Bayote sacaba un lápiz enorme, de color negro pero que dibujaba en tonalidades infinitas. Los primeros trazos le salieron como palotes pero no se deprimió. Insistió y dibujó una teta gigante, detrás estaba su madre joven balanceádose en una hamaca y después aparecía él, de bebé, prendido a la mama.
Como el personaje de Borges que quería soñar un hombre, a Alejo Bayote “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”.
Llegó a su casa dormida. Sigiloso, dejó el abrigo sobre una silla y se fue directo a la heladera. Descarnó un hueso de asado de tira del domingo, todavía comestible. Agarró la Coca Cola y se la empinó de una. El gas le hizo cosquillas en la nariz.
Después de un eructo seco y un suspiro de satisfacción fisiológica, Bayote se acordó que tenía familia. Entonces se acercó a los cuartos y los observó durmiendo plácidamente. Otra vez suspiró, esta vez con satisfacción en el alma.
Después cagó. Cuando terminó pensó en bañarse, pero la sola idea de entrar y salir de la ducha desnudo le dio frío en los huesos, así que optó por ponerse el pijama (buzo polar-calzoncillo largo-short de baño-medias de lana) y se fue a la compu.
Como nada lo entretenía y se le cerraban los ojos, se fue a dormir.
Y soñó, como siempre. Porque Bayote sueña desde que tiene uso de razón, todas las noches, sin huelga, feriados ni vacaciones.
Desde hacía más de un lustro sus sueños siempre transcurren en Argentina. Sin embargo los escenarios son típicamente yucatecos (de donde partió a Sudamérica en diciembre de 2006).
Esta vez el acto onírico fue distinto, real y sobrenatural, sin medias tintas. Como el personaje borgiano de “Las ruinas circulares”, Bayote soñó un Bayote.
A diferencia del mago del cuento que durante años buscó un alma que mereciera participar en el universo, el yucateco no tenía ninguna intención premeditada y soñó su Bayote de un saque, de las dos de la madrugada a las 7:30 de la mañana.
Después vino un sueño dibujado con su papá José. El Bayote soñado tendría cuatro años y visitaba con su progenitor la Glorieta de Cri-Cri, en Mérida. El soñador dibujó cada músculo de su cuerpo corriendo de un lado al otro junto a su padre.
En su sueño, Bayote sacaba un lápiz enorme, de color negro pero que dibujaba en tonalidades infinitas. Los primeros trazos le salieron como palotes pero no se deprimió. Insistió y dibujó una teta gigante, detrás estaba su madre joven balanceádose en una hamaca y después aparecía él, de bebé, prendido a la mama. El yucateco podía sentir cómo el corazón de su Bayote soñado latía rojo y vigoroso. Y se sintió infinito.
Después vino un sueño dibujado con su papá José. El Bayote soñado tendría cuatro años y visitaba con su progenitor la Glorieta de Cri-Cri, en Mérida. El soñador dibujó cada músculo de su cuerpo corriendo de un lado al otro junto a su padre. Los Bayotes sentían una mezcla placentera de ansiedad y dicha. Era la inocencia dibujada.
Mientras el Bayote soñado crecía, el soñador lo dibujaba nadando en el mar yucateco, lo hacía perderse en un supermercado, lo soñaba soportando a un hermano mayor y a una hermana menor, peleando con sus padres, pendejeando con los amigos, tocando a una mujer por primera vez. Todo pasaba desenfrenado ante sus ojos, sin borrador ni descanso.
El soñador no paraba un segundo. Sacaba un nuevo block de hojas y comenzaba una y otra vez. Dibujó música, borracheras, viajes de hongo, triunfos y derrotas.
En un momento y sin saber cómo, empezó a dibujar cosas nuevas, que nunca había visto en su vida: una mujer distinta, que hablaba una lengua extraña, que le decía por teléfono: “Qué cara de pendejo que tenés, hijo de puta” y eso, para ella, era un halago. Bayote la dibujó de piernas y brazos largos, ojos grandes y caídos, mirada triste. Bayote dibujó al Bayote soñador abrazándola y dándole vida.
De ese abrazo surgieron otros dibujos nuevos, que primero fueron semillas con nombres extraños como “frijolito” o “celulín” y después se transformaron en personas nuevas, en sueños del sueño. Eran sus hijos.
¿Qué haría ahora? ¿Cómo seguía? ¿De dónde sacaba fuerzas para continuar dibujando, creando, soñando? …Y otra vez sintió la nada misma en el alma.
De repente sintió frío en las manos y se percató de que le quedaba la mitad del lápiz. ¿Cómo le había pasado eso? ¡Si recién había empezado a dibujar! Pero no, ya había transcurrido como la mitad de su vida y… Y nada. Sintió eso, la nada misma. Entonces el Bayote soñador dibujó al Bayote soñado desconcertado. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo seguía? ¿De dónde sacaba fuerzas para continuar dibujando, creando, soñando? …Y otra vez sintió la nada misma en el alma. Sentía que estaban los dos perdidos, con un fracaso golpeándolos con cachetaditas sobradoras una y otra vez.
A punto de agarrar una goma para borrarlo todo, sintió que una mano pequeña le golpeaba el hombro.
—¿Te dormiste, papi?
Bayote pegó un salto en la cama.
—¿¡Qué pasó!?—, gritó desde las entrañas.
—Papi, me parece que te dormiste porque escuché el despertador y no viniste a traerme la leche.
Era una niña, su hija. Parada al borde de su cama, con un pijama de Minie rojo y una maraña de pelo enredado cayéndole sobre los hombros, lo miraba con los ojos grandes e hinchados.
—No, hijita, estoy despierto —la tranquilizó.
Refregándose los ojos, la niña dijo: “Entonces hacéme la leche”.
Arrancado de uno de los actos oníricos más ontológicos de su vida, el hombre soñador siguió al pie de la letra las órdenes de la niña, salió de la cama, pisó el suelo helado y partió rumbo a la cocina.
Mientras le ponía Nesquik a la leche, Bayote pensó otra vez en el sentido de todo, en el significado de lo que había “dibujado” en estos 41 años. La cabeza se le llenó de preguntas (entran como dos millones en ese marote gigante) y se sintió desesperado hasta que vio una nota escrita en cursiva, arriba de la mesa, que la noche anterior le había dejado su hija. Decía:
Por favor papi
me agrandas los
patines que el viernes
empieso patin, plis
por favor papó.
Entonces fue como si se le corriera un velo y vio por una fracción de segundo las cosas claras. Bayote lloró, se secó las lágrimas y se fue corriendo al cuarto a llevarle la leche a su hija. Es cierto que no sabía cómo seguir pero, por lo pronto, iba a estirar un lindo par de patines para esa criatura en cuya creación había formado parte.
Ella era un sueño hecho realidad por el que tenía sentido todo lo que viene dibujando hasta ahora. Y por lo que falta. ®