En Dinamarca no hay sediciones, motines o libelos en contra del gobierno, y todo el mundo está enamorado de la reina Margrethe y su sonriente familia. La desviación política hacia izquierda o derecha es casi nula y el ciudadano promedio lee bastante (siete libros al año) y —no pocas veces— también escribe.
En lo profundo de los calabozos de Kronborg, el castillo de Hamlet en Elsinore, reposa la estatua de Holger Danske(Holger el Danés). Alejado decididamente del mundo exterior, un aletargado Holger, otrora héroe de las sagas escandinavas, yace serenamente, cabizbajo, de brazos y piernas cruzadas. De acuerdo con la mitología danesa, Holger despertará para rescatar a Dinamarca cuando la amenaza de la catástrofe se cierna sobre su territorio.Jamás conocí un grupo de gente —y tampoco un país entero— donde la mente de sus integrantes fuera tan de un solo calibre y su discurso tan monocromático. En Dinamarca las minorías entusiastas, locas y extravagantes se abren paso con dificultad en un bosque donde el discernimiento simplemente se diluye. La pujante equidad social ha engullido las opciones que generalmente otorga la discordia, racionalizándola; hablo, pues, de una igualdad idiosincrática donde los códigos de interrelación social marchan de acuerdo con el riguroso ritmo de la sensatez.
Me es imposible nombrar, basado en mi experiencia, un pueblo que en materia de justicia, concisión y perspicacia exceda a los daneses. En Dinamarca no hay sediciones, motines o libelos en contra del gobierno, y todo el mundo está —o, al menos, aparenta estar— enamorado de la reina Margrethe y su sonriente familia. La desviación política hacia izquierda o derecha es casi nula y el ciudadano promedio lee bastante (siete libros al año) y —no pocas veces— también escribe.
La vieja monarquía danesa, que data de la época vikinga (940 d.C.), bien podría ser vista como una especie de Bella Durmiente, un filete arrojado en el territorio de un perro catatónico, una utopía donde la democracia funciona como reloj suizo y la estabilidad política, así como el Estado de bienestar, están firmemente asentados sobre el progreso, la cooperación y la seguridad social.
La equidad y el antielitismo danés emanan de la mezcla entre una longeva tradición democrática (l849) y un arraigado puritanismo luterano. La combinación ha resultado en lo que algunos críticos han dado en llamar mediocracia (mediocracy), que no es otra cosa que la perpetuación democrática de la mediocridad psicosocial. Un sistema donde el aburrimiento se esparce y, como consecuencia, la imaginación es aplastada.
En Dinamarca las minorías entusiastas, locas y extravagantes se abren paso con dificultad en un bosque donde el discernimiento simplemente se diluye. La pujante equidad social ha engullido las opciones que generalmente otorga la discordia, racionalizándola; hablo, pues, de una igualdad idiosincrática donde los códigos de interrelación social marchan de acuerdo con el riguroso ritmo de la sensatez.
La pequeña Dinamarca es una tierra llana, con enormes cielos, pero con una visión nublada de las cosas. Parte de la complicada historia del país escandinavo se puede entender si se le considera a éste el jamón del emparedado que forma limitando al norte con Suecia y al sur con Alemania. Estos dos últimos han constituido periódica e intermitentemente entidades hostiles para los daneses: vecinos incómodos queriendo apropiarse de algunas de las más de doscientas islas que conforman su nación. Lo anterior ha moldeado un pueblo unas veces sólo suspicaz, pero otras tantas decididamente huidizo y paranoico en materia de inmigración e integración europea. Las derrotas militares de los últimos 350 años han costado a la alguna vez poderosa Dinamarca el control del sur de Suecia, Noruega, Schleswig-Holstein (provincia en el norte de Alemania) e Islandia. Durante la II Guerra Mundial Dinamarca fue ocupada por los alemanes de 1940 a 1945, rindiéndose sin disputar una sola batalla y colaborando con los nazis hasta que los aliados inclinaron la balanza a su favor. Si bien la actitud danesa, sumisa y coadyuvante ante la invasión nazi, constituye una mancha histórica en el honor su población, eso no implica que actualmente el país escandinavo más austral se erija como un campeón en lo que a democracia y derechos humanos se refiere.
Dinamarca ha sobrevivido milagrosamente y sin duda seguirá haciéndolo. La mentalidad de Holger el Danés perdura hasta la fecha y está fuertemente ligada a lo hyggeligt (término traducido a regañadientes como acogedor o cozy en inglés): un antiguo culto emocional que corre por la sangre danesa.
Veamos: unas velitas largas como de película antigua, prendidas en las ventanas o en la mesa durante todo el día: ¡Hyggeligt! Sentarse en el sofá con un té o un café y una manta en las piernas, en silencio, con el televisor apagado: ¡Hyggeligt! Dos personas leyendo sin interrumpirse debajo de una lámpara cabezona que pende del techo hasta un nivel bajo: ¡Hyggeligt! Una familia viendo el televisor a media luz sobre un enorme sofá que da la vuelta a la esquina de la sala: ¡Hyggeligt! Todo parece ser parte de una minuciosa cultura de adaptación al frío y a la oscuridad, todas estas pequeñas cosas que los daneses hacen para rodearse mejor de sí mismos y sobrellevar los largos encierros que la naturaleza les impone y que, por otro lado, ellos mismos interrumpen constantemente, acaso para, justamente, volver pronto a la nostalgia de lo hyggeligt. En fin, tal como la saudade de los portugueses, que si no eres de allí, se espera que te hagas el que entiendes.
Esta fusión de afable calidez e intimidad tanto familiar como amistosa no pocas veces se acompaña de las bebidas favoritas: schnapps o cerveza amarga. Sólo entonces el hielo se derrite, las copas se levantan, las miradas se encuentran con las de los otros, los impulsos sexuales afloran al fin desinhibidos y un emocional skål reverbera en el aire, sellando así la apreciada privacidad de este ritual vikingo. Aquí, el paralelismo que se extiende entre sus complejos de superioridad e inferioridad, así como el provincialismo propio de un país pequeño se hacen más evidentes. De esta forma, el horror que supone el mundo exterior —por ejemplo, esa conspiración franco-alemana conocida como la Unión Europea— se desvanece temporalmente.
Pero aunque los daneses —especialmente en los asuntos europeos— son un pueblo de to be or not to be, tal como el Hamlet de Shakespeare lo había remarcado, no hay mucho que esté podrido en el Reino de Dinamarca. El país disfruta de uno de los estándares de vida más altos del mundo y su gente puede jactarse razonablemente de que, del útero hasta la tumba, Dinamarca tiene el mejor sistema de bienestar en todo el planeta.
Políticamente, el país sufre —si cabe la expresión— de un exceso de democracia, con nueve partidos políticos en el parlamento (algo nada despreciable en una nación de 5.5 millones de habitantes) y una tradición de consenso político generada por la prevalencia de los gobiernos de coaliciones minoritarias.
En este mismo sentido, la cultura del referéndum goza de cabal salud, la pobreza es todavía un fenómeno social anómalo y, hasta antes de la actual recesión mundial, la economía funcionaba de maravilla. Los daneses pagan la tasa de impuestos más alta en toda la Unión Europea: cerca del 60% del salario que perciben está destinado a sus obligaciones fiscales. La igualdad en los impuestos y la forma en la que se cobran es otro factor de unión entre ellos: qué mejor sufrir juntos que sufrir solos.
Es ya una costumbre ver a Dinamarca clasificar muy alto en cualquiera de las listas de países con mejor calidad de vida y menor índice de corrupción. Lo pequeño también puede ser sencillo y hermoso. En este tenor, Dinamarca pareciera ser el secreto mejor guardado, un remanso cuyo aislamiento se camufla gracias a su discreta ubicación geográfica y la críptica lengua de sus habitantes. El país de Søren Kierkegaard está menos contaminado, mejor organizado y presume de estar relativamente libre de amenazas terroristas y de mafias criminales serias. Un territorio piadosamente silencioso, donde el desvalido tiene mejores posibilidades de sobrevivir.
Dinamarca ha sobrevivido milagrosamente y sin duda seguirá haciéndolo. La mentalidad de Holger el Danés perdura hasta la fecha y está fuertemente ligada a lo hyggeligt (término traducido a regañadientes como acogedor o cozy en inglés): un antiguo culto emocional que corre por la sangre danesa.
En contraste, es justo mencionar la inhospitalidad (muy pocos extranjeros son invitados a las casas danesas), el larguísimo invierno (cerca de siete meses, de los cuales por lo menos tres suelen ser bajo cero), lo anodino de su cocina, su mentalidad pueblerina, su lóbrego humor y la monotonía de sus medios de comunicación (con importantes excepciones en la prensa escrita y electrónica), en donde predominan los insufribles reality shows y los noticieros de radio y televisión, los cuales son especialmente insoportables en lo referente a las largas listas de espera de los hospitales, las enfermedades terminales y los servicios sociales relacionados con la salud. La agenda internacional queda prácticamente relegada a una última instancia.
Sumado a lo anterior, a pesar de que Dinamarca ha sido señalada por diversas encuestas como el país más feliz del mundo durante los últimos años, su índice de muertes por suicidio es también elevado: doce suicidios registrados por cada cien mil habitantes, es decir unos 660 suicidios al año (en México, por ejemplo, la proporción es de cuatro por cada cien mil). La incapacidad laboral por cuadros depresivos o de estrés es pan de cada día.
En lo que realmente sobresalen los daneses es en el diseño, la arquitectura, las artes visuales y la música de alta escuela. El danés Jørn Utzon diseñó quizá la mejor pieza arquitectónica del siglo XX: The Sydney Opera House. Se podría decir que, a pesar de su personalidad monocorde y provinciana, los daneses están siempre en la búsqueda del buen gusto. Y las más de las veces lo encuentran. Su sociedad se juzga a sí misma férreamente y las tendencias se imponen con facilidad. No es raro que un buen día la tercera parte de un pueblo esté usando las mismas botas o el mismo tipo de mascadas. Las modas se contagian como la gripa y a los daneses no parece importarles que sus semejantes porten el mismo uniforme siempre y cuando éste esté de moda.
La monotonía y la mediocracia danesas son reforzadas por un credo llamado Janteloven, la Ley de Jante: un peculiar código de conformidad formulado en la novela Un fugitivo cruza sus vías por el escritor noruego-danés Aksel Sandemose en la década de los treinta del siglo pasado. Teniendo como origen un pueblo ficticio en el oeste de Dinamarca, la Ley de Jante compila diez mandamientos. El mensaje general es que nadie debe creerse superior o especial en comparación a los demás, todos son tus prójimos y la inteligencia no te hace mejor persona: 1) No creas que eres especial; 2) No creas que eres tan bueno como nosotros; 3) No creas que eres más inteligente que nosotros; 4) No te convenzas a ti mismo de que eres mejor que nosotros; 5) No creas que sabes más que nosotros; 6) No creas que eres más importante que nosotros; 7) No creas que eres bueno en nada; 8) No te rías de nosotros; 9) No creas que a alguien le importas; 10) No creas que puedes enseñarnos algo.
En resumen, una auténtica carta magna del conformismo y la paranoia insertada como un chip en la sien del individuo.
Actualmente, Dinamarca es gobernada por el Partido Socialdemócrata y el cargo de primera ministra lo ostenta Helle Thorning-Schmidt, quien es, a su vez, la primera mujer en gobernar al país en toda su historia. Dinamarca entró al nuevo siglo regida por una derecha liberal que no en pocas ocasiones tomó medidas ultras. Las políticas de aislamiento fomentadas principalmente por el Dansk Folkeparti (Partido Popular Danés) originaron en el grueso de la población una percepción negativa del hecho de que Dinamarca pasara de una cultura local agrícola/campesina a una multiétnica. El suceso, se podría decir, los sorprendió mientras dormían y, como era de esperarse, produjo un terremoto en el subsuelo de los daneses más pueblerinos y conservadores, originando un marcado escepticismo hacia Europa, acompañado de xenofobia, nacionalismo y racismo (en un país donde 10% de la población es de un origen étnico distinto al danés). Explotó, entonces, una noción de superioridad, ilusiones románticas de autosuficiencia, suspicacias por el mundo exterior, así como una sensación de que buena parte del mal emana tanto de los países islámicos como de los países católicos del sur y el este de Europa. De esta forma, los daneses vieron cómo su esencia escandinava innata fue seriamente amenazada desde Bruselas. Por ello, la mayoría se volcó a votar en los referendos en contra de los elementos claves del Tratado de Maastricht, rechazando así una integración europea consistente (conservando la corona danesa como moneda de cambio) y convirtiéndose en una especie de país parasitario que disfruta de los beneficios comerciales y financieros de la Unión, pero se encierra a la primera provocación y se abstiene a la hora de tomar decisiones indispensables para modelar una Europa fuerte y consistente.
A estas alturas casi puedo escuchar al viejo Holger el Danés gruñendo desde su catacumba por mis palabras. En lo que estoy cierto es que el Reino de Dinamarca alberga en la simpleza de sus paisajes y del carácter de sus habitantes sus mayores encantos y sus mejores virtudes, pero es ahí mismo donde emerge también una condena de insipidez y parquedad permanentes. ®
Adriana
Efrain,
Un verdadero placer leerte, te expresas mas que bien y aunque me parece que te posicionas mas en la falta de imaginación de los daneses y en su yermo paisaje interior, eres bastante subjetivo y justo, eso creo..
Sinceramente, he pensado en Dinamarca como una posibilidad para emigrar, literalmente, de mi país que es España, con mis dos hijos adolescentes.
He mirado opciones y me he empapado de toda la info posible, aunque sinceramente, no es mucha o no es muy curada, he encontrado mas info turística y reiterada en verdad, me ha gustado tu post, porque aunque ha sido como un jarrón de agua helada para mi impresionable capacidad de enamoramiento instantáneo, también he de decirte que me ha parecido interesante, por un lado me atraen sus paisajes en los que podría perderme sin dificultad y por el otro me aterra ese conformismo tan políticamente correcto del que hablas, es decir, Celebration y The Hunt ambas pelis se justan bien al perfil danés??? Dios!!!
Te cuento, si te interesa, que mi idea es proporcionarme y ante todo proporcionar a mis hijos un futuro, observarás que no lo pido mejor, solo un futuro, España es hermosa pero está muerta y rematada, el índice de tristeza colectiva si no dio mas suicidios es porque nuestro carácter es extrovertido pero al tiempo…en vez de suicidarse aquí los infelices la toman con rabia y te insultan o tratan mal, entiendo que la falta de imaginación de los daneses podría serme favorable en este caso?
El hecho de que mis hijos pudieran tener una carrera pagada, que yo no creo alcanzar ni con los libros, me decantan por Dinamarca, porque veo que sus sistema social es casi perfecto, me compensaría recibir esta ayuda social, para convertirme en un activo en la sociedad danesa, a cambio de una renuncia empírica a la pasión e impulsividad latina? que por otro lado suele quedarse en agua de borrajas, ya sabes, mucho ruido y pocas nueces lo nuestro..
Es decir, desde tu experiencia ( puedo preguntar como conoces tan bien el país y a sus gentes) crees que una española con sus características típicas latinas como esta servidora, aunque con despuntes pragmáticos que a mi misma no dejan de sorprenderme, podría adaptarse a ese país de vikingos conservadores, según tu y carentes de capacidad reaccionaria?
Podrían mis hijos lograrlo a los 14? siendo ambos de tendencia española media algo ruidosa y peleona pero con valores adquiridos basados en la igualdad, el respeto y la tolerancia?
Podría yo misma, como extrovertida y alegre a la par que independiente y solitaria, con el lema por bandera de vive y deja vivir, aunque con marcadas tendencias contestatarias que he aprendido a domar a la fuerza, tener futuro en un país donde parecen estáticos? (según tu los defines)
Adoro sus paisajes, sería suficiente para una amante de la naturaleza como soy?
La cuestión clima es tan jodida? me digo a mi misma que el sol por ahora no me da de comer, me alegra el ambiente pero si no me permite viajar mas lejos de Valencia también me oprime entiendes, el sol y las tapas españolas no pagan las clases que mis hijos no se pueden permitir para alcanzar sus sueños mas básicos, lo podrían lograr en ese estado de bienestar?
Sé que son muchas preguntas y no quisiera hacerte perder el tiempo, gracias por leerme si lograste aguantar,te aseguro que son bienvenidos cualquier tipo de consejos o sugerencias, algún país mas aconsejable?… encantada
Adriana