La mañana del 26 de junio de 1934 la resaca ya se había encargado de conectarle al Chango una buena docena de derechazos. Con las facultades severamente minadas por el alcohol, Rodolfo Casanova escribió aquel día una de las primeras páginas del abultado libro de decepciones del deporte mexicano.
En un combate pactado a quince episodios el popular boxeador mexicano dejó escapar la mejor oportunidad que le brindó la vida de conquistar un título mundial. El Foro de Montreal fue el escenario en el que los certeros golpes del puertorriqueño Sixto Escobar encontraron pocos obstáculos para castigar a Casanova.
En la biografía de Rodolfo Casanova aparecen todos los elementos del ídolo boxístico de barrio: nacer en un hogar paupérrimo, buscarse el pan desde niño en duros oficios, descubrir que la solidez de sus puños podía abrirle caminos insospechados, contar con el cariño incondicional de su pueblo, caer en una vorágine de francachelas y tristezas y, finalmente, morir en la más extrema indigencia. Y sin embargo, siempre quedará la duda sobre si el combate en Montreal hubiese alterado el destino de Casanova. Todo parecía indicar que el Chango volvería de Canadá con el cinturón mundial de peso gallo sin grandes contratiempos. La bebida, la autoestima por los suelos y un digno rival tenían otros planes para él.
A sus diecinueve años, Casanova ostentaba un record envidiable. A pesar de su corta edad gozaba de una fama sin precedentes en el escenario boxístico nacional, gracias a sus enormes facultades y a una agresividad pocas veces vista en el ring: un boxeador hecho con verdadera arcilla de ídolo. En el deporte la calidad no lo es todo; hace falta carisma, fascinación por parte del público y una magia parecida a ese duende que los gitanos saben reconocer en el guitarrista que se volverá inmortal.
A sus diecinueve años, Casanova ostentaba un record envidiable. A pesar de su corta edad gozaba de una fama sin precedentes en el escenario boxístico nacional, gracias a sus enormes facultades y a una agresividad pocas veces vista en el ring: un boxeador hecho con verdadera arcilla de ídolo.
Rodolfo Casanova nace en León, Guanajuato en 1915, aunque se instala desde muy niño en la Ciudad de México, huyendo de la miseria y de la violencia revolucionaria. Trabaja en una nevería y gana fama con los puños en las calles de La Lagunilla. Con tan sólo catorce años, sube por primera vez al ring y demuestra un talento natural para hacer sangrar a sus adversarios. El 9 de abril de 1932 debuta como profesional frente a Paco Villa, noqueándolo en cuatro episodios. En poco tiempo el Chango —apodado así según algunos por la dimensión de sus brazos— consigue el reconocimiento de las multitudes gracias a su dura pegada y al corazón que dejaba en cada combate. Luego de 31 peleas, 24 ganadas por la vía rápida y sólo dos derrotas por decisión, hace maletas para sostener dos enfrentamientos en Estados Unidos y Canadá. Pierde el primero de ellos por puntos ante Freddie Miller en Los Ángeles y viaja a Montreal para contender por el título mundial de peso gallo.
Casanova y su séquito llegan a la ciudad canadiense el 5 de junio, tres semanas antes del combate, para aclimatarse y cerrar su preparación a tambor batiente. Su oponente es Sixto Escobar, oriundo de Barceloneta, Puerto Rico, apodado “el Gallito” y con unos números poco sorprendentes: treinta peleas, veinte de ellas ganadas aunque con apenas seis por la vía del cloroformo puro, dos empates y ocho derrotas. Se trata de un boxeador que privilegia la vía larga, confiando en los puntos marcados en cada episodio. Escobar se instala en Montreal dos semanas antes que el Chango y se enfrenta a Bobby Leitham el 6 de junio. Gana por nocaut en el quinto asalto. La pelea entre el mexicano y el boricua levanta mucha expectación entre el público montrealense. El periodista Al Parsley la bautiza con el título de “La batalla de los morenitos”.
En su preparación para la contienda Casanova madruga, corre cinco millas diarias en el parque La Fontaine y entrena con tesón en un gimnasio de la calle Mont-Royal. Pelea algunos rounds con un sparring y baja del cuadrilátero para seguir con una fuerte rutina de ejercicios sin mostrar el mínimo indicio de cansancio. Los curiosos se dejan seducir por el poderío de los golpes del mexicano y por su físico. Pino Páez, biógrafo de Casanova, elabora una poética descripción de la anatomía del “Nevero de La Lagunilla”:
Bíceps esculpidos por un Rodin, cuello grácil y duro, con un abdomen sin las grotescas estrías del lavadero. Las piernas de Rodolfo tenían la delgadez de los danzantes y sus manos —virilmente delicadas— representaban para las doncellas la tibia tersura del amante.
El 21 de junio los miembros del equipo de Casanova solicitan formalmente a la comisión de box de Montreal que el réferi de la pelea hable español. Sostienen que debido a que el combate será entre dos hispanohablantes, es necesario que la lengua no sea un factor que dificulte la comunicación en el ring. Detrás de esta solicitud se encuentra el horror tan conocido del “Chango hacia la lengua de John Wayne. Alejandro Galindo, director de la mítica película Campeón sin corona, basada en la vida del púgil mexicano, plasma con fidelidad esos temores en la pantalla grande: “Kid” Terranova (alter ego de Casanova) permanece inmóvil en el cuadrilátero, agacha la cabeza y proyecta un evidente complejo de inferioridad frente a las palabras en inglés pronunciadas por su rival Joe Ronda (en la vida real se trataba de Joe Conde, quien nació, por cierto, en la costa sinaloense y no en Estados Unidos). La petición de la gente de Casanova es denegada. El estadounidense Joe Glikman fungirá como réferi del encuentro. Días antes del compromiso arriban a Montreal periodistas de Nueva York, Boston y Detroit. En esos años la ciudad canadiense compite con Los Ángeles y Nueva York para posicionarse como uno de los escenarios más importantes del box en Norteamérica. Luego la mafia construirá una historia distinta con sus millones de neón en Las Vegas y Atlantic City.
El 21 de junio los miembros del equipo de Casanova solicitan formalmente a la comisión de box de Montreal que el réferi de la pelea hable español. Sostienen que debido a que el combate será entre dos hispanohablantes, es necesario que la lengua no sea un factor que dificulte la comunicación en el ring. Detrás de esta solicitud se encuentra el horror tan conocido del “Chango hacia la lengua de John Wayne.
Tres días antes de la pelea con Escobar, Casanova derriba en dos ocasiones a su sparring. Frente a la perplejidad de los periodistas, Luis Morales, manager del guanajuatense, declara que en realidad su pupilo no quiere mostrar todo su talento adrede para no lastimar más al asistente. Las calles de Montreal se encuentran tapizadas con carteles del combate. El acceso al espectáculo de los gladiadores latinos oscila entre los 75 centavos y los tres dólares de aquel entonces. En esos mismos días, Escobar se ejercita con ahínco pero con discreción. Recibe pocas visitas de los periodistas. La mayoría de ellos decide elaborar notas sobre el favorito, al que ya todos apodan “Baby Face” Casanova.
En la mañana del 25 de junio los periódicos registran que el Chango se entrena con normalidad. Lidera las apuestas con una diferencia de ocho a cinco. De igual manera, se hace público que el “Nevero de La Lagunilla” se embolsará —gane o pierda— 3,500 dólares por el combate. En su último diálogo con los periodistas Casanova anuncia su plan: castigar con rigor a su oponente desde el inicio y terminar la pelea en un máximo de cinco episodios. Escobar también acude al gimnasio para una ligera sesión de entrenamiento y promete dar un buen espectáculo.
Diversas fuentes de peso —entre ellas el legendario cronista boxístico Antonio Andere, Carlos Montes, gran amigo de Casanova, y el periodista deportivo Eduardo Camarena— sostienen que la noche previa a la contienda el Chango se escabulló de su equipo técnico para emborracharse en los bares de Montreal. Lo encontraron de madrugada, cuando ya el alcohol circulaba con malicia por todo su cuerpo. ¿Qué hizo que Casanova rompiese con la estoica disciplina mostrada durante semanas para refugiarse en el fondo de una botella? La respuesta se la llevó el Chango a la tumba. ¿Habrá sido la nostalgia de sentirse lejos del cariño de su México querido, en una actitud tan parecida a aquélla que inmortalizaría años después el futbolista José “Jamaicón” Villegas? ¿Comprendió acaso que ni siquiera la conquista del título mundial lo pondría a salvo de los recuerdos dolorosos de su infancia? ¿Se sintió aterrado en imaginar los gritos en inglés del público? Aunque esta última posibilidad habría quedado sin efecto si alguien le hubiese explicado a Casanova que la mayoría de los habitantes de Montreal eran francófonos, con un odio profundo hacia las élites anglófonas, en una sociedad constituida en aquellos años por una gran masa de gente de habla francesa —obreros y granjeros, miles de ellos utilizados como carne de cañón en dos guerras mundiales—, dominada por la jerarquía católica y en donde la lengua patronal y comercial era predominantemente el inglés.
La ceremonia del pesaje y el examen médico están programados para la una de la tarde de aquel 26 de junio. Una jaqueca que le taladra la frente, temblores en las extremidades, una sed de náufrago y, sobre todo, un estado depresivo que ni siquiera el mejor chiste de todos los tiempos podría anestesiar es lo que siente Casanova en cuerpo y espíritu. Su equipo emplea toda clase de remedios para que dé el peso sin problemas y para mejorar su estado posterior a la parranda: café, algún tiempo en el sauna, masajes por doquier. El “Nevero de La Lagunilla” logra hacer frente a la báscula: pesa poco más de 117 libras por 116 de Escobar. Los médicos autorizan la pelea.
A las 8:15 de la noche, el Foro de Montreal aloja a más de ocho mil espectadores. El mexicano y el puertorriqueño suben al ring. El público aplaude con desbordado entusiasmo a Casanova; confían en los puños del Chango. Suena la campana y los dos boxeadores dedican el primer episodio a estudiarse mutuamente, pero en los últimos segundos Escobar lanza un recto que impacta en la boca de Casanova y le produce un corte que no dejará de sangrar durante todo el combate.
A las 8:15 de la noche, el Foro de Montreal aloja a más de ocho mil espectadores. El mexicano y el puertorriqueño suben al ring. El público aplaude con desbordado entusiasmo a Casanova; confían en los puños del Chango. Suena la campana y los dos boxeadores dedican el primer episodio a estudiarse mutuamente, pero en los últimos segundos Escobar lanza un recto que impacta en la boca de Casanova y le produce un corte que no dejará de sangrar durante todo el combate. En el segundo round, los dos guerreros golpean con prudencia sin hacerse el menor daño. El Chango decide arriesgar un poco más y en el tercer asalto se lanza al ataque, pero Escobar esquiva los golpes y logra conectar un sólido derechazo en la mandíbula de Casanova. Por primera vez en su carrera, el “Nevero de La Lagunilla” siente la rugosidad de la lona en la espalda, pero logra levantarse a los siete segundos de la cuenta de protección. Escobar es paciente y no se precipita. Sabe que golpeando poco a poco tendrá más adelante una oportunidad para terminar con el combate antes de los quince episodios. Los siguientes cuatro rounds transcurren de acuerdo con la estrategia del boricua: conecta dos o tres combinaciones y se retira a tiempo. El rostro de Escobar no muestra daño alguno. Al comenzar el octavo asalto Casanova ataca con más ánimo que técnica. Consigue impactar algunos puñetazos sobre el puertorriqueño. Será el único round que le favorecerá en las tarjetas. En el noveno episodio hay un intercambio de golpes. Escobar logra conectar un gancho de izquierda con mucho veneno y remata con un uppercut en pleno rostro del Chango. El cuerpo de Casanova no puede más y aterriza sobre la lona. Se queda tendido durante un par de minutos y, en un gesto de elegancia deportiva, Escobar lo ayuda a ponerse en pie. El público reconoce con vítores el coraje del nuevo campeón mundial gallo. Casanova camina con la figura encorvada hacia los vestidores en donde pasará un buen tiempo sentado sobre una camilla y aplicándose un trozo de hielo en la boca para combatir la hinchazón. Acaba de recibir la derrota más dolorosa de su carrera boxística.
Además de los cortes y los moretones, la gira por Estados Unidos y Canadá causa también un implacable daño en la vida amorosa del Chango. A pesar de que se tiene registro de que durante aquel viaje Casanova —apellido de seductor— sostiene una aventura con Mae West, uno de los primeros símbolos sexuales del celuloide, algunas fuentes señalan que antes de salir de México había acordado casarse con la novia a su regreso. La prometida decide no esperarlo. Simplemente huye con otro. La medicina a tanto dolor no es distinta a la que usualmente consumía el púgil: litros de alcohol. Tomás Kemp, periodista potosino quien tuvo trato directo con Casanova, afirma que después de la decepción de la novia el Chango sólo le fue fiel al etanol.
A su regreso al país, Casanova prosigue recorriendo la existencia en esa montaña rusa de la que nunca logró bajarse: victorias de antología en las arenas nacionales, largos periodos alejado de los cuadriláteros bajo la triste compañía de una botella de tequila, derrotas frente a oponentes menos talentosos pero más disciplinados y una nueva oportunidad de hacerse de un cinturón mundial en 1937 frente a Henry Armstrong, sucumbiendo ante la pegada del estadounidense en el tercer episodio. En sus últimos combates, a mediados de los años cuarenta, para nadie es un secreto que el Chango sube al cuadrilátero en estado de ebriedad, luego de noches interminables en cantinas y cabarets, aunque el calor del público es todavía suficiente para incrementar las cuentas bancarias de los empresarios que siguen viendo en el guanajuatense una segura inversión. Al colgar los guantes, Rodolfo Casanova continúa forjando su leyenda, aquélla que no permite separar al boxeador de grandísimos recursos del alcohólico sin más meta que la autodestrucción. En su magistral crónica sobre la vida del Chango, Héctor de Mauleón describe los últimos años del ídolo del ring:
De ahí en más, Casanova encarnaría el mito del perdedor, entrando y saliendo del manicomio, rehabilitándose durante algunos meses para volver a caer después, y viviendo de limosnas, de préstamos, de caridades. Es el teporocho de Garibaldi, el borrachín que recorre San Juan de Letrán causando lástima y asco.
Rodolfo Casanova muere en un albergue para indigentes de la Ciudad de México el 24 de noviembre de 1980.
El Chango no ha sido el único boxeador talentoso pero ametrallado por el vicio y el infortunio. Las plumas de reconocidos escritores han registrado los trágicos destinos de otros pugilistas: Ricardo Garibay con Rubén “Púas” Olivares, el colombiano Alberto Salcedo Ramos con “Kid” Pambelé, Julio Cortázar con el porteño Justo Suárez, entre muchos casos más. Lo que distingue a Rodolfo Casanova del resto es que a pesar de tantas décadas pasadas, su sombra se deja ver con demasiada frecuencia en el deporte mexicano, cada vez que se lee en los periódicos que el favorito en alguna justa olímpica sufrió de sospechosos calambres horas antes de la prueba final o cuando el locutor del programa de radio informa que los miembros de un equipo de gira por Sudamérica pasaron la noche con meretrices. Detrás de Ana Guevara y Hugo Sánchez hay cientos de Casanovas dispuestos a eternizar la fatídica racha de las derrotas atléticas: falta de disciplina, miedo al éxito, nostalgia por el terruño y demás fenómenos que continúan intrigando a los psicólogos del deporte. Frente a este afligido escenario, el Chango se perpetúa como el padre fundador de la desilusión deportiva nacional, del campeón que pudo ser y no fue, o parafraseando a Monsiváis, como nuestro símbolo de la legalización del pesimismo y la canonización del desastre.
Siete décadas después, el interés por el boxeo en Montreal es apenas existente. No hay religión más practicada en esas latitudes que el hockey sobre hielo. También la sociedad montrealense ha cambiado radicalmente. En la actualidad, el francés figura como la única lengua oficial en toda la provincia de Quebec y anglófonos y francófonos viven sin detestarse. El Foro de Montreal, escenario de la derrota del “Nevero de La Lagunilla”, dejó de ser sede hace varios años de espectáculos deportivos y se convirtió en un popular multicinema. Quizás en algunas décadas se proyecte en sus pantallas algún documental que describa el éxito del deporte mexicano (si esto llegase a ocurrir), para de una vez por todas dejar a Rodolfo Casanova descansar en paz. ®
Miguel
Excelente articulo, ojala escriba usted más, pues su estilo de escritura lo lleva a uno de la mano a una época de nostalgia. Se agradece su nota.
Susana
Excelente reseña de este gran boxeador nato. Simplemente me encanto, fue como si lo hubiera vivido. Felicidades por este artículo y por compartirnos un poco de la historia de este personaje, ahora entiendo por que se le considero una gran figura del boxeo, hay que conocer el contexto social que se vivía.
Saludos!!
Bores
Complejo de interioridad tan metido en la mentalidad Mexicana cada vez menos pero aun persiste
Edgar Garcia
El FATALISMO AZTECA….. Es lo que le paso seguramente….. Ese mounstro que gobierna a tantos mexicanos en tantas actividades y disciplinas….. EL MIEDO(TERROR) AL TRIUNFO….. Hoy le hemos puesto una mascara llamada …. soverbia !!!!!
José Jaime de la Llata
Que gran artículo! Yo he visto la película varias veces y vaya que es triste, pero es peor aún la vida real de este gran boxeador, ídolo de multitudes que fue fulminado por el alcoholismo.
José
Excelente pieza, francamente no sabia que esa pelicula estaba basada en hechos reales