Así, desde hace tiempo hay libros con títulos aberrantes y que se pretenden llamativos y provocadores, como ¡Me vale madres!, La pendejísima historia de las elecciones en México o ¿A dónde chingados va México?, que seguramente son best-sellers aunque sus profundas reflexiones caigan en el ámbito de la chatarra.
Cuando trabajé como corrector en Grijalbo, hace ya muchos años, el editor decidió cambiarle el título a una novela de Armando Ramírez, de Pu —la onomatopeya de la eyaculación, según el autor tepiteño— a Violación en Polanco, que le pareció más atractivo en términos comerciales. Lo más común es que el autor bautice a su libro de acuerdo con su gusto y criterio, aunque no es raro que sean los directivos quienes decidan al final el nombre que lucirá en la portada, sin importar si se trata de una obra seria o de un producto que no tiene nada que ver con la literatura o la academia sino con la charlatanería, la chacota o visiones “alternativas” y supuestamente desenfadadas de capítulos de la historia o la política. Así, desde hace tiempo hay libros con títulos aberrantes y que se pretenden llamativos y provocadores, como ¡Me vale madres!, La pendejísima historia de las elecciones en México o ¿A dónde chingados va México?, que seguramente son best-sellers aunque sus profundas reflexiones caigan en el ámbito de la chatarra.
Libertad, en cambio, es un título tan breve y sencillo que uno se pregunta por qué nadie lo había utilizado antes —¿o sí? Siete letras en inglés y ocho en español para nombrar una obra de 667 páginas en su edición española a la que Salamandra —la editorial— no duda en calificar en un cintillo como “El acontecimiento literario del año”. Heme ahí en el atestado puesto de Gandhi para allegarme un ejemplar y empezar a revisar el vigoroso volumen de Franzen después de asistir a la inauguración del Salón Literario Carlos Fuentes. Empiezo a recorrer las primeras páginas de esta larga saga de una familia estadounidense sujeta a los vaivenes de la política y la economía en un país que vira una vez más a la derecha y ejerce su poderío militar al otro lado del mundo. Franzen… Vaya, su nombre está desplazando al de Fuentes y al del malhadado premio. No parece un escritor muy elocuente en persona, aunque su sencillez sport contrasta con el porte gris y burocrático de Jorge Volpi, el escritor funcionario amigo de Julio Ortega y, como él, uno de los jurados que le dio el premio a Bryce y que además lo defendió como se defiende a un padre, así sea el peor de los descastados.
Como en una democracia, en los pasillos de la Feria conviven y se exhiben cientos de miles de libros de todas las clases, desde los más humildes hasta los más soberbios; ediciones de lujo y otras que cuestan veinte pesos. Me hago de un ejemplar de la renovada edición de El libro y sus orillas, de Roberto Zavala, y pienso en el bien que les haría estudiarlo a cientos de editores descuidados y presurosos que se saltan uno o varios de los pasos necesarios para la confección de un libro, desde el original hasta la encuadernación. El autor presenta “con sencillez, profundidad y humor los fundamentos de un oficio que, lejos de verse amenazado por los cambios tecnológicos, hoy es cada vez más necesario”. Nada más cierto. ®