Miss Bala es un galimatías —de buena factura en la fotografía—, y por ello habría sido mejor guardar silencio o ser menos pretencioso. En este momento la simulación y los discursos de victimización —de películas inmaculadas— están rebasados. Se requiere de algo mucho más serio desde todas las áreas, incluso desde el cine.
María Elena está sentada en la sala de su casa. Una vivienda modesta, azul rey en la fachada, en la que no caben tantas fotos de la familia, mayoriteadas por las imágenes de su hija. Laura Zúñiga aparece, todavía en ese momento, reina de la belleza sinaloense. […] “A ella le dicen muchas cosas, que le ponen que ‘Miss Pistolas’, que dejó la corona por las metralletas, pero ¿qué es eso?, ¿quisieran que les dijera lo mismo? Tienen hijos, hermanas. Aunque ella ha sido, como dicen, la mera, mera, la ‘Camelia’, las personas que cometen errores, ante Dios, son quienes más van a pagar, ninguna de las personas le vamos a pagar por ellos.—Javier Valdez Cárdenas, Miss Narco
No es de sorprender que jóvenes progre de discurso contestatario y peinado a la Thom Yorke aplaudan con euforia y al unísono la nueva película de Gerardo Naranjo, Miss Bala (2011). En ella encuentran la zona de confort para guardar silencio frente a la situación que vive el país —aunque lo dicen a bocajarro, eso sí, en las charlas de café o en las tecnofiestas: ¡No más violencia! ¡Fuera el gobierno ilegítimo! ¡Viva la revolución! ¡Viva el MoReNa! Expresiones suficientes para saciar su espíritu de reformadores sociales comprometidos con las causas más caras a una población vapuleada por la injusticia rampante que se vive en México.
En el apabullante ruido mediático del pasado mes patrio mexicano se alcanza a escuchar unas fanfarrias por esta “peli” y los efectos que produce en el corazón de los mexicanos, al grado de mandarla a competir por el Óscar y el Goya. La mirada sensibilísima del gran director de cine que conmueve las fibras patrioteras de casi toda la plantilla de comunicadores, periodistas, críticos de cine y los que se le sumen al viacrucis de un pobre hombre que fue en búsqueda de la voz y el rostro de la ciudadanía silenciada y encontró a una bella muchacha, de carnes firmes y bien acomodadas, devorada por los malditos narcotraficantes (¿Caperucita y el lobo?), a los que incluso —según ha dicho el cineasta— les pagó derecho de piso para poder filmar.
¡Por fin llegó la película que todo México esperaba! Después del nada que celebrar del infernal Bicentenario llega esta historia que revela, contundentemente, toda la verdad sobre la violencia que vivimos en este “México lindo y ¡qué herido!” El caso es revolcarnos en el dolor de la miseria humana que nos toca vivir. Los espectadores salen de la sala con un suspiro entrecortado: ¡Estamos de la chingada! (Moraleja: calladita, ciudadanía, te ves más bonita y luces más apetecible para comerte y luego vomitarte).
La mirada sensibilísima del gran director de cine que conmueve las fibras patrioteras de casi toda la plantilla de comunicadores, periodistas, críticos de cine y los que se le sumen al viacrucis de un pobre hombre que fue en búsqueda de la voz y el rostro de la ciudadanía silenciada y encontró a una bella muchacha, de carnes firmes y bien acomodadas, devorada por los malditos narcotraficantes (¿Caperucita y el lobo?), a los que incluso —según ha dicho el cineasta— les pagó derecho de piso para poder filmar.
No hay nada nuevo en Miss Bala. Por el contrario, es una sucesión de clichés y estereotipos, disfrazados o desvestidos, con la intención de apantallar o abrumar al espectador podrido de mensajes vacíos, contribuyendo negativamente a la discusión sobre lo que vive el país y, por si fuera poco, resolviendo —o resumiendo— de la forma más fácil, superflua y tajante: el problema de la violencia visto desde afuera, desde las notas del periódico, desde la tele-ficción y no desde la realidad o desde la llamada sociedad civil, desde los periodistas que investigan sobre el tema, desde los expertos en violencia de género, desde una visión amplia: la gubernamental, la de los narcotraficantes y, desde luego, la de los ciudadanos agraviados que denuncian abusos a pesar de las consecuencias. Tema complejo y con muchas aristas de por medio para batirlo en una sola vasija.
El trabajo, improvisado y oportunista, de Gerardo Naranjo, que aunque él diga lo contrario en la televisión —la misma a la que el critica en su película, por cierto— es sobre el narcotráfico y no sobre unos simples gatilleros extraterrestes que cayeron por accidente en un país llamado ¿México? Y que uno de esos aliens tiene cara de Juan Diego y que su diosa terrestre apodada “Canelita” se parece mucho a Laura Zúñiga Huízar, Miss Sinaloa, quien fuera detenida en diciembre de 2008 por soldados del Ejército Mexicano y policías preventivos en Zapopan, Jalisco, acompañada y acompañando a siete presuntos operadores y sicarios a las órdenes del Cártel de Juárez. (Véase con detenimiento el póster de la película: un indio mexicano lavando dinero en el cuerpo de una virgencita semidesnuda y violada en toda la extensión de la palabra). Todo eso ¿no es narcotráfico? Pongamos que es violencia en una narcopelícula. O como se quiera, pero es claro que a todas luces Naranjo se valió de la coyuntura para contar una historia de violencia, pero para ello es indispensable conocerla profundamente y no partir de la confusión para llegar a la catarsis mediática y volver a la tierra de nadie.
Las opiniones de los analistas, los intelectuales y de los mismos periodistas es de cierta conmoción; de una empatía general, como la de esos viejos sabios que conceden una caricia de consuelo al pueblo enmudecido por la masacre, sin un hueco para la crítica, porque ha llegado el gran anuncio de un mesías, quien buscó romper, vaya acierto, el prototipo del narcotraficante de sombrero y botas para revelarnos, frente a nuestros ojos, que los delincuentes son como todos: prietos como el color de la tierra, ya que todos somos indios de México. Nada más falso.
En el libro Miss Narco, de Javier Valdez Cárdenas, fundador del semanario sinaloense Ríodoce y quien ha sido seleccionado —el pasado 4 de octubre— entre los cuatro ganadores a los Premios Internacionales a la Libertad de Prensa del Comité para la Protección de Periodistas, ubicado en Nueva York, al referirse a Ángel Orlando García Urquiza, quien fue detenido en diciembre de 2008 junto con su novia, Laura Zúñiga, Miss Sinaloa, explica que en una reunión para una sesión fotográfica en Culiacán, con la pareja, “Algunos amigos los acompañaban, periodistas del mundo de la moda y el espectáculo. Describen a Ángel como un hombre bien parecido, delgado, con formas atléticas, serio y educado. Que hasta parecía extranjero, colombiano o argentino y que además iba bien vestido. Lo confundieron con modelo. Tenía finta de todo, ‘menos de narco’, señaló uno de los fotógrafos que participó en esa sesión” [p. 256]. Miss Bala, aquella que le “encantó” al reportero estrella de Televisa, Carlos Loret de Mola —la película, la película, claro— está basada, ya se ha dicho, en una nota periodística sobre el arresto de la Miss.
El cineasta se habrá preguntado, tal vez entre el jugo de naranja, los huevos rancheros y el café, ¿por qué una mujer tan hermosa decidió relacionarse con un narcotraficante? Imagino al artista tratando de resolver esa complejísima cuestión mirando la televisión y leyendo algunas notas, elaborando viñetas en las que muerde balas y rehace infiernos, llegando a la conclusión de que no era necesario responder tanto porque sólo quería hablar de violencia y por ello se da el permiso de todo en la ficcionalización de la historia real, incluso mostrar escenas tan delicadas como esa en que la Policía Federal golpea a la Miss Baja California hasta hacerla sangrar antes de la conferencia de prensa, en algo que se parece mucho a las presentaciones de presuntos delincuentes por parte de la Secretaría de Seguridad Pública. El director olvida que México ya no vive a puertas cerradas en esta materia, pues las torturas ahora son más sofisticadas o se evitan tras la entrada en vigor, el 18 de agosto de 2003, del Protocolo de Estambul, con el que el Estado mexicano se obliga a cumplir compromisos internacionales con la Organización de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos relacionados con la protección de las personas de la tortura y el maltrato psicológico, pero ya no había tiempo para explicarlo porque la película se acercaba al final. Igual que en El Infierno (2010), de Luis Estrada, en la que para terminar ese desastre de guión habría que armar una patética balacera en la que se destruyera todo posible argumento.
Yo me pregunto, y le pregunto a Gerardo Naranjo, a los analistas, a los periodistas, a los ciudadanos, a todos los que salieron de sus casas para ir al cine (158 mil 088 espectadores a finales de septiembre, según datos de Canacine), ¿en dónde queda en esa historia de violencia el otro lado de la moneda: la participación de la sociedad civil, de los (y las) periodistas que se juegan el pellejo para informar diariamente, de los académicos que estudian la violencia de género; dónde está, incluso, la labor del mismo cineasta filmando esa historia que le inquieta?, ¿en dónde están las organizaciones internacionales que observan lo que pasa en México, dónde están los miles de espectadores que miran esa historia absoluta de un Dios que todo lo ve desde las alturas —escondido tras la cámara—: la realidad que se vive, que se respira y que se enfrenta desde muchos lugares y trincheras?
Miss Bala es una de las más absurdas películas del cine mexicano; aburrida como ficción e insuficiente como documento de coyuntura. La gran película sobre el narcotráfico, lo sigo creyendo, surgirá del ámbito del cine documental, el cual —sin dejar de criticar fuertemente lo que el presidente Felipe Calderón ha llamado “La lucha por la seguridad”— podrá ofrecer elementos para entender lo que acontece en el presente y una referencia documental que forme parte de la narrativa en un par de años. Miss Bala es un galimatías —de buena factura en la fotografía—, y por ello habría sido mejor guardar silencio o ser menos pretencioso. En este momento la simulación y los discursos de victimización —de películas inmaculadas— están rebasados. Se requiere de algo mucho más serio desde todas las áreas, incluso desde el cine. ®