¿Cómo es posible ser marquista y pejista? ¿Cómo se puede ser una cosa sin dejar de ser la otra cuyo símbolo se opone? Si los dos líderes se contradicen ¿alguien puede ser liderado por los dos y sin contradecirse a sí mismo?
En México tenemos tendencia a fabricar héroes por default; conviene bajar el tono.
—Elena Poniatowska.
El “Ejército” Zapatista de Liberación Nacional ha anunciado que competirá en las próximas elecciones presidenciales. Su candidatura, que tendría que realizarse legalmente bajo la figura “independiente”, llevará, dicen los viejos nuevos zapatistas, cara de mujer. La de una mujer indígena, claro. Si efectivamente se presenta esa candidatura no votaré por ella —no por tratarse de indígena o mujer sino por la agenda esencialmente conservadora del señor Marcos, subyacente al sentimiento y la retórica. Pero que exista me parece bien, ningún problema; la participación electoral del EZLN sería una buena noticia. ¿Qué significa realmente lo anunciado? Tres cosas, desde mi perspectiva:
1. Que el EZLN y su líder, el “subcomandante Galeano”, son poco relevantes. Cada vez menos, desde hace no pocos años. Con esta decisión electoral lo que habrían decidido es revertir su irrelevancia —irrelevancia “culturalizada” con la que, además, han terminado por perjudicar a todos los indígenas del país.
2. Que las elecciones —democráticas, en general— y sus procesos normales en México —en particular— sí son relevantes. Procesos imperfectos, problemáticos y tan criticables como quieran quienes quieran, pero relevantes. Y decisivos. El doctor Fukuyama cometió un error pero también el extremo opuesto, lo que regresa al primer punto.
3. Que el proyecto multiculturalista del ex proyecto de guerrilla —el “caracoleado” nacionalismo indígena basado en un absoluto relativismo académico occidental— se abandona en parte, se rebaja o diluye un tanto, como sería imposible que no fuera… Y eso es importante. Aunque no lo reconozcan, caminar en la arena electoral los mete en contradicción, pues las elecciones no son propias de “la cultura indígena” que ven los zapatistas y a cuya conservación formalizada se dedican; también los hace similares a los partidos políticos, parecidos y no iguales, pues los políticos de todos los partidos instrumentalizan la elección: que los liderados por el ex subcomandante Marcos no busquen el poder del Estado no significa que no vayan a usar o intentar usar el proceso electoral como instrumento para obtener o arrancar del Estado alguna otra forma de poder propio. Su multiculturalismo neoindigenista se modifica, modificado a la baja, porque se cancela, o se suspende, el elemento antielectoral y aun antipolítico. Mejor este nuevo intento que exactamente la misma cosa. Por lo menos… Lo que subrayo son las contradicciones y lo que ellas dicen sobre el zapatismo.
Observar quiénes votan por el EZLN. ¿Todos los indígenas? ¿Todos? ¿De veras? ¿Cuáles sí y cuáles no? ¿Cuántos? ¿Por qué? La votación que obtuvieran los zapatistas nos daría mucha información, valiosa información, sobre su otra realidad social, es decir, su presencia dentro del país como una sola sociedad, y sobre los mexicanos que son indígenas.
Hay algo más de gran interés: observar quiénes votan por el EZLN. ¿Todos los indígenas? ¿Todos? ¿De veras? ¿Cuáles sí y cuáles no? ¿Cuántos? ¿Por qué? La votación que obtuvieran los zapatistas nos daría mucha información, valiosa información, sobre su otra realidad social, es decir, su presencia dentro del país como una sola sociedad, y sobre los mexicanos que son indígenas. Pero no sólo: sería igualmente interesante ver qué hacen algunos de los simpatizantes de López Obrador. “Votar por el Peje”, alguien se apurará a suponer. Pero el mundo del izquierdismo mexicano es raro, muy raro, autocomplicado, tortuoso, difícil, abigarrado. Hay quienes sienten o dicen sentir simpatía por López Obrador pero también por… Marcos. O que “prefieren” a los dos. Héroes por default… No les importa que el neozapatista critique desde hace años al dueño de Morena, al que incluso ha llamado “bribón”, y tampoco que el candidato presidencial profesional descalifique el juego electoral del guerrillero efímero.
Es verdad: hay quienes siguen y defienden, a un tiempo y sin duda alguna, tanto al “sub” Marcos como al “super” Peje. El famoso Juan Villoro fue uno de esos curiosos individuos —aunque parece que ya no.1 Elenita Poniatowska sigue siendo una de las celebridades de ese grupo (la Poniatowska estándar, la dizque abuela democrática de México, no la contradictoria sorpresa del epígrafe). Y cualquiera que conozca las universidades públicas de este país conoce por lo mismo a muchos mexicanos que son así. El cuestionamiento es necesario. ¿Cómo es posible ser marquista y pejista? ¿Cómo se puede ser una cosa sin dejar de ser la otra cuyo símbolo se opone? Si los dos líderes se contradicen ¿alguien puede ser liderado por los dos y sin contradecirse a sí mismo? Acaso, frente al 2018, las preguntas sean más necesarias y pertinentes que nunca. Si siempre hubo contradicción, entre los líderes y dentro de sus seguidores simultáneos, la contradicción sólo crece, y sólo podría crecer. ¿Qué harán esos contradictorios ciudadanos? ¿Por quién votarán? ¿Por López Obrador o por la candidata indigenista? ¿Cuántos votos restará Marcos a Morena? ¿O cuántos Andrés Manuel al EZ?
¿Y cuál es la ética de la posición marcopejista o pejemarquista? ¿Qué consistencia intelectual puede tener? ¿Dónde guardará la coherencia? ¿Cuáles son su textura, significado y valor históricos? Importa saber.
Recuerdo el buen humor del buen Marcos Winocur: “Confío en que no por puntualizar críticamente se me excluya de la izquierda…» ®
Notas
1. Complemento: “La casa pierde”, crítica de Rogelio Villarreal a Juan Villoro publicada el pasado abril en esta misma revista.