo primero a la gente harta de la ineficacia y los latrocinios, y luego a la serie de caciques que en realidad se reparten el poder en todo el territorio nacional desde los tiempos de los altépetls mexicas, y por fin llegó al poder en el 2018.
Pero está acabando, y acabará si no lo detienen, con el México posterior a la Revolución que conocemos. Y lo que instaurará —desgraciadamente y con total seguridad— no será mejor, debido a su ignorancia e ineptitud más que evidentes.
Su principal arma para llegar al poder, repito, es su inmensa capacidad de simplificar en una frase pegadora una solución sencilla y errada. Ese es su súperpoder. Y lo seguirá usando. Su gestión de menos de dos años ha sido desastrosa en grados descomunales. Seguirá aplicando, seguirán aplicando sus corifeos, ese súperpoder para explicar su rampante fracaso con frases y conceptos sencillos, mentirosos y llegadores. Dirán sus adláteres que dos años son pocos para arreglar ochenta, que la crisis es por el desastre heredado, que la pandemia se agravó por los gansitos y los refrescos, que el desastre del sistema de salud es por la corrupción anterior. Repetirá ad nauseam en las mañaneras que todo lo que le salga mal es ocasionado por la corrupción contra la que lucha sin tregua. Que combate contra sus adversarios, los conservadores de la mafia del poder, que tienen la culpa de todo lo culpable. Que la peor caída del PIB en un siglo es por el cochinero que recibieron, y así… tiene pretextos para todo y no es responsable de absolutamente nada.
Entre sus falencias destaca sobremanera su pasmosa incapacidad para el manejo de números y de las operaciones aritméticas más sencillas, ya no digamos estadísticas y prospectiva financiera.
Imposible dejar de mencionar que a las matinales mistificaciones cotidianas añade sus arteros e inadmisibles ataques a sus críticos, amplificados explosivamente con injurias y amenazas por hordas de trolls a su servicio en las ‘benditas’ redes sociales. ¿Quién iba a imaginar este brutal retroceso en la libertad de expresión? Vamos al desastre si no nos unimos y hacemos algo al respecto.
Un apunte importante. Es claro que no podemos volver exactamente a lo anterior. El presidente pudo descoyuntar toda la estructura política nacional porque había mucho de podrido. Que esto sirva de catarsis y de amargo remedio. Para eliminar y cortar lo purulento y rescatar lo salvable, que hay muchas instituciones públicas rescatables.
Ya es evidente que el discurso contra la corrupción que lo llevó al poder se refiere a la de sus adversarios y no a la propia, a la de su círculo cada vez más cercano. Sus hijos se dan vida de magnates y no se molestan en ocultarlo. Por cierto, el estáte–quieto que le pusieron con el video de su hermano recibiendo sobres de billetes lo dejó mudo y paró en seco su estrepitosa campaña de la cantata del barítono Lozoya. Luego la acusación de que su cuñada se vio envuelta en un desfalco de 200 millones en la propia Macuspana es todo un símbolo.
Aunque el sistema político–partidista esté devastado —y a tono con la situación nacional— es urgente que la sociedad mexicana aproveche la oportunidad en las elecciones del 2021 de paliar un poco los estragos del huracán Andrés y quitarle el control total que tiene de la cámara de diputados, y que se lleve las menos gubernaturas posibles.
Ominosamente, declaró a La Jornada el lunes 7 de septiembre: “Yo termino, si así lo decide la gente, en 2024”. “Si así lo decide la gente”, mira tú. En el 2021 la ciudadanía tiene que ponerle un límite de manera muy clara. Nos va la democracia y la libertad en México si es que de veras nos importan. ®