Coen hace emerger las ideas en cada pintura y una hilvana a la otra hasta erigir el sistema expresivo, el universo al manifestarse desde lo etéreo, desde la raíz de la materia. Es un principio cuántico, por ende atemporal, pero que le da movimiento a los instantes.
La obra de arte es, fue y será ante la mirada del espectador. Habitan en ella trazos que forjaron el blanco donde se prende el color, la textura y la forma primigenias: el tiempo contrapuesto en el lienzo, disgregado, regodeándose. Así es la plástica de Arnaldo Coen: música geométrica y texturas profundas que se trasminan en muchos planos, destellos de color que atraviesan dimensiones. La diatriba de la sustancia en síntesis.

Como espectador, se anida en el instante durante el éxtasis al observar los cuadros. Colores del pasado existiendo en texturas del futuro, sobre la geometría del presente. O la geometría del pasado en texturas venideras en colores presentes. Así es la combinación eterna de arte.


Coen hace emerger las ideas en cada pintura y una hilvana a la otra hasta erigir el sistema expresivo, el universo al manifestarse desde lo etéreo, desde la raíz de la materia. Es un principio cuántico, por ende atemporal, pero que le da movimiento a los instantes. Es pertenecer al tiempo más contradictorio y fluir en todas sus direcciones. De algún modo se escapa a la temporalidad, en todos sus destinos, pero sin salir de ella.
En Durango, por medio de Fomento Cultural Banamex, expone Per–versiones como obra retrospectiva de Arnaldo Coen, y, lo he escrito ya, la vida se recrea en trazos de una precisión que atraviesa dimensiones.
La geometría es la precuela de la forma y se crea ante la vista, es decir, las dimensiones se alinean. En el lienzo viven todas las texturas hechas pensamientos y pensamientos hechos formas no nacidas todavía o que han vuelto a la vida desde la blancura.

También hay una suerte etérea de pigmentos de pintura, la brisa de otras épocas por las que han pasado los cuadros ante los ojos de quien mira y mirará la obra.
Se vive una sensación que transfigura esa niebla fragmentada en la que hay pequeños universos de seres ocultos, tímidos, que apenas asoman su misterio, al revelarse.
Así, también, se percibe el revés de la geometría, como si la materia y la inmateria, se contrapusieran o estuvieran en el mismo plano visual. El ánima del ente geométrico y su antagonista.

En Per–versiones se mimetiza con el tiempo, flanquea los bordes de todas las formas que ha sido hasta lograr la inmovilidad de lo perenne, incluso la nostalgia de lo que no ha sido, todo izado por el color y la textura, por la idea.
Hay una constante que es el espacio que a su vez es una nada fecunda y fértil: los cubos, contiguos, y también en solitario, son figurados y reales, son universos en la alternancia de tiempos en la obra, incluso los cuerpos que fueron trazos y trazos que son cuerpos en la intermitencia de la materia: son un lienzo transparente donde el espacio es el sostén.

Coen es el pretérito de la alquimia, un vaso comunicante en el sentido de la vida que se renueva y se comprende al paso del tiempo. Incuba en el espectador sus formas en un tiempo presente, indómito apuntando al pasado y al futuro.
El momento como ente abstracto que desentraña Coen por medio de la forma y el color enlazado por la textura que penetra en la conciencia del espectador se convierte es una estela en el recuerdo. ®
Arnaldo Coen, Per–versiones, en Casa de Cultura Banamex – Palacio del Conde del Valle de Súchil, Durango.
