Esta amena conversación con Virulo desemboca en varios cauces: su trayectoria, el humorismo, la Nueva Trova y la revolución cubana.
“A darle a Castilla/ y a doña Isabel/ por reino la Antilla/ partió de Moguer/ la mar desafiando/ aquel genovés/ tres naves al mando/ cien hombres con él…/ Suelta la muleta y el bastón/ que nos vamos con Colón…” Así comenzaba La Historia de Cuba, según Virulo, un álbum de acetato que allá por los setenta encantaba a muchos, pero en especial a chamacos cuyos padres tuviesen los diez pesos para comprarlo en la ferretería de la esquina y alguna versión soviética de tocadiscos para escucharlo, una y otra vez. Me consta que no fui el único de por aquellos años que se sabía de memoria cada letra chistosa y se dejaba envolver por la mirada utópica de un proceso histórico que, invariablemente, terminaría triunfante en el año 59, cuando la sardina revolucionaria se comía al tiburón imperialista.
Aquella Historia de Cuba, vista por un joven trovador que años después se convertiría en director del Conjunto Nacional de Espectáculos —ese que sacaría nuevos experimentos de aquello que dio en llamar Ópera-Son, como “Génesis” y “El Infierno según Virulo”, que emigraría a México donde el canal HBO lo señalaría como uno de los comediantes más destacados del continente—, aquella epopeya estaba, sin embargo, muy lejos aún de terminar, especialmente para las generaciones que aparecieron en el mapa de la ínsula después de aquel glorioso final en que “llegó el comandante y mandó a parar”.
Virulo, tal y como aparecía en la contratapa del álbum, “también conocido por su seudónimo de Alejandro García”, llegó a Hermosillo por enésima vez esta semana, 251 años después de la toma de La Habana por los ingleses, finalizando julio del año del Señor de 2013. En San Cristóbal de La Habana había fijado de vuelta su residencia luego de dieciocho años viviendo en México, con esposa e hijos mexicanos, pero su trabajo sigue siendo básicamente aquí, en los restos de la Nueva España, y también en Colombia, donde también se cubre su agenda además de apadrinar a un festival anual de humorismo.
“En mi adolescencia”, le dije al día siguiente de su presentación en el Está Cabral, “tuve dos ídolos indiscutibles; uno era Bruce Lee y el otro eras tú”, y con la sonrisa de ratoncito Pérez que siempre lo caracterizó iniciamos una conversación, desayunando entre pan francés, omelette y chilaquiles, mezcla absurda en cualquier parte del mundo que no sea México.
Lo que todavía se me hace difícil es tener una visión clara sobre qué quisiera yo decir de todos los acontecimientos posteriores al triunfo de la revolución, sobre cómo me voy a pronunciar. Es una cosa complicada, sobre todo porque ahí sí que nosotros ya formamos parte de esa historia.
“Sí, mi trabajo con México se mantiene igual. Tengo una agenda bastante nutrida aquí, la única diferencia es que ahora vivo en Cuba. Las cosas que hago allá trato de hacerlas de manera gratuita. En la gira de los barrios que hice con Silvio (Rodríguez), que duró tres años, visité prácticamente todos los barrios ‘difíciles’ de La Habana, y ésa fue una gira que se hizo sin cobrar. En enero hice un concierto grandísimo para recaudar fondos destinados a los damnificados por el huracán en Santiago de Cuba, también gratuito.”
Le pregunté qué quedaba de aquel Virulo juvenil de los setenta, aquel que veía los procesos históricos con la ingenuidad y el romanticismo previos a la caída del muro de Berlín.
“Queda lo que ves. Ayer me preguntaban eso en una entrevista del canal Telemax, y les decía que, por suerte o por desgracia, sigo siendo ingenuo, romántico. Mi generación, la de la Nueva Trova, es una generación muy vinculada al romanticismo de la revolución. Por eso me duele que se pierdan valores. Eso mismo de hacer cosas gratuitas en Cuba, para ayudar a la gente… Es decir, no quiero caer en la hipocresía… Yo puedo hacer eso porque claro, trabajo afuera y cobro, pero hay como una tendencia a que todo sea con dinero de por medio, y mi formación no fue ésa. Durante los dieciocho años que viví aquí en México, iba, qué se yo, dos veces al año a Cuba, hacía conciertos allá y nunca cobraba nada. Y sigo teniendo esa misma política. Por lo menos con Cuba, con los cubanos, y con la situación que hay, problemas que tiene la gente para ganar dinero, con el poco dinero que hay, cobrarles un concierto sería… como abusivo. No quiero decir que sea abusivo lo que hacen otros que regresaron, Kelvis (Ochoa), Raúl Paz, que todo el mundo tiene que vivir”.
Aprovecho para apuntarle que los humoristas cubanos tampoco fueron los más afectados por la galopante crisis económica del noventa para acá. Muchos de nuestros amigos en común, comediantes reconocidos, se las arreglan para cobrar en moneda dura sus presentaciones en clubes nocturnos.
“Los humoristas tienen sus espacios en los clubes, y son parte también de esa ‘clase’ que maneja dólares, tienen su dinerito, y eso está bien, yo no encuentro mal que lo tengan. Lo que siento es que exista como una sola línea. Creo que debería existir, como en otras partes del mundo, varias formas alternativas. O sea, si yo tengo posibilidad de hacer cosas gratuitas, pues apóyame y alégrate de que pueda hacer cosas gratuitas, no como en aquella bronca que tuvimos con el teatro Mella, que yo traté de hacer un evento gratuito, de solidaridad con los damnificados, y el teatro —no los artistas que invité, que fueron muy conscientes de lo que buscábamos, sino la parte burocrática del teatro— se interpusiera tratando de quedarse con su buena tajada de la recaudación. Ya sé que hay que cumplir el plan, pero si ese dinero iba a salir, que saliera a nombre de todos ¿no?…”
Hipotéticamente hablando, acaso con ese mismo desatino de mezclar chile con chocolate, le pregunto si alguna vez volvería sobre los pasos de La Historia de Cuba, o de aquel “Infierno según Virulo”, llenos ambos de personajes históricos, también paradigmas de pensamientos, filosofías e ideologías setenteras.
“Lo que pasa es que todo ese trabajo tuvo que ver con mi vida previa al Conjunto Nacional de Espectáculos y ya dentro de éste. Estaban planteados para hacerse en grande, con mucha música y muchos actores. Luego de terminar aquella etapa de mi vida, me dediqué un poco más al Virulo trovador, que siempre estuvo ahí, pero igual así comienzo esa ‘otra carrera’ en México, desde los programas de televisión, Virulencia Modulada en TV Azteca, La Coladera en Televisión Mexiquense, o desde antes, cuando le escribía un programa a María Conchita Alonso que se llamaba Picante, que lo hice con vistas a tener mi propio programa, ya sabes que eso funciona como una especie de escalafón…”.
Consciente de nuestra típica y casi endémica propensión nacional a divagar y “meter muela” cuando se está a gusto delante de un mantel surtido e interlocutores afines, le insisto en la posibilidad de un “remake” con aquellos formatos discográficos o de espectáculos.
“Creo que les metería otros personajes. Estuve pensando en hacer una segunda parte de La Historia de Cuba, y no es un proyecto que haya desechado. Creo que hay que recoger todo lo que ha pasado en estos últimos años. Lo que todavía se me hace difícil es tener una visión clara sobre qué quisiera yo decir de todos los acontecimientos posteriores al triunfo de la revolución, sobre cómo me voy a pronunciar. Es una cosa complicada, sobre todo porque ahí sí que nosotros ya formamos parte de esa historia. Es mucho más sencillo hablar de la historia de la que tú no fuiste parte, de la toma de La Habana por los ingleses, incluso de la revolución, porque tú no fuiste parte de la revolución, la revolución fue un producto que llegó a ti, cambió tu vida, pero tú no tuviste nada que ver con eso”.
“Por ejemplo, el disco de La Historia de Cuba termina con que se acabaron los problemas porque triunfó la revolución. Ahí se acabó la cosa, pero ¿qué fue lo que pasó después?, ¿qué hicimos con las posibilidades que teníamos en las manos?, ¿en qué cosas nos metimos?, ¿qué cosas dejamos de hacer?, ¿con quiénes nos relacionamos?… En estos momentos hay un evidente deterioro de los pilares básicos de la revolución, el deporte, la educación, la salud… Los médicos cubanos siguen siendo estrellas en todo el mundo, pero trabajan con unas condiciones muy difíciles… Ahora que estoy viviendo otra vez en Cuba, me resulta una realidad más contradictoria todavía”.
Le aventuré que quizás habría cambiado diametralmente su visión de ese momento histórico llamado “revolución”, con el cual daba fin a su disco, y que por consecuencia debería ser el comienzo de “la otra” Historia de Cuba.
Por lo menos con Cuba, con los cubanos, y con la situación que hay, problemas que tiene la gente para ganar dinero, con el poco dinero que hay, cobrarles un concierto sería… como abusivo.
“Yo no veo a la revolución, originalmente, como una cosa mala. Creo que de algún modo nos hemos desviado del camino, creo que debimos haber sido un poco más pragmáticos para no llegar a la situación a la que hemos llegado. Por ejemplo, la gente en Cuba no trabaja, pero no es consciente de eso. Piensan que están trabajando muchísimo, pero… Mira, (Héctor) Zumbado, en otros tiempos, decía que los problemas de Cuba se solucionarían con una semana de capitalismo al mes. Decía que en esa semana botaban pa’l carajo al que no trabajaba, todo el mundo sentía el rigor, y en el resto de las semanas se quedaban asustados y seguían portándose bien. El problema es que allá la gente no sabe lo que es el capitalismo. Es una realidad muy complicada y no la puedo ver solamente desde el lado destructivo”.
Habiendo rebasado los kilobytes de política razonables para un desayuno con pan francés, omelette y chilaquiles, retomo la vía del choque cultural Cuba-México, de los platanitos fritos y la salsa picante, de las cuatro papilas gustativas isleñas y el chile habanero que no es habanero ni remotamente, o sea, ni la cabeza de un guanajo. Hago la observación de que el público de Hermosillo siempre le reclama ciertos temas en particular, pues al parecer gozan de lo lindo con el encontronazo de un cubano cualquiera y el exorbitante mole poblano, verdadero carnaval de sabores, o el traicionero chile verde.
“Sí, esos temas son inevitables. Aquí en México ‘el mole’ y ‘el chile’ son obligatorios, los piden y los vuelven a pedir. Yo antes estaba acostumbrado a que cada espectáculo era nuevo de arriba a abajo, pero ya viéndolo desde un punto de vista comercial, descubres que eso no siempre es bueno. A la gente le gusta que uno mezcle cosas nuevas con las que ya conoce. Y no es por agotamiento creativo, tengo un montón de cosas nuevas, como el espectáculo ‘Virulo explora con Dora la Exploradora’, uno reciente que aquí en Hermosillo aún no se ha visto”.
“Claro, hay distintas plazas. Por ejemplo, en Guadalajara hay un público como más especializado. Ahí sí me obligan a hacer cosas nuevas cada vez, o de las cosas más complejas como ‘La soprano estreñida’, el ‘medio castrato’, cosas más intelectuales”…
Hermosillo brillaba como suele hacerlo en cualquier época del año, cegadora y fogosamente, y Virulo (también conocido por su seudónimo de Alejandro García) se aprestaba para un programa de televisión y una última presentación —por lo que resta de año al menos— en el Está Cabral del centro histórico, con su formato de minimalista expresión, acompañado sólo por Rolandito Valdés en la computadora y los bongós.
Antes de despedirnos volví a recordarle que sólo Bruce Lee le ganaba entre los íconos de mi adolescencia, y debajo de aquel cabello que cada año se vuelve más blanco, volvió a sonreír con los mismos dientes de ratoncito Pérez que tenía en épocas de fe, allá en el año setenta y cinco y por las sendas de Miramar.
Ahora que el futuro pertenece por entero —o por partes— a quién sabe quién, quedo mentalmente varado en nuestra isla caribeña, ésa en la que “no faltará nunca un don, llegando con voz de mando donde nadie lo llamó”, y me siento a esperar con sonora paciencia la llegada de esa otra parte cómica de la Historia de Cuba, “con sus penas y sus hazañas”.
Entre tanto, un buen pollo con mole será destinado a despertar mis dormidas diecisiete papilas gustativas. ®