La Joya

Una cueva en el estado de Guerrero

El costo por ingresar al país de las maravillas implica monstruos, peligros y frío. Pero para algunos vale la pena. A continuación una crónica de uno de tantos paraísos olvidados, descuidados, que resguarda nuestro país.

Este texto está dedicado a la Asociación de Montañismo de la UNAM. Con amor y respeto

Ascenso La Joya © David Cilia

Hay un acceso al país de las maravillas en Guerrero, cerca de Taxco. La Joya empieza como un hoyo en la tierra, anunciado por un considerable descenso en la temperatura. Del calor agobiante en la superficie se pasa a un frescor que podría ser gratificante si no estuviera repleto de mosquitos e insectos.

Ése es el primer indicio de que el ser humano no fue creado para caminar estos mundos. Pero no es el único. A diferencia de Alicia, el humano promedio debe equiparse: casco, arnés, cabos de seguridad, estribo, mosquetones, ascensores (llamados puño y croll) y descensores (marimba), rompevientos, provisiones. Pero sobre todo lámparas. Como en cualquier historia de aventuras, sin luz, sin su Earendil, el protagonista no pueda regresar a su hogar y quedará atrapado en una tierra hostil, en la hermosa y temible Faërie que describe JRR Tolkien.

A lo largo de las décadas, a La Joya ha bajado un número indeterminado de espeleístas y montañistas mexicanos, que quizá ascienda a millares. Montañistas expertos e inexpertos han tenido una probadita de las magias del país de las maravillas: un túnel serpenteante e interminable que muestra en techos y paredes formas fantásticas e imposiblemente bellas; estalactitas y estalagmitas, cortinas y pipas de piedra, animales y personajes que observan desde las paredes. Podrán conocer el llamado “Paso del Cocodrilo”, un sifón en el que deben sumergirse en agua achocolatada, como un cocodrilo: con apenas los ojos y las aletas de la nariz por encima del agua. Aunque hay ocasiones en que deberán hundirse por completo y sostener la respiración.

La Joya tiene unos tres kilómetros de distancia y 250 metros de desnivel desde el inicio hasta la sima. Además, hay cinco tiros o abismos, el último de sesenta metros; tiene zonas en las que es necesario escalar o desescalar. Es también preferida de muchos porque, si bien demanda cierto esfuerzo físico, no tiene muchas complicaciones de técnica. Una persona sin mucha experiencia recorre de ida y vuelta la parte más exuberante de la cueva en unas siete horas. Después del Paso del Cocodrilo (que se localiza aproximadamente a la mitad del recorrido) la cueva se torna más austera: una serie de meandros interminables hasta el último tiro, de sesenta metros. Muchos omiten “hacer sima” y se aventuran sólo un poco más allá de ese paso.

Pero La Joya ha cobrado sus muertos y heridos.

La Joya no puede ser visitada en época de lluvias. La cueva se inunda y las crecidas son cotidianas. El paso a la dimensión de las maravillas está cerrado hasta el siguiente periodo. Sin embargo, cada año, enmedio de la nada, la zona es visitada por nuevos y viejos espeleístas que tienen una probadita de Faërie.

Por ejemplo, el 26 de mayo de 2001, Martín, un joven de 23 años de edad, cayó en el último tiro, desde una distancia de veinte metros. Se rompió un tobillo y se fisuró la cadera. Le salvó la vida que se enredó con la cuerda, recuerdan rescatistas, y su caída se vio frenada. Desde que se lesionó su rescate tardó más de dos días e involucró a decenas de espeleístas y rescatistas, que tuvieron que armar una serie de mecanismos para subir la camilla por los cinco tiros, arrastrarla o cargarla en los meandros, sumergirla en los sifones, hacer malabares para transportarla en áreas de desescalada y estrechos pasajes. Debido a la hipotermia y la humedad que padeció en la cueva también adquirió una infección pulmonar.

Sin embargo, el suyo es considerado un rescate exitoso, que involucró a montañistas expertos de la UNAM y el Poli, entre muchos más. Se trató del primero que fue realizado exclusivamente por rescatistas y espeleístas mexicanos, y el joven se recuperó completamente.

Pero no todos los casos terminan así. Hace un par de años un grupo de montañistas se encontraba haciendo sus primeras prácticas en espeleísmo en La Joya. Pero en la superficie de la tierra se rompió un dique de agua en las inmediaciones. Esto derivó en una crecida al interior de la cueva: un golpe de agua inesperado que con su fuerza la inundó por minutos.

Un joven de dieciocho años se encontraba subiendo el segundo tiro (a unas pocas horas de salir de la cueva) cuando la crecida se presentó. Sus compañeros no saben si lo mató el golpe del agua, se ahogó o algo lo golpeó. El rescate del cuerpo tomó varios días también y fue realizado por espeleólogos de varias partes del país. Y es que ningún grupo de rescate institucional (bomberos, policía, cruz roja, Ejército) en México tiene la preparación adecuada para realizar un rescate en cuevas. Si uno se aventura al país de las maravillas no hay teléfonos de emergencia que sirvan.

Popoca, Veracruz © David Cilia

Por ejemplo, relatan algunos montañistas, hace unos años un espeleólogo francés se accidentó en un sótano en la sierra de Puebla. Su embajada solicitó ayuda al grupo de espeleo rescate de la UNAM y al Ejército. Entre seis y ocho soldados comenzaron a bajar a rapel el primer tiro, con un descensor llamado “ocho”, el cual es utilizado sólo para tiros medianos y con cuerdas limpias (las cuerdas de espeleología, sucias, lo liman rápidamente, además de que el descenso en ocho no es tan controlado como la “marimba” de espeleología). Pero lo que es peor, ¡no llevaban ningún ascensor! Un espeleísta vio aquello y los detuvo. Les preguntó a los soldados cómo pensaban salir. Respondieron, de forma socarrona: “Por la salida”. Los soldados fueron enviados sin explicarles que tendrían que salir por el mismo lugar por el que entraron. Creían que al fondo de la cueva habría una salida a pie. Los montañistas tuvieron que prestarles ascensores; cortaron una cuerda y les improvisaron cabos de seguridad y estribos. Los soldados que iban a rescatar terminaron siendo rescatados.

La Joya no puede ser visitada en época de lluvias. La cueva se inunda y las crecidas son cotidianas. El paso a la dimensión de las maravillas está cerrado hasta el siguiente periodo. Sin embargo, cada año, enmedio de la nada, la zona es visitada por nuevos y viejos espeleístas que tienen una probadita de Faërie.

¿Por qué regresar? ¿Por qué descender? Quizá por la misma atracción que los desconocido ejerce sobre el alma humana. Por el impulso que ha lanzado al hombre, a lo largo de los siglos, a caminar esta tierra… ®

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Publicado en: Agosto 2011, Crónicas antiturísticas, Destacados

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