El protagonista de esta novela se va dando cuenta de que no hay nada más alejado a un verdadero rock star que el oficio de escritor, que exige muchas horas de soledad y no pocas frustraciones.
Tenemos nuevo título de la editorial Moho. Y eso siempre es una excelente noticia. Sinónimo de que la editorial capitaneada por Guillermo Fadanelli resiste incluso a su pesar. Como un moribundo que se niega a dejar este mundo, y que, muy al contrario, pasmosamente y contra todo pronóstico cada vez muestra más signos de vitalidad, alimentando la marginalidad literaria de este maltrecho país.
Fábrica de chocolates es una novela autobiográfica escrita hace unos años por Juan Mendoza, también conocido en el ambiente underground chilango como Juanito Podrido, en clara alusión a Johny Rotten, vocalista de los Sex Pistols, que nos cuenta las vicisitudes y aspiraciones de un joven escritor que vive con sus padres en Naucalpan y que ha cursado estudios para contador público, sabiendo de antemano que de la literatura, del oficio de escribir, salvo contadas excepciones, no se vive. En ninguna parte, menos si uno viene del Estado de México (en la frontera con la Ciudad de México, a partir de la cual los taxis aplican tarifa doble) y carece de pedigrí intelectual. Si acaso sirve para darse importancia y apantallar a alguna chica incauta. A veces, ni eso, como es el caso del infausto protagonista de esta historia.
Quizás el único modo de poder escribir esa gran novela que ansía el incipiente escritor, la Joven Promesa Literaria Nacional, que le dé la fama y el dinero suficientes para dejar atrás esa mediocridad de la que sabe que difícilmente podrá escapar y a la que, en los escasos momentos de sensatez, se aferra como náufrago a su tabla de salvación.
La novela narra un rito de iniciación, de la adolescencia a la juventud, de un estudiante de la carrera de Contador público, ya luego titulado, que en realidad quiere ser escritor y, como muchos de los jóvenes echados a perder por las lecturas de Bukowski, Fante y la generación Beat, oscila entre la autodestrucción de las experiencias nocturnas en antros de mala muerte y la convivencia con personajes del underground de la Ciudad de México y, por otro lado, el sentido común de clase media que le aconseja dejarse de romanticismos y ansias de malditismo y apostar decididamente por una vida “normal”. Es decir, trabajo fijo e insustancial de contador sin borracheras entre semana, una novia decente que pueda convertirse en esposa y madre de su prole y, en el mejor de los casos, una casita del Infonavit en la periferia. Quizás el único modo de poder escribir esa gran novela que ansía el incipiente escritor, la Joven Promesa Literaria Nacional, que le dé la fama y el dinero suficientes para dejar atrás esa mediocridad de la que sabe que difícilmente podrá escapar y a la que, en los escasos momentos de sensatez, se aferra como náufrago a su tabla de salvación.
En ese arduo camino de vaivenes, borracheras, crudas fenomenales y deambulares noctámbulos, este onanista compulsivo, contador público que vive en la casa paterna y alejado de cualquier tipo de glamour, nos cuenta los entresijos de su labor (sin pago) de jefe de Redacción de la Revista Independiente de Cultura Alternativa (todos sabemos cuál), la persecución, acoso y derribo a su Potencial Editor (en realidad el único que conoce) durante años, a quien cuando se lo presentaron “se lanzó como presidente de club de fans”, para lograr que cumpla su promesa, arrancada probablemente en alguna borrachera conjunta, de publicación de su novela. También transcurren varios pasajes festivos de alcohol y drogas en el Bull Pen (antro coladera que ya no existe) y diversos departamentos de la colonia Condesa, en los cuales el protagonista se siente como pez fuera del agua y de los que siempre acaba huyendo para emprender camino de regreso a Naucalpan (una aventura que conlleva más de dos horas) y poder dormir un par de horas antes de integrarse a su trabajo como contador en una fábrica de chocolates. Lugar de trabajo y crudas persistentes donde lleva cada uno de los cuentos que logra publicar en pasquines de medio pelo para que se den cuenta de que él, la Joven Promesa Literaria Nacional desperdiciada y esclavizada por el sistema, no estaba hecho de esa misma pasta conformista y abnegada. Publicaciones que, salvo un par de excepciones, son absolutamente ignoradas por sus compañeros de trabajo.
En la novela, por ejemplo, no hay alusiones a las redes sociales, lo que todavía profundiza más en la idea de que narra un tiempo ya pasado, sumergido en cierta nostalgia, de viejos programas de computación ya obsoletos y, sobre todo, de otras maneras de pasar el tiempo que en la actualidad.
Fábrica de chocolates, el libro, entre lo que se tardó el autor en concluirlo y el tiempo transcurrido desde su entrega a su publicación (seis años) se convierte en el recuento de una época que ya no existe, una novela análoga de un mundo del que apenas quedan vestigios pero que no hace tanto todavía estaba vigente: casetas telefónicas y tarjetas ladatel (muy recurridas para trazar las líneas de cocaína), vochos como taxis y antros que desaparecieron en la nebulosa fagocitadora del olvido defeño. En la novela, por ejemplo, no hay alusiones a las redes sociales, lo que todavía profundiza más en la idea de que narra un tiempo ya pasado, sumergido en cierta nostalgia, de viejos programas de computación ya obsoletos y, sobre todo, de otras maneras de pasar el tiempo que en la actualidad.
Aunque, a pesar de esto, la novela retrate a la perfección los procesos por los que pasa alguien con la sensibilidad y la voluntad de dedicarse a la escritura, aunque, como bien sabe la Joven Promesa Literaria Nacional, todo ya está escrito por alguien más, incluso el libro (éste) que está tratando de terminar, que no vale la pena incidir en ese universo ingente de libros e infinidad de autores y tampoco contrariar a unos padres preocupados por su futuro, y, ya de paso, salvar unos cuantos árboles de la tala para la celulosa del papel necesario para imprimir un libro. Fatalismo pragmático, una espiral perfecta para destruir un maltrecho concepto de autoestima.
Ser escritor, dedicarse a la literatura, siempre ha sido una labor compleja en un mundo insensible e indiferente a tales esfuerzos, todavía más si se toman los símbolos aparentes de esa actividad, las borracheras interminables, las mesas de cantinas compartidas con los pares, la cocaína, las grupis y todo ese glamour del que se supone gozan los escritores afamados, como es el atípico caso del Potencial Editor. El protagonista de la Fábrica de chocolates se va dando cuenta progresivamente de que no hay nada más alejado a un verdadero rock star que el oficio de escritor, que exige muchas horas de soledad y no pocas frustraciones, por no mencionar las privaciones.
De este modo, la novela Fábrica de chocolates se convierte en una enseñanza, ya dijimos que un ritual de paso, preñada de cumplidas autoprofecías y su publicación, en una velada venganza a un mundo que por lo general ignora a los escritores y sus penosos esfuerzos por sobrevivir, ya no digamos para ser leídos.
A pesar de todo esto, Juan Mendoza, el gran Juanito Podrido, ser entrañable de la cultura underground chilanga, con esta ágil y divertida historia, insiste, resiste y percude. Quizás de eso se trate. ®