Una pareja, hombre y mujer, cuentan abiertamente de su intimidad sexual y de cómo han alcanzado superorgasmos de la mano de la experimentación y del reggaetón. Sí, del reggaetón.
En colaboración con R. Kamadeva
Algunos encuentros en la vida son como fenómenos astronómicos. El eclipse total de sol, por ejemplo, puede tardar 375 años en ocurrir en el mismo lugar. Este hecho, la alegoría cuántica del aleteo de la mariposa o incluso el poema “Las causas”, de Jorge Luis Borges, son reafirmaciones de que hay vínculos amorosos que tienen la precisión de la astronomía y no la casualidad del destino. Hay relaciones que no llegan ni tarde ni temprano, sólo en el momento preciso para ser exactas en su química, en su equilibrio, en el encendido mágico de La llama doble, la conjunción de amor y erotismo bellamente metaforizada por Octavio Paz. Para que la llama doble no sólo dure sino que se renueve y perfeccione, la reciprocidad en el placer y el orgasmo son elementos centrales.
Es acerca de estas dos caras del orgasmo —el control femenino sobre el placer propio y la certeza masculina de que el placer personal está directamente relacionado con el que ella alcance— que escribimos este texto a cuatro manos y sobre todo a dos voces.
Escribimos este artículo en la certeza de que estamos en la precisión astronómica necesaria para encender la llama doble. O parafraseando la hermosa dedicatoria que hizo el astrónomo Carl Sagan a su esposa Ann Druyan, en la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo, nos alegra compartir un planeta y una época para descifrar las posibilidades de placer que da la equidad y la diversidad del orgasmo. Sabemos que sobre los orgasmos femeninos se ha escrito mucho en las revistas de moda, chismes y vida saludable, y mucho menos en revistas académicas. Las revistas populares invitan a opinadoras que nos advierten que el orgasmo femenino es uno solo —aparentemente el del clítoris— y que el punto G y la multiorgasmicidad son mitos. Las revistas académicas por su parte terminan con la depresiva conclusión de que apenas 30% de las mujeres heterosexuales alcanza el orgasmo vía la penetración y que las lesbianas por eso del orgasmo la pasan mejor. No podríamos dar datos para desmentir lo del 70% de mujeres sin orgasmo ni de si en verdad las lesbianas se divierten más. Sin embargo sí sabemos, por experiencia, que existen diversos tipos de orgasmos y niveles de intensidad que sólo son posibles cuando las mujeres nos responsabilizamos de nuestro propio placer y los hombres tenemos la sensual disposición para acompañar a nuestra pareja a indagar sobre su potencial orgásmico. Es acerca de estas dos caras del orgasmo —el control femenino sobre el placer propio y la certeza masculina de que el placer personal está directamente relacionado con el que ella alcance— que escribimos este texto a cuatro manos y sobre todo a dos voces.
La diversidad del orgasmo y en el orgasmo
Antes de entrar en detalle sobre el círculo virtuoso de la reciprocidad en el placer habría que despejar toda duda: tenemos certeza de que existen diversos tipos y grados de orgasmo. Son muy diversos en términos de los lugares donde pueden darse y su intensidad. Antes de pasar a las condiciones personales, de pareja y ambientales que potencian la diversidad e intensidad del orgasmo es importante hablar de él. Para empezar describiríamos un orgasmo como un espasmo o contracción muscular interna acompañada de una intensa sensación de calor que empieza en el pubis y se expande por toda la zona pélvica, cuya sensación de placer obliga a contraer los músculos de las piernas. Esta función de los músculos esclarece por qué muchas mujeres pueden tener orgasmos en el gimnasio o al cargar cosas pesadas.
El orgasmo más primario, y en realidad el más fácil de lograr —casi orgasmo para dummies— es el de clítoris. En mi caso fue el primero que alcancé en la pubertad apretando las piernas. Se estimula con los dedos, la lengua o con vibradores. En mi experiencia la lengua y el vibrador son insuficientes para que alcancen el nivel de placer que quiero, y necesito masturbación táctil. Este orgasmo, estando muy excitada y con buena técnica o vibrador potente, es fácilmente el más intenso de todos. He notado que al alcanzar éste es difícil volver a subir en excitación porque queda el clítoris muy, muy sensible. Generalmente lo dejo al final si estoy con mi pareja, y le pido que me ayude introduciendo los dedos y estimulando el punto G, que es una entidad orgásmica alucinante.
Luego diría que está el del punto G, el cual descubrimos en su geografía más precisa un día jugando a excitarme a niveles obscenos de placer. Una pequeña rugosidad interna, “móvil” me dice cuando le pregunto cómo es, apenas detrás del clítoris a la altura del pubis, y, explica, sólo aparece al tacto cuando lo inflama la excitación y primero es sólo una tenue cordillera y luego el cráter de un pequeño volcán que tratándolo bien se ensancha y ahonda. La primera vez que lo ubicó mi pareja lo estimuló con fuerza con los dedos mientras yo me masturbaba en el clítoris con un vibrador de potencia espectacular. Nunca había sentido un orgasmo igual, con una intensidad desconocida y una sensación de poder seguir para terminar con el clítoris, y así lo hicimos. De esa forma pude darme cuenta de que un orgasmo de punto G es diferente al del clítoris aun cuando son estimulados conjuntamente —si es en punto G el clítoris no queda hipersensible. Pedí a mi pareja que me lo describiera y avisara cuando aparecía, para poder repetir la experiencia en mis sesiones masturbatorias. Intenté alcanzarlo físicamente, pero mis dedos fueron demasiado cortos. Me compré un vibrador que estimula simultáneamente el clítoris y el punto G, y con buen porno puedo alcanzar niveles similares. Pero creo que el elemento erótico–emocional es fundamental para que sea increíblemente intenso, así que siempre es mejor con mi pareja.
Le sigue el orgasmo vaginal. Confirmo que este mítico orgasmo existe sin que sea una derivación directa de la estimulación del clítoris. Y es espectacular, mi favorito. Debidamente excitada puedo venirme con penetración en un tiempo cada vez más corto. Sí creo que para que ocurra el pene debe ser grande y grueso. Entiendo que hay mujeres que prefieren penes pequeños o estándar, pero en mi caso para alcanzar niveles de excitación suficientes para un superorgasmo necesito un pene que alcance mis profundidades y expectativas eróticas. Me gusta verlo, tocarlo, besarlo, anticiparlo con la mirada y desearlo a través del tacto y la vista. Puedo venirme con él en la boca mientras me masturbo, y luego pedir a mi pareja que lo meta. Entonces sí, es de esperarse un superorgasmo. Cuando necesito estimulación en el clítoris es cuando la penetración es conmigo en cuatro, porque no veo a mi pareja ni lo que está ocurriendo y es posible que necesite de otros estímulos, como mordidas, nalgadas, jalones y apretones —¿conocen el sexo de los felinos?—, y no, no es que me guste el dolor. Me ha costado trabajo convencer a mi pareja de que en esos niveles de excitación esa fuerza no se traduce en dolor sino en intensificación de las sensaciones en la piel; él lo ha aceptado, lo demás es lo de menos.
Finalmente está el orgasmo anal. Medio tabú esta zona y en realidad es un gusto adquirido. Debo decir que no lo intenté hasta que mi pareja actual lo sugirió. Pero empezamos con el uso de plugs y con penetración sólo que el pene no estuviera en su mejor expresión de longitud y grosor. Otra vez, para que pueda alcanzar el clímax debe haber estimulación del clítoris e incluso de la vagina. Sin embargo, es completamente perceptible cuando ocurre allí y no en el clítoris o la vagina. Es muy intenso pero no para quedarme allí para un superorgasmo, sobre todo si estoy en una posición en la que no logro ver a mi pareja.
Ahora hay que hablar de la intensidad. No todos los orgasmos son igual de intensos. En nuestra experiencia los primeros que llegan a través de la penetración —sin masturbación simultánea del clítoris, aunque la haya habido previamente— son tenues, apenas perceptibles. Su intensidad se incrementa en la medida en que me excito y la penetración es más fuerte y profunda. Cuando alcanzo un grado de excitación máxima es cuando se vuelven superorgasmos. El superorgasmo empezó a ser discutido a partir de 2017 en un documental de la productora británica Channel 4, el cual presentaba los testimonios de cuatro mujeres que aseguraban haber experimentado orgasmos interminables o bien una serie de hasta sesenta. El documental sometió a las mujeres a diversas pruebas para comprobar si había una predeterminación biológica para tener la característica de ser más allá de multiorgásmicas: superorgásmicas. Sus historias personales diferían en orientación sexual, creencias religiosas e incluso edad. Aunque resultó que sí coincidían en al menos tres características fisiológicas: todas ellas mostraron tener el doble de flujo sanguíneo que tiene una mujer promedio en la zona genital al excitarse; altos índices de ondas cerebrales alfa, lo cual reflejaba un estado de relajación total, y generación mayor de lo habitual de la llamada hormona del amor, la oxitocina. Los superorgasmos son posibles de mantener —con la estimulación vaginal y otros elementos como la lengua o pellizcos en los senos, mordidas en el cuello y la espalda, o penetración rítmica— por mucho tiempo. En contraste, los orgasmos en el clítoris casi siempre son muy intensos y si son producto de autoestimulación terminan allí, ya sea porque no es tan divertido como estar acompañada o porque tengo que retomar mis actividades cotidianas.
Dado que siempre se cuestiona la posibilidad de reciprocidad en el placer y del potencial del placer femenino en relaciones heterosexuales, nos enfocaremos en el orgasmo vaginal y su potencial de multi y superorgasmicidad cuando se tiene el privilegio astronómico de encender la llama doble. Para ello hablaremos de nuestras expectativas respecto del placer y de nuestra pareja, y de los elementos que consideramos centrales para alcanzar multi/superorgasmicidad en las mujeres, mientras que los hombres multiplican la intensidad de su propio placer.
El orgasmo como la piedra de toque
Tarde en mi quehacer de novio pero pronto en mis acercamientos al porno y la literatura erótica me di cuenta de que una mujer debía ser seducida para que aceptara participar en los juegos carnales, y una vez en el ejercicio de los cuerpos debía de alcanzar su orgasmo, y que podría regresar a ellas siempre y cuando ellas hubiesen gozado. Estúpidamente el porno y mucha de la literatura erótica anterior al siglo XX, desde su falócrata punto de vista dieron en acreditar que las mujeres siempre disfrutarían con una buena ejecución aunque de inicio no fuera consensuada —un abuso sexual— (y cuando escribo siempre he buscado hacer esa aclaración anticlimática) …nunca fue mi caso.
En fin, regresando al tema, lo que me quedó muy, muy claro fue la idea de que sólo el que las mujeres disfrutaran del sexo haría que ellas quisieran tenerlo.
Los chinos generaron enseñanzas en torno a eso (Occidente prefirió hacer chistes) y escribieron manuales con técnicas para ilustrar a los varones a provocar la efusión del yin en sus parejas amatorias, para absorberlo y conseguir salud, alargar la vida, etcétera, y aprender a conservar su yang (es decir a retener la eyaculación). Esto que apunto es desde luego un barrunto de técnicas y conocimientos ancestrales —los diletantes del Tantra y el Tao seguramente reprobarían mi reduccionismo—, pero hablando pronto y mal ése es el principio de esa alquimia sexual. Los hindúes entreveraron sus conocimientos a ésos, de suerte que ya es muy difícil decir quién llegó primero, y lo que es muy cierto es que coinciden en lo básico: la mujer debe ser excitada previamente en un juego amoroso, se ha de procurar su placer y ella ha de participar y debe alcanzar su orgasmo. Conocimiento insoslayable que Occidente ignoró (y aún escabulle).
Si ya era un onanista consagrado y me procuraba deliciosas eyaculaciones, el siguiente paso fue convertirme en un experto masturbador femenino, y así puse manos a la obra. Leía y buscaba referencias ad–hoc, miraba las pelis porno pretendiendo ese conocimiento y desde luego buscaba el momento de practicarlo… de hacer que mi novia tuviera orgasmos conmigo al masturbarla. Lo siguiente llegaría solo, me decía —claramente tenía miedo de llegar a la penetración, de la cual poco sabía y mucho dudaba—, creía que si les obsequiaba un orgasmo antes de la penetración mi actuación tendría un accet y ya no todo dependería de mi pene con el que yo (aún) no sabía qué hacer, sin embargo, ese cachondeo estudiantil me hizo conocedor de la anatomía femenina, sus humedades, sus suspiros y del cómo ir siguiendo unas y otros, me hizo disfrutar tanto el acariciar a mis novias que jamás he dejado de hacerlo. Encuentro en ello un gran placer, un placer en ello mismo. Me doy cuenta de que eso que los jóvenes practicamos en la adolescencia es lo que tanto valoran las mujeres adultas y que nombran “juegos previos”, y es todo un campo de exploración y disfrute.
Si ya era un onanista consagrado y me procuraba deliciosas eyaculaciones, el siguiente paso fue convertirme en un experto masturbador femenino, y así puse manos a la obra. Leía y buscaba referencias ad–hoc, miraba las pelis porno pretendiendo ese conocimiento y desde luego buscaba el momento de practicarlo… de hacer que mi novia tuviera orgasmos conmigo al masturbarla.
Al paso del tiempo y con la llegada de la penetración no perdí esa afición, al contrario, la hice mi estrategia de total satisfacción del cliente, podría o no hacerlas llegar a un orgasmo con mi pene pero lo que no podría dejar de ocurrir es que ellas tuvieran por lo menos un orgasmo (si fuera posible uno antes de la penetración y uno después). Pero no, no se levantarían de mi cama sin haber sido obsequiadas con placer. Puedo también decir que aquello representaba para mí un motor de excitación, no sólo era el gusto altruista, claro que no; obtenía placer y excitación al verlas suspirar bajo mis manos. Me sabía a triunfo que gimieran con energía y que en el cenit de sus estertores se colgaran de mi cuello hipando de placer al venirse y, mejor aún, pidiendo ser penetradas… Sí, lo confieso: no es sólo un disfrute altruista sino un malsano gusto por el control que encuentro profundamente placentero: provocar y acompañar sus orgasmos me provoca placer.
Acompañar los orgasmos no sólo requiere savoir faire, entraña el conocimiento de su cuerpo y de lo que a ella particularmente le excita, que puede ser desde los comienzos suaves y apenas insinuado hasta los gestos toscos. A cada mujer (y en cada circunstancia) le excitan cosas distintas, uno no puede llegar a imponer agenda sino a acompañar el baile. He dicho que yo encuentro especial satisfacción en ello y me declaro provocador, controlador, pero sobre todo asistente constante e interesado; ser la comparsa del placer, el que provoca y alcanza, el que propone y sorprende, el que ayuda y exacerba. El amoroso asistente. El guarro que no ceja. Tarea que me lleva a la mitad del camino por alcanzar sus orgasmos. La otra mitad depende de ella. Depende de que también participe del baile, que no ceda la responsabilidad de su placer, al contrario, que la busque y acicatee. Incluso hay quien propone juegos e invita juguetes a la cama, haciendo muy claro que el sexo es no sólo lúdico, sino zapatista; es de quien lo trabaja, de quien no tiene empacho en obsequiárselo.
Y así las cosas, renglón aparte merecen esos juguetes: los “novios a pilas”, que ya son estimados por sus dueñas y que se incorporan desinteresadamente al encuentro sin afán competitivo sino como una muy loable aportación erótica, que se suman a los placeres de la pareja y que garantizan el arribo de un orgasmo. Más elementos en la arena del placer suman sensaciones sin otro afán que la satisfacción de los participantes.
Superpareja para superorgasmos
Siempre me ha gustado el sexo, tanto hacerlo como verlo, leerlo. Me masturbo y veo porno desde la adolescencia. Rebasaba apenas los veinte años cuando me hice de mi primer vibrador, y desde entonces siempre tengo al menos uno a la mano, y los uso por lo menos cinco veces a la semana y al menos una vez al día. Sin embargo, tuve que pasar por muchas relaciones mediocres y una muy larga, suficientemente satisfactoria para durar veinticinco años. Pero nunca rebasé un solo clímax al hacer el amor, y logré variados pero distanciados orgasmos provocados con técnicas orales, manuales y de autoservicio. Me descubrí superorgásmica a casi dos años de estar con mi nueva pareja. Creo que ha sido decisivo que me haya gustado desde que puse ojos en él. Sentí inmediatamente la química cuando casualmente rozamos el brazo o la rodilla las primeras veces que nos vimos, aunque no pasó mucho tiempo para pasar a temas más interesantes. Me electrificaba el encuentro casual de piel, su mirada me despertaba el deseo y su voz me seducía. Intelectualmente me hacía vibrar.
No obstante la química inmediata, ha sido el amor, la confianza y la compenetración emocional e intelectual que hemos logrado en este tiempo lo que me permite plantear y disponer de aquello que creo son las otras variables que determinan la intensidad y viabilidad del superorgasmo. Sabiendo a mi pareja tan deseoso del deseo como yo, puedo plantearle sin reserva alguna lo que me gusta, lo que no, los niveles, la intensidad. No hay nada que no le diría sobre lo que me gusta que me haga, porque para desconectarme por completo y dejarme ir en el vortex de placer del superorgasmo me es imprescindible cederle control total de nuestros encuentros. No me veo tomando la rienda y muriendo de placer simultáneamente. Pero no podría darle el control sobre mi cuerpo sin tenerle confianza total, una que es proporcional a la oxitocina que desbordamos juntos.
Aquí la necesaria nota feminista acerca del control. En la cotidianidad soy una mujer digamos autónoma y empoderada, con el privilegio de un trabajo apasionante y bien pagado. Soy exitosa en mi campo y digamos que con cierta influencia en algunos sectores. Esto, señoras, señores, no se logra cediendo el control a nadie. Mi pareja está consciente de que el control que tiene sobre mi cuerpo se lo he cedido yo, y sólo en la cama o en otros espacios de intimidad. También sé por el documental que hay mujeres superorgásmicas que no se necesitan más que de sí mismas para desbordarse en placer, pero no es mi caso. Me he masturbado durante décadas y nunca dejo pasar un orgasmo, así que si pudiera lograr un superorgasmo sin más compañía que mis vibradores, buen porno y una copa de vino, créanme que lo habría logrado ya. Pero me temo que mi emancipación no da para tanto. Sigo deseando a mi pareja, no quiero esta experiencia sin él y lo deseo en exclusividad, soy la versión orgásmica de Joey doesn’t share food.
Mi pareja es más considerado de mis orgasmos que de los suyos. Él ve su orgasmo como el cierre de un baile largo y sensual, en el que el placer que proporciona es el elemento central de su propia excitación. En la medida en que me vengo indefinidamente él se sigue excitando y sus estocadas son cada vez más profundas, fuertes y rítmicas.
No obstante, y en la misma nota feminista, es fundamental decir que ni el amor ni la confianza serían suficientes sin la equidad en el placer. Mi pareja es más considerado de mis orgasmos que de los suyos. Él ve su orgasmo como el cierre de un baile largo y sensual, en el que el placer que proporciona es el elemento central de su propia excitación. En la medida en que me vengo indefinidamente él se sigue excitando y sus estocadas son cada vez más profundas, fuertes y rítmicas. Es una dialéctica de placer y deseo que se extiende por un tiempo largo, tan largo que al llegar al orgasmo éste puede trascenderse a sí mismo con picos de placer cada vez más altos. Para esa espiral de placer, que él y yo hemos denominado la venidera, compartimos un lenguaje de sonidos y movimientos que él lee para no dejar caer ese momento orgásmico al que puede subirle la intensidad según se lo indique un gemido o el arqueamiento de la espalda. En su brazos soy un instrumento musical que él ha aprendido a tocar para obtener sonidos exactos con una acústica única. Eso sí, el instrumento se desafina y desentona cuando ha pasado mucho tiempo sin que tengamos contacto físico, o hemos discutido o peleado, o se han presentado otros factores que me impiden concentrarme en el orgasmo. La parte emocional es decisiva.
La piedra roseta de mi placer
Mi predisposición a indagar los placeres de la carne me llevaron desde mi época de universitario a la literatura erótica; en 2006 a editar un texto al que titulé Manual de sensualidad para jóvenes casaderos. Ya mis afanes por el erotismo habían hecho que mantuviera un blog desde un par de años antes, aunque pese a esto realmente nunca encontré un par con quien compartir todo el cúmulo de conocimientos, anécdotas, disparates y saberes. Tuve amigos en el ciberespacio con quienes intercambié algunas cosas y sí, también estuve casado, y quien fuera mi pareja disfrutó del conocimiento incorporado pero con cortedad, acompañó la edición del Manual… pero no sus meandros, se encamaba conmigo pero no con mis demonios. La historia, por demás está decirlo, terminó, sin embargo pude incrementar mis exploraciones y la inversión en tiempo a la educación no sólo de mi sensualidad (lectura de más literatura erótica, textos en revistas sobre orgasmos, clítoris y vaginas), sino a un trabajo en masculinidades que me llevó a modificar mi disposición como varón ante las mujeres, que sin duda redundó en mejores relaciones con las mujeres. Al regresar a la soltería pude reafirmar mis ganas de compartir mi vida, aunque tenía perfectamente claro que quería encontrar a una mujer de diferente disposición: que disfrutara de su cuerpo, que frecuentara su placer, lo conociera y lo procurara. Quería conocer y pretender a una mujer que fuese dueña de su sexualidad, su sensualidad y que encontrara placer en el erotismo. Me había sido palmario que no era suficiente con querer mostrar las delicias de la sensualidad sino que mi partenaire debía estar en la misma frecuencia. Y he decir que no fue fácil, declarar mi gusto por el erotismo en más de una ocasión fue suficiente para que se alejaran y en otras ocasiones fue el desinterés o la poca importancia que el orgasmo tenía en sus vidas lo que me hizo alejarme, hubo incluso quien declaró tener miedo de “dejarse ir” en ese abismo de sensaciones que yo buscaba concitar en nuestros encuentros… Luego trinó “la voz del ruiseñor en Dinamarca” y nuestras manos se encontraron.
Como el descubrimiento de la Piedra Roseta así fue mi encuentro con mi actual pareja, con quien he atracado en millares de calas y orgasmos, no sólo una mujer que me gusta y a la que deseo, sino que admiro y amo. Encontrar un par con quien practicar esa baile ancestral fue descubrir la traducción de mis anhelos en su deseo por placer, sus ganas de frecuentar esas danzas y mi afición por bailarlas. El sexo lo he pensado siempre como un ejercicio físico muy parecido a los bailes de salón (como se baila el tango, la salsa, el rock’n’roll), en los que la pareja se sujeta y al ritmo de la música ejecuta las mas coordinados evoluciones; también lo he llegado a imaginar como los tándems que se deslizan montaña abajo en veloces trineos, donde cada uno y coordinados utilizan su cuerpo para manejar, acelerar y hacer girar el bólido. Y al mismo tiempo he admirado cómo tanto indios como chinos han descrito en sus pinturas el acto de la carne como un asunto durante el cual se puede leer un libro o tomar el te.
Es entonces un performance físico, pero que debe estar acompañado de disfrute mental y de otra índole. Poder desdoblar estos temas a través de la literatura que frecuento con la salacidad, la desfachatez y el descaro de mis pensamientos para confrontarlos con la opinión y el deseo de mi pareja ha sido enriquecedor: hablar sobre erotismo, porno y su deseo por que yo ampliara mis exposiciones hizo que nuestras charlas previas a la cama se volvieran no sólo campo de juego previo y cachondeo, sino intercambios ricos en indicaciones y pistas… claros y sin cortapisas. Así encontró mi deseo por conducir orgasmos una fuente dispuesta a hacerlos brotar, y providencialmente se complementaron nuestros deseos. Pude practicar mis ocurrencias por variar el placer, mis desatinos para contener mis eyaculaciones, el buen humor para hacer estallar una carcajada después de un intenso orgasmo y mis ganas de verla embellecerse de placer, entornar los ojos, entreabrir los labios para suspirar rendida y ahíta de placer.
Concentrarme en su placer me da el pretexto y el ritmo, la indicación de fuerza y velocidad. Hace que mi mente se concentre en ella y no en las pulsaciones que manan de mi pene, o del mar de sensaciones que recibe al verse convertido en el eje sobre el que gira el torbellino…
Cómo he hecho yo. Bueno, distraigo mis propias eyaculaciones con trucos matemáticos, recordando a los chinos, deteniéndome para procurar vino, prender las velas, cambiar las pilas a su vibrador, y con mayor frecuencia enterrándome y permaneciendo inmóvil, tan sólo pulsando, sin miramientos ni para su carne ni para la mía. Supongo que cada uno deberá ensayar su métodos: recurrir a los conocimientos sobre sexo de fuentes calificadas o escudriñar al conocimiento antiguo, pero debe invertir en ello —después del condicionamiento juvenil de la casa familiar a la masturbación fast–track se debe invertir en revertirlo. Me funciona concentrarme en ella y olvidar mi propio placer, más de una vez he supuesto que mi principal perversión consiste en hacerla venir a ella: eyacular no es mi objetivo. Concentrarme en su placer me da el pretexto y el ritmo, la indicación de fuerza y velocidad. Hace que mi mente se concentre en ella y no en las pulsaciones que manan de mi pene, o del mar de sensaciones que recibe al verse convertido en el eje sobre el que gira el torbellino; sí, claro que lo disfruto y en ello logro pequeños orgasmos sin eyacular, pero no está el cien por ciento de mi atención ahí, es más: supongo que apenas el porcentaje necesario para acusar el placer recibido y predisponer mi sexo a continuar erguido ante el embate.
Y he descubierto también, gracias a una escritora italiana, el término barzotto, que describe al pene en estado de semierección; un momento que a muchos hombres podría inhibir para continuar, pero que ella misma reconoce como satisfactorio para continuar la brega. No sólo en la fiereza marmórea puede residir el placer, también en la continuación de las acometidas y el juego; mantener el movimiento que ella solicita.
Desconexión mental, disposición superorgásmica
Los factores que me inducen a la relajación total son determinantes para una experiencia superorgásmica de seriación o de orgasmo continuado, y si me preguntan prefiero este último. He de confesar que no soy modelo de mindfulness ni seré de las que alcanzarán el nirvana meditando. Mi cabeza siempre está metida en algo, sobre todo en interpretar el mundo para explicarlo, interpretarlo y teorizarlo. Ése es mi trabajo y me apasiona. Puedo quedarme dormida redactando un párrafo en la cabeza y puedo tener una epifanía intelectual en medio del sueño. Desconectar una cabeza así, créanme, no es fácil. Pero si una se quiere venir y venir y venir hasta quedar exhausta, tirada en la cama del cansancio que provoca el superorgasmo, es imprescindible lograrlo. Lo que a mí me permite desconectarme es la ambientación del mundo alterno que hemos creado juntos, donde no hay actividad más importante en el día que lograr una cogida de antología, un supercogidón o un fucking amazing fuck, como los hemos denominado. Tenemos la suerte de disponer de fines de semana completos para este propósito porque nuestros hijos están con su papá y su mamá, respectivamente.
Este mundo sólo habitado por nosotros y que empieza luego de ver amigos, ir al cine o conectarnos a Netflix, tiene su soundtrack y sustancias que facilitan la desinhibición y la exacerbación de los sentidos, una combinación que deriva en la desconexión intelectual. Amantes de la música como somos los dos, hemos escuchado y probado muchos ritmos que acompañen nuestra dialéctica amorosa, desde funk hasta huapango, rumba y cumbia. Pero nada ha sido como coger a ritmo de reggaetón. Es una música que disfrutamos juntos por sus letras abiertamente sexuales, sus armonías que marcan el ritmo y los tiempos de la penetración, y que en la desconexión intelectual me da la sensación de estar bailando. Amo bailar, y me excita pensar mientras cogemos que estamos en una pista de baile. En cuanto a las sustancias regularmente tenemos alcohol y un relajante. Las dosis deben ser precisas, de otra forma una puede estar más mareada y adormilada que excitada. La combinación exacta de reggaetón, vino y mota son garantía de relajación total y entonces la venidera es casi de esperarse. En la venidera puedo perder noción de dónde me encuentro, espacialmente. Es como un trance.
Por eso, y como mujer de ciencia que soy, antes de encontrarme con la idea del superorgasmo quise probar si esta sensación de venirme ad libitum desconectándome del mundo era real o producto de las sustancias. Quise saber si me lo estaba imaginando. Entonces prescindí de alcohol primero, luego de la mota y finalmente de los dos. El resultado fue que pude desconectarme sin sustancias pero con música, logrando una cantidad muy similar de orgasmos. Al prescindir de la música no alcancé la seriación promedio, pero sí por lo menos una decena lo suficientemente seguidos. El superorgasmo, concluí, no era producto de la alteración de los sentidos sino que éstos eran exacerbados para desconectarme completamente y llevarme a las profundidades del superorgasmo. Pero yo todavía no sabía qué era, no lograba definirlo. Cuando intenté platicarlo con una amiga cercana e igual de sexosa que yo me ignoró como quien ignora a alguien que se ha puesto a presumir.
Claro que esto no sería posible sin la disposición al placer que me jacto de tener. Esto tiene que ver con no tener vergüenza de ser y parecer alguien que disfruta y busca tener sexo, o de no tener el cuerpo que promete el imaginario del porno. Hace muchos años que no pienso cómo me veo mientras hago el amor, ni tampoco me preocupo de lo que pensará mi amante si deseo o hago tal cosa. Me siento atractiva y eso es suficiente para mí. Además, si bien cedo el control del momento a mi pareja, mi propio placer lo controlo yo. Sé lo que quiero y lo que necesito para excitarme, y no dudo en pedirlo. Disfruto muchísimo ver, así que procuro la gradación de luz necesaria para ver a mi pareja, sobre todo cuando le pido que se masturbe frente a mí o me narre cerca del oído lo que hace, cómo me penetra. También hablo si necesito que me lo haga más duro, más fuerte, más profundo, o si necesito más fuerza en los pezones o una mordida en la espalda. Me gusta recibir sexo oral pero me encanta darlo también, me excita verlo gemir con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Hace tiempo que dejé de pedir que me sujete con fuerza de los brazos, eso se ha ido incorporando a la rutina. Con él en control, a veces puedo estar amarrada, inclinada o recostada en la mesa. Estoy a esa disposición mientras sea cómodo para mí. Sí, lo mío es el sexo duro, a pesar del feminismo o por eso mismo. La disposición al placer y no tener reservas para aceptar lo que me gusta y pedirlo me permite excitarme al ritmo constante y el nivel adecuado para no perder el grado de calentura que necesito para mantener el estado orgásmico.
La conexión rítmica: audio y cintura
Obviando la enormísima parte cultural del erotismo, parto del hecho de que el sexo es un ejercicio físico: no sólo se encarna, propiamente dicho, sino que demanda un pedestre y excesivo desgaste de energía (habrá quien ya por ese simple hecho lo rehúya). El derroche de energía es ineludible, y para ello una buena condición física y la disposición a la gimnasia de los cuerpos son primordiales. En mi caso he preferido no desarrollarlo como ejercicio, sino como un baile… Las mismas condiciones: empeño y desgaste físico, más las coordinación, el ritmo y la cadencia del baile.
Los textos chinos hablan de series de penetraciones y retiradas del pene en múltiplos de tres para suceder las acometidas. He seguido sus consejos e improvisado sobre el gemir de mis parejas y son muy útiles las series de repeticiones; tres profundas / dos superficiales / tres profundas / dos superficiales, suficientes veces para inducir un ritmo y seguir lo que se demande… Y luego el incremento o decremento en las cantidades o profundidades y otra vez la creación de un ritmo… una y otra vez. Una y otra vez. Lo constante, fuerte y veloz que la pareja demande y para conocer la demanda nada como escuchar los gemidos que tales ejercicios provoquen. Y, sin duda, estas repeticiones se vuelven mucho más gozosas si se llevan a cabo sobre una pista musical, pero siempre atendiendo los gemidos que se provocan. He de decir que, para mí, satisfacer la demanda implícita en esos jadeos es mi obsesión sexual (habría de tratarlo en terapia, lo sé). Provocar que comience el fuego, alimentar las brasas hasta encenderlo; seguir soplando para hacerlo flamear de cuando en cuando; dejar que bajen las llamas y sólo quede el crepitar… Y volver a comenzar compulsivamente… ¿Veintiocho días, como la llama olímpica?, ésa es mi idea de fantasía sexual.
Ahora bien, hacerlo con una pareja estable redunda en lo mismo que con el partenaire de algún deporte o de un baile propiamente: cada vez el desempeño es mejor. El tándem se afianza y se gana en desempeño, y como en todo ejercicio físico, se mejora con la práctica. Sin embargo, creo, como mi actual pareja, que entre nosotros además existe un vínculo amoroso y de confianza que nos aproxima mucho más y suma la parte afectiva al cúmulo de sensaciones que nos provocamos al amar.
Por otro lado, está nuestro particular gusto por la música y el baile, que hemos podido reinventar y reconducir a la cama. He de decir que por nuestras preferencias nos tocó el ejercicio sexual con diferentes ritmos (salsa, cumbia, reagge), pero el que hemos descubierto como de mayor aporte a los ayuntamientos carnales y que preferimos es el reaggetón —y no sólo por sus descaradas letras sexuales, que sin duda contribuyen—, el ritmo del dem bow con el que se perrea en las discotecas, obvio es decirlo, se acomoda sin recato al traqueteo pélvico, que por lo menos a nosotros dos nos coloca en trance. La energía y el tempo del reaggetón son ideales al ritmo insistente y machacón que, por lo menos, a mi pareja y a mí nos demanda el cuerpo: aporta cadencia, repetividad, cambios de ritmo y continuidad con un delicioso sabor muy, muy pertinente para el sexo. Imagino que el “deber ser” llevará a muchos a desacreditar esta teoría, pero invito a abrir una ventana de salacidad y permisividad en una noche de sexo para intentar perrear en la cama y quizá descubrir a mitad de un orgasmo el embrujo de este ritmo mesmerizante. ®