La primera científica peruana

Margarita Práxedes: pionera de la ciencia

Partidaria entusiasta del evolucionismo darwiniano, mostraba su oposición a que la teología constituyera una fuente de autoridad en las ciencias de la naturaleza.

Margarita Práxedes Muñoz (Lima, 1848 – Buenos Aires, 1909).

Las grandes escritoras peruanas, como Clorinda Matto de Turner o Mercedes Cabello de Carbonera, han recibido mucha atención. No ha pasado lo mismo con las pioneras del mundo científico, que han permanecido en la sombra. Éste es el caso de Margarita Práxedes Muñoz, la primera mujer del país que se graduó en Ciencias, allá por el lejano 1890. Hizo una tesis sobre la “Identidad sustancial de los reinos inorgánico y orgánico”, una disertación en la que, a partir de una cuestión de moda en el siglo XIX, defendía que la materia es una. Partidaria entusiasta del evolucionismo darwiniano, mostraba su oposición a que la teología constituyera una fuente de autoridad en las ciencias de la naturaleza. Había que separar radicalmente ambas esferas.

La suya no era una investigación original sino, según su propia confesión, una simple elaboración de los apuntes de clase: “Me ocuparé de la unidad de la materia y sus múltiples manifestaciones en la escala de los seres, tratando de reunir mis recuerdos para exponeros lo que sólo he podido aprovechar de vuestras ilustradas y doctas lecciones”. Al publicar su trabajo, lo dedicó a Cabello de Carbonera, la literata en la que había encontrado, según confesión propia, su primera inspiración. El texto comenzaba con una declaración de principios, el canto al progreso de una época que estaba rehabilitando a las mujeres de la ignorancia, la más odiosas de las servidumbres. Por su carácter pionero, al ser la autora una mujer, el estudio mereció la felicitación de Matto de Turner desde las páginas de la revista que dirigía, El Perú Ilustrado.

“Me ocuparé de la unidad de la materia y sus múltiples manifestaciones en la escala de los seres, tratando de reunir mis recuerdos para exponeros lo que sólo he podido aprovechar de vuestras ilustradas y doctas lecciones”.

La fecha de nacimiento de Margarita resulta controvertida, a la vista de las distintas posibilidades que ofrecen los especialistas. Según Fanni Muñoz, debió nacer, seguramente, en la Lima de 1862. Pertenecía a una familia de buena posición económica con ideas liberales y laicas. No sabemos gran cosa de sus primeros años, pero lo más seguro es que estudiaría la secundaria de forma privada.

Acceder a la Universidad equivalía, en suma, a nadar contracorriente. De hecho, en aquella época las mujeres ni siquiera tenían garantizada la educación secundaria. Práxedes Muñoz había franqueado los muros de la venerable institución en 1882, dentro de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. La guerra del Pacífico interrumpió su formación, que no retomaría hasta seis años después, esta vez en la Facultad de Ciencias. ¿Por qué este cambio? Se ha especulado con el influjo de la masonería y su ideario liberal, opuesto al dogmatismo del cristianismo conservador. Es posible que, en nuestro caso, el impacto de este tipo de principios se diera a través de escritoras como Cabello de Carbonera, que tenía hermanos masones, y Matto de Turner.

También se cree que nuestra protagonista añadió al suyo el nombre de Práxedes en homenaje a un prominente masón, el político liberal español Práxedes Mateo Sagasta. Fue la masonería, por una cuestión ideológica, la que prestó ayuda a la propia Margarita para que finalizase sus estudios. Ya era hora de que las mujeres vencieran antiguos prejuicios y se incorporaran a la investigación científica. Además, resulta lógico pensar que nuestra protagonista pertenecía a una logia puesto que su tesis apareció en la Revista Masónica del Perú.

Las mujeres, hasta entonces postergadas por el sistema educativo, debían incorporarse al mundo de la cultura. Las consecuencias de la contienda, con la muerte o la mutilación de tantos hombres, ¿favoreció la incorporación femenina al mundo laboral?

Margarita compartía las preocupaciones de un grupo de regeneracionistas, entre los que brillaba Manuel González Prada, acerca de la postración del país. La humillante derrota ante Chile estaba aún muy cercana y eran muchos los que se preguntaban cómo sacar a la patria de su decadencia. Imbuida de ideas positivistas, en la estela de Auguste Comte, nuestra protagonista propugnaba el cultivo de la ciencia como camino hacia la modernización. Las mujeres, hasta entonces postergadas por el sistema educativo, debían incorporarse al mundo de la cultura. Las consecuencias de la contienda, con la muerte o la mutilación de tantos hombres, ¿favoreció la incorporación femenina al mundo laboral? Fanni Muñoz considera que sí, aunque dentro de carreras de menor importancia, consideradas específicamente femeninas, como en los casos de la pedagogía o la obstetricia. Pero, según los datos que aporta Muñoz en su estudio, solamente seis mujeres entraron en la Universidad entre 1888 y 1898. Todas, con una sola excepción, en disciplinas científicas. Nos hallamos, pues, ante un proceso de extremada lentitud.

Existía un inmenso muro de prejuicios que dificultaba la apertura del mundo a las mujeres del mundo de los estudios. Según las ideas socialmente dominantes, una peruana que se dedicara al trabajo académico acababa por convertirse en un marimacho, al perder los rasgos que le eran propios y por los que merecía admiración.

La propia Margarita nos ofrece un testimonio de sus problemas y de sus emociones en La evolución de Paulina (1893), una novela que no obedece a una ambición artística sino a la inquietud doctrinal. La ficción es, en este caso, sólo un envoltorio más atractivo con el cual presenta ante el público sus ideas sociales y filosóficas. La literatura, a través de su alter ego, le permite expresar todas sus críticas a la discriminación de género. Paulina, el personaje principal, ha de enfrentarse, para seguir el impulso de su vocación científica, a numerosos obstáculos. El primero de ellos, la oposición de su familia, incapaz de comprender “que una débil niña soñara engalanarse con los laureles de Minerva, patrimonio exclusivo del sexo fuerte”.

Por otra parte, la heroína acaba rechazando la doctrina de la Iglesia católica, aunque no por ello la personalidad de Jesucristo, cuya doctrina juzga en contradicción con el aparato institucional de la Iglesia. La religión mayoritaria le parece una justificación de la ideología sexista que relega a la mujer a los papeles de madre y esposa. Ella, en lugar de centrar sus aspiraciones en la privacidad hogareña, experimenta por el conocimiento una pasión que no admite competencia: “Lo cierto es que yo amaba entonces la ciencia con el mismo furor, con la misma locura con que se puede amar a un hombre”.

La literatura, a través de su alter ego, le permite expresar todas sus críticas a la discriminación de género. Paulina, el personaje principal, ha de enfrentarse, para seguir el impulso de su vocación científica, a numerosos obstáculos.

Además, la fe tradicional no armoniza muy bien con su fuerte apuesta por la idea de progreso, convencida como está de que la ciencia ha de barrer todo oscurantismo para alcanzar un glorioso futuro. En ese porvenir ya se habrán solucionado todas aquellas cuestiones que los hombres, en otros tiempos, explicaban con el recurso a lo sobrenatural. La Naturaleza, de esta forma, dejará de tener secretos, esos misterios que la apasionada joven trata de desvelar cuando se dedica a herborizar en la campiña o cuando se consagra, en el laboratorio, a desentrañar la composición química de la materia.

Sin embargo, en la Lima de la segunda mitad del siglo XIX resulta insólito que una señorita se consagre al saber. Paulina, para su desgracia, descubre que en su país no va a encontrar la oportunidad de tener una carrera profesional que se ajuste a sus deseos. Si desea ser fiel a ella misma no le queda otra opción que marchar al extranjero. Piensa que si Perú trata así a sus ciudadanas, como si fueran parias, es imposible que pueda aspirar a contarse entre las naciones cultas.

En la vida real, Margarita Práxedes tuvo que irse a Chile para estudiar Medicina, donde permanecería de 1890 a 1895. Allí encontraría un puesto como auxiliar en la Clínica de Enfermedades Nerviosas dirigida por el doctor Augusto Orrego Luco, el pionero de la neuropsiquiatría chilena. Como siempre, su inquietud por la ciencia va en paralelo a sus convicciones feministas. Publica el artículo “Diferencias en el volumen craneoscópico de los dos sexos”, en el que refuta la idea de que la mujer sea inferior al hombre por tener un cráneo más reducido.

Más tarde, ya en Argentina, la encontraremos dirigiendo la revista La Filosofía Positiva, al tiempo que continúa el vínculo con la masonería y llega a fundar una logia. Curiosamente, aunque profesaba principios materialistas, llegó a ser miembro de la Sociedad Teosófica, un movimiento espiritualista. Sin duda, la compleja personalidad de esta gran intelectual requiere investigaciones que aún están por hacerse, en las que se integren sus diversas facetas como humanista y científica. ®

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Publicado en: Ciencia y tecnología

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