La Iglesia y las mujeres en la historia

Rosa María Alabrús, Las mujeres en el discurso eclesiástico

¿Estuvieron las religiosas europeas de los siglos XVI a XVIII sometidas por completo a la jerarquía masculina o disfrutaron, por el contrario, de un margen de autonomía?

No es fácil hablar de la relación ente Iglesia y mujer con todos los matices necesarios. ¿No hallamos ante una institución misógina, que niega cualquier forma de protagonismo femenino? ¿O, tal vez, la religión ha sido, en su contexto y en su lugar, un instrumento de empoderamiento insospechado? Las respuestas no pueden ser, en ningún caso, tajantes. Por suerte, ahora tenemos más instrumentos de juicio gracias al libro que ha coordinado la catedrática Rosa María Alabrús: Las mujeres en el discurso eclesiástico (Sílex, 2021). Los autores y las autoras del volumen, distinguidos historiadores académicos, nos sumergen en la compleja relación del cristianismo con las cuestiones de género en España, Francia, Portugal e Italia, entre los siglos XVI y XVIII.

¿Estuvieron las religiosas de aquella época sometidas por completo a la jerarquía masculina o disfrutaron, por el contrario, de un margen de autonomía? Los confesores, por un lado, controlaban la espiritualidad de las monjas y a veces trataban de romper su voluntad sirviéndose de imposiciones draconianas, penitencias brutales sobre las que no es posible leer sin espanto. Sin embargo, en los conventos no vivían robots sino seres con criterio propio. Las dificultades de más de una madre abadesa para imponer su autoridad testimonian que los recintos religiosos no eran espacios de pasividad sino escenarios con frecuencia efervescentes. Allí habitaban mujeres que no habían podido casarse, por falta de dote, junto a otras que preferían la vida de fe a tener que aguantar un matrimonio desagradable.

Fray Hernando de Talavera así lo da a entender cuando se dirige a la condesa de Benavente: “Non solamente tomó el marido el señorío de vuestro cuerpo, como vos tomastes del suyo”. El que fuera confesor de los Reyes Católicos sugiere así una idea de reciprocidad.

La visión católica tradicional establecía que las esposas debían obedecer a sus maridos, pero, al mismo tiempo, establecía que ese acatamiento debía limitarse a todo lo que no fuera pecado. Los hombres, de esta forma, veían limitado su poder. Además, las dos componentes de un matrimonio debían ser iguales en el terreno de la sexualidad. Fray Hernando de Talavera así lo da a entender cuando se dirige a la condesa de Benavente: “Non solamente tomó el marido el señorío de vuestro cuerpo, como vos tomastes del suyo”. El que fuera confesor de los Reyes Católicos sugiere así una idea de reciprocidad. Otro asunto es que sacara todas las consecuencias pertinentes de este planteamiento teórico. En la cosmovisión de Talavera, la autoridad sigue siendo masculina.

La Iglesia, de diversas formas, proporcionaba a las mujeres una forma para adquirir su propio estatus y disfrutar de reconocimiento social. Lo comprobamos con la aparición de santas que disfrutaron de una veneración generalizada. La jerarquía eclesiástica, no obstante, tendió a desconfiar de las místicas. Pero el hecho es que la condición religiosa se convirtió en una vía para el acceso femenino a la fama y la cultura. No resultaba fácil, en aquellos tiempos, disfrutar del universo de los libros. La idea era generar unos conocimientos que después se irradiaran en el ámbito comunitario. Según Talavera, las monjas más cultas debían contribuir a que las no alfabetizadas accedieran a una doctrina ortodoxa.

No hay que olvidar tampoco la existencia de textos más o menos autobiográficos que redactaron diversas monjas. Tales documentos nos permiten conocer su trasfondo emocional, como sucede con la correspondencia entre Hipólita de Rocabertí y Raimundo Samsó, su confesor. También debemos considerar el protagonismo de las mujeres en el terreno de la beneficencia, como nos descubre María Asunción Villalba en su estudio sobre Vicente de Paul, el famoso santo francés, y el asistencialismo femenino del siglo XVII. El socorro a los pobres hizo posible la reunión de damas convencidas de que la caridad era “la marca infalible de los verdaderos hijos de Dios”.

Se crearon así instituciones interclasistas en las que encontramos a las aristócratas junto a las procedentes de una extracción social menos encumbrada. Para desarrollar su actividad, contaban con modelos de conducta femeninos que habían superado en mérito a cualquier referencia masculina. Vicente de Paul insistió, una y otra vez, en inculcar a sus seguidoras que estaban llamadas a una gran misión:

Sepan, señoras, que Dios se ha servido de vuestro sexo para realizar las cosas más grandes que se han hecho jamás en el mundo. ¿Qué hombres han hecho alguna vez lo que hizo Judit, lo que hizo Ester, lo que hizo en este reino la doncella de Orleans, lo que hizo santa Genoveva aprovisionando de víveres a París durante un hambre?

Todos estos precedentes, tanto bíblicos como históricos, contribuían a reforzar la autoestima de las mujeres. Se justificaba con este argumento su inserción en un tipo de actividades que muchos creían que debían corresponder solamente a los hombres. Así, este incipiente catolicismo social contribuyó a luchar contra arraigados estereotipos de género.

No dejaron de producirse, mientras tanto, prácticas delincuentes. Como las de ciertos religiosos que utilizaron su situación de privilegio para “solicitar” favores sexuales en la confesión. Vicente Lorente Pérez, en su aportación sobre las monjas Siervas de María, destaca las denuncias contra este tipo de abusos. La Iglesia, en estos casos, escuchó a las víctimas y se preocupó por que se hiciera justicia. El “yo sí te creo” de las actuales manifestaciones feministas parece encontrar así un eco lejano en el siglo XVIII europeo. Lo mismo sucede con determinadas críticas que se realizan en nuestro presente a la prostitución, que inciden en la responsabilidad masculina. ¿Cómo no recordar a esos misioneros que, al entrar en los burdeles públicos, arremetían contra los hombres que allí encontraban?

Por supuesto que es fácil detectar, en la trayectoria del catolicismo, prácticas misóginas. Pero ésa no es toda la historia. En palabras de Marina Caffiero, el pasado muestra cómo la cuestión del poder “no puede reducirse en lo que respecta a las mujeres a la relación asimétrica entre los sexos únicamente, a través de la dominación u opresión”. La esfera religiosa, según esta historiadora, se enmarca, ciertamente, dentro de unas estructuras patriarcales, aunque no por eso deja de existir un protagonismo por parte de unas mujeres que se configuran como sujetos autónomos. Pensemos, sin ir más lejos, en la obra de Teresa de Ávila. Aunque las religiosas debían ser obedientes a sus confesores, sus escritos, en la práctica, dan testimonio de la emergencia de “la poderosa emergencia del yo”. ®

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Publicado en: Libros y autores

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