La Saciedad del Ocio, III

Las remotas raíces del rock

En el rock confluyó una gran variedad de tradiciones que se fueron afincando en el inmenso territorio norteamericano: blancos, negros, indios y mexicanos incluso; música de la travesía, de la promiscuidad y de la violencia.

Harry Dean Stanton en el documental Partly Fiction, de Michael Bruckner.

Hace algunos años vi en vivo a Richard Hawley con Mark Lanegan y un grupo formado por varios exgruncheros y me cayó el veinte al escucharlos con tal detenimiento que me convencí de que el rock no era un invento de los “gringos”, sino que les pertenecía casi por naturaleza. Esa combinación de varias músicas de diversas tradiciones, de diversos orígenes, en este caso específico amalgamado con guitarras semidistorsionadas, personajes de diversas procedencias, cuando conecté con ese mundo del filme McCabe y Mrs. Miller donde los pioneros construían sus primeras ciudades, y en el que, a la par que los negocios básicos, el del vicio se supondría siempre el primordial.

El rock naturalizado como una música formada de trayectorias que se siguieron por un sinfín de caminos recorridos, sonidos que arrastraban ecos de memorias recolectadas, la presencia de los fantasmas de viejos habitantes, blancos, negros, indios, mexicanos incluso; música de la travesía, de éxodos obligados y voluntarios a la vez, dispersantes pero permanentes.

Recordé que esa misma sensación la tuve ya antes, la primera vez que vi la película de Scorsese sobre The Band, The Last Waltz. Curiosamente llegué a ese punto cuasiepifánico en el momento en que salió a cantar Neil Diamond (presencia muy cuestionada por la plana mayor que pisó el escenario del Winterland) el tema “Dry Your Eyes”, que es una especie de homenaje a los cantantes del Tin Pan Alley, toda una tradición musical “americana”. Pero la sensación se agudizó en el momento final del concierto cuando cantan con Bob Dylan el tema “Forever Young”, que resultó una invitación al recuento de los años y los daños vividos a la deriva por casi todos los rockers reunidos esa noche en San Francisco.

La segunda vez que algo me provocó una sensación similar fue cuando vi otro concierto en video, el de Roy Orbison & Friends: A Black & White Night. En ese escenario plagado de estrellas, T. Bone Burnett, Springsteen, Elvis Cotello, Jackson Browne, Bonnie Raitt, Tom Waits y otros está concentrada una de las travesías posibles que tomó el rock llamémosle originario. En primer lugar la música de Orbison parecería ingenua y muy de “whites only”, un country nervioso y empalagoso a la vez, pero la pregunta que me aparecía es: ¿Qué es lo que hace sonar esta música hasta perversa? ¿Recuerdan la escena de Dean Stockwell en Blue Velvet cantando “In Dreams”?

Quizás haya sido Lynch quien más ha atinado al posicionar la música de Orbison en ese ambiente opaco de un dulzura empañada en una apenas ligera niebla que, sin embargo, crea una atmósfera de alta densidad. Es la obsesión que tiene el cineasta por los años cincuenta, los días aparentemente felices de la juventud que a través del rock y de la mezclilla y las faldas con crinolina y los pelos engomados la rocola y el baile anunciaba la mundialización de la cultura estadounidense.

Pero también es el ensueño sostenido en la pesadilla, la violencia de varios tipos que subyace al ascenso de Norteamérica: la herida de la esclavitud; la desconfianza mutua entre las poblaciones, nativas, migrantes, híbridas; la fábrica de la muerte, de las pistolas a la fisión atómica; la persecución de las ideas por la inquisición del macartismo… Será este espíritu siniestro una contraparte más que una consecuencia de los mismos años cincuenta. Lynch vuelve sobre ello una y otra vez en su filmografía hasta que en la tercera parte de Twin Peaks despierta del American Dream con la pieza “Threnody for the Victims of Hiroshima” del recién fallecido compositor polaco Krzysztof Penderecki, en una aceleración lovecraftiana que desencadena la combustión del tiempo antes sostenido al ralentí.

Y la música de Orbison gira en torno a ese mismo eje, cada canción parece un modelo a escala de los Estados Unidos, la civilización sostenida en la frágil indefinición entre la bondad y la maldad extremas; los personajes en sus canciones ya pasaron de vivir los tiempos del auge (curioso, porque Orbison sería en todo caso el mejor ejemplo del surgimiento de ese auge cultural, económico, de poder militar); pero ahí está ya el lujo perdido vislumbrado desde un momento amargo, la voz aguda y perfectamente entonada no deja de exhalar esperanzas agotadas, canciones que recorren mil y un lugares, del desierto a las marquesinas de Los Ángeles o al artificio radical de Las Vegas; del pueblucho de pobres blancos a los ghettos negros; de la habitación de un hotel de carretera a los campos fértiles sureños trabajados por los espaldas mojadas; más claro queda esto cuando un exhausto Harry Dean Stanton, cansado de la vida, entona “Blue Bayou” muchos años después en su documental Partly Fiction, o la “Canción mixteca” que ya había sido motivo musical de su personaje en Paris, Texas, de Wim Wenders.

Todo lo anterior viene a cuento porque la semana pasada, cuando hablé de The Jesus Lizard, mencioné que su cantante David Yaw cabalgaba salvajemente sobre la espalda de la “bestia maldita” del rock; luego en Facebook escribí sobre The Brian Jonestown Massacre, el grupo perdido de los noventa que por su apego a los extremos más procaces de la figura del rocker (drogadicto, narcisista, violento) había pasado a convertirse en el modelo de una maldad domada pero que sobrellevaba esa domesticación bastante bien, haciendo álbumes al por mayor y manteniendo en ellos una calidad envidiable y agradecible. Hayan valido estas líneas algo difusas para ahondar en ello.

Pero antes de decirles hasta luego, no podía faltar hoy tampoco Nick Cave, y menos si hablamos de rockers malditos domesticados. Cave tiene una excelente versión de “Running Scared”, de Orbison, en su disco de covers que es uno de mis favoritos, de sus épocas más rasposas e intoxicadas, Kicking Against the Pricks. Agrego después precisamente el canal de YouTube que ha lanzado hace unos días Nick para hacer stream, 24 horas al día, de su legado musical para ofrecerlo en estos tiempos virulentos aunque seguramente ya sabían de esto, si no aquí les va.

Esperando haber contribuido a la saciedad de su ocio, nos leemos pues la próxima semana. ®

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Publicado en: Música

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