¿Hasta qué punto un país —Francia, en este caso— tiene que adecuarse a los valores de una comunidad religiosa sin entrar en conflicto con sus valores históricos y nacionales? Un dilema para izquierdas y (ultra)derechas
Ya desde los cursos post diplôme del IFAL, en especial los de Arturo Gómez–Lamadrid, se dejó ver lo apasionado que podía llegar a ser debatir sobre el tema. En sus clases se desmenuzaban, discutían y analizaban textos literarios, desde los clásicos de la literatura francesa hasta algunos contemporáneos de ésta. Fueron muchos los que descuartizamos hasta decir basta. No obstante, al evocar aquellos cursos siempre vienen a mi mente dos cosas: el redescubrimiento de Un homme obscur de Marguerite Yourcenar y el debate sobre la identidad francesa.
Quiero enfocarme en ese intenso debate que, por cierto, no recuerdo a partir de cuál texto surgió, sabrán disculpar. Lo cierto fue que, en este caso, la literatura y la crítica literaria quedaron rebasadas o, más bien, fueron sustituidas por un choque de trenes.
Siendo la época en donde la controversia por el velo que usaban las mujeres de confesión musulmana en las escuelas públicas de Francia estaba a todo lo que daba, poner en la mesa de discusión si la sociedad francesa, en aras de no trastocar su imagen de abierta, plural y tolerante, tenía que adaptarse en su totalidad a los requerimientos religiosos de una comunidad específica, con costumbres de origen extranjero, era echarle más leña al fuego.
La sopa nacional
No entraré en los detalles de aquel casi interminable debate académico e ideológico. Lo que sí he de enfatizar es que fenómenos como el velo, los horarios para rezar, las mezquitas, la vestimenta femenina en general y la comida en las escuelas públicas, entre otros elementos, se volvieron a partir de entonces en puntos de desencuentro entre la sociedad francesa, y entre nosotros, aquella clase ifaleña. ¿Se debía permitir el uso del velo? ¿Las mujeres musulmanas no debían de andar solas por las calles de París, Toulouse, Marsella o Lyon? ¿Las fechas importantes del calendario civil francés tenían que incluir el mes del Ramadán? ¿Era absolutamente necesario modificar las comidas y colaciones escolares para introducir algunas leguminosas muy específicas así como aceptar únicamente la carne de cordero?
¿Hasta qué punto, pues, un país tiene que adecuarse a los valores de una comunidad religiosa sin entrar en conflicto con sus valores históricos y nacionales?
Las dos últimas cuestiones han vuelto a resonar últimamente en Francia, dado que una gran cantidad de “franceses de pura cepa”, como ellos mismos se autonombran, han puesto los más fuertes reflectores de la web sobre la sopa de cerdo como el contrapeso perfecto contra la “islamización” de las costumbres culinarias francesas, poderosa fuente de orgullo nacional, por lo demás.
Un bloque muy francés
Curiosamente, no existe una receta canónica de la sopa de cerdo. Agua llevada a punto de ebullición condimentada con sal, especias varias, algunas verduras y, obviamente, cerdo, incluyendo tocino, son los elementos esenciales en su preparación. Hay tantas versiones como tantas visiones.
Al parecer, estas personas o grupos de la extrema derecha política francesa están emulando las acciones que llevó a cabo en 2004 el Bloc identitaire en el barrio de la estación de trenes del Este de París, que en ese entonces distribuyó sopa de cerdo a gente “exclusivamente” francesa sin techo que pasaba penurias y hambre, quienes por un buen tiempo pudieron alimentarse de este modo. Así las cosas, la exclusión aparecía de manera automática: los desposeídos de confesión musulmana o judía, precisamente por ello, nunca pudieron comer esta sopa. Esta sopa, al final del día, estaba íntimamente ligada con lo “puramente” francés.
De este modo, durante casi cuatro años, el Bloc identitaire, bajo el lema “Les nôtres avants les autres” (Primero nosotros, después los otros), al tiempo que reforzó el sentimiento nacionalista y racista en los franceses más desprotegidos que cumplían con las características de su estereotipo de lo francés, también propició —por medio de la caritativa acción— un gran porcentaje de adeptos ideales para su agenda política.
El método del Bloc identitaire parisino repartidor de sopa de cerdo pronto fue copiado en otras partes de Francia, llegando hasta Bélgica (en donde la comunidad musulmana ha crecido enormemente los últimos años, y en donde la radicalización religiosa o, sencillamente, fanático–revolucionaria, ha llegado al extremo terrorista que ahora todos conocemos). Esta peligrosa expansión fue denunciada por un joven corresponsal del sitio web Libres Échanges del medio L’Humanité al compararla con la distribución de comida “sólo para arios” que instrumentó el partido nazi en la Alemania de 1930, cuyo esquema había sido, curiosamente, copiado a su vez por el entonces Partido Popular Francés, organización nacionalista de Jacques Doriot.
Durante casi cuatro años, el Bloc identitaire, bajo el lema “Les nôtres avants les autres” (Primero nosotros, después los otros), al tiempo que reforzó el sentimiento nacionalista y racista en los franceses más desprotegidos que cumplían con las características de su estereotipo de lo francés, también propició —por medio de la caritativa acción— un gran porcentaje de adeptos ideales para su agenda política.
La Prefectura de la Policía de París prohibió la distribución de “la sopa de la identidad”, como fue llamada la sopa de cerdo, el 28 de diciembre de 2006, para evitar posibles disturbios callejeros dada su esencia ilegal, xenófoba y discriminatoria. Varias organizaciones nacionalistas intentaron ampararse introduciendo controversias legales, pero en 2009 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró improcedentes estos recursos dado que atentaban contra los artículos 6, 9 y 11 de la Convención Europea de Derechos Humanos.
Ínfima repercusión cultural
A pesar de la peligrosidad que representan estos movimientos sociales, incluyendo sus acciones legales, curiosamente las voces que podrían ayudar a hacer una mayor conciencia al respecto no se manifiestan, o por lo menos no con la fuerza suficiente.
Para el caso, más allá de escudriñar el fenómeno en glosas y fojas en el ámbito francés del derecho, la distribución de la sopa de cerdo en Francia, con su bien camuflado racismo —luego de cierta asonada mediática—, apenas si fue abordada culturalmente en una serie de televisión llamada Les bonnes intentions y en un filme dirigido por Diastème llamado Un français, cuyo título en español llevó por nombre Sangre francesa.
Poner estos ejemplos acaso signifique lo peligroso e irresponsable que puede llegar a ser el desprecio por la cultura y los bajos presupuestos que cada año se ven mermados en una insultante y grosera desproporción cuando se presenta un acto radical o criminal, hecho que lo único que propicia es hablar de más dinero a la cartera de seguridad, de carácter nacional o internacional, reforzando la división social y, de manera muy cruel, el miedo. Sembrando por doquier la semilla del miedo y asegurando una peligrosa polarización, esa que tanto necesitan los radicales para justificar sus terroristas acciones.
Racista polarización
Para un país en donde la laicidad, en principio, es un gigantesco pilar, la convivencia social con valores islámicos de por medio es difícil. Y es precisamente en estos escenarios difíciles en donde la intolerancia, la descalificación del otro y el discurso polarizador encuentran un caldo de cultivo perfecto para diseminarse.
Mientras que para unos es inaceptable que Francia no abra más mezquitas, no promueva más comedores escolares en donde se excluya el cerdo, no censure a aquellos infieles que ridiculicen blasfemamente a Dios, confine a los barrios más pobres a un número cada vez mayor de musulmanes —entre ellos a miles y miles de jóvenes desempleados, desarraigados y desencantados—, obligue a cantar “La marsellesa” a todos por igual o que no tome con seriedad los recientes ataques terroristas en París, para otros esos elementos no son sino las manifestaciones naturales y sanas de una república en donde existe una clara división entre iglesias y Estado.
No obstante, son precisamente estos puntos a los que hacen referencia alcaldes como el de Antibes, que el año pasado dio varios argumentos de este tipo a los padres de alumnos musulmanes que exigían excluir el cerdo de los comedores escolares. En uno de ellos insinuó que si no les gustaba adaptarse a Francia, que se fueran a otros países; que, de hecho, existían 57 de corte musulmán en donde respetan la sharía (ley sagrada del islam), por lo que vivir ahí no representaría, pues, ningún problema para ellos.
Repercusión electoral global
Así las cosas, ante el avance concreto de organizaciones, partidos y personajes con ideología abiertamente de extrema derecha en Europa y otros lares (Frente Nacional en Francia, Amanecer Dorado en Grecia, Demócratas de Suecia, el Partido de la Independencia en Reino Unido, Trump en Estados Unidos, Partido de la Libertad en Austria, Alternativa para Alemania, Nueva Alianza Flamenca en Bélgica…), y ante la muy desafortunada experiencia en las formas de gobernar de las izquierdas corporativas que, no hace mucho, habían sido verdaderas aplanadoras (en Sudamérica, con la liberal y moral excepción del presidente José Mujica en Uruguay), parece que la más fría de las indiferencias es la que está permeando a una gran masa de votantes en el orbe, que, escéptica de todo y por todo, ha estado zanjando, con su silencio, nihilismo e inacción, la espaciosa vía libre para que las expresiones mencionadas encuentren verdaderas oportunidades cada vez más exitosas en el ámbito de la competencia electoral de sus respectivas regiones.
Tal vez es hora de pronunciarse también abiertamente contra estas expresiones y personajes que, en el fondo, promueven gustosos la exclusión del otro, la anulación del otro. Realidad que, en pleno siglo XXI, es sencillamente inaceptable.
Regresando a la sopa de cerdo en Francia, el tema está muy vivo en el ciberespacio francés, con repercusiones en sus pares europeos. A pesar de la legal prohibición, organizaciones como las ya aludidas siguen promoviendo su distribución desde cualquier dispositivo móvil.
Respecto del cerdo como producto, las últimas noticias en la prensa formal anuncian que su precio ha descendido a niveles insostenibles para los porcicultores de la República francesa, afectando con ello toda la cadena de producción.
Culpan al Estado francés, que no los protege, que ha dejado de darle su justo y nacional valor al antes muy apreciado animal, y a la importación del cárnico, que ahora proviene más barato de España y otros países vecinos.
Lo dicho. La política europea de hoy, y de otros lares del globo, es decir peligrosamente y sin pudor “Les nôtres avants les autres”.
Van, pues, por ustedes… ¡y por todos nosotros! ®