En el microcosmos de una sex shop, en sus productos, se está muy lejos del erotismo del que habla Bataille, donde el hombre primitivo lo asociaba con el asombro ante la muerte y la pulsión de la vida.
¿Crees que el deseo es agitación, rubor o seducción, palabras fuertes y lencería? Quizá consideres que es la desnudez de un cuerpo expuesto o el estertor que te levanta por las noches tras un sueño húmedo. No. El deseo erótico, la verdadera naturaleza del erotismo, es una cosa profundamente oscura. Es lo que se esconde entre costuras invisibles de cuerpos vestidos o desnudos, es lo que permanece oculto entre las imágenes de tus sueños indecibles. ¿Has pasado hambre por días y soñado con probar un trozo de alimento con más fuerza cada que pasan las horas? Si no has experimentado algo parecido, entonces estás lejos de conocer lo que habita el deseo.
He comenzado este texto con estas palabras porque quiero exponer lo lejos que están estas ideas o imágenes del erotismo con el que se exhibe en una sex shop, el cual es un reflejo de un elemento más que la cultura en la que vivimos ha convertido en una mercancía muy redituable. Iré por partes.
En principio, si nos adentramos en la historia del erotismo, veremos que como todos los conceptos, en mayor o menor medida, ha cambiado a lo largo de la historia, así como también encontraremos divergencias y similitudes entre distintas culturas y temporalidades. Sobre el origen del erotismo, Georges Bataille nos dice: “…el Hombre de Neanderthal tenía ya conciencia de la muerte; y es a partir de este conocimiento, que opone la vida sexual del hombre a la del animal, cuando aparece el erotismo” [Bataille, p. 51].
Si hacemos caso a Bataille encontraríamos en el hombre de Neanderthal el origen de la noción de erotismo, mas no su definición, pues identificar una definición concreta y unívoca sobre el término sólo será posible en definiciones de diccionario, donde se le asocia directamente con el amor y el placer sexual. Sobre disertaciones en el plano filosófico, sociológico o literario, existe una abundante bibliografía que da testimonio de la innegable complejidad del término y sus implicaciones reales e imaginarias, complejidad que las sex shop y los productos que venden, anulan.
Según la billetera
No todas las sex shop son iguales porque no todas están dirigidas a un mismo público ni a las mismas billeteras. Dentro de una ciudad (por lo menos en el caso de México), según la zona en que se encuentre el establecimiento será el diseño de la tienda, los productos y las marcas. Incluso si pertenecen a la misma franquicia, son las zonas las que determinan lo anterior, y por zonas nos referimos al valor adquisitivo que en general tienen las personas que la habitan. Así, una sex shop de un barrio “exclusivo” no ofrecerá lo mismo a una donde la población tiene un ingreso económico promedio o bajo.
Si comparamos los productos eróticos que cada clase social adquiere nos encontraremos con una generalidad nada sorprendente: básicamente son muy similares en cuanto a su función, pero existe una sofisticación mayor según el precio, tanto en el diseño, las texturas y los materiales.
Ahora bien, si comparamos los productos eróticos que cada clase social adquiere nos encontraremos con una generalidad nada sorprendente: básicamente son muy similares en cuanto a su función, pero existe una sofisticación mayor según el precio, tanto en el diseño, las texturas y los materiales. Si traducimos esta relación entre clase social y el diseño de la tienda, los tipos de productos y su presentación en una sex shop obtendremos que la estética de lo erótico que promueven estos establecimientos está determinada por el poder adquisitivo de los consumidores a los que se dirigen.
Lo intenso hecho bonito
Independientemente de la clase social a la que vaya dirigida la publicidad, el diseño y los productos de una sex shop, en general hacen lo mismo: volver estético lo erótico, hacerlo atractivo y consumible. El deseo erótico no surge necesariamente de observar o estar frente a algo “bello”, es decir, no es posible definir su origen mediante cánones estéticos determinados, pero las sex shop hacen creer que tal deseo es proveído exclusivamente por medio de una belleza atractiva. No de una belleza artística o sublime, claro está, sino de algo que el imaginario del consumidor asocie con los estereotipos que el cine, la moda, los medios de comunicación o la publicidad han erigido como belleza femenina y masculina.
Por eso encontramos que los productos son llamativos en su presentación. La lencería o ropa interior que exponen está presentada en empaques con imágenes de hombres o mujeres de cuerpos espectaculares, con caras y posturas seductoras. A menos que alguien vaya a tener una noche de pasión con un o una supermodelo, el comprador sabe que la ropa de esa caja no se le verá igual a ella o a él o a quien vaya a regalársela, pero ese conocimiento queda fuera en el instante de la compra, que es lo único que importa a los vendedores de lencería y a las sex shop. En el momento de encontrarse frente al empaque la imaginación sólo circula en torno a la cercanía de la imagen que se observa y de manera lejana —e idealizada por la misma lejanía— aparece la persona en quien se piensa usará la prenda o en el consumidor mismo.
Los objetos vibrantes del placer
Cuando se trata de objetos en sí, las cosas son similares aunque el nivel de abstracción respecto de la imagen ideal es distinto. Nos centraremos en uno de los productos ya clásicos: los vibradores o dildos. La presentación de este objeto es una de las que mejor representan la manera en que los productos eróticos han sido “estetizados”. Algunos de estos vibradores son una representación muy cercana a la del órgano sexual masculino, con ellos la imaginación hace una relación directa entre juguete erótico–órgano sexual. Es una sustitución donde el cuerpo masculino es resumido en su órgano sexual y su función de dar placer.
Algo más sofisticado sucede con los vibradores que tienen una figura que no representa fielmente al órgano masculino. Estos productos tienen colores diversos, con una forma mucho más estética y una textura aséptica lejana a la viscosidad de los flujos naturales. Aquí, el pene es llevado a una presentación que esconde su forma natural de tal modo que este objeto juega con la mente a modo de envoltura, mostrando un objeto colorido y más parecido a un producto de belleza o de uso doméstico.
El uso de este objeto en la realidad merece un análisis aparte, aquí lo que nos interesa es su presentación como objeto erótico para el consumo. Ya sea en una sex shop o en una página web, ¿qué es lo que generan estos productos en la mente de quien se interesa por adquirirlos? En una sex shop, donde el producto está a la vista en físico, ¿qué información procesa el cerebro frente a esa imagen? Porque, como tal, el objeto es una amputación simbólica de la representación de un cuerpo humano completo y está centrada en un órgano sexual como fuente de placer.
Un vibrador o dildo es pues una representación simbólica de placer, porque, siguiendo a Barthes, existen objetos “inductores habituales de asociaciones de ideas (biblioteca intelectual) o bien, de un modo más misterioso, auténticos símbolos” [Barthes, p. 20]. Ahora, si retomamos lo dicho anteriormente, tenemos que si estos objetos generan asociaciones de ideas que incluso los convierten en símbolos, en este caso, símbolos de placer, y si como dijimos, lo que hacen es volver estético, bello, colorido y aséptico aquello que representan, en este caso el órgano sexual masculino —que no es precisamente todo eso—, estamos entonces ante una “estetización” de la imaginación erótica del sujeto que adquiere estos productos.
Los colores
Otro de los elementos que está presente en las sex shop, tanto en los productos como en el decorado de la tienda, son los colores. Sin entrar en teorías del color, sólo apuntaremos a que los colores que más observamos son el negro y el rojo en sus múltiples matices. Estos colores tienen una vieja historia en el imaginario erótico. Y aunque otros colores son frecuentes en los productos eróticos, la lencería o el diseño de los establecimientos, si tuviéramos que designar los preponderantes sin duda con el rojo y el negro bastaría, quizá el blanco debe añadirse en la lencería y los colores pasteles para algunos de los dildos u otros juguetes.
El rojo siempre ha sido asociado con el placer y es a lo que aluden las luces neón o los logotipos de las sex shop. Si a esto le añadimos juegos tenues con claroscuros tenemos un interior sofisticado de tiendas que se preocupan por introducir al comprador en un ambiente específico. Existen establecimientos que no juegan con este aspecto y el efecto es notorio: parece que estamos en un supermercado, sólo que en lugar de encontrar latas o sopas para la comida encontramos vibradores, lencería, condones o lubricantes. El nivel de asociación de imágenes decrece en un ambiente así y con ello el consumo, por eso las sex shop se han preocupado cada vez más por crear una ambientación con el uso de luces, colores y diseño de su establecimiento.
El itinerario en una sex shop
La disposición de los productos también mantiene una lógica determinada, así como ocurre en los supermercados. En cierto lugar está la lencería, luego los juguetes u otros productos afines, más allá las revistas o libros, cerca del vendedor están los condones y por allí los lubricantes o lociones. En la imaginación de quien entra a una sex shop hay pues un itinerario establecido por el vendedor, lo que produce una fragmentación del imaginario erótico. El sujeto recorre un espacio donde su mente va asociando los productos con tal o cual acción —o recuerdo— y de esta manera su posibilidad de consumo va seleccionando opciones. El deseo en una sex shop no tiene nada de caótico ni de lúdico en cuanto a su distribución, aunque haya una cantidad de juguetes al alcance de la mano. La diversión, sugiere toda sex shop, está a unas cuantas monedas de distancia y es para llevar.
Conclusiones
Es cierto que la imaginación humana es prolífica y libre en cuanto a imágenes posibles, aunque también es verdad que es susceptible de ser influenciable consciente o inconscientemente. El imaginario erótico no es una excepción, puede ser tan libre como manipulable. De modo que al analizar de manera breve lo que hay en una sex shop nos topamos con que entramos a un espacio codificado para dirigir la estética y el imaginario eróticos del receptor. En el microcosmos de una sex shop, en sus productos, se está muy lejos del erotismo del que habla Bataille, donde el hombre primitivo lo asociaba con el asombro ante la muerte y la pulsión de la vida. Ni siquiera nos acercamos a un erotismo que realmente nos invite a volar, como Oliverio Girondo pedía a su mujer ideal. Estamos ante un único objetivo: el consumo disfrazado de promesa de un placer previamente configurado. ®
Bibliografía
Barthes, Roland, Lo obvio y lo obtuso, Barcelona: Paidós, 1986.
Bataille, Georges, Las lágrimas de Eros, México: Tusquets, 2013.