Dos definiciones de lo que es la televisión: “La niñera electrónica”, la llamó Karol Wojtyla; “Ladrona de tiempo, criada infiel”, le dijo John Condry, finado estudioso del fenómeno televisivo. Ambos juicios están contenidos en un breve y sustancioso libro imprescindible para el estudio del más influyente medio de comunicación de la historia, hasta ahora.* La televisión como la gran preceptora de nuestro tiempo es el tema de los textos aquí presentados.
El libro contiene dos ensayos fuertes, uno a cargo de Condry y otro de Karl Popper. El primero realiza un dramático diagnóstico del influjo de la televisión en los niños. La influencia de ese medio sobre el espectador crece proporcionalmente a la exposición al espectáculo televisivo. El autor calcula que un niño promedio estadounidense pasa alrededor de cuarenta horas semanales frente al monitor; ese tiempo, sumado al que dedican a la escuela, les deja solamente unas 32 horas para convivir con amigos y familiares. Esos niños tienden a leer menos, a jugar menos y a ser obesos. De esa manera, dice Condry, los niños “no hacen muchas cosas que, a largo plazo, podrían ser mucho más importantes desde el punto de vista de su desarrollo”. Y la televisión pasa a influir hondamente en las actitudes, creencias y acciones de ellos. Algunas investigaciones han mostrado que una de las consecuencias es que, por el tipo de programas que se transmiten, los niños “que ven mucho la televisión son más agresivos que quienes no la ven con la misma frecuencia”.
La televisión como instrumento comercial —que es lo que fundamentalmente es— se rige por los valores del mercado. Por ello desestimula el interés por el estudio y destaca notablemente unos valores —o antivalores— sobre otros: promueve el hedonismo, pone el acento en el egoísmo y el sólo pensar en sí mismo sobre valores altruistas como la igualdad, la generosidad y la amistad. Ésos son los futuros ciudadanos que se están forjando diariamente de forma intensiva frente al televisor.
Condry hizo un llamado urgente: “Reducir la influencia que ejerce la televisión en la vida de los niños”, ya que es un medio que resulta ser un pésimo instrumento de socialización. Pero eso implica que los padres les muestren nuevas formas de pasar el tiempo, que les permitan conocerse a sí mismo y al mundo, lo que sólo se obtiene de una mayor interacción real entre seres humanos.
Por su parte, Karl Popper, uno de los grandes pensadores de nuestro siglo, poco antes de su muerte —acaecida en 1994— ubicaba un par de problemas mundiales sobre los que quiso alertar a la humanidad: la crisis de los Balcanes y la crisis televisiva. La impactante lectura del artículo de Condry lo condujo a escribir —o, más bien dicho, debido a su ya muy estragada salud, a dictar— el que fue tal vez el último de sus ensayos.
La televisión como instrumento comercial —que es lo que fundamentalmente es— se rige por los valores del mercado. Por ello desestimula el interés por el estudio y destaca notablemente unos valores —o antivalores— sobre otros: promueve el hedonismo, pone el acento en el egoísmo y el sólo pensar en sí mismo sobre valores altruistas como la igualdad, la generosidad y la amistad.
En su postrer texto, el filósofo austriaco relacionó el poder de la televisión con su teoría democrática. Para él, la democracia consiste en poner bajo control el poder político. Precisamente, la televisión ha adquirido un poder político colosal, “como si fuese Dios mismo el que hablara”. Por eso planteó la necesidad de someter a control a la televisión; de otra forma, la democracia no puede existir.
¿Cómo hacerlo? Popper propuso la formación de una organización de profesionales de la televisión por el Estado que estableciera una licencia que pudiera ser retirada de por vida a quien viole ciertos principios. Todos los que participan en la producción televisiva deberían aprobar un curso de adiestramiento en el que lo fundamental sería “enseñar la importancia fundamental de la educación, de sus dificultades y de que el punto central en el proceso educativo no consiste sólo en enseñar hechos, sino en enseñar cuán importante es la eliminación de la violencia”. ®
Popper, Karl R., John Condry, Karol Wojtyla y Charles S. Clark. La televisión es mala maestra. Traducción de Isidro Rosas Alvarado. Introducción de Giancarlo Bossetti, México: FCE, 1998 (Colección Popular; 562).