Acá han pasado cosas tan violentas que parecen tan inverosímiles que no cualquier anécdota o relato sorprende a la gente. Muchas de esas historias se quedan en una charla entre un par de Carta Blancas…
Si alguien decidiera guardar un minuto de silencio continuo por cada persona desaparecida y asesinada en el noreste de México, permanecería mudo durante más de un mes.
—Diego Enrique Osorno
Después de leer Un vaquero cruza la frontera en silencio (Literatura Random House, 2017), de Diego Enrique Osorno, recordé una noche de octubre de 2011. Esa noche, mientras me lavaba los dientes, escuché ruidos estruendosos afuera de mi casa. En aquellos años eso sólo significaba una cosa: balazos. En aquel entonces lo primero que pensábamos al escuchar cualquier tipo de ruidos era que posiblemente eran disparos.
No había estado tan cerca de una balacera hasta ese día, pero era común escuchar historias de la violencia del narco en Saltillo y la región. Las detonaciones se escucharon por unos 45 segundos, aunque las sentí como si fueran un par de horas. Me tiré al piso en el baño: pechotierra y cubriéndome la cabeza con las manos. Después de unos minutos sólo se oían motores de camionetas. Me asomé por la ventana y no había nada. Ni muertos ni casquillos ni camionetas. A la mañana siguiente, a un par de cuadras de mi casa, pasé por la calle Veracruz para tomar el camión que me lleva a la universidad. Afuera de la iglesia Padre Nuestro el pavimento estaba mojado y con restos de jabón. Había casquillos, restos de vidrios y sangre regados por el suelo. Incluso un impacto de bala en los escalones de la iglesia que se quedó así durante años. Al llegar a la escuela les comenté a varios de mis amigos lo que había pasado. La mayoría se enteraron por Facebook.
En la balacera habían matado a Óscar Cadena, el dueño del Kumbala, un antro famoso por su buen y variado ambiente, pero también por cerrar fuera del horario con el permiso de la ley. Mi anécdota se perdió entre otras más. Algunos amigos ya habían vivido otra balacera dentro de un café en el centro de la ciudad, en donde militares persiguieron a algunos Zetas y dispararon por varias calles. Muchos ciudadanos ya habían experimentado cosas peores. Otros se las callaron por miedo. Como la masacre en Allende, Coahuila, en donde desaparecieron alrededor de 300 personas —según las versiones oficiales— en 2011 y no se supo nada hasta tres años después. ¿Cómo era posible que una buena parte de un pueblo desapareciera así nada más, sin que alguien dijera nada?
En 2014 Diego Enrique Osorno escribió un reportaje para Vice en el que habla de cómo habían sucedido las desapariciones. Fue de los primeros reportajes en hablar del tema y ponerlo en la agenda pública, a pesar del evidente silencio de casi todos los medios de comunicación del noreste. Aun así, esa tragedia nunca tuvo el alcance de Ayotzinapa, por ejemplo.
Como la masacre en Allende, Coahuila, en donde desaparecieron alrededor de 300 personas —según las versiones oficiales— en 2011 y no se supo nada hasta tres años después.
Cuento esto porque creo que es importante entender el contexto en el que ocurre la historia de Un vaquero cruza la frontera en silencio, que es una crónica testimonial y autobiográfica. El libro cuenta la historia de Gerónimo González Garza, tío del autor, Diego Enrique Osorno, un sordomudo que vive en la frontera noreste de México. Una zona en donde hay mucho que contar, pero nadie o muy pocas personas cuentan algo de lo que pasa en esta área del país. Y es cierto. Crecí en Saltillo y he vivido en la zona del noreste mexicano. Por el trabajo conozco muchas de las zonas que se mencionan en el libro y es verdad. Acá han pasado cosas tan violentas que parecen tan inverosímiles que no cualquier anécdota o relato sorprende a la gente. Muchas de esas historias se quedan en una charla entre un par de Carta Blancas, o se esconden en el anonimato o se pierden en el silencio por el miedo a represalias. Y creo que hasta hoy en muchas personas persiste este temor. “¿Cómo para qué arriesgarse, no?”
En el caso del personaje principal de Un vaquero cruza la frontera en silencio, éste no dice nada porque no puede, pero Osorno utiliza su vínculo personal con su tío Gerónimo, quien ha visto cómo se descompone su país. Osorno narra desde una óptica íntima y personal; una prosa escrita en presente, y de ahí el título que nos sitúa en el punto de vista de todo lo que ha vivido don Gerónimo, uno de los primeros sordos estudiados y preparados en el norte de México.
Es un libro fácil de leer, ágil y testimonial. El periodista también nos presenta este mundo violento del noreste mexicano mezclado con la historia de los movimientos sociales de los sordos, desde la ambición de salir adelante de Gerónimo y sus viajes con más personas como él a lo largo y ancho de los Estados Unidos, sin perder ese carácter norteño. El libro nos adentra también en cómo son la educación y las universidades para sordos en aquel país, cómo son las relaciones entre ellos y cómo hay una apertura más amplia para esta comunidad en comparación con la que hay en México.
Los fantasmas del narco persisten hasta nuestros días en nuestras comunidades. El norteño narco ya es un estereotipo establecido en el mainstream de la ficción mexicana y es uno del que varios autores y creadores de la región se han intentado desmarcar. Incluso se ha vuelto hasta cliché, pero Diego Enrique Osorno, para mi gusto, ha encontrado siempre una forma interesante y directa de escribir del noreste: haciendo algo de eco dentro del silencio. ®