Una joven madre camina por las calles de la capital de Noruega, un país en el que viven personas que crecieron con valores europeos, que protegen la naturaleza y apoyan a la comunidad LGBT; muchas de ellas apoyan a una “Palestina libre” y odian a Israel y los judíos.
Hace un par de semanas paseaba por las calles de Oslo. Era un día hermoso, soleado, en una hermosa ciudad europea con calles limpias, parques infantiles y personas libres. Personas que crecieron con valores europeos, que protegen la naturaleza y apoyan a la comunidad LGBT. Personas que saben lo que es bueno y lo que es malo y que siempre hay que estar del lado de la víctima.
Eso es lo correcto; es la naturaleza humana y el placer de sentirse humanos. Es lo que yo decía a mi hijo mientras paseábamos por el centro de la ciudad europea, mientras observábamos muchas tiendas de campaña pro–Palestina. Parecían pequeños mercados de artesanías donde en lugar de vender el famoso queso noruego vendían kefias —el pañuelo tradicional árabe—, banderas y mapas de Palestina. La venta iba acompañada de una explicación sobre la historia de la región. Pero era una versión errónea y radicalmente antiisraelí.
Decidí no interferir. No intenté explicar o contradecir nada mientras escuchaba cosas absolutamente falsas y antisemitas. No hice el intento de contar las terribles historias de mujeres violadas y quemadas. Tampoco quise hablar del dolor constante que ha paralizado a mi pueblo por más de 300 días en espera de la liberación de los rehenes de Gaza.
Simplemente me limité a cambiar el idioma con el que hablaba con mi hijo —del hebreo al español— y me alejé de ese lugar.
Sentí que estaba traicionando a mi pueblo, mis valores, la memoria de mis antepasados que murieron a manos de los nazis cuya filosofía era similar a las terribles consignas que hoy se leen en las ciudades del mundo, incluyendo Oslo.
Me alejé, pero no por miedo. Me alejé con la comprensión de que el pueblo judío, o más bien Israel, ha perdido la guerra informativa.
Mientras tanto, las escenas de destrucción de Gaza que se transmiten por todos los medios destrozan los corazones de la gente compasiva.
Es gente que suele provenir de un ambiente cómodo. Son ingenuos. No se esfuerzan por comprender profundamente los eventos si la razón para ser compasivos está en la superficie.
A menudo, los motivos de la gente compasiva son una tendencia o incluso una moda: es fácil ir tras una multitud con ideas parecidas.
Es una ideología y un movimiento político dirigido contra los judíos, como raza. Incluye todas las formas de hostilidad mostradas hacia los judíos como grupo a lo largo de la historia, remontándose al antisemitismo antiguo y cristiano. Hoy también: musulmán, europeo, estadounidense, noruego…
Con la misma rapidez, después de la masacre en Israel, las manifestaciones pro–Palestinas se transformaron en un antisemitismo agudo.
Este sentimiento me causa profunda tristeza, dolor y aún más desconcierto ante lo que sucede hoy bajo la consigna de la compasión. Lo curioso es que ninguna de estas manifestaciones exige la liberación de los rehenes israelíes o los ciudadanos de Gaza —ambos bajo el cautiverio de Hamas.
La definición de antisemitismo —antisemitismus, en alemán— incluye la intolerancia, expresada en la hostilidad hacia los judíos como grupo étnico o religioso. Es una ideología y un movimiento político dirigido contra los judíos, como raza. Incluye todas las formas de hostilidad mostradas hacia los judíos como grupo a lo largo de la historia, remontándose al antisemitismo antiguo y cristiano. Hoy también: musulmán, europeo, estadounidense, noruego, etcétera.
Hoy vemos cómo el antisemitismo se ha integrado orgánicamente en la ideología islámica, o más bien fundamentalista, al segmento árabe de la población en todo el mundo, dentro y fuera de los países islámicos.
Parece que el duro trabajo que se hizo a lo largo de ochenta años contra el antisemitismo, realizado en las mentes de la gente después de la Segunda Guerra Mundial, se deshizo en un día y por un solo argumento basado en una historia distorsionada, creada y pagada por la propaganda de Hamas.
Este argumento se llama «Libertad para Palestina» y se utiliza para justificar la terrible masacre de civiles en Israel, ocurrida el pasado 7 de octubre de 2023. No tiene sentido hablar de la verdad histórica de este argumento; basta recordar que Israel retiró sus tropas de Gaza en 2005.
Desde entonces el pueblo palestino se encuentra bajo la dictadura de Hamas, que hace veinte años eligió el camino del terror en el que arrastró a todo su pueblo.
Desde el 2005 han llegado millones de dólares en donaciones provenientes del mundo entero, incluido Israel, que podrían ayudar a construir un mini–Dubai palestino, y no un laberinto de túneles militares, depósitos de armas en hospitales y escuelas, la pérdida del valor de la vida humana y la adquisición de una ideología terrible e inhumana sobre el deseo de destruir al Estado judío y matar a cualquier judío.
Aquí no hay medios tonos, todo es simple: los judíos no tienen derecho a existir, tampoco Israel lo tiene.
Ni yo lo tengo.
No hay peticiones concretas, no hay disputas. Tu oponente sólo quiere matarte. Si quieres llegar a un acuerdo, hazte el hara–kiri.
Varias generaciones crecieron en Gaza con la idea de destruir a Israel. Por lo tanto, la masacre masiva y fatalmente exitosa (en ocho horas perdieron la vida casi dos mil personas) no sólo contó con el apoyo y la participación activa de la población local, sino que también fue aceptada con mucho entusiasmo por los palestinos.
El lavado de cerebro sistemático de la población obtuvo resultados y el trabajo ideológico será la tarea más difícil en tiempos postguerra, después de la derrota de Hamas. La liberación del pueblo palestino no será sólo que sea liberada de Hamas, sino también de la terrible ideología que ha sido implantada en su ser.
El 7 de octubre provocó la mayor ola de antisemitismo que ha habido desde la Segunda Guerra Mundial. Incluso, si no tomamos en cuenta a ciertos países árabes, donde el odio a Israel está arraigado desde hace mucho tiempo, se ha producido un aumento muy marcado de los incidentes antisemitas en casi todos los países del mundo.
Muchos judíos que viven fuera de Israel reportan una menor sensación de seguridad y un miedo real a mostrar su herencia judía en público.
Los campus universitarios estadounidenses se han vuelto extremadamente hostiles contra los estudiantes judíos e israelíes.
En toda Europa se pintan estrellas de David en edificios residenciales; hay amenazas de explotar tiendas judías, los manifestantes piden la destrucción de Israel, los judíos se ven obligados a retirar la mezuzá —el símbolo religioso que colocan en la entrada de cualquier casa judía— para no identificarse con el judaísmo.
Muchos judíos dicen que el sentimiento antijudío en las calles les recuerda los acontecimientos ocurridos en la Alemania de los treinta, cuando los judíos tenían miedo de usar kipá, ir a la sinagoga o asistir a escuelas judías.
Se han dado sucesos antisemitas que llaman particularmente la atención: en Rusia se dieron a la tarea de buscar judíos por las calles, en hoteles y el aeropuerto de la ciudad de Makhachkala, ¡incluso en la turbina de un avión que llegó de Israel!
Los antisemitas no distinguen entre israelíes y judíos, y las críticas a Israel se convierten muy rápidamente en ataques a la comunidad judía de un país determinado y al judaísmo en general.
“El sentimiento pro–Palestino está creciendo y los judíos están muy preocupados. Existe una sensación de impotencia que nunca habíamos experimentado”, dijo en diciembre de 2023 Joel Rubinfeld, presidente de la Liga Belga contra el Antisemitismo.
Las fuentes de información de Gaza, sus informes y fotografías son transmitidas por representantes del mismo Hamas, para quienes estos informes son parte de la maquinaria de propaganda antisemita. Baste recordar cuántos “periodistas” de medios de comunicación, incluyendo Al Jazeera, son miembros activos de Hamas.
La amargura de la tragedia del 7 de octubre —la masacre más significativa de judíos desde el programa de exterminio de Hitler— se ve ahora intensificada por la empatía que el mundo ha desplazado instantáneamente hacia los palestinos en Gaza, a pesar de que los ancianos y los niños israelíes siguen bajo el cautiverio de los bárbaros de Hamas.
La compasión es lo que motiva a la gente cuando ven la terrible destrucción en Gaza, el desplazamiento de la población civil de diferentes zonas y las terribles condiciones de vida. Es una realidad y una reacción contra esto es normal.
Pero hay un factor importante: las fuentes de información de Gaza, sus informes y fotografías son transmitidas por representantes del mismo Hamas, para quienes estos informes son parte de la maquinaria de propaganda antisemita. Baste recordar cuántos “periodistas” de medios de comunicación, incluyendo Al Jazeera, son miembros activos de Hamas, e incluso uno de ellos mantuvo rehenes israelíes en su propia casa.
¿Es posible, entonces, hablar de periodismo independiente? ¿Es posible siquiera hablar de periodismo, de cobertura objetiva de eventos?
Ninguno de estos “periodistas” hablará del hecho de que Israel, en la búsqueda de sus rehenes, es obligado a entrar a Gaza, veinte años después de retirar sus tropas —gracias a los Acuerdos de Oslo (1993) sobre las garantías de seguridad para Israel.
Ninguno de estos “periodistas” platicará que miles de palestinos trabajaban en Israel y tenían amistad con los israelíes, y recibían apoyo humanitario, social, médico, etcétera.
Tampoco hablarán del hecho de que sus ciudades tienen túneles militares de cientos de kilómetros de largo; que los centros operativos de los terroristas están ubicados en escuelas y hospitales. Que usan a su propia población como escudo; que Hamas es el más beneficiado por los muertos que se cuentan entre los civiles palestinos.
Ninguno de estos periodistas platicará que ante cada ataque que Israel está obligado hacer en respuesta al ataque de Hamas y buscar los rehenes, se advierte a la población civil para que puedan evacuar con anticipación.
Ninguno de estos periodistas platicará que el mismo Hamas no deja a su gente retirarse de zonas peligrosas para tener todavía más imágenes para su guerra informativa contra Israel.
Ninguno de estos periodistas platicará que a diario entran los camiones de ayuda humanitaria a Gaza desde… Israel.
La compasión obliga a la gente a donar dinero para ayudar a Palestina, pero resulta que este dinero nunca llegará a la gente común y necesitada. Toda la ayuda humanitaria es robada y vendida nuevamente por Hamas a su propio pueblo. Matan a su propia población si intentan resistir esta anarquía.
La gente envía dinero a través de la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio, el órgano subsidiario de la Asamblea General de Naciones Unidos), contra la cual se han encontrado muchas pruebas de que sus representantes en Gaza son miembros de la organización terrorista Hamas y de que todo el dinero “humanitario” se convierte en armas contra Israel.
Hay que pensar antes de donar. El único gobierno en Gaza que recibe donaciones es Hamas.
Yo, como cualquier judía o israelí, sé todo esto. Sin embargo, me alejé de la tienda de campaña pro–Palestina en Oslo y permanecí en silencio.
Callo ante la impotencia, el dolor y la injusticia mundial, porque es imposible luchar contra la epidemia de compasión completamente desfigurada por la propaganda.
Un día esto se acabará, tengo fe. La compasión se limpiará de la propaganda. Los rehenes regresarán a casa y el mundo despertará y recordará quién es la víctima y quién el verdugo. ®
—Publicado originalmente en Cancuníssimo. Revista Cancún Quintana Roo.