El corazón del Cerro del 4, entre calles estrechas y viviendas humildes, hay un faro de esperanza y alegría para las infancias: La Mezquitera. Aquí los sonidos de risas infantiles llenan el aire y desafían las sombras que acechan más allá de los muros de este centro comunitario.
A los niños que habitan el Cerro del 4 les gusta pintar con acuarelas, jugar con legos y ensuciarse las manos con pintura o con tierra, y jugar en la cancha del patio de La Mezquitera, que también cuenta con una ludoteca. Los niños de aquí son como cualquier otro niño de cualquier otra colonia de la ciudad de Guadalajara, buscan ser niños y jugar, pero, a diferencia de muchos otros niños, están íntimamente familiarizados con una realidad más cruda, una realidad que no debería pertenecer al universo de la infancia. Son conscientes de lo que sucede, ven las noticias o se enteran por lo que se platica a su alrededor; no les gusta que haya tanta matazón, poca protección ni escuchar balazos cerca de su casa.
Como todos los niños, les gusta disfrazarse: de doctores, de princesas o de bomberos. A Kendra le gusta simular que cura enfermos porque sueña con ser doctora; Cecilia, cuyo corazón late por los animales, tiene interés por ser veterinaria. Me cuenta que ha rescatado a nueve gatos en la colonia, a todos los adoptó y les puso nombres como Muñeco, Rayitas, Rayitas 2, Pelusa, Bola de Nieve, Negro, Chingón, Enojón y Kitty.
En La Mezquitera ellos encuentran un espacio donde ser niños, sentirse niños. Buscan aprobación, como cualquier otro niño. Uno me pregunta: “¿Cómo me está quedando, maeta?”, sale de su linda voz.
A las adolescentes de entre catorce y dieciséis años no les es ajeno este espacio, les gusta venir a divertirse, a jugar juegos de mesa o simplemente sentarse en una banca con sus amigas y contar chismes. Son muchachas sanas; aquí encuentran un espacio para crecer y explorar su propia identidad.
Algunos niños no pueden dejar del todo las situaciones que viven en sus casas, como la ausencia de un padre que no está con ellos porque tuvo que irse a trabajar a otra ciudad, a buscarles un mejor futuro. A veces el cansancio y la poca participación de un niño porque un día antes estuvo trabajando. La Mezquitera brinda un respiro, un lugar donde la esperanza puede florecer y los sueños pueden cobrar vida; más que una simple casa, es un santuario para la imaginación y la alegría.
Desde el 2005 Esther se ha encargado de sacar a flote el proyecto del centro comunitario de La Mezquitera, que al principio empezó como un kínder con apenas dos maestras, setenta niños en la mañana y setenta en la tarde. Esther era la encargada de preparar los refrigerios para el recreo.
Todos necesitamos de espacios a donde podamos recurrir para la recreación; de áreas verdes como parques y canchas públicas; de bibliotecas o centros culturales, y sentir que pertenecemos al lugar donde vivimos. Desde lo posible, La Mezquitera cubre con esa necesidad comunitaria.
Detrás de este centro comunitario se encuentra Esther Torres, una figura maternal para los niños, cuya dedicación y amor son la columna vertebral de La Mezquitera. A Esther le gusta regar las plantas del centro, acomodar los juguetes y barrer las hojas del patio; todo el tiempo está pendiente del centro, de los niños y de lo que se necesite. Cada vez que vengo la encuentro recibiendo a los niños, platicando con las madres o abuelas que vienen a dejarlos, siempre con una sonrisa amable en su rostro y una determinación inquebrantable por seguir sirviendo a su comunidad.
Desde el 2005 Esther se ha encargado de sacar a flote el proyecto del centro comunitario de La Mezquitera, que al principio empezó como un kínder con apenas dos maestras, setenta niños en la mañana y setenta en la tarde. Esther era la encargada de preparar los refrigerios para el recreo. Cuenta que se les cobraba tres pesos a cada niño por el lunch. El DIF les vendía una despensa al mes por mil pesos, la cual se compraba con el dinero que aportaban los niños, de ahí pagaban la despensa y los sueldos de las maestras.
Cuando llegó la reforma educativa no cubrió con los requisitos y tuvo que cerrar. Después el espacio tomó lugar como una ludoteca, impulsada por Esther y su afán de mantener un espacio de recreación a donde los niños pudieran acudir. Recuerda Esther con melancolía que la creación del lugar
No fue un plan que elaboramos, fue solamente defender un espacio, sabíamos que era un área verde y nos opusimos a que lo invadiera la gente, porque había quien vendiera los terrenos sin ser dueño, nos opusimos varias veces, hasta nos llegó la policía, alegábamos por un derecho, tener un área verde. El maestro Gerardo Cano, del ITESO, apoyó el proyecto de la ludoteca y también el padre jesuita Gonzalo. Llegaron cuando todo esto era terracería y me dicen: ¿Qué es aquí? Y les digo: Pues nada… Me preguntaron: ¿Pero tú qué haces? Pues yo vengo aquí y juego con los niños. ¿Pero tú qué quieres? Yo quiero que los niños se empoderen, que sean felices, que jueguen, sacarlos un rato de la contaminación de la familia.Había niños que me contaban lo que les pasaba en sus casas, a mí me partían el alma, no puede ser que estén sufriendo tanto y que nadie haga nada. Pero, ¿qué podíamos hacer? La realidad es que las mamás estaban trabajando a veces, los dejaban solos y los niños lidiaban con padres o vecinos malos.Ahí fue cuando dije quiero que los niños se sientan protegidos, se sientan fuertes, que se defiendan, que hablen…
Al principio, Esther no tenía conocimiento de lo que era una ludoteca. Gerardo Cano le recomendó ir al ITESO y buscar a Cristina Barragán Salín, quien estudió Trabajo Social en la Universidad de Guadalajara y ha trabajado por hacer conciencia en la comunidad sobre la solidaridad sin paternalismos. A Cristina le gustó el proyecto de Esther y la impulsó a llevarlo a cabo, capacitó a Esther para formar la ludoteca y echarla a andar.
Dice Esther: “Cristina me dijo que los niños que pasan por un proceso de ludoteca son niños que adquieren muchas, muchas habilidades. Son niños muy seguros, son niños muy independientes y son niños que valoran la vida. Y yo le dije: Pues eso es lo que necesitamos”.
La ludoteca de La Mezquitera ya tiene veinte años funcionando gracias a Esther y a diversos apoyos por parte de estudiantes que hacen servicio social ahí como maestros, y que realizan talleres, juegos, festivales y clases.
Esther dice entre risas: “Los niños son bárbaros, son bien listos, a veces no hacen caso pero me respetan”.
A lo largo de dos décadas La Mezquitera ha sido testigo del crecimiento y la transformación de generaciones de niños y niñas gracias al esfuerzo desinteresado de personas como Esther y el apoyo inquebrantable de la comunidad. Y así, en este pequeño rincón del Cerro del 4, la magia de la infancia sigue brillando, recordándonos que aquí siempre hay lugar para la luz y la esperanza. ®