Cuando los practicantes de las ciencias exactas hacen tabla rasa y declaran que la psicología no puede nunca ser una ciencia no contribuyen en nada al progreso del conocimiento universal. Lo único que hacen es dar permiso a los psicólogos para ignorar completamente el método científico.
Debemos, de paso, dejar claro desde el principio que si una cosa no es una ciencia, no es necesariamente mala. Por ejemplo, el amor no es una ciencia. Así pues, si se dice que algo no es una ciencia, no significa que haya algo malo con ello; sólo significa que no es una ciencia.
—Richard Feynman
Afortunadamente, conforme fui familiarizándome con el ambiente académico pude darme cuenta de que ésta no es la actitud general. Para los estudiosos serios de la ciencia esta afición no es muy diferente que el gusto por la música clásica o por las historietas. Sin embargo, lo que sí es raro es que lo consideren un interés científico. “La psicología no es una ciencia”, repetía siempre uno de mis maestros y continuaba haciendo suyos los argumentos encontrados en el primer volumen de la famosa serie de libros Lectures on Physics de Richard Feynman.1
El tercer capítulo de ese libro se aboca a discutir la relación de la física con otras ciencias y la última en la lista es nada menos que la psicología. Es importante aclarar que Feynman nunca dice literalmente que la psicología no es una ciencia: lo que dice en realidad es que el psicoanálisis no es una ciencia. Debido a la enorme popularidad del psicoanálisis y a la escasa información sobre otras formas de psicología, es fácil caer en esta confusión.
Feynman inicia su exposición aclarando que al decir que algo no es una ciencia no lo hace para implicar que sea algo malo. La aclaración parece pertinente al psicoanálisis, ya que afirma contundentemente que no se trata de una ciencia y compara al psicoanalista con un médico brujo. No obstante, está abierto a aceptar que un médico brujo sea la persona con más conocimientos sobre cierta cuestión y que acudir con uno pueda ser una opción razonable.
Psicología y psicoanálisis
La palabra psicología resulta confusa porque se usa para describir dos procesos completamente diferentes. Por un lado, llamamos psicología al estudio del funcionamiento de la mente humana. Por el otro, se usa el mismo término para describir al conjunto de técnicas utilizadas para manipular esta mente. Una de las técnicas más conocidas es la terapia, que pretende influir en las personas con el propósito de mejorar su sensación de bienestar.
El nacimiento de la psicología se sitúa en la Alemania de finales del siglo XIX, cuando Wilhelm Wundt2 estableció, en la Universidad de Leipzig, el primer laboratorio de investigación psicológica. Sin embargo, la figura más popular del cambio de siglo fue sin duda Sigmund Freud,3 creador indiscutible del psicoanálisis. El psicoanálisis puede entenderse tanto como una investigación del funcionamiento de la mente como una técnica terapéutica que ayuda a los pacientes a librarse de síntomas que no tienen un origen orgánico.
Prácticamente desde sus inicios el enfoque de Freud fue cuestionado duramente por la comunidad científica debido a su notorio desprecio por la investigación experimental. Freud estaba convencido de que podía inferir la naturaleza de los procesos mentales a través de su propia introspección. Este método se usaba también en la terapia donde se le pedía al paciente que se dejara llevar por sus pensamientos, asociando libremente una idea con otra, mientras que el terapeuta analizaba esta información a la luz de ciertas teorías.
Muy importante para el psicoanálisis es la distinción entre la parte de la mente que es accesible a la conciencia y la que no: a la primera se le llama consciente y a la segunda inconsciente. Una de las teorías más importantes afirma que cuando una persona vive una experiencia en extremo desagradable la mente puede protegerse del dolor mandando su recuerdo al inconsciente. Se considera que estos recuerdos reprimidos son el origen de una variedad de síntomas. El propósito de la terapia psicoanalítica es lograr que estos recuerdos vuelvan a ser conscientes, ya que se supone que al conseguir esto el paciente queda curado.
Aciertos y desaciertos
La posibilidad de que en la mente exista información que no es accesible a la conciencia se ha verificado experimentalmente. Existen pacientes epilépticos a quienes se les ha cortado la comunicación entre ambos hemisferios cerebrales con el propósito de reducir la severidad de sus ataques. En un experimento típico el paciente puede ponerse de pie obedeciendo una orden recibida a través de su ojo izquierdo, pero dirá al experimentador que se levantó porque tenía ganas de un refresco. La razón es que lo recibido por el ojo izquierdo se transmite a la parte visual del hemisferio derecho, que no tiene ningún contacto con la zona verbal, que generalmente se encuentra en el hemisferio izquierdo.4
La posibilidad de que en la mente exista información que no es accesible a la conciencia se ha verificado experimentalmente. Existen pacientes epilépticos a quienes se les ha cortado la comunicación entre ambos hemisferios cerebrales con el propósito de reducir la severidad de sus ataques.
Por el contrario, el que las malas experiencias se vuelvan inaccesibles a la conciencia no ha podido confirmarse. De hecho, mucha evidencia apunta precisamente en el sentido opuesto. Las personas que han tenido la desgracia de tener vivencias terribles en un campo de concentración o en la guerra, o que han sido víctimas de actos criminales, no acuden a terapia porque han olvidado estas experiencias sino por que quieren dejar de recordarlas constantemente.5
Otras de las teorías del psicoanálisis tienen debilidades aún más graves. El problema no es que no hayan sido verificadas, sino que ni siquiera son susceptibles de verificación.6 Por ejemplo, el llamado complejo de Edipo dice que los niños varones pasan por una etapa donde tienen fuertes deseos sexuales hacia su madre e intenso odio hacia su padre. Hubo unos pocos pacientes a quienes les pareció factible haber tenido este tipo de sentimientos y esto se consideró como evidencia a favor de la existencia del complejo. Sin embargo, cuando muchos otros pacientes expresaron que la idea les parecía absurda y hasta repugnante, se consideró que una reacción tan vehemente era la mejor prueba de que estos pacientes habían mandado su propio complejo al inconsciente.
Freud era muy propenso a utilizar en sus teorías argumentos sexuales, lo que frenó la aceptación de sus teorías en los ambientes más conservadores, que eran los predominantes al inicio de su carrera. Sin embargo, conforme la sociedad se volvía más abierta hacia la sexualidad, su popularidad entre los sectores más progresistas se fue por las nubes. Por ejemplo, entre la gente de orientación marxista muchos aclamaron al psicoanálisis como una teoría revolucionaria, aunque prefiriendo siempre la versión de Wilhelm Reich. Con el tiempo mucha de la terminología psicoanalítica se fue asentando en la cultura popular con frases como “Lo hice inconscientemente”, “Te proyectaste” o “Eres una reprimida”, que en nuestros días ya ni siquiera suenan sofisticadas.
Recuerdos de abuso sexual
Uno de los aspectos más terroríficos de la historia de la humanidad ha sido la persistente utilización de los niños para la gratificación sexual de los adultos. La conciencia sobre lo extendido de este tipo de prácticas empezó a surgir en Estados Unidos en la década de los setenta. Poco a poco estas historias de terror empezaron a llegar a la luz pública, cuando muchos adultos contaron por primera vez la forma en que estas experiencias habían marcado su vida, llenándola de depresión, ansiedad y baja autoestima.
Los psicólogos entrenados en la tradición freudiana tienen en común con los marxistas un desprecio absoluto por la lógica formal. De algún modo se las arreglaron para transformar los reportes de que el abuso sexual infantil puede provocar depresión, ansiedad y baja autoestima en la firme convicción de que todos aquellos que sufren de depresión, ansiedad y baja autoestima fueron abusados sexualmente. En términos de lógica elemental, si p → q entonces q → p.
En la década de los ochenta muchas personas afectadas por síntomas similares acudieron con este tipo de terapeutas. Estos médicos brujos parecían ser las personas más informadas del mundo sobre depresión, ansiedad y baja autoestima, de modo que hasta Feynman hubiera aceptado que recurrir a ellos era una buena decisión. Antes de que los pacientes terminaran de describir lo que les sucedía el terapeuta se apresuraba a emitir un diagnóstico: el paciente había sido abusado sexualmente. La reacción de muchos pacientes fue de incredulidad y le hicieron saber al terapeuta que no recordaban nada al respecto. El terapeuta les explicó que esta reacción era la mejor prueba de que esos recuerdos existían en forma inconsciente y que la única manera de que se sintieran mejor era conseguir recuperarlos.
En esta terapia de recuperación de recuerdos el paciente debía relajarse y dejarse llevar por sus pensamientos. Si estos pensamientos tenían que ver con el abuso sexual el terapeuta se ponía muy contento y decía al paciente que lo estaba haciendo muy bien. Si los pensamientos seguían otro camino el terapeuta se mostraba frustrado y le decía al paciente que debía esforzarse más.7
Poco a poco muchos pacientes empezaron a recordar episodios de abuso sexual cometidos por parte de sus familiares más queridos. El que los supuestos abusadores parecieran buenas personas y negaran vehementemente haber cometido tales acciones no era en absoluto prueba de su inocencia. La experiencia de la década anterior nos había mostrado que este tipo de depredadores puede encontrarse en donde uno menos lo espera.
Perdido en el centro comercial
Mientras esto ocurría los psicólogos experimentales seguían recopilando información a paso lento pero seguro. Una parte importante de la mente, la memoria, había recibido mucha atención. Se encontró que no existe un solo tipo de memoria, sino varios. Por ejemplo, es evidente que los niños menores de tres años cuentan con una memoria, ya que pueden identificar a sus familiares y aprender juegos y palabras nuevas. Sin embargo, la clase de memoria que registra nuestra trayectoria de vida, es decir la memoria autobiográfica, no existe aún a esa edad. Los eventos ocurridos durante este periodo se olvidan por completo.
Esta amnesia infantil no es la única limitación de nuestra memoria autobiográfica. Todo indica que sólo registra bien aquellos eventos que tienen un alto contenido emocional: los que no frecuentemente se fusionan o desaparecen sin dejar huella. Aun en el caso de los eventos mejor registrados la mayoría de los detalles terminan perdidos sin remedio. Esta situación tiene su lógica ya que si la información debe almacenarse en las neuronas del cerebro debería existir una estrategia para no desperdiciar recursos en información que no sea relevante.
Una parte importante de la mente, la memoria, había recibido mucha atención. Se encontró que no existe un solo tipo de memoria, sino varios. Por ejemplo, es evidente que los niños menores de tres años cuentan con una memoria, ya que pueden identificar a sus familiares y aprender juegos y palabras nuevas. Sin embargo, la clase de memoria que registra nuestra trayectoria de vida, es decir la memoria autobiográfica, no existe aún a esa edad. Los eventos ocurridos durante este periodo se olvidan por completo.
En la década de los noventa se trató de averiguar si era posible hacer que alguien recordara detalles falsos de un evento. En un experimento se hace que los sujetos presencien cierto evento simulado, como un accidente o un crimen. A la mitad de los participantes se les proporciona falsa información adicional, y a la otra mitad no. Posteriormente se les pide que describan sus recuerdos. El resultado es que las personas a quienes se les proporcionó información incorrecta incorporan los detalles falsos dentro de sus recuerdos legítimos.
Para averiguar si era posible inducir a una persona a recordar un evento falso en su totalidad la investigadora Elizabeth Loftus diseñó el siguiente experimento.8 Se escogieron varios sujetos y con ayuda de sus familiares se escribieron descripciones de tres eventos de su infancia que realmente ocurrieron y se mezclaron con la descripción de un cuarto evento que nunca ocurrió. Se hizo a los sujetos leer los reportes de los cuatro eventos y escribir lo que recordaban de cada uno de ellos. El sorprendente resultado fue que 25% afirmó recordar el haberse perdido en un centro comercial, siendo que éste era el incidente que había sido inventado en su totalidad.
Estos resultados llevaron a muchos a reexaminar la terapia de recuperación de recuerdos. Los recuerdos recuperados en terapia eran anormalmente detallados: cuando se le pedía al paciente que describiera el episodio de abuso era capaz de recordar la posición de los muebles, el color de la ropa que llevaba y hasta la hora que marcaba el reloj. Algunos afirmaban recordar haber sido abusados a una edad muy temprana, mucho antes del punto en que comenzaban el resto de sus recuerdos autobiográficos.
Estas terapias se prolongaban por años, durante los cuales nunca se dejaban de generar nuevos recuerdos, y éstos eran cada vez más perturbadores. Una cierta paciente podía recordar en un inicio haber sido violada por su padre mientras que con el tiempo recordaba que su madre colaboraba en la violación. Meses después, la paciente recordaba que su padre invitaba a los vecinos a torturarla. Con el correr de los años, la paciente ya había recordado que su padre, junto con todo el vecindario, adoraba a Satán y hacía frecuentes sacrificios humanos.
La Fundación del Síndrome del Falso Recuerdo
Debido a lo común que es el abuso sexual a menores y a lo ignorado que había sido por tanto tiempo fue muy difícil atreverse a dudar de los primeros reportes. Sin embargo, conforme las descripciones se volvían más y más sofisticadas empezaban a ser cada vez más inconsistentes. El que un solo abusador guardara un secreto podía ser relativamente sencillo, ¿pero que el vecindario entero estuviera involucrado en una conspiración? Si un paciente había sido torturado, ¿por qué no tenía cicatrices? Si habían ocurrido sacrificios humanos, ¿por qué no había habido reportes de personas desaparecidas o se habían encontrado esqueletos en los alrededores?
Además de acumular cada vez más recuerdos de abuso, muchos pacientes también desarrollaban personalidades múltiples. Según los terapeutas, estas personalidades alternas se formaban para protegerse del dolor de haber sido abusado. Lo extraño era que nadie había notado estas personalidades antes de que el paciente iniciara la terapia. De hecho, era prácticamente imposible encontrar a alguien que presentara esta condición sin haber estado en terapia.
Otro detalle era el hecho de que los síntomas por los cuales los pacientes habían acudido a terapia en primer lugar no desaparecían, sino que empeoraban y hasta aparecían algunos nuevos. Muchos pacientes habían iniciado la terapia con ciertas dificultades en su matrimonio, en la crianza de sus hijos o en su desempeño profesional. Con el paso de los años, se habían divorciado, se habían vuelto incapaces de cuidar a sus hijos y vivían de la beneficencia.
Ésta era la situación cuando algunos padres que habían sido acusados de abuso sexual por sus hijos adultos, junto con algunos profesionales de la psicología, crearon la Fundación del Síndrome del Falso Recuerdo (False Memory Syndrome Foundation, FMSF). Esta organización empezó a difundir información que cuestionaba la validez de los recuerdos recuperados por medio de terapia.9 En un principio muchos creyeron que la fundación sólo era un artilugio que usaban los depredadores sexuales para ayudar en su defensa legal, pero pronto resultó evidente que tenían un muy buen caso.
El hecho es que los recuerdos recuperados en terapia siguen patrones que no corresponden con lo que se sabe de la memoria. Además, muchos incluyen afirmaciones extraordinarias que no están sustentadas por ninguna evidencia física. La terapia no mejora la calidad de vida del paciente sino que la empeora sugiriendo que buena parte de sus síntomas son iatrogénicos, es decir, generados por el tratamiento. Finalmente, el terapeuta introduce la idea del abuso sexual antes de que el paciente la mencione y ejerce una presión indebida para que éste genere nuevos recuerdos y nuevas personalidades. En esa situación de extrema vulnerabilidad no es difícil creer que los recuerdos de abuso puedan haber sido implantados durante las sesiones de terapia.
A pesar del escepticismo inicial, no pasó mucho tiempo antes de que el prestigio de la terapia de recuperación de recuerdos se desplomara. Ahora es mucho más difícil presentar una demanda por abuso sexual basándola sólo en recuerdos recuperados de esta forma. De hecho, después de ser confrontados con la nueva información muchos pacientes se retractaron de sus acusaciones, se reconciliaron con sus familias y además presentaron demandas contra sus terapeutas.
La ciencia de la mente
Lo que vuelve a una disciplina una ciencia no es su objeto de estudio, sino el método que utiliza. Es cierto que algunos campos son particularmente difíciles de trabajar científicamente, como los eventos históricos, por ejemplo, que no pueden repetirse a voluntad. El estudio de la mente humana presenta sus propios problemas específicos. Los dos más importantes son, en primer lugar, su dependencia de la neurobiología y, en segundo, las complicaciones éticas de la experimentación con seres humanos.
La neurobiología, esto es, el estudio del funcionamiento del cerebro, se ha desarrollado sólo recientemente, y la estrategia escogida para enfrentar esta limitación dividió a los psicólogos en distintas corrientes. Algunos decidieron renunciar por completo a tratar de averiguar lo que pasaba en el cerebro y estudiar en su lugar la conducta, lo que dio origen al conductismo.10 Otros creyeron que tratar de inferir lo que pasaba dentro del cerebro era completamente válido, creando lo que se llamó psicología gestalt.11 En su tiempo ambos enfoques obtuvieron resultados interesantes, que, no obstante, al día de hoy deberían evaluarse usando el conocimiento actual de la neurobiología.
Pero aunque la relación entre la psicología y la neurobiología es estrecha, la psicología es una disciplina independiente. El impresionante desarrollo de la computación nos ha llevado a comprender que la mente no es más que la información almacenada en las neuronas del cerebro. Éste es el enfoque que usan actualmente los psicólogos cognitivos, quienes han tenido que apartarse cada vez más de su formación tradicional en humanidades para abocarse al estudio de las ciencias de la computación. En estos términos, la mente es el software y el cerebro el hardware. Aunque el software no podría existir sin el hardware, para arreglar un problema de virus en la computadora consultar con el ingeniero que diseñó el microprocesador no nos sería de mucha ayuda.12
La mente en acción
La estrategia más efectiva para indagar sobre el funcionamiento de la mente es observarla en acción. Haciendo experimentos con animales tenemos mucha mayor flexibilidad, ya que podemos tratarlos en formas en las que no sería ético tratar a una persona. Sin embargo, la mente animal es muy distinta de la mente humana y lo que puede ser verdadero para una podría no serlo para la otra. Por tanto, los experimentos psicológicos más ilustrativos son invariablemente experimentos con seres humanos. Algunos de los ejemplos más famosos se describen a continuación.
En el experimento de conformidad de Asch se pide a los sujetos que participen en una prueba de visión en la que deben evaluar la longitud de tres líneas y compararlas con una línea de referencia. En realidad todos los participantes, excepto uno, están confabulados con el experimentador y darán invariablemente respuestas incorrectas. El experimento real consiste en observar lo que hace el sujeto cuando sus percepciones entran en contradicción con las de la mayoría. El resultado es que 30% de los sujetos ignora su propia percepción y repite las respuestas incorrectas de los demás. Solomon Asch creyó que este experimento demostraba lo poderosa que es la tendencia de los seres humanos a la conformidad.13
Éticamente peliagudo fue también el experimento de prisión de Stanford, en el que se les pagó a estudiantes de licenciatura para representar guardias y prisioneros en una cárcel simulada en el laboratorio de la universidad. El experimento tuvo que cancelarse prematuramente debido a que el comportamiento sádico de los guardias y la actitud resignada de los prisioneros se habían salido de control.
En el experimento de Milgram se le pide a un sujeto que participe en una prueba de enseñanza y aprendizaje en la que un “profesor” formula preguntas y aplica choques eléctricos de intensidad creciente a un “alumno” cada vez que da una respuesta incorrecta. Se le hace creer al sujeto que fue elegido al azar para ser el profesor y se le dice que el alumno permanecerá en el cuarto contiguo, donde podrá escucharlo pero no verlo. En realidad las respuestas sistemáticamente incorrectas y los gritos de dolor, que para el final del experimento son verdaderamente desgarradores, provienen todos de una grabación. Si el sujeto siente escrúpulos acerca de lo que está haciendo se le presiona levemente para continuar y, si es necesario, se repite esta presión tres veces más. Si el sujeto insiste una quinta vez se le permite marcharse. El sorprendente resultado fue que el porcentaje de sujetos que se quedaban hasta el final sobrepasaba 65%. Stanley Milgram creyó que este experimento demostraba la propensión de los seres humanos a transgredir sus propios valores éticos cuando obedecen la orden de una figura de autoridad.14
No obstante, las transgresiones a la ética más comunes en este tipo de experimentos no son las atribuibles al sujeto sino al mismo experimentador. En un experimento clásico, un niño huérfano conocido sólo como “pequeño Albert” fue condicionado para adquirir una fobia a las ratas. Se le permitió tocar una rata, la cual no le produjo ningún miedo al principio. Después se le obligó a escuchar un sonido estruendoso cada vez que la tocaba hasta que el miedo que le provocaba el sonido se transfirió a la rata, a otros animales peludos y al traje de Santa Claus. John B. Watson presentó este experimento como prueba de la existencia del condicionamiento, tan importante para la escuela conductista. Si alguien tratara de repetir este experimento en nuestros días seguramente tendría que vérselas con la Procuraduría de la Defensa del Menor.15
Éticamente peliagudo fue también el experimento de prisión de Stanford, en el que se les pagó a estudiantes de licenciatura para representar guardias y prisioneros en una cárcel simulada en el laboratorio de la universidad. El experimento tuvo que cancelarse prematuramente debido a que el comportamiento sádico de los guardias y la actitud resignada de los prisioneros se habían salido de control. Philip Zimbardo resumió sus resultados con la frase “Los lugares malos vuelven mala a la gente”. Su conclusión fue que frente a los eventos de tortura y degradación que ocurren con frecuencia en situaciones de cárcel o guerra, aquellos que establecen el ambiente son tan responsables como los mismos perpetradores.16
Los dos ejemplos anteriores ilustran el hecho de que los psicólogos experimentales no son ningunos santos y pueden caer fácilmente en la tentación de pasar por alto el posible daño a sus sujetos de investigación. La tentación se vuelve particularmente irresistible cuando un experimento promete resultados revolucionarios que pueden traer al investigador fama y fortuna. Esto fue lo que ocurrió en relación con uno de los mayores debates de la historia de la psicología: el origen de las diferencias entre hombres y mujeres.
¿Biología o cultura?
A través de la historia, la opinión predominante había sido siempre que las diferencias observadas entre hombres y mujeres tenían un origen biológico. No es difícil encontrar evidencias en favor de esta idea. Las mismas diferencias se observan en casi todas las culturas a través del mundo. Las diferencias en comportamiento aparecen bruscamente a una edad muy temprana antes de que el niño haya tenido demasiado contacto con su propia cultura. Además, los patrones de comportamiento de hombres y mujeres son muy similares a los de machos y hembras en el mundo animal.
No obstante, los sectores más conservadores de la sociedad habían usado estas diferencias como premisa para sacar la conclusión de que las mujeres no tenían la capacidad para participar en nada que no tuviera relación directa con el hogar y la maternidad. Aunque este argumento es completamente falaz, el movimiento feminista lo aceptó como válido y se dedicó en cuerpo y alma a combatir la premisa. Fue así como entre los sectores más progresistas de la sociedad la idea de que las diferencias entre hombres y mujeres tienen un origen cultural se convirtió en un dogma de fe.
La conclusión de los opositores del feminismo probó muy pronto ser falsa cuando la mujer empezó a participar con éxito en terrenos que antes le habían sido vedados, como la universidad, el ejercicio profesional o la política. No obstante, nunca hubo en realidad evidencia de que la premisa fuera también falsa: la mayoría de las mujeres universitarias, profesionistas o en posiciones de poder seguían teniendo patrones de comportamiento claramente femeninos. Para demostrar que estas diferencias tenían un origen puramente cultural hacía falta una prueba experimental contundente.
Para ese entonces la historia de las cirugías de cambio de sexo llevaba ya más de veinte años. No podía pasar mucho tiempo antes de que a los seguidores de la hipótesis cultural se les ocurriera un experimento que podría saldar definitivamente la cuestión. La idea era tomar un niño varón, realizarle una operación de cambio de sexo, educarlo como si fuera una niña y tomar nota de su comportamiento al llegar a la edad adulta. Sin embargo, ¿dónde podrían encontrarse unos padres que participaran en semejante barbaridad?
El experimento perfecto
Cuando en 1966 los padres de Bruce y Brian Reimer, gemelos idénticos, llegaron a la oficina de John Money en la Universidad Johns Hopkins, este prestigiado estudioso de la sexualidad humana se topó con la oportunidad de su vida. Bruce había perdido su pene en una circuncisión mal hecha y los padres estaban devastados. Money les dijo que la mejor apuesta de Bruce era transformarlo en mujer lo más pronto posible. Al tiempo en que los padres creían estar salvando a su hijo de una vida infeliz como un hombre incompleto, John Money pensaba en lo perfecto que sería tener dos sujetos con genes idénticos y educar a uno como hombre y al otro como mujer. Si Bruce lograba ser feliz como mujer, como Money estaba seguro que sucedería, el debate sobre si el sexo está determinado biológica o culturalmente quedaría cerrado de una vez por todas.
John Money supervisó la operación de cambio de sexo de Bruce y su transformación en Brenda, además de proporcionarle terapia psicológica a los dos hermanos por los siguientes doce años. Sin revelar la identidad de los sujetos, Money publicó sus observaciones en varios artículos en los que reportaba el experimento como un éxito total. El caso John/Joan, como era conocido, se convirtió en un clásico de la psicología y apareció por décadas en una multitud de libros de texto, como evidencia irrefutable de que en cuanto a identidad sexual, la cultura es más importante que la biología.17
La verdad no se supo hasta 1997, cuando Milton Diamond localizó a la familia Reimer y publicó lo que Money había pasado por alto. Resultó que el comportamiento de Brenda nunca fue femenino y siempre tuvo la sensación de ser hombre. Cuando se negó definitivamente a volver a ver a Money y a seguir sus tratamientos sus padres terminaron confesándole la verdad. Así fue como a la edad de catorce años Brenda asumió definitivamente la identidad masculina, bajo el nombre de David, y se sometió a una nueva operación de cambio de sexo. Cuando fue contactado tenía 32 años, estaba casado y era una figura paterna para sus tres hijastros.18 Fue en 2004 cuando se supo la noticia de que la intensa depresión que nunca había dejado de acosarlo lo había llevado finalmente a quitarse la vida.
Estas revelaciones hicieron notar que de los muchos bebés a quienes los médicos de la Universidad Johns Hopkins habían prescrito el cambio de sexo no se había dado seguimiento a uno solo. Por esta razón se trató de actualizar las historias de catorce niños varones que habían recibido cirugía reconstructiva para reparar un defecto congénito grave. Este defecto incluye la falta de pene, de modo que a los catorce se les hizo además la operación de cambio de sexo y sus familias se habían comprometido a criarlos como niñas. El último seguimiento, que se realizó entre diez y veinte años después de su operación, encontró que seis vivían como hombres, cinco como mujeres y tres estaban confundidos sobre su sexualidad. Algunos, sin saber la verdad, habían declarado espontáneamente ser hombres. Todos aquellos a los que el secreto les había sido revelado habían adoptado una identidad masculina.19
Ciencia y condescendencia
El hecho de que sea tan difícil usar el método científico en psicología provoca que la acumulación de conocimientos en esta disciplina proceda muy lentamente. Esto puede ser frustrante, sobre todo considerando el gran impacto que puede tener esta clase de información en nuestras vidas. Sin embargo, es importante resistir la tentación de acelerar el proceso echando mano de métodos no científicos. Si hay información que no es accesible de acuerdo con el estado actual de la neurobiología y a los métodos apropiados de experimentación, la respuesta honesta es asumir esta ignorancia. El proceder de otro modo no permitirá nunca que la psicología sea aceptada como lo que siempre debió ser, una ciencia en todo su derecho.
Cuando los practicantes de las ciencias exactas hacen tabla rasa y declaran que la psicología no puede nunca ser una ciencia no contribuyen en nada al progreso del conocimiento universal. Lo único que hacen es dar permiso a los psicólogos para ignorar completamente el método científico. Cuando se evalúan proyectos es importante distinguir la investigación psicológica rigurosa de la no tan rigurosa y de la francamente inadecuada. No hay que olvidar que estos investigadores compiten con nosotros por el escaso financiamiento disponible, por lo que deberíamos preocuparnos de que, en un acto de condescendencia, se otorguen recursos a gente que entretiene su tiempo en especulaciones sin sentido.
La tentación de ser condescendiente con el psicoanálisis se destila en los argumentos de Feynman. La verdad es que para una teoría que pretende llamarse psicológica el no ser una ciencia sí la vuelve algo malo. Además, hemos aprendido de la peor manera que pedir ayuda a los médicos brujos puede tener consecuencias desastrosas. Su contraejemplo del amor es fútil ya que este sentimiento no es tan inofensivo como nos gustaría creer. El amor no es una ciencia y por tanto no debería usarse como guía para tomar decisiones vitales. Después de todo, ¿cómo pudo suceder que unos padres permitieran que sus hijos se convirtieran en los conejillos de indias del sexólogo del momento? La respuesta es escalofriante: lo hicieron por amor. ®
—Publicado por primera vez en Gaceta Electrónica de CICESE no. 20, diciembre de 2007.
Notas
1 R. P. Feyman, R. B. Leighton y M. Sands, “The Relation of Physics to Other Sciences”, en The Feymann Lectures on Physics, vol. 1, chapter 3 (Boston: Addison-Wesley, 1964), 3-1.
2 “Wilhelm Maximilian Wundt”, en Stanford Encyclopedia of Philosophy (consultado el 6 de enero de 2012).
3 S. Freud, New Introductory Lectures on Psychoanalysis (Nueva York: W. W. Norton & Company, 1990).
4 J. E. LeDoux, D. H. Wilson y M. S. Gazzaniga, “A Divided Mind: Observation on the Conscious Properties of the Separated Hemispheres”, Annals of Neurology 2 (1977): 417.
5 R. J. McNally, “Debunking Myths about Trauma and Memory”, Canadá, Journal of Psychiatry 50, (2005): 817.
6 K. R. Popper, “Science as Falsification”, en Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge (Londres: Routledge, 2da. ed. 2002).
7 K. Lambert y S. O. Lilienfield, “Brain Stains”, Scientific American Mind, octubre/noviembre de 2007, 46.
8 E. F. Loftus y J. E. Pickel “The Formation of False Memories”, Psychiatric Annals 25 (1995): 720.
9 P. L. McHugh, H. I. Lief, P. P. Freyd y J. M. Fetkewicz, “From Refusal to Reconciliation. Family Relationships After an Accusation Based on Recovered Memories”, The Journal of Nervous and Mental Diseases 192 (2004): 525.
10 J. B. Watson, “Psychology as the Behaviorist Views It”, Psychological Review 101 (1994): 248. Originalmente publicado en Psychological Review 20 (1913): 158.
11 K. Koffka, “Perception: An Introduction to Gestalt Theory”, Etext Conversion Project, Nalanda Digital Library. Originalmente publicado en Psychological Bulletin19 (1922): 531.
12 S. Pinker, “How the Mind Works”, Annals of the New York Academy of Sciences 882 (1999): 119.
13 S. E. Asch, “Opinions and Social Pressure”, Scientific American 193 (1955): 31.
14 S. Milgram, “Behavioral Study of Obedience”, Journal of Abnormal and Social Psychology 67 (1963): 371.
15 J. Watson y R. Rayner, “Conditioned Emotional Reactions”, Journal of Experimental Psychology 3 (1920): 1.
16 C. Haney, C. Banks y P. Zimbardo, “A Study of Prisoners and Guards in a Simulated Prison”, Naval Research Reviews 30 (1973): 1.
17 J. Colapinto, “The True Story of John/Joan”, The Rolling Stone, diciembre de 1997, 54.
18 M. Diamond y H. K. Sigmundson, “Sex Reassignement at Birth: A Long Term Review and Clinical Implications”, Archives of Pediatric and Adolescent Medicine 151 (1997): 298.
19 W. G. Reiner y J. P. Gearhart, “Discordant Sexual Identity in Some Genetic Males with Cloacal Exstrophy Assigned to Female Sex at Birth”, The New England Journal of Medicine 350 (2004): 333.