La versión oficial es que no existe el snuff, que no es sino una leyenda urbana enquistada en la cultura popular de un mundo fascinado con la violencia y el despliegue mediático. Lo que sí hay son asesinos dementes que graban sus crímenes para su propio disfrute.
La mayor astucia del diablo es hacernos creer que no existe.
—Charles Baudelaire
El origen
En 1969 cuatro miembros de la familia Manson1 entraron a la casa de Roman Polanski. Asesinaron a su esposa, la actriz Sharon Tate, quien tenía ocho meses y medio de embarazo, y a los amigos que esa noche se encontraban de visita. Al día siguiente hicieron lo mismo en una casa vecina. Los crímenes, magnificados por los medios de comunicación, sacudieron a la sociedad estadounidense y dejaron al descubierto su lado oscuro, pero sobretodo se convirtieron en parteaguas cultural: a partir de ese día nada volvería a ser lo mismo. El asesino se volvió estrella mediática. Uno de los rumores que siguió a los asesinatos fue el de que éstos habían sido filmados por la misma familia Manson, quienes acostumbraban grabar sus orgías. Las cintas, de acuerdo con el rumor jamás confirmado, desaparecieron del Departamento de Policía y se proyectaban en reuniones privadas de la alta sociedad hollywoodense como la “última obscenidad”.Para 1973, Raymond Gauer, dirigente de una asociación antipornografía, avivó la hoguera tras advertir a cuanta revista y tabloide quisiera escucharlo sobre un mercado negro de películas cuyo clímax era el asesinato de mujeres. “Nunca he visto una”, decía Gauer, “pero mis contactos, que tampoco las han visto, conocen a mucha gente que está convencida de su existencia”. Era cierto, a esas alturas mucha gente estaba convencida, aunque todas las denuncias padecían del mismo defecto: nadie había visto una, nadie sabía dónde encontrarlas.
Los insistentes rumores acerca de la existencia de películas filmadas en algún lugar perdido del tercer mundo, así como la histeria provocada por la película Snuff! (Allan Shakleton, 1976), obligó a que la prensa y la policía se tomaran en serio los rumores e investigaran las decenas de historias que se contaban a diario sobre el amigo de un amigo que había visto en proyección privada una película snuff. Las investigaciones dieron resultados. Lo primero en saberse fue que había un nutrido mercado en el que se comerciaban e intercambiaban grabaciones de las más extrañas prácticas, algunas etiquetadas como snuff, y si bien podían ser el trabajo de un profesional o de un aficionado, invariablemente se trataba de montajes. Había también grabaciones de accidentes; documentales en los que se mostraban ejecuciones y sacrificios rituales, así como crímenes de guerra. Frente a tanta variedad, y para poner en claro las cosas, el FBI hizo pública su definición, la cual a la fecha sigue siendo la más aceptada en todo el mundo: para ser considerado snuff, el material tendría que mostrar la muerte de una persona real filmada con fines comerciales o de consumo masivo.
La mayor astucia del diablo
A partir de los años noventa los productores de pornografía descubrieron que podían ahorrarse una gran cantidad en gastos si invertían en una página web y unos cuantos servidores; descubrieron también lo que la película japonesa Guinea pig 2: Flower of Flesh and Blood (Hideshi Hino, 1984) ya había puesto en evidencia: que existía un público ansioso de contenido bizarro y extremo, y que entre más bizarro y extremo fuera ese contenido, mejor. De hecho, antes que los productores de porno otro grupo mucho más grande, silencioso y anónimo, formado por gente de distintas nacionalidades, que probablemente no se conocerían nunca en persona, ya había descubierto las ventajas de Internet y las utilizaban para crear comunidades y sitios electrónicos donde intercambiar material sobre toda clase de filias y parafilias.
Si la aparición de las videocámaras portátiles amplió las posibilidades de que alguna vez existiera una película snuff, la llegada del Internet significó su lugar natural. Así fue para la pornografía. Lo que alguna vez fue práctica de “pervertidos”, en los noventa se convirtió en algo que cualquiera podía llevar a cabo desde la intimidad y el anonimato de su casa. Siempre y cuando tuviera una computadora y acceso a Internet.
Si la aparición de las videocámaras portátiles amplió las posibilidades de que alguna vez existiera una película snuff, la llegada del Internet significó su lugar natural. Así fue para la pornografía. Lo que alguna vez fue práctica de “pervertidos”, en los noventa se convirtió en algo que cualquiera podía llevar a cabo desde la intimidad y el anonimato de su casa. Siempre y cuando tuviera una computadora y acceso a Internet.
Entre los sitios más célebres que poblaron la red a finales de los años noventa imposible no mencionar Rotten (www.rotten.com), o la desaparecida Gallery of the Grotesque, donde se exhiben sin restricciones galerías enteras de fotografías propias de archivos médicos y forenses. Y si bien cada una de esas imágenes provoca escalofríos, la serie conocida como Natural Born Losers, en las que se muestra a un hombre y una mujer desnudos, posando junto a un cadáver en distintas etapas de mutilación, se coloca en el filo de la navaja. Pertenecientes al juicio policiaco de 1982 contra Jeannine Lynn Clark y James Edward Glover, de 21 y 37 años, la serie de doce fotografías fue subida a la red por Danny, el webmaster de Gallery of the Grotesque, quien como explicación sobre el origen de las fotos sólo dijo que alguien del Departamento de Policía se las había hecho llegar. De cualquier manera no pueden considerarse snuff, pues a pesar del contenido y de su difusión masiva, las fotografías no fueron tomadas para su comercialización sino para el uso privado de los asesinos.
Lo más parecido al snuff que ha encontrado su hogar y su máxima popularidad en el Internet de finales de los noventa fueron los videos squish2, que consistían en videos en los que se podía apreciar todo tipo de animales pequeños (por lo general ratones o peces) siendo pisoteados por los zapatos de tacón de una mujer. Jeff Vilencia, el hombre detrás de Squish Productions, la compañía estadounidense más representativa en tal mercado, cuenta que no sólo se trataba de un buen negocio (los precios de sus videos iban de los cien a los mil dólares), sino que además en países como Inglaterra o Alemania se permitían filmar la muerte de animales más grandes, como perros y gatos. No pasó mucho antes de que en estos países se prohibiera la venta de videos squish. De la noche a la mañana desaparecieron los sitios de internet que los comercializaban. Los aficionados continuaron filmando sus propios videos e intercambiándolos lejos de la luz pública.
Verlos morir
Las decapitaciones en “directo” subidas a internet por grupos extremistas islámicos o bandas de narcotraficantes, y que al igual que las fotografías donde se muestran las vejaciones de militares estadounidenses a los prisioneros de la prisión de Abu Grhaib, tampoco califican como snuff pues se tratan de actos criminales, de guerra y políticos. La famosa fotografía ganadora del Pulitzer, donde se muestra a un buitre acechando a una niña africana moribunda, y en la que el autor Kevin Carter espero más de veinte minutos a que el buitre desplegara sus alas para conseguir una mejor toma, tampoco se considera snuff sino trabajo periodístico.
Existe el caso de dos hombres acusados por una prostituta de intento de asesinato en la ciudad Alemana de Hagen en 1997, que destapó un auténtico hoyo del infierno cuando la policía encontró un equipo de grabación y un video de menos de tres minutos en el que se mostraba la tortura real a otra prostituta. Ernst Dieter Korzen y Stefan Michael Mahn, de 37 y 30 años, dijeron que querían hacer un video snuff y que esperaban venderlo en América por 16 mil dólares. Más terrible fue el descubrimiento en el año 2000 de una red de pornografía infantil en Italia cuyos clientes consumían videos producidos por el ruso Dmitri Vladimirovich Kuznetsov, en los que se abusaba sexualmente de niños de la calle. Los detectives infiltrados reunieron evidencia contra más de 1,500 personas, muchos de ellos padres de familia y con puestos públicos reconocibles; se confiscó también una gran cantidad de videos, fotografías e incluso un catálogo en el que se enlistaban los precios y las categorías de los videos. Los más caros pertenecían a la clasificación necros pedo y en ellos se prometía mostrar el asesinato de niños. Ningún video de este tipo fue encontrado durante los cateos, aunque se supone que eran filmados bajo pedido directo. Entre la evidencia llama la atención una conversación electrónica de Kuznetsov con uno de sus clientes, quien le reclama por no haber obtenido aquello por lo que había pagado. “¿Qué es lo que quieres?”, pregunta el ruso. “Verlos morir”, es la respuesta.
A principios de 2004 Natel King, una modelo pornográfica canadiense de 23 años, asistió en Pennsylvania a una sesión de fotos para la que había sido contratada. Un mes más tarde su cuerpo maniatado y torturado fue encontrado sin vida en una zona boscosa de la región. La policía halló el auto de la modelo estacionado fuera del edificio en el que vivía Anthony Frederick, el fotógrafo, quien confesó haber asesinado a la chica a causa de una discusión por la paga. Las sospechas apuntaron a la filmación de una película snuff pues en el contrato firmado por Natel se lee claramente: snuff vid. Pero tampoco en este caso se encontraron fotos ni video alguno que documentase lo sucedido.
Según las autoridades policiacas de todo el mundo, no hay pruebas, aunque ha habido intentos; tampoco hay industria ni mercado negro. De hecho, la versión oficial es que no existe el snuff, que no es sino una leyenda urbana enquistada en la cultura popular de un mundo fascinado con la violencia y el despliegue mediático. Lo que sí hay son asesinos dementes que graban sus crímenes para su propio disfrute, pero los asesinos dementes —dice la versión oficial—, aunque reales, son excepciones, resulta estadísticamente improbable encontrarse con uno. Las leyes mercantiles dicen otra cosa: si hay demanda, habrá mercado.
En una sociedad como la nuestra no debemos tener miedo de los asesinos dementes, sino de los mercaderes.
Apéndices
De hecho, la versión oficial es que no existe el snuff, que no es sino una leyenda urbana enquistada en la cultura popular de un mundo fascinado con la violencia y el despliegue mediático. Lo que sí hay son asesinos dementes que graban sus crímenes para su propio disfrute, pero los asesinos dementes —dice la versión oficial—, aunque reales, son excepciones, resulta estadísticamente improbable encontrarse con uno. Las leyes mercantiles dicen otra cosa: si hay demanda, habrá mercado.
Definición: El término inglés snuff se refiere al hecho de extinguir la flama de una vela, pero se utiliza mayormente como expresión para referirse a la muerte o el asesinato de una persona. La definición más aceptada en la cultura popular es la de material gráfico en el que se registra la muerte de una persona real con el propósito de comercializar esas imágenes.
Literatura: Algunas personas hablan de literatura snuff, haciendo referencia a aquellas obras en las que se describen a detalle asesinatos, mutilaciones y cadáveres, e incluso situaciones propias de una película snuff. Pero ninguno de estos libros calificaría como snuff, pues en principio se trata de obras de ficción, muchas de ellas pertenecientes a subgéneros del terror como el slasher, el gore, o el splatterpunk.
Kevin Carter, autor de la fotografía en la que se aprecia a una niña sudanesa acechada por un buitre, declaró tras recibir el premio Pulitzer: “Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.Dos meses más tarde Carter se suicidó en el interior de su camioneta.
Películas que muestran muertes reales sin ser snuff
Grabaciones de accidentes. Documentales en los que se muestran rituales y sacrificios. Ejecuciones militares y de la mafia.
Recreaciones de accidentes o asesinatos.
Casos célebres de asesinos que filmaron sus crímenes en video
Familia Manson: detenidos en 1969, se dice que filmaron los asesinatos Tate/La Bianca. No existen evidencias.
David Berkowitz: conocido como El Hijo de Sam, asesinó a seis personas. Se dice que un cómplice filmaba los asesinatos para distribuirlos dentro de la Iglesia de Satán, culto del que era miembro. No existen evidencias.
Tsutomu Miyazaki: conocido como El Asesino Otaku, torturó, violó y asesinó en Japón a cuatro niñas pequeñas. Durante su arresto en 1989 la policía encontró algunas fotografías y videos de los castigos infligidos a sus víctimas.
Charles Ng y Leonard Lake: al ser detenidos, en 1985, la policía encontró los restos de entre doce y veinticinco personas, así como videos de ambos hombres torturando y violando a sus víctimas.
Paul Kenneth Bernardo y Karla Homolka: Paul Kenneth cometió una gran cantidad de delitos sexuales, muchos de ellos terminando en el asesinato, entre ellos el de la hermana de su esposa, Karla, quien además fue su cómplice. La policía encontró grabaciones de Paul violando a algunas de sus víctimas. Canadá, 1993.
Victor Sayenco, Alexander Hanzha e Igor Suprunyuck: tres jóvenes ucranianos fueron detenidos en 2009 por asesinar a un hombre mayor a martillazos. El asesinato fue filmado en su totalidad y subido a internet (aún hay sitios en los que se puede encontrar).
Películas relevantes y su cronología
Snuff! (Allan Shakleton, 1976). Calificación: 4. Muy mala, vale la pena sólo porque fue la primera.
The Last House on Dead End Street (Roger Watkins, 1977). Calificación: 5. Cine de explotación; tan mala como la anterior pero más auténtica.
Hardcore (Paul Schrader, 1979). Calificación: 6. La actuación de George C. Scott y la ambientación setentera son su mayor mérito, fue la primer película “seria” en tocar el tema.
Faces of Death (John Alan Schwartz, 1979). Calificación: 6. Compilación de recreaciones de accidentes (algunas muy efectivas), sólo se muestran tres muertes reales.
Cannibal Holocaust (Ruggero Deodato, 1980). Calificación: 8. Uno de los mejores documentales falsos (shockumentary) que se filmaron a principios de los ochenta. Los efectos especiales son estupendos y aún hoy provocan escalofríos.
Videodrome (David Cronenberg, 1982). Calificación: 10. Una de las mejores películas de Cronenberg, el manifiesto de la Nueva Carne y de un nuevo cine. Indispensable.
Guinea Pig 2: Flower of Flesh and Blood (Hideshi Hino, 1985). Calificación: 7. Aún hoy sigue engañando incautos, una pieza rara y para sensibilidades rudas.
Der Todesking (Jörg Buttgereit, 1990). Calificación: 7. La producción más extrema del maestro del ultragore alemán.
Man Bites Dog(Remy Belvaux & André Bonzel, 1992). Calificación: 9. Original e innovadora, un equipo de videoastas siguiendo paso a paso un día en la vida de un asesino y asaltante serial.
Tesis (Alejandro Amenabar, 1996). Calificación: 8. La ópera prima de Amenabar, y quizá la primera película en español sobre cine snuff.
8mm (Joel Schumacher, 1999). Calificación: 7. Cumplidora y con algunas frases memorables. Lo mejor: las actuaciones de Joaquin Phoenix y James Gandolfini. De ahí en fuera: sólo para incondicionales de Nicolas Cage.
August Underground(Fred Vogel, 2001). Calificación: 5. Pésima película que pretende pasar por un video clandestino encontrado en la calle.
Hostel (Eli Roth, 2005). Calificación: 8. Una vuelta de tuerca sobre el tema del snuff y, junto con Saw, la iniciadora del subgénero llamado torture porno.
Snuff-movie (Bernard Rose, 2007). Calificación: 9. La película más compleja sobre el fenómeno snuff, es además una reflexión sobre el cine de terror y el cine en general. Los fans de David Lynch la amarán.
A Serbian film (Srdjan Spasojevic, 2009). Calificación: 7. Entre lo grotésco y lo ridículo, la película de Spasojevic es una provocación que muchos han interpretado como alegato político. En realidad es una muestra de las secuelas psicológicas que deja una guerra. ®
Notas
1 Los miembros de la familia Manson que acudieron a la casa de Polanski para asesinar a Sharon Tate y sus invitados eran: Charles Watson, de veinte años, Patricia Krenwinkel, de veintidós, Susan Atkins, de veintiuno, y Linda Kasabian, también de veinte.
2 Término inglés que significa, literalmente, aplastar, apachurrar, comprimir.
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