La maldición de Emmanuelle

Vida y obra de Sylvia Kristel

Para Kristel, ser la fantasía sexual de chicos y grandes, desde pubertos de cutis graso hasta primeros ministros, no fue fácil, sobre todo viniendo de una familia culiapretada de árido calvinismo holandés y a la vez tan disfuncional como un consejo de Gloria Trevi.

Lo único que trataba de interpretar era serenidad. Pero también inocencia, vulnerabilidad y elegancia. —Sylvia Kristel

Sylvia Kristel

A los veintidós años Sylvia Kristel era la mujer más deseada en el mundo por su protagónico en la película Emmanuelle (1974). En su autobiografía Nue (Desnuda), publicada en 2006, cuenta que para entonces unos seiscientos millones de personas la habían visto retozar desnuda, aparentar sexo oral y orgasmos —no siempre en ese orden. Ella ayudó a romper el silencio de una generación que dio paso a una recia liberación sexual disfrazada de sofisticación. Pero la película la convirtió para el resto de su vida en actriz de un solo papel y un icono carnal que la fue devorando.

Antecedentes poco cachondos

Para Kristel, ser la fantasía sexual de chicos y grandes, desde pubertos de cutis graso hasta primeros ministros, no fue fácil, sobre todo viniendo de una familia culiapretada de árido calvinismo holandés y a la vez tan disfuncional como un consejo de Gloria Trevi.

La ciudad de Utrecht, segunda en importancia después de Ámsterdam, es desde el siglo VIII centro religioso de Holanda. También es un enclave universitario, siendo su universidad la más grande del país con un notable prestigio en ciencia (diez premios Nobel, entre química y física, y uno de literatura). Cuando Sylvia María Kristel nació el 28 de septiembre de 1952 Utrecht seguía sacudiéndose las secuelas de la invasión nazi. La posición geográfica de la ciudad, encajada en el centro del país, hizo que su crecimiento fuera rápido y furioso, sobre todo enfocado en la industria ferrocarrilera que mantenía bombeando las arterias del país.

Eran entonces tiempos de confianza y progreso, no para Sylvia, cuya infancia y adolescencia fueron infernales, gracias a los zafarranchos alcohólicos entre su padre, Jean-Nicholas, excampeón olímpico de tiro al plato (skeet), un hombre terco que por no usar tapones en los oídos estaba más sordo que un arcabucero del siglo XV, y su madre, Piet, mujer abnegada que detestaba el sexo, pero que también era brava para el trago. Para colmo había que soportar al libidinoso tío Hans, quien daba a sus sobrinas más arrimones de los necesarios. Y si a esto le agregamos cuando Sylvia confiesa haber sido violada a los nueve años por un anónimo inquilino del hotel que los padres administraban y vivía la familia, la historia toma tinturas poco cachondas.

Llegó el momento en que las trifulcas eran insoportables, por lo que el padre abandona a la familia, no sin antes embarrarles la amante en turno. Resultado: una Sylvia de catorce años afectada, quien buscaría durante toda su vida la figura paterna entre tórridos romances con hombres mayores que ella.

¿IQ o tetas?

A los once años Sylvia fue enviada a un internado de monjas. Las religiosas no tardaron en darse cuenta de que estaban frente a una persona sumamente inteligente. Pero Sylvia, con un IQ de 165, además políglota (hablaba neerlandés, alemán, inglés, italiano y francés), prefirió atrincherarse en la fiaca y pasarla tranquila, fumando con humor crepuscular (Sylvia fumó durante 38 años, hasta que le diagnosticaron cáncer de garganta).

Claus no pudo estar más equivocado: la película se convirtió en un éxito mundial y en Francia duró en exhibición más de diez años ininterrumpidos en la sala Arc de Triomphe, a donde camiones repletos de japoneses acudían, después de la Torre Eiffel, a tomarse fotos.

Abandona la escuela, no sólo por aburrición, sino porque siendo la hermana mayor debe ayudar con los gastos en casa. Después de algunos trabajos secretariales, donde conoce los entresijos del show Business, que de inmediato la seducen, trabaja como modelo, hasta que en 1972 consigue un papel en la película Niet voor de poesen (conocida en Estados Unidos como Because of the Cats), un drama violento del tipo Naranja Mecánica en donde un detective persigue a un grupo de maleantes “fresas” cuyo pasatiempo es violar mujeres en sus casas, forzando a los maridos a ver. La primera escena de violación en grupo es espeluznante, aun para los estándares de hoy; hoy la película tiene estatus de cinta de culto. El guión fue escrito por Hugo Claus, quien se convertiría en el primer esposo de Sylvia (le llevaba 27 años) y padre de su único hijo, Arthur (Claus, uno de los más celebrados poetas y escritores belgas, murió a los 78 años por eutanasia, pues tenía Alzheimer).

Al año siguiente la joven palmera de largas piernas, inocencia humectante y cuerpo de tentación representa a su país en el concurso Miss TV Europa, el cual gana. Esa noche Sylvia habla con su madre: “Resultó que era la más bonita y entretenida de todas […] Éste es mi gran momento… voy a ser una estrella”. Cierto, la belleza no quiere amor, sino reconocimiento, aunque sepa que su destino será el de ser objeto.

Ya casados, Claus convenció a Sylvia de participar a un casting para una película que, según él, “de seguro nadie va a ver, porque no va a pasar la censura; además se filma en Tailandia y sería lindo ir, ¿no crees?” El filme lo dirigía Just Jaeckin, fotógrafo de modelos, escultor y escritor francés, quien al ver a Kristel supo de inmediato que ella era Emmanuelle. Sylvia aceptó el papel porque le pareció que requería talento artístico, además de que “no pasaría la censura”.

Claus no pudo estar más equivocado: la película se convirtió en un éxito mundial y en Francia duró en exhibición más de diez años ininterrumpidos en la sala Arc de Triomphe, a donde camiones repletos de japoneses acudían, después de la Torre Eiffel, a tomarse fotos.

Veinte años más tarde la madre de Sylvia por fin vio la película en televisión: “¿Y eso es todo?”, le preguntó.

La novela y la controversia de su autoría

En 1959 se distribuyó clandestinamente en París una novela donde se narraban las travesuras sexuales de una atractiva joven, cuyo marido, ingeniero de profesión y pazguato por naturaleza, la manda a traer a la paradisíaca Tailandia, donde él trabaja. La joven entusiasmada aborda el avión. Sin embargo el aparato no ha subido ni 10 mil pies de altura cuando ya está padeciendo orgasmos que un extraño anónimo le proporciona… Lo demás es historia. El libro estaba brillantemente escrito y hacía que las gimnasias eróticas, tanto heterosexuales como lésbicas entre una bola de atractivos pero aburridos burgueses en busca de lo exótico, pasaran por elegantes.

Dos años antes el editor belga Eric Losfeld, famoso por publicar material polémico, como el comic de sci-fiction Barbarella, le llegó un manuscrito desde Bangkok con el título Emmanuelle, escrito por una tal Emmanuelle Arsan.

Siendo un viejo lobo de mar, Losfeld supo de inmediato que Emmanuelle era un hitazo, y acertó: el impacto del libro fue tremendo, Antonin Artaud la aplaudió en la revista Arts y el surrealista escritor André Pieyre de Mandiargues comparó a Arsan con Bataille y sus conceptos eróticos, “optimistas y radiantes”. Pronto Emmanuelle se consideró uno de los mejores libros de erótica del siglo, un clásico en su género.

Losfeld, editor agresivo, tenía años peleando contra la censura mojigata de las autoridades, y todo en un país donde el erotismo era deporte nacional (después de no bañarse y comer lechugas), y que además dio al mundo el primer filme pornográfico de la historia (Le Coucher de la Marie, 1896). Ya en1949, durante el régimen del general De Gaulle (quien por cierto odiaba Emmanuelle), se había aprobado una ley donde publicaciones de contenido “fuerte” no se podían vender a menores de dieciocho años ni exhibir en vitrina ni hacerles publicidad de cualquier tipo. Además se debía presentar al Ministerio copia del material, en cualquiera de sus formatos, y esperar largos meses hasta que las autoridades dieran su visto bueno o malo, un volado al aire para el editor que ya había invertido en la obra. Pero como bien decía George Bataille: Sin prohibiciones no hay erotismo.

Siendo un viejo lobo de mar, Losfeld supo de inmediato que Emmanuelle era un hitazo, y acertó: el impacto del libro fue tremendo, Antonin Artaud la aplaudió en la revista Arts y el surrealista escritor André Pieyre de Mandiargues comparó a Arsan con Bataille y sus conceptos eróticos, “optimistas y radiantes”. Pronto Emmanuelle se consideró uno de los mejores libros de erótica del siglo, un clásico en su género. La novela se publicó oficialmente en 1967.

Los pseudónimos ayudan a mantener la privacidad, pero sobre todo a evitar consecuencias de tipo moral y legal, más si se escribe erótica. Ejemplo de esto es la escritora Anne Desclos, autora de Historia de O (1954), parteaguas en la literatura erótica-sadomasoquista, quien mantuvo su anonimato por cuarenta años bajo el pseudónimo de Pauline Réage. (En 1975 Jus Jeackin también dirigió la película de esta novela, que estuvo prohibida en Inglaterra hasta el 2000.)

A fines de los sesenta Losfeld no resiste más la tentación y revela el nombre tras la enigmática Emmanuelle Arsan. Se trata de Marayat Bibidh de Rollet-Andriane, escritora y actriz nacida en Bangkok en 1932, casada con Louis-Jacques Rollet-Andriane, diplomático francés que trabajaba en la UNESCO, y que llevaba una interesante vida itinerante y de jet-set entre Europa y Asia. Se trataba de una mujer guapa de marcados rasgos asiáticos, que además era poseedora de un cuerpazo. Por lo mismo siempre estuvo en el rumor urbano que la novela era un relato autobiográfico de la autora; ella nunca desmintió el bisbiseo.

Con el éxito de la película Marayat no sólo escribió las consabidas secuelas del personaje, sino que se metió a escribir guiones cinematográficos y hasta a dirigir las películas resultantes. Una de estas películas fue Emmanuel por siempre, o Laura (1976), escrita y dirigida por Marayat, cuyo productor, Ovidio Assonitis, dejó caer el plomo de la controversia al decir en 2007 que quien en realidad escribió los libros de Emmanuelle fue su esposo, Louis-Jacques Rollet-Andriane. Marayat, que compartía su pasión por la literatura, fue el perfecto cover para él, dado su rango diplomático y el polémico tema que manejaban. Assonitis comenta que monsieur Rollet-Andriane era extraordinariamente inteligente, pero un hombre raro y “un verdadero maniaco sexual, en el sentido espiritual del término”.

La maldición Emmanuelle

Emmanuelle se filmó con un presupuesto de 500 mil dólares. El año de su presentación tuvo una ganancia global de 100 millones de dólares y 16 millones en Japón, donde la película alcanzó niveles de culto religioso. Con Emmanuelle el softporn al fin ganó respetabilidad y salió de la trastienda al cine de avenida principal. En el famosísimo póster de la película, donde una Kristel de mirada inocente está sentada en un sillón de ratán jugueteando con un collar de perlas en la mano mientras vemos sus juveniles y vulnerables senos, se leía: “¡Por fin, una película que no te hará sentir mal por sentirte bien!”

Llega el momento en que la fiesta se le va de las manos: demasiado alcohol y droga, demasiado dinero perdido, matrimonios en secreto condenados al fracaso (con el millonario Alan Turner), un sinfín de romances (entre ellos con Gerard Dépardieu, Ian McShane y Warren Beatty, quien la dejó porque se parecía mucho a su hermana) y una carrera prácticamente en el caño (por culpa de esa maldición llamada Emmanuelle) llevan a Sylvia a tocar fondo.

Desgraciadamente para Sylvia Kristel, Emmanuelle no representó ni el éxito económico ni profesional. Primero porque cedió sus derechos de la película por 150 mil dólares, y segundo porque su papel estelar y fama nunca le dieron el tan deseado empujón hacia una carrera más seria: a la industria del cine les parecía que desnuda era más interesante que recitando a Shakespeare de memoria, y para colmo vestida. Claro, su posición económica siempre fue holgada, pese a las recurrentes sableadas del galán malandrín en turno y su etapa de rockera descarriada atiborrada de alcohol y coca. Lo cierto es que la insatisfacción en el ámbito profesional le dejó cierta amargura en su carácter.

Después de participar en cuatro secuelas sin mucha aportación, Kristel se muda a Estados Unidos en busca de la quimera hollywoodense. Son principios de los ochenta, el alcohol es requisito y la cocaína no es droga, sino vitamina. Participa en películas hoy olvidadas, pero por lo menos sale vestida. Su único éxito taquillero después de Emmanuelle fue Lecciones privadas (1981), donde interpreta a una sirvienta extranjera que seduce al calenturiento jovencito de casa. La película recaudó 50 millones en Estados Unidos.

Llega el momento en que la fiesta se le va de las manos: demasiado alcohol y droga, demasiado dinero perdido, matrimonios en secreto condenados al fracaso (con el millonario Alan Turner), un sinfín de romances (entre ellos con Gerard Dépardieu, Ian McShane y Warren Beatty, quien la dejó porque se parecía mucho a su hermana) y una carrera prácticamente en el caño (por culpa de esa maldición llamada Emmanuelle) llevan a Sylvia a tocar fondo. Decide regresar a Europa, donde encuentra relativa paz en la pintura y al lado de Freedy de Vree, productor de radio belga, que muere de cáncer en 2004. A ella le diagnostican cáncer en 2001, y para cuando muere su pareja a ella se le había dispersado el mal en el cuerpo.

En 2006 publica su autobiografía, que la pone en la palestra momentáneamente, y ese mismo año por fin recibe un premio, el del jurado en el Tribeca Film Festival, por su corto animado Topor et Moi (2004), donde narra la escena artística parisina en el apogeo de Emmanuelle y su relación con algunos artistas importantes de la época, como el espléndido ilustrador y pintor holandés Roland Topor, quien le enseñó a dibujar. Se trata de una pequeña biografía de ella misma entre dibujos animados de su inspiración.

Muere de cáncer el 18 de octubre de 2012. Un buen epitafio en su tumba sería este de Bataille: “El erotismo está en la aprobación de la vida hasta en la muerte”. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Noviembre 2012

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