Las estatuas también mueren

Viejas y nuevas tácticas libertarias para no demoler estatuas

Cuando se trata de cuestionar el papel de figuras del pasado y monumentos que consideramos políticamente problemáticos, dinamitarlas no resuelve gran cosa, pues de entre las ruinas pueden surgir los mismos atavismos que uno pretende destruir.

En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. (…) El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.
—Walter Benjamin, Tesis para la filosofía de la historia
Estatua de Cristóbal Colón removida en Chicago. Foto Global News California.

En la historia reciente fueron los ciudadanos de los países excomunistas de Europa del Este los que más derribaron estatuas, sobre todo las que representaban a sus antiguos líderes; fue en la calentura del momento que esas demoliciones sirvieron de alivio simbólico para expresar que se iniciaba la vida en otro sistema económico y social. Más adelante se comprendió que la arquitectura y los monumentos más abstractos debían de conservarse, después de todo servían como ejemplo de un periodo complejo político y social que no tenía por qué desaparecer y hacer como si no hubiese existido. Esa práctica, el de la edición a cortes convenientes de la historia, el del olvido impuesto a todos, era común en la órbita soviética: negar que algo hubiese existido es el principio del autoengaño, no del ajuste de cuentas con las indignidades e iniquidades de la historia.


Las estatuas y los monumentos se van desacralizando poco a poco, precisamente en la medida en que los hombres y las mujeres de cada sociedad son capaces de cuestionarse sobre sí mismos, sobre las condiciones por las que han atravesado. Hacer la crítica de los periodos históricos y de las opresiones del pasado puede ser saciado, como un impulso primero, destruyendo imágenes y mitos, pero las imágenes y los mitos la mayoría de las veces no residen sólo en lo visible, pues pasan de lo tangible a otros planos, en la constante actualización de las relaciones sociales conflictivas que no desaparecen sólo porque se derribe tal o cual representación de un personaje que causa escozor a un grupo social específico.


Fue Walter Benjamin quien llamó la atención acerca de que en los primeros días de la Revolución francesa hubo personas que disparaban a los relojes por una necesidad inconsciente de comenzar concretamente un nuevo calendario. Un tiempo revolucionario no podía ser una revolución permanente sino que tendría que situarse y operar su propia temporalidad, es decir, también tenía que hacerse historia y, por ende, quedar expuesta al tiempo, lo nuevo que se hace viejo y así sucesivamente; la revolución también se anquilosa, por eso Benjamin lo resolvía diciendo que el primer día de la revolución verdadera será aquel en que un pepenador ebrio recoja “los desechos del discurso y los harapos del lenguaje”.


Pero también Benjamin descubrió un método de desacralización de las imágenes que precisamente partía del hecho de reproducirlas para poder hacer que se desvaneciera de ellas aquello que se imponía como incuestionable, como sagrado; era el aura de esos símbolos lo que se destruía a fuerza de sobreexponerlos. En nuestro mundo las estatuas y los monumentos han ido perdiendo ese aura precisamente porque sus significaciones se ponen constantemente en juego con los nuevos recorridos de lo social que atraviesa esos significados originales desde los circuitos que marca la invasión de ese espacio por el urbanismo “funcionalista” y las estéticas de la reorganización comercial. Pero Benjamin, aunque hace la crítica de esta reorganización, no pretende simplemente negarla o hacerla explotar, pues de hecho concibe la historia como la sucesión de las civilizaciones en ruinas, de tal forma que se sirve de ello para entender que el Angelus Novus, y lo ve en un cuadro de Klee, es empujado por el huracán que sopla desde el paraíso dejando a su paso todo en ruinas, pero siempre apuntando hacia el futuro.

Fue Walter Benjamin quien llamó la atención acerca de que en los primeros días de la Revolución francesa hubo personas que disparaban a los relojes por una necesidad inconsciente de comenzar concretamente un nuevo calendario.


Paradójicamente, quienes cuestionan a los personajes de esas estatuas que ahora quieren destruir reactivan el aura en ellas, porque les han resarcido el significado que el mismo entorno había disuelto simbólicamente, y al hacer recaer en la materialidad de la estatua, es decir en el significante, una especie de responsabilidad histórica de las acciones del personaje y de los hechos que fueron originados por su contexto histórico específico y sus decisiones temporalizadas en ese contexto, operan una resacralización de lo icónico que le atribuye a la representación un poder que ya no tenía.


Entendemos que la estatua, por el hecho de serlo, es de cierta forma signo muerto, la estatua–muerta–resignificada también necesita del referente, si la demuelen el símbolo se pierde momentáneamente sólo en el acto de la demolición, pero recobra sentido en su desaparición. Vuelve del pasado tanto para ser juzgada por el presente como para ser reevaluada y justificada positiva o negativamente. Entonces la demolición no activa uno solo de los polos sino ambos, por ende la posibilidad de que sea legítimo el que haya sido erigida, de la misma manera que la postura que exige que sea demolida.

Paul Klee, Angelus Novus, 1920.


Por eso Benjamin, siguiendo a Baudelaire, puso énfasis en que las ciudades, las nuevas urbanidades debían vivirse en su contradicción permanente, como un museo de la historia que equiparaba todo el pasado con el presente inmediato y transitorio, anulando a un lado y otro la permanencia de algo; era un gesto “revolucionario” acercar el novum a todo transeúnte, hasta que llegara el mesías (Benjamin como Ernst Bloch apelan a la mística judía en su concepto de revolución y los acompaña Kafka, aunque el escritor no reflexiona en términos marxistas como los filósofos).


Para Benjamin (“París, capital del siglo XIX”) como para Baudelaire (“El Spleen de París”) contemplar las galerías de los primeros paseos comerciales y los escaparates resignifica a la ciudad y relativiza la imposición de los símbolos que el poder deposita en las calles y plazas con las estatuas y los monumentos “sacros” tradicionales, por ende, al sumergirse en la masa anónima que transita las calles de la ciudad la experiencia personal tanto como la colectiva se acercan a resolver las contradicciones de la historia al mismo tiempo que se ven sometidos a sus imperativos.


De ahí sacan sus ideas de deriva psicogeográfica los situacionistas; ellos también querían demoler estatuas, pintarrajear palacios y destruir monumentos, pero al mismo tiempo diferenciarse de aquellos que optan por extirpar el pasado, es decir, el capitalismo, el socialismo real y los fascistas; por eso extraen de Benjamin el método de desacralización virtual y lo perfeccionan. Algunas de sus técnicas son: recorrer ciudades basadas en el mapa de otras ciudades; falsificar mapas y renombrar calles en la ciudad a partir de éstos; internarse en sectores urbanos marginales para descubrir símbolos contra–hegemónicos. Pero cuando se trata de acciones directas se deciden por crear lo que se ha llamado Détournement o Tergiversación.


La tergiversación comienza como una desacralización irónica de los símbolos expresados en la organización urbana, incluyendo el de la historia que cuentan las calles y los monumentos, que los situacionistas entendían ya que era la historia de los dominadores y una forma de extraer las energías de la cotidianidad de los demás para imponer una narrativa histórica específica, que partía de lo estético pero se adentraba en la psique; lo que luego en Ranciere será el orden y la organización de los cuerpos en el espacio social.


Pero eso los situacionistas lo llevan de una crítica del urbanismo (Lefebvre) a la propuesta concreta de reconfiguración de lo urbano, por lo que se pasan ya al plano de la arquitectura (Constant); es decir, se parte de la negación y de la acción lúdica para aterrizar en el terreno de lo concreto consecuentando a Marx, por cierto, considerando el uso exhaustivo de la máquina artificial y las nuevas tecnologías de su tiempo, precisamente porque para ellos quedarse en la guerra simbólica sería un resabio del idealismo y por ello no trascender el territorio de lo utópico. Los situacionistas, más cercanos en todo caso a Bloch, apuestan por la utopía concreta, es decir, lo objetivamente posible, en lugar de esperar a que se dé la llegada de un mesías —el reino de la revolución lograda— que fin de cuentas sería ex post facto como en Benjamin.

En el mayo del 68 francés los “enragés” se quedaron en el plano de las pintas, muy ingeniosas, muy poéticas (Editorial Extemporáneos publicó una traducción de Elí Bartra a la compilación de Julien Besançon sobre los graffitis parisinos), era la primera fase del proyecto situacionista, pero de ahí no pasó. Quitaron el adoquín de algunas calles pero no encontraron la playa. Después de algunos días las paredes fueron pintadas de nuevo de blanco, el tiempo de la revuelta volvía a dar paso a la cotidianidad amaestrada; la furia en las calles y sus destrozos siempre los barre alguien, usualmente alguien que pertenece a la clase subalterna. Los Primal Scream, rockeros británicos neosituacionistas, decían que ellos jamás destruyen habitaciones de hotel porque los que tienen que limpiarlas podrían ser sus propias madres o chavos que trabajan por poco dinero; los capitalistas no se acuclillan para levantar los platos rotos.


Otro británico, Mark Reeder, llegó de Manchester a Berlín occidental a finales de los setenta y conectó a la vanguardia rocker inglesa con esa ciudad y comenzó a vestirse como militar nazi, inspiró a una generación de punks berlineses para tergiversar e ironizar, como lo habían hecho los punks de Londres años antes, sobre el pasado nazi que sobrevivía soterrado en la propia sociedad alemana. Cuando la caída del muro, a las baratijas militaristas nazis se sumaron las de la Stasi y las fuerzas de seguridad de la RDA, se compraban por unos cuantos marcos en los mercadillos berlineses y se puso de moda andar con insignias de la KGB y chapas con los rostros de los iconos del marxismo–leninismo. La ironía pasó pronto, los símbolos volvieron a formar otra vez parte de los viejos usos originales y aunque habían estado desactivados como basura simbólica, de pronto resurgían y apuntaban como muertos vivientes al cerebro limitado de neonacionalistas y grupúsculos ultraderechistas que se nutrieron también de los significados–escombrados de la tergiversación convertida fácilmente en una contra–tergiversación.

Cuando se trata de cuestionar el papel de figuras del pasado y monumentos que consideramos políticamente problemáticos, dinamitarlas no resuelve gran cosa, pues de entre las ruinas pueden surgir los mismos atavismos que uno pretende destruir.


Cuando se trata de cuestionar el papel de figuras del pasado y monumentos que consideramos políticamente problemáticos, dinamitarlas no resuelve gran cosa, pues de entre las ruinas pueden surgir los mismos atavismos que uno pretende destruir. Se trata más bien de ampliar y reconocer los alcances de su destino, tanto aquello que definitivamente desapareció como lo inconcluso y la posibilidad objetiva de avanzar realmente desde ello a partir de crear una conciencia amplia sobre los problemas que nos plantea la historia de las formas de dominio, de la explotación, de la colonización en diferentes órdenes. Debemos de reconocer en cada estatua cómo se han superado algunas de las viejas constricciones, porque no podemos partir de un concepto cerrado de la historia en el que un viejo dominio se haya impuesto permanentemente en el tiempo porque llegaríamos a la irresponsable conclusión de que todas las luchas del pasado fracasaron, y que sólo el presente tendría la solución óptima para la emancipación permanente, lo cual es falso.


Hemos visto que el discurso que justifica que las estatuas incómodas debieran ser demolidas porque atentan contra la integridad de nuestro presente, es decir, actualizan todo lo malo, todo lo deleznable del personaje. Es exactamente el mismo giro acrítico hacia el significante por el cual alguna vez fueron erigidas por considerarse que representaban y debieran simbolizar para todos lo mejor y lo mismo, que su aportación debería ser reconocida por todos los grupos sociales y en eso se basaba la educación del nacionalismo revolucionario, en el caso de México, en un discurso cerrado, y necesariamente aceptado, tarareado monótonamente sólo por salir al paso. Por supuesto que hay que aplaudir que la conciencia sobre la irreductibilidad de la historia a fórmulas haya llegado a los jóvenes, pero también es cierto que hay que advertir sobre su sustitución por otras igual de reduccionistas.

Primal Scream, rockeros británicos neosituacionistas, decían que ellos jamás destruyen habitaciones de hotel porque los que tienen que limpiarlas podrían ser sus propias madres o chavos que trabajan por poco dinero.


Las lecciones de Walter Benjamin en su invitación filosófica cosmopolita desacralizante y las técnicas lúdicas para enfrentar y disolver la esclerosis de cualquier tipo de poder de los situacionistas son un llamado a actualizar las estrategias a través de las cuales pensamos la historia. Pienso en apps que por medio de realidad aumentada, un equivalente a los nuevos octógonos de advertencia en la comida chatarra, inviten a la vandalización virtual, para que se descarguen las iras y los insultos pero también otras apps que utilicen como pretexto la discusión sobre tal o cual personaje para invitar también a la reflexión histórica, de tal manera que se construya una crítica social de las referencias en el espectro urbano; después de todo la historia de las ciudades, de sus símbolos, de sus edificaciones, al mismo tiempo que puede ser una herida abierta, es un continuo de correcciones a las visiones parciales de esa historia, y de lo que se trata es de invitar a construir una historia más verdadera por polifónica, discusiones que por divergentes equilibren el juicio que vamos haciendo de nuestro pasado y construyendo acerca del presente, con la finalidad de no terminar con juicios sumarios, igual de quietistas e igual de inamovibles que los que de entrada nos impuso tal o cual simbólica desde el poder.


Cada celebración cuestionada podría dar lugar a proyecciones que desarrollen grupos de activistas con las técnicas del videomapping, en los que se expresen visualmente los diferentes ángulos de cada historia, en donde estos grupos se asesoren con historiadores, biógrafos, arquitectos, etcétera, para dimensionar la problemática encontrada en el proceder de los personajes cuestionados; en la simbólica impuesta por tal o cual edificio o monumento, y al revés, las autoridades culturales y las instituciones que se dedican a nuestra historia podrían invitar a colectivos y activistas a crear un markup, una app de tracking urbano que permita que al estar cerca de la estatua o monumento te invite abrir en el celular diversas fuentes para conocer específicamente el debate e informar sobre el cuestionamiento hecho a esa figura.

¿No se trata en todo caso de alertar, informar, al complejo social de lo que supone su historia? Destruir algo nomás escamotea la contradicción y borrarlo de la visibilidad ¿no está más cerca de permanecer ignorante de esa complejidad y conformarse?


Porque ¿no se trata en todo caso de alertar, informar, al complejo social de lo que supone su historia? Destruir algo nomás escamotea la contradicción y borrarlo de la visibilidad ¿no está más cerca de permanecer ignorante de esa complejidad y conformarse? ¿Cuando se tira una estatua no resulta que se borra de un plumazo no sólo la posibilidad sino el derecho de todos a discutir la historia propia y no caer en determinismos del signo que sea? ¿Qué asegura que nuestro juicio presente deberá ser el indicativo de los juicios del futuro de una vez por todas? Es decir, ¿las generaciones futuras deberán de conformarse con nuestra definición hic et nunc de la auténtica verdad histórica sobre alguien o algo?


Las estatuas también mueren se llama un documental hecho por Alain Resnais y Chris Marker en 1953, una reflexión sobre el colonialismo en África y cómo objetos de tribus de aquel continente se habían convertido en objetos exóticos, para nutrir los museos europeos y el consumo de artesanías, desligándolas de su contexto, de sus fines utilitarios originales. El documental no pretendía que pudiera reintegrarse la función original a esos objetos, así como Benjamin no consideraba, a fin de cuentas mostrando que el marxismo debía ser un hegelianismo consecuente, que el aura una vez perdida pudiera restituirse a voluntad y pretender que la obra de arte en su época de reproductibilidad técnica jamás la había perdido.


Considerar que al acabar con objetos, imágenes, nombres, referentes, se desactivan los males que los personajes practicaron y que así se hace justicia a las víctimas históricas de aquellos convalida una restitución de aura pervertida a cuestiones históricas pretendiendo cerrar lo que es abierto por naturaleza. Y un ejemplo muy tonto me ayudará a probar mi punto: aquella maravillosa exposición de los instrumentos de tortura que gustó tanto a la gente, ¿les gustó porque estaban de acuerdo con la tortura? Sería magnífico que si los desarmamos y, mejor, los quemamos, entonces estaríamos abonando al fin de la tortura en este mundo. La tarea de Benjamin y los situacionistas como la de Resnais–Marker —que conocían bien al primero y fueron contemporáneos de los segundos— era en todo caso señalar que la única manera de darle vida a la justicia en la historia era revelando sus contradicciones vivas y tratar de resolverlas sumergiéndose en ellas sin caer en los viejos errores de quienes buscan, por una causa u otra, desde una razón u otra, sencillamente clausurar, con su verdad particularizada, la historia


Dice Benjamin: “El historicismo se contenta con establecer un nexo causal de diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa”. ®

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