A dos días de la inauguración de los juegos olímpicos, nuestro columnista reporta directo desde Londres, una ciudad que hoy se percibe caótica, calurosa, sobrepoblada, en crisis y, a pesar de ello, en eterno esplendor.
Londres está tomada. Otra manera de decirlo es que la ciudad está sitiada. Escribo esto a dos días de la inauguración oficial de los juegos olímpicos de Londres 2012 (que también tendrán lugar en otras ciudades del Reino Unido), y los ánimos están calientes. La anticipación ha sido, como suele ser en esta isla, anticlimática: no sólo porque el esperado clima soleado y cálido de verano se tardó en aparecer oficialmente hasta el fin de semana del 21 y 22 de julio, después del mayo y junio más lluviosos que este país haya tenido jamás. Por fin llega el calor y parece que ahora es demasiado: todo parece amenazar el civilizado fluir de los juegos que casi todos desean pero casi nadie asegura. El anti-clímax olímpico no es entonces puramente cuestión de temperaturas y predicciones del tiempo, sino una expresión cultural eminentemente británica. Como la cultura británica misma, los tiempos previos a la llegada en pleno de los juegos han estado plagados de contradicciones, actitudes embarazosas y verdades que muchos prefieren mantener calladas.
Así el estado de excepción que significan los juegos olímpicos para una ciudad como Londres es más bien un estado de emergencia normal que simplemente sale a la superficie como cuando baja la marea y el Támesis revela sus secretos, el desperdicio de la polución ecopolítica y moral. El paisaje previo, como los grises meses de lluvia por los que pasamos, no pintaba nada bien. No hay quien esté contento por cómo ha funcionado el francamente corrupto sistema de compra de boletos para los eventos olímpicos, a los músicos que tocarán en los eventos olímpicos no se les pagará, los cargadores de la antorcha tuvieron que pagar 215 libras para quedarse con la suya (para luego subastarla en eBay)…Con meses de anticipación se nos ha atormentado mediante una compleja campaña preparativa transmediática que es toda precaución y toda obsesión compulsiva por el control y la planeación. Porque es así como Londres y la cultura británica circulan, mediante la cuidadosa planificación anticipada del futuro, la vida por adelantado que permite un presente ordenado y altamente codificado, (moviéndose rápido por la izquierda, parado por la derecha, como en el subterráneo) la irrupción de las olimpiadas en la vida londinense se expresa como la amplificación globalizada de sus fobias y tics nerviosos. El mensaje ha sido éste: nada será cómo antes; no podrás hacer todo como siempre lo has hecho.
No hay vía de escape segura: subterráneo, trenes, tranvía, barco, automóvil, teleférico: todo sufriré el influjo de lo que esta isla ha ido internalizando como su propio trauma histórico definitorio, por un lado su aislamiento geográfico de otros continentes y por otro lado las invasiones de extranjeros. La voz de Boris Johnson, el mayor de la ciudad, apareció de la nada por primera vez hace un par de semanas en los altavoces de estaciones de tren, carros de subterráneo y autobuses, recordándonos muy paternalmente que los juegos ya vienen y que nuestra vida de orden y costumbre se verá alterada. Como si no fuera ya preclaro que Londres cada vez se parece más a la Mega City One de los cómics de la serie británica de ciencia ficción 2000AD, la voz de Boris (bufón shakespereano donde los hay) comienza por definir la situación distópica de la capital. Las olimpiadas así son contradictoriamente lo que Londres quería para desdeprimirse de una serie de recesiones económicas que incluso ahora mismo sólo empeora; al mismo tiempo se trata de la expresión más concreta de lo que más detesta (el cambio a su rutina, la incomprensión extranjera de sus peculiaridades, la invasión “bárbara” y políglota del Otro).
Ni siquiera el hecho que se esté pasando por la peor doble recesión en 50 años importa mucho. Por ahora el sol brilla. Londres arde, y en días de verano así, en que la anticipación es grande, parece que la ciudad, desaforada y aterrada de perder su autocontrol, vuelva a ser ella misma, sobrepoblada, neurótica, estresada y temerosa, pero también, a pesar de todo, bella.
El monumental fracaso de la compañía de seguridad privada G4S para proveer de suficiente personal para los juegos (estamos hablando que sólo la cuota de administración que cobrarán será de 57 millones de libras esterlinas) fue la perfecta excusa para que la policía y el ejército entraran abiertamente al quite a terminar de tomar la ciudad. 180,000 soldados, muchos de ellos armados y en uniforme militar completo, vigilarán una ciudad con heridas profundas por los ataques terroristas del pasado reciente y distante. El despliegue militar no se limita a la presencia de policía con armas largas (el policía londinense normal no carga armas de fuego normalmente) en las principales estaciones de tren y otros lugares turísticos y olímpicos, ni a las tropas camuflajeadas haciéndole de empleados de seguridad en los estadios, sino a una franca estrategia anti-terrorista que puede parecer paranoide y exagerada. La verdad es que cuando todo el resto del mundo tiene los ojos puestos en Londres, los londinenses, en general, preferirían estar en cualquier otro lado, menos aquí, pero esto pasa con olimpiadas o sin olimpiadas. Adidas y McDonald’s (pero también Coca-cola, Samsung) han modificado el paisaje urbano londinense con publicidad que es imposible evitar. La corporatización del evento es obvia y molesta, y no son pocos los que se han organizado para resistirle y parodiarle.
Pero en el terreno local, ayudados por el buen clima, también existen los ánimos por celebrar el recorrido de la antorcha por miembros de las comunidades; y éstos han sido positivos y celebratorios.
Mientras, hoy, por el momento, el sol brilla. El festival cultural de Londres 2012 incluye más de 12,000 eventos; muchos de ellos gratuitos (el programa impreso tiene 132 páginas). No hay quien ponga mucha atención a que la investigación Leveson haya terminado, ni que Andy Coulson y Rebekah Brooks, el ex jefe de medios del primer ministro David Cameron y la ex editora del News of the World y amiga cercana de Cameron respectivamente, hayan sido al fin acusados de intervenir ilegalmente comunicaciones privadas. Ni siquiera el hecho que se esté pasando por la peor doble recesión en 50 años importa mucho. Por ahora el sol brilla. Londres arde, y en días de verano así, en que la anticipación es grande, parece que la ciudad, desaforada y aterrada de perder su autocontrol, vuelva a ser ella misma, sobrepoblada, neurótica, estresada y temerosa, pero también, a pesar de todo, bella. ®