Susana intentó calmarlo, le dijo que ésas no eran sus intenciones, ella sólo deseaba que él prosperara, que pudiera vender los productos sin intermediarios, por eso lo había llevado a la capital.
Susana se levantó a las cinco de la mañana sin ayuda del despertador. No había podido dormir bien. La devastación de una isla en el Caribe mexicano la tenía indignada. Fue a la cocina a preparar un café orgánico de comercio justo en lo que prendía la computadora. Una vez sentada frente al monitor dejó la taza sobre el escritorio e inició la lucha por los derechos de las comunidades nativas. Estaba convencida: la tierra es de quien la trabaja.
La primera actividad de resistencia fue el envío de un correo electrónico masivo exhortando a sus contactos a firmar una petición contra los desarrolladores de la cadena hotelera. Después, por encargo del líder de los ejidatarios de la isla, ayudó a difundir una protesta que se llevaría a cabo en las puertas de la Procuraduría Federal del Medio Ambiente. ¡Al fin el pueblo alzaba la voz, y ella era la responsable de transmitirlo! Abrió las redes sociales, envió el comunicado al grupo “Combatientes unidos” y al “Gente por la gente”. Luego redactó un mensaje al gobernador que permitió la destrucción de grandes extensiones de manglares: “Señor, escupo en su cara por no haber movido un dedo para ayudar a los ejidatarios”. Las palabras eran enfáticas, lo malo era que la carta sólo podía ser leída por sus contactos y no por el gobernador en cuestión. Pronto sus amigos le dieron los “me gusta”; algunos incluso expresaron admiración por su valentía.
A mediodía se preparó una ensalada, con el plato entre las piernas maldijo al secretario de Recursos Naturales por permitir la construcción del proyecto turístico: “Ojalá que en su viaje a la selva pesque ébola en los testículos”. Ese status no obtuvo tantos “me gusta”, en parte porque era mediodía y sus contactos estaban en el trabajo. No faltó el entrometido que preguntó, por el simple placer de ponerla en evidencia, “¿Cómo se puede pescar ébola en los testículos?” Otro de sus seguidores se sintió en la necesidad de aclarar: “No hay casos de ébola en la selva lacandona”; Susana ni se molestó en contestar.
Comenzaba a sentirse mejor; hacía bien en comprar los productos a los indígenas en lugar de a los grandes almacenes. Después pasó una jovencita vendiendo camisas bordadas; compró una porque además de hermosa estaba hecha por las manos de las mujeres triquis. La voz se corrió, la güera lo compraba todo; don Vicente no tardó en ir a probar suerte.
Durante meses se dejaron de oír noticias sobre la isla. A pesar de sus esfuerzos, Susana se reprochaba no haber hecho algo más por los pobres ejidatarios, ¿por qué no se ofreció como escudo humano contra las demoledoras? Y aunque quedaban muchas causas a las cuales adherirse, entre ellas proteger a las ballenas del Ártico de los cazadores japoneses, decidió viajar. Necesitaba cambiar de aires, ver otras caras.
En la playa rústica de la costa oaxaqueña los vendedores pasaban mostrando su mercancía. Una artesana la convenció de comprarle una hamaca, era cara pero valía la pena. Con ese dinero, pensó Susana, la mujer podría alimentar a su familia durante una semana. Por supuesto que no regateó el precio: eso no se le hace a los artesanos. Comenzaba a sentirse mejor; hacía bien en comprar los productos a los indígenas en lugar de a los grandes almacenes. Después pasó una jovencita vendiendo camisas bordadas; compró una porque además de hermosa estaba hecha por las manos de las mujeres triquis. La voz se corrió, la güera lo compraba todo; don Vicente no tardó en ir a probar suerte.
—Hola, doña, ¿no quiere mole, café, chocolate? Todo natural. El mole lo muele mi señora a mano. El café y el cacao son cultivados en casa. Nomás huela.
El olor despertó el viejo odio que Susana tenía por los Starbucks y otras franquicias que monopolizaban el mercado del café. Además, don Vicente era un viejito encantador; se quedó hablando con él toda la tarde. Algo en su mirada o en su tono de voz la habían cautivado, no sólo era la transmisión del cultivo del café, sino que el viejo, y todo lo que representaba, inspiraba en ella una suerte de compasión. Lo que la gente como ella necesita, pensó, son opciones de consumo.
—Debería de venirse a la capital a vender sus productos, don Vicente, allá la gente se los compraría al doble. Yo puedo ayudarlo a colocarlos en las tiendas orgánicas de mi colonia.
Don Vicente la miró con interés mientras ella hablaba de negocios e inversiones.
—¿A cuánto dijo que podía vender el kilo de café?
Tres días después se encontraron a la salida del hotel, don Vicente metió dos cajas de café a la cajuela y se sentó junto a ella.
Al llegar a la ciudad Susana lo acomodó en la habitación desocupada que tenía en el sótano. El primer día fueron a dar la vuelta por las tiendas de productos orgánicos. Ella lo presentó con los dueños como si fuera su mánager o su madre adoptiva. Durante la primera semana, anfitriona e invitado se sentaron a la mesa a intercambiar impresiones. Ella hablaba de los vendedores de las tiendas, del comercio, de las costumbres de los citadinos; él, de su familia, su burro y su milpa.
Con el paso de los días el ánimo inicial de la conversación empezó a decaer. A don Vicente no lo había impresionado tanto la ciudad, era sucia y la gente malhumorada, además, su anfitriona parecía poseída por el teclado de la computadora. Susana comenzó a mirar para otro lado cuando a don Vicente le daba por hablar con la boca llena; le desesperaba la costumbre que tenía de decir “aaahhh” a cada sorbo de cerveza. Para la segunda semana, la anfitriona, un poco fastidiada, le dijo a su huésped que se preparara lo que quisiera, ella debía volver al frente de la lucha virtual.
Don Vicente comenzó a sospechar de las tiendas orgánicas y de los barbudos que trabajaban en ellas, incluso llegó a sospechar de su casera. Terminó sacando sus productos para venderlos en las calles a menor precio, así juntaría para el pasaje de regreso. Susana ni se enteró del desánimo de su invitado, hasta la noche en que no volvió. Salió a buscarlo por las calles, entró a varios locales preguntando por él. Unos hipsters le dijeron que estaba en la cantina; al entrar vio a don Vicente parado junto a la barra, parecía la atracción principal, tomaba mezcal junto a un grupo de barbudos que hablaban de un viaje a Chacahua donde tocaron la guitarra a la luz de la luna. Susana se alegró de verlo, pero recordó su enojo e interrumpió la conversación para regañarlo. Irresponsable, ¡se había preocupado!, ¿cómo podía hacerle esto a ella que lo había recibido con tanto cariño?
Cansado de la amabilidad de su anfitriona, don Vicente la culpó de sacarlo de su pueblo, de llevarlo a la fuerza a la ciudad y robarle la mercancía para regalársela a sus amigos; además, el mezcal orgánico que tomaba sabía a rayos, era mucho mejor el de su tierra. Los hipsters escucharon el monólogo con indignación. Susana intentó calmarlo, le dijo que ésas no eran sus intenciones, ella sólo deseaba que él prosperara, que pudiera vender los productos sin intermediarios, por eso lo había llevado a la capital. El viejo comenzó a tranquilizarse pero ya era demasiado tarde; los hipsters habían grabado a don Vicente en el momento más álgido de la disputa y subido el video a las redes sociales con el hashtag Lady café orgánico. Al poco tiempo comenzaron los tuits de indignación:
Don Queso @DonQueso:
#LadyCaféOrgánico explota y esclaviza a viejito oaxaqueño.
Mustang Sally @MustangSally:
Neta, por gente así el país se está yendo a la mierda #LadyCaféOrgánico.
Con_G_turando @Con_G_turando527:
Ayudemos a Don Vincent, el café es de quien lo trabaja #LadyCaféOrgánico.
Ciudad trendy @TrendyDF:
Aquí los nominados: RT si votan por #LadyCaféOrgánico y #DonaldTrump. LIKE si votan por #CondomChallenge y #PonleLechugaALaPelícula.
Paquita @PaquitaLaDelBarrio:
A las ratas de dos patas su merecido #LadyCaféOrgánico.
El Darketto @TarantinitoDark:
Vamos a ponernos bien medievales con la #LadyCaféOrgánico.
Como era la hora pico, en menos de diez minutos #SusanaExplotadoraDeIndígenas se hizo trending topic y se organizó la petición #ExpulsemosASusanadeMéxico. Desde el teléfono celular Susana intentó explicar sus razones, describir el contexto de la disputa. Por más que trató de convencer a la turba, nadie se interesó en su versión. Tenían suficiente con el testimonio de don Vicente y además, gracias a My Location, sabían la ubicación exacta de la cantina.
Los activistas se levantaron de sus escritorios. Una muchedumbre enfurecida se juntó y, con las luces de sus smartphones, comenzó a perseguir a Susana por las oscuras calles de la colonia Roma. ®