Justo cuando el rock pasaba de ser una expresión contracultural a un producto comercial, el heavy metal vino a salvarlo y cuando éste comenzó a popularizarse, el death metal lo llevó un paso más allá. El contenido de sus letras refleja el lado más oscuro de la conciencia humana. Aquí lo celebramos con alfombra roja, al estilo Cannes, honrando a sus más grandes representantes.
Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing
—Edgar Allan Poe, The Raven
I
Algunos antecedentes
La irrupción del heavy metal subterráneo en el mundo de la música popular anglosajona, a principios de la década de los ochenta del siglo pasado, es un asunto que está todavía por calibrarse en su justa medida. De manera cierta, en los treinta años que median entre los primeros demos que perfilaban dicha corriente musical y nuestros días, en los que es ya un nicho de mercado perfectamente delimitado, ha corrido mucha tinta. La mayoría de los esfuerzos interpretativos han sido prolijas recensiones fenomenológicas del acontecimiento: el puntual detalle de la historia, el tipo de ejecución, los músicos y las discografías de los grupos que engendraron al heavy metal underground.
Pero el análisis estético de fondo está aún por realizarse: el significado de dicha corriente dentro de la música popular globalizada por excelencia que es el rock. Los factores sociales, culturales y políticos, mezclados con el elemento puramente artístico, que impelieron a que un amplio sector de jóvenes de las sociedades primermundistas (encabezadas por Estados Unidos e Inglaterra, a los que al poco se les sumaron Alemania y Suecia) dieran rienda suelta a un tipo de rebeldía fuera de serie: recalcitrante y ensimismada, casi cúltica. Que la manifestación contestataria primaria fuera por medio de la música, tiene una importancia radical: es un medio compactable, expandible y prácticamente siempre disponible. Conforme avanzó el movimiento, muchos grupos dejaron de lado los temas recurrentes del rock, como el sexo, las drogas y el alcohol para enfocarse en contenidos líricos politizados, nihilistas o anti religiosos. A esto siguió una imaginería ejemplar, compuesta por una pléyade de conjuntos iconográficos que gravitaron bajo un núcleo común: sacudir al gusto normalizado de las grandes masas.
En este sentido, el heavy metal subterráneo ha sido la última evolución verdadera del rock. Lo transformó en otra cosa, desplazó su núcleo equilibrado por el mercado hacia un espacio todavía por recorrer: las posibilidades contestatarias de la música popular que, en este caso, puede llamarse un underground masivo. El núcleo de este fenómeno ha sido la crítica pertinaz de los referentes del confort clasemediero occidental: la familia tradicional, el trabajo productivo, la fe cristiana, el consumismo.
El cariz rebelde de esta clase de rock comienza por el sonido mismo. Nada suena igual y nada había sonado así desde la irrupción plena del rock en el ámbito de la cultura de masas occidental, desde los tiempos de Elvis Presley. Por más que haya habido antecedentes ejemplares (Black Sabbath, Deep Purple, Rainbow, Led Zeppelin, inter alia, así como el eslabón perdido entre ellos y el underground que fue Motörhead) y que el heavy metal clásico haya tenido una buena década de existir hasta antes de la irrupción de grupos como Exodus, Slayer y Venom, al comenzar la década de los ochenta, lo cierto es que el metal subterráneo marca una línea divisoria en el mundo del rock; ya siempre será antes y después de él. Para bien y para mal: de las profundidades catacúmbicas de la sedimentación arquetípica de la mente humana sacadas a flote por la primera ola de Black Metal noruego a principios de los noventa, a la magna comercialización de lo que alguna vez fuera Thrash Metal y se convirtiera en una suerte de thrash pop en manos de Bob Rock y sus muchachos de Metallica a partir del llamado “álbum negro” por esa misma época.
El Death Metal, como corriente, se propuso desde el inicio hacer un tipo de metal subterráneo sin concesiones. Si alguien quiere acercarse a lo que es un rock independiente prototípico, este es el subgénero indicado para ello. Al quebrar la armonía, la pulcritud vocal en la escala tradicional y, muy especialmente, al manejar una imaginería altamente chocante, el Death Metal es claramente sinónimo de un arte popular alternativo.
Justo en el fragor de esta lógica trituradora del mercado global de la música, el metal subterráneo ha hallado su principio de dinamismo y de evolución propia: reacciona ante el entorno radicalizando propuestas, cada que una nueva “baja” en su seno es cooptada por el mercado. Fue esta lógica de supervivencia la que vio nacer a uno de sus subgéneros más poderosos y testarudos: el Death Metal. Dice el crítico de metal británico, Garry Sharpe-Young (tristemente fallecido a temprana edad hace un año), en su magna enciclopedia del heavy metal: «A medida que el Thrash Metal se encumbraba, era como si un sector de su audiencia percibiera el advenimiento de las presiones del mainstream para el género y estuviera ya listo para buscar algo más duro, rápido y más satisfactorio».[1] Fue así como surgió el Death Metal. Sus ejecutantes exacerbaron la velocidad del Thrash Metal hasta hacer desaparecer las armonías; como una necesidad ineludible de la base rítmica, inventaron el blast-beat y privilegiaron la carga sonora del bajeo, haciéndolo trepidante y sin descanso (tanto que muchos ejecutantes lo tienen que tocar con plumilla) y, muy especialmente, dieron a la vocalización un sesgo penetrante: ésta se volvió profunda, cavernosa, gutural; una pared de sílabas ensambladas entre gruñidos.
Los orígenes del nombre canónicamente llevan al tema homónimo de Possessed en su disco Seven Churches de 1985. El grupo mismo tenía ya rasgos de lo que sería el Death Metal posterior. Pero sin lugar a dudas, el nacimiento del género coincide con el trabajo del grupo Death. Desde su primera placa, Scream Bloody Gore de 1987, la banda puso los cimientos del subgénero, en más de un sentido: hacia la búsqueda de la radicalización sonora y hacia la preeminencia de la técnica depurada a la hora de tocar. Los posteriores desarrollos del Grindcore y del Technical Death Metal tuvieron así sus semillas en los primeros tres o cuatro discos de Death.
El Death Metal, como corriente, se propuso desde el inicio hacer un tipo de metal subterráneo sin concesiones. Si alguien quiere acercarse a lo que es un rock independiente prototípico, este es el subgénero indicado para ello. Al quebrar la armonía, la pulcritud vocal en la escala tradicional y, muy especialmente, al manejar una imaginería altamente chocante, el Death Metal es claramente sinónimo de un arte popular alternativo. Sobre esto último, afirma el crítico estadounidense James Sherry que el elemento visual impactante es fundamental en dicha corriente y, de todas las portadas que ha habido, la que ha marcado la pauta durante las últimas dos décadas ha sido de manera incostable la del álbum Reek of Putrefaction de 1988, del grupo inglés Carcass: «incluso hoy es una de las más perturbadoras portadas de disco que ha habido jamás. El valor de conmoción de toda portada de disco posterior palidece en comparación con ella».[2]
El realce de la visualidad en los discos del Death Metal (y de buena parte del heavy metal, en general, y de casi todo el heavy metal subterráneo, en particular) habla de la integralidad de la propuesta artística de dicha corriente musical. Esto ha dado como resultado una estética peculiar que cumple plenamente con los propósitos contestatarios ante mencionados. Por eso no es raro que a los escuchas no iniciados la música death los agarre siempre desprevenidos; su comprensión requiere cierto entrenamiento auditivo y mucha disposición para lo alternativo.[3]
No obstante, de manera inevitable, la propuesta del Death Metal ha estado expuesta también a la trituradora del mercado mundial. Hasta la fecha la manera de solventar esta dinámica global ha sido ya bien por el camino de la comercialización, dando lugar a una desigual mezcla entre el núcleo sonoro básico de éste con desplantes rítmicos extraídos del Nü Metal y la incorporación de armonías guitarrísticas y vocales, como han hecho los suecos de In Flames, ya bien por la insistencia en la pulcritud ejecutoria, que ha llevado a preciosismos insospechados, como es el caso del grupo Nile. En el término medio se mantienen múltiples bandas encabezadas por los legendarios de Cannibal Corpse, quienes si bien con el tiempo y la madurez han alcanzado un poder sonoro sin igual, también corren el riesgo de caer en la repetición incesante de los caminos ya andados desde hace un cuarto de siglo. Quedaría por explorar la valía del Grindcore y todas sus ramificaciones, que a mi entender pesan más por su efectismo chocarrero que por una verdadera innovación artística, pero eso ya será motivo de otro artículo y de otra lista.
II
La lista
“¿Pero en qué basa su compilación, tiene usted alguna referencia específica?”, le pregunté ingenuamente hace ya varias primaveras al escritor José Agustín en su casa de Cuautla, mientras le hacía una entrevista sobre el libro Los grandes discos de rock (1951-1975). Su respuesta fue contundente: “Bueno, lo hago bajo el supuesto de que mis gustos no son tan pendejos”.
Lo cierto es que las listas siempre resultan fascinantes. Y este encanto reside, quizá, en el desacuerdo que cualquier jerarquización está destinada a provocar. Las listas, salvo que estén basadas en estadísticas precisas, son el paraíso de la subjetividad. El paladín enlistador, con la valentía que le inspira su egocentrismo, intenta hacer de su selección un decreto universal. ¡Vaya pretensión!
Lo cierto es que las listas siempre resultan fascinantes. Y este encanto reside, quizá, en el desacuerdo que cualquier jerarquización está destinada a provocar. Las listas, salvo que estén basadas en estadísticas precisas, son el paraíso de la subjetividad. El paladín enlistador, con la valentía que le inspira su egocentrismo, intenta hacer de su selección un decreto universal. ¡Vaya pretensión!
Pero ¿cómo se da esta ambivalencia en la que el gusto y el disgusto conviven en aparente sanidad? Las listas son, primero que nada, motivo de identificación. La separación a voluntad de un subconjunto –en nuestro caso, las mejores placas del Death Metal– lleva implícita una apuesta, un desafío al gusto y al conocimiento del lector. Me explico: si sus gustos coinciden con los de la dichosa lista, automáticamente el lector experimentará el placer de ser un experimentado connoisseur. Por el contrario, si en la lista las selecciones no están relacionadas con sus preferencias, es decir, la compilación en cuestión no resulta igual o parecida a la que el lector hubiera escrito (nótese el uso del pluscuamperfecto, indispensable para entender las intimidades que esconde la lista, su crítica y su interpretación), el lector adquiere una postura de superioridad ante el antologador. Quizá el auto encumbramiento del lector termine, incluso, con el típico menosprecio: “Est@ güey/vieja no sabe nada del asunto”. La virtud del hecho radica en que el osado enlistador no pierde nunca en el ejercicio, puesto que da rienda suelta a su desbordante subjetividad, ha meditado a conciencia y está tan seguro de que su lista es definitiva que ninguna crítica o comentario adverso podría hacerle pensar lo contrario. En la otra orilla, el lector se siente ganador indiscutible debido a que es él quien siempre estará por encima de las circunstancias, esté de acuerdo o no con el listado, es a él a quien siempre asistirá la razón, o al menos con esa idea se irá a la cama. Caso cerrado.
Embriagados de subjetividad, presentamos a continuación una relación cuyo afán lúdico nos permite hacer un guiño intertextual al prestigioso Festival de cine de Cannes. Los que suscribimos este texto hemos decidido basarnos en el modelo de premiación de este magno acontecimiento que tiene lugar anualmente durante el mes de mayo, para ofrecer a ustedes, amables lectores, nuestra nómina de los mejores álbumes de Death Metal de la historia de la humanidad. Todos los mencionados a continuación tienen ya un lugar entre los grandes, sin embargo, hemos optado por hacer una mínima jerarquización, que consiste en seleccionar a los tres mejores (Palm d’Or, Grand Prix y Premio del Jurado); a los 13 que estarían en condiciones de pelear por ser los mejores (En competencia); a 9 que merecen nuestra especial atención tanto por su innovación como por un potencial lírico y técnico que los podría catapultar hacia los anales deathmetaleros en un futuro (Un certain regard); a 7 que, si bien merecen estar en una lista general definitiva, no tendrían una oportunidad concreta de ganar (Fuera de competencia); y, finalmente, 8 álbumes clásicos que marcaron de manera indeleble el devenir histórico del género.
Palm d’Or:
Morbid Angel (EEUU)
Altars of Madness – 1989
De un nivel técnico elevado y con una ejecución inmejorable, Altars Of Madness representa el vértice donde el pasado y el futuro del Death Metal confluyen. Las guitarras de Azagthoth mantienen una rítmica reconocible incluso en medio del caos. Pete Sandoval destruye bombos, platos y tarolas con velocidades y precisiones sobrehumanas. Cada pieza de esta colección está impregnada de maldad melódica. El satanismo que supuestamente practica David Vincent se ve reflejado en sus vocales: un variado homenaje a la maldad gutural. A no dudarlo, escribo sobre el mejor de la historia del género.
Grand Prix:
Benighted (Francia)
Icon – 2008
“¿Why are you so brutal to me?” pregunta una voz femenina en la introducción de Icon. Segundos después la brutalidad encarna en riffs y redobles. Una súbita inyección de adrenalina impelida por el estruendo de Benighted produce un sobresalto ineludible. Con el mismo talante transcurre el resto del trabajo de los franceses. Los rugidos de Julien Truchan conllevan una flexibilidad asombrosa que le permite ir de tesituras infernalmente graves hasta gritos agudos cundidos de una trágica desesperación. Las letras son el retrato de un terror psicológico inspirado en la experiencia que el propio Truchan adquirió durante su estancia laboral en un hospital psiquiátrico de Saint-Étienne. Es quizá por ello que su contenido relata pasajes en donde el amor y el odio conviven en un antagonismo destructivo y permanente.
Premio del Jurado:
Obscura (Alemania)
Cosmogenesis – 2008
Tomando su nombre del tercer álbum de la legendaria banda canadiense Gorguts, los de Obscura, ante todo, abundan en virtudes técnicas. Sus composiciones son un conglomerado de estructuras no menos variadas que complejas. El sonido del bajo lleva la batuta: es al son de sus pulsaciones que la creatividad melódica de esta banda se desenvuelve. En ocasiones acústicos, en ocasiones feroces, los momentos de Cosmogenensis alcanzan un especial esplendor en la volubilidad de sus confecciones. Las guitarras pueden forzar un momento velocísimo en canciones como “Desolate Speres” y, sin embargo, no perderse en la tranquilidad melódica del prólogo de “Orbital Elements”. Como hace suponer el título del este compendio, el lenguaje lírico versa sobre temas que rondan una suerte de vacuidad sideral. Su poética es asimismo capaz de dialogar con Goethe, cuyo insigne poema, El rey de los elfos, sirve de fundamento temático para la cuarta pieza “Incarnate”. Con influencias musicales que van desde la tenebrosidad de Gorguts, hasta el legendario virtuosismo armónico de Cynic, pasando por las bases jazzísticas de Atheist, es evidente que la irrefrenable intertextualidad musical no hace sino enriquecer a esta excepcional banda de Death Metal.
En competencia (en orden alfabético):
At The Gates (Suecia)
Slaughter Of The Soul –1995
La banda sueca constituyó uno de los miembros más prominentes de la escena sueca del Death Metal. De igual forma, At The Gates tuvo una fuerte influencia en el desarrollo de muchas de las bandas precursoras del Thrash Metal. A diferencia de otros, At The Gates no cae en de la repetición tediosa. Sus riffs imprimen una variabilidad suficiente a todas sus canciones. Cada pieza contiene diferentes patrones de batería que son distintos entre sí, a pesar de su similitud rítmica. Al igual que muchas de las bandas suecas pioneras del género tales como Dismember o Entombed, At The Gates intercala compases de melodías más sutiles con cambios violentos y repentinos. Esto a la vez que lo distingue, también lanza a Slaughter Of The Soul a un nivel superior en la escalada histórica.
Bolt Thrower (Inglaterra)
The IV Crusade – 1992
El que sabe algo acerca de Death Metal, tiene por conocido que la temática principal de Bolt Thrower gira en torno a la guerra. Sin embargo, ninguno de sus álbumes captura con tan magistral aptitud este campo semántico como The IV Crusade. Todos y cada uno de los tracks aquí son proyectiles contundentes destinados a alojarse en el cerebro y no dejarlo ya nunca. El álbum adolece quizá de falta de matices, sin embargo la calidad no merma, por el contrario provoca que cualquier ejemplo del álbum se vuelva representativo: “This time it’s war”anuncia ominosamente la sexta pieza, al tiempo que Karl Willets gruñe frases cargadas de una furia que es tan apasionante como irrepetible en cualquiera de las demás bandas que hayan evidenciado intenciones épicas.
Cannibal Corpse (EEUU)
Tomb Of The Mutilated –1992
El primer signo devastador de este trabajo discográfico es la portada ilustrada por Vincent Locke: dos zombies ensangrentados practican el cunnilingus. Pasando a lo musical, el álbum desde el inicio parece asumir el compromiso de proporcionar al escucha destructoras sacudidas eléctricas. Nada más insertar el disco en el reproductor de CD, lo que comienza es el riff de apertura a la “Hammer Smashed Face”, una canción que muchos consideran como la mejor canción de Death Metal jamás creada. Para el tercer track ya estamos preparados para escuchar una voz en off con acento sureño que nos escupe: “I don’t know, I just took that knife and I cut her from her neck down to her anus, and I cut all the vagina and ate it”. Los riffs ametrallantes se asocian a los dinámicos beats que Paul Mazurkiewicz es capaz de producir en la batería, algo característico en Cannibal Corpse. La aportación que Mazurkiewicz hace mediante la combinación del doble bombo y los tambores es quizá una de las más importantes en lo que a percusionistas de metal extremo contemporáneo se refiere.
Cryptopsy (Canadá)
None So Vile – 1996
Este álbum, cuyo título se traduce Nada más vil, bien podría llamarse Oh my fucking god! o Jesus fucking Christ!, ya que frases como éstas son una reacción natural durante el ejercicio de escucharlo. Resulta una proeza creativa que una banda de Death Metal sea capaz en un mismo trabajo de aplastarte el cráneo con gruñidos y estrépitos inesperados y, simultáneamente, te seduzca con aterradoras melodías que, por si fuera poco, son fáciles de recordar. Cryptopsy lo hizo con estilo. Una obra maestra.
Death (EEUU)
Leprosy – 1988
Si bien el trabajo debutante de Death, Scream Bloody Gore, había ya dejado ver el genio detrás de esta banda, no fue sino hasta este segundo material, Leprosy, que el músico de culto Chuck Schuldiner se consagró definitivamente. A lo largo del disco las guitarras se convierten en el foco principal. Lo más interesante es la forma en que éstas logran estructurar un ataque sensorial en dos frentes: una mezcla que contiene por un lado sonidos lóbregos cargados de pesadez y parsimonia y, por otro, ráfagas mucho más agudas y ligeras que son las encargadas de mantener a flote la actividad melódica. Como lo anuncia la impronta del título, las letras se mueven entre temas de una desesperanza decadente.
Leprosy will take control and bring you to your death.
No chance of a normal life to live just like the rest
Leprosy will spread with time, your body soon to change.
Appearance becomes hideous a sight too much to take.
El Death Metal como género había llegado de verdad y con él todo un paisaje musical de superdotada fantasmagoría sónica.
Deicide (EEUU)
Deicide – 1990
Aunque el satanismo y la oposición extrema al cristianismo en el ámbito musical es hoy en día un cliché, hay que reconocer la entereza de los de Deicide para aferrarse a sus armas de manera tan espectacular. En 1990 ésta era, tal vez, la demostración más oscura y agresiva en el terreno del Death Metal. Todavía al día de hoy es posible reconocer su intensidad y su apasionada convicción maligna. La producción es muy buena, opacando los graves, pero destacando el elemento atmosférico tan característico en el sonido de la banda. Los remaches de la batería de Steve Asheim son claros y distinguibles entre sí, técnicamente brillantes. Glen Benton desgarra la garganta con la claridad suficiente para poder darle seguimiento a las demoniacas letras. Un trabajo eficaz y comprensible. El álbum se puede resumir en palabras simples: si usted no lo ha escuchado a conciencia, usted no se ha enterado de lo que es el Death Metal.
Decrepit Birth (EEUU)
Diminishing Between Worlds – 2008
Los de Santa Cruz, California han editado un álbum marcadamente progresivo. No son pocos los interludios instrumentales de altísimo grado de dificultad. A lo largo de la producción, hay una presencia elegante de sintetizadores, que transcurre en tontos relativamente simples, pero que añade al conjunto una capa adicional de melodías. Algo rara vez visto en el Death Metal. No obstante, no hay tonadas pegajosas, las piezas son, por el contrario, una palestra heterogénea plagada de cambios rítmicos y variables texturas armónicas. Incluso cuando la música corre el riesgo de tornarse incomprensible, los de Decrepit Birth echan mano de recursos técnicos que hacen que incluso lo bizarro adquiera un sentido estético y, por ende, escuchable.
Gorguts (Canadá)
Obscura – 1998
Hay algo inquietante en este disco. Casi se podría decir que Obscura pertenece a un universo alterado, en el que el metal se ha desarrollado bajo los mismos patrones, pero con evidentes distinciones en comparación con el del planeta Tierra. De alguna manera, los canadienses de Gorguts deconstruyeron el Death Metal de su forma original. Si bien el instrumentalismo avanzado y las composiciones líricas y musicales empujadas hasta el límite no eran nuevos fenómenos del Death Metal, antes del álbum Obscura estos factores habían supuesto una ligera suavización del sonido. Baste como paradigma el caso de los primeros trabajos del Death de Chuck Shuldiner. Sin embargo, en las manos de Gorguts, estos elementos fueron utilizados para hacer la música más brutal, más intransigente y, a veces, totalmente horrible.
Obscura es la prueba fehaciente de que el tecnicismo puede ser bien utilizado e incluso abusado para crear los sonidos más tétricos. Como ejemplo de todo esto está el sexto track, titulado “Clouds”, una suerte de balada retorcida que no permite hacer a un lado la reminiscencia de los momentos más lóbregos en el clásico Blessed Are The Sick de Morbid Angel. No obstante, si uno podría pensar que la música de aquel clásico de 1991 no se podía poner más macabra, con “Clouds”, los de Gorguts demuestran que la ruta al abismo es un tobogán sin final.
Hypocrisy (Suecia)
Virus – 2005
El álbum comienza de manera inofensiva, con una introducción de 16 segundos en la que se asoman sonidos ecoicos casi imperceptibles. Esto, empero, es como el maldito silencio antes de la tormenta. El sonido a lo largo de todo el álbum se sostiene con una potencia a tope, ornamentado con interludios atmosféricos que puentean entre segmentos que no con poca frecuencia coquetean con alguna versión atenuada de una pieza de Black Metal. Las ambientaciones instrumentales acompañan letras que tocan temas relacionados con la ciencia ficción y la actividad extraterrestre. Material altamente infeccioso.
Malevolent Creation (EEUU)
The Ten Commandments – 1991
La obra inicia con el relato perturbador sobre un hombre que ha sido puesto en su tumba y lo que le sucede a partir de ahí. «Memorial arrangements» no es una introducción relajada, por el contrario, sienta las bases para lo que viene: un álbum obsesionado con la muerte, el lado morboso del espiritismo, la incertidumbre religiosa y las aflicciones de una mente torturada (“Tortured mind”, es el nombre del track). Todas estas ideas están de alguna manera representadas mediante escenarios de un lirismo sanguinario, así como de una ejecución metálica y exterminadora.
En la música de The Ten Commandments abundan las secciones que fusionan con gran destreza densidad y velocidad. Las voces son profundas y por momentos ornamentadas con efectos que acentúan la sordidez de la atmósfera que circunda los más de 40 minutos de duración que tiene la producción. Material de colección.
Nile (EEUU)
In Their Darkened Shrines – 2002
A diferencia de un 90 por ciento de las bandas de Death Metal, Nile aportó desde sus inicios un estilo completamente nuevo. Sus composiciones se han convertido en modelo de decenas de bandas alrededor del mundo. Donde la mayoría eran simplemente bandas que se conformaban con perfeccionar el sonido de Deicide o de Morbid Angel (y la mayoría todavía lo son), Nile no lo era. Los músicos comandados por el polifacético Karl Sanders han mejorado progresivamente con cada nueva versión, teniendo en In Their Darkened Shrines su mejor demostración. El track de cerca de 10 minutos de duración, “Unas Slayer Of The Gods”, es una buena semblanza de la evolución perfeccionista a la que se han entregado los músicos californianos. El álbum en su totalidad está destinado a destrozar esquemas, sus proporciones épicas basadas en el culto a las antiguas civilizaciones egipcias no claudican en la sola ambición. La mezcla de ritmos percutivos que Tony Laureno logra en la batería, aunada a los aplastantes riffs de las dos guitarras seguidos de solos trepidantes, logran crear la atmósfera deseada: habitar el interior de una endemoniada pirámide oculta en medio del desierto. Cantos gregorianos, discursos de ultratumba y una mezcla del doom metal más tenebroso y el Death Metal más convulsionante hacen de este material una verdadera aventura al interior del la cámara de los sarcófagos perdidos.
Pestilence (Holanda)
Consuming Impulse – 1989
En la época en que la explosión de tambores era todavía mayormente un recurso para los iniciados en el grindcore, así como para algunos pioneros como Morbid Angel, y que bandas como Suffocation y Cannibal Corpse grababan todavía demos de forma amateur, en esa época los holandeses de Pestilence se graduaban con honores gracias a Consuming Impulse. Para la apreciación musical hace falta una buena producción, cosa de la que no carece este excelente material, cuyo abanico sónico es fácilmente distinguible, una producción transparente. Los riffs de Patrick Mameli a lo largo de los diez tracks son, por decir lo menos, alucinantes. Con composiciones simples, si se quiere, la intensidad y la precisión en la ejecución de piezas como “Process Of Suffocation”o la aniquilante “The Trauma”—asfixiante al inicio con su cadencia semi lenta, para después terminar con una velocidad avasallante— el trabajo en su totalidad alcanza una estatura imponente. Este álbum es un contenedor paradigmático de la furia y el dinamismo que el Death Metal como género representa.
Possessed (EEUU)
Seven Churches – 1985
Éste es uno de los álbumes más perversos y brutales de la historia, el primero en serlo, además. Grabado durante las vacaciones de semana santa de 1984, no resulta arriesgado afirmar que estos 10 tracks inventaron una nueva forma de tocar metal. Junto con bandas como Slayer y Venom, los de Possessed abrieron las puertas abisales para los nuevos géneros: el Thrash Metal, el Black Metal y el Death Metal, respectivamente.
El sonido de Seven Churches es inconfundible y, por momentos, verdaderamente terrorífico. El sonido de las guitarras avanza como una descontrolada moto sierra. Esto hace de piezas como “The Exorcist” un clásico instantáneo. En continua complicidad están los cambios de tiempo, por medio de los cuales la furia adquiere un sentido estético. Entre variaciones rítmicas llevadas al extremo, la crudeza gutural de Jeff Becerra y los taquicárdicos solos a una sola cuerda, la aventura se hace inolvidable por siniestra. Baste escuchar con buen volumen “Pentagrama”y el escucha no saldrá igual de como llegó, los gruñidos de bienvenida son, cuando menos, escalofriantes. Possessed no sólo sentó las bases técnicas y musicales, también legó toda la mefistofélica imaginería y el simbolismo de oscuridad y maldad que servirían de punto de partida para miles de bandas en el futuro. No es baladí que el décimo track sea considerado el primer gran himno del género. Éste lleva por nombre “Death Metal”.
Un certain regard:
Akercocke (Inglaterra)
Antichrist – 2007
Bloodbath (Suecia)
Nightmares Made Flesh – 2005
Demilich (Finlandia)
Nespithe – 1993
Lynkathea Aflame (Rep. Checa)
Elvenefris – 2000
Mithras (Inglaterra)
Forever Advancing… Legions – 2002
Necrophagist (Alemania)
Onset Of Putrefaction – 1999
Origin (EEUU)
Antithesis – 2008
The Monolith Deathcult (Holanda)
Trivmvirate – 2008
Vader (Polonia)
Litany – 2000
Fuera de competencia
Amon Amarth (Suecia)
Fate Of Norms – 2004
Atheist (EEUU)
Unquestionable Presence – 1991
Carcass (Inglaterra)
Heartwork – 1993
Cynic (EEUU)
Focus – 1993
Hate Eternal (EEUU)
I, Monarch – 2005
In Flames (Suecia)
The Jester Race – 1996
Opeth (Suecia)
Deliverance – 2002
Cannes Classics
Cancer (Inglaterra)
To The Gory End – 1990
Darkthrone (Noruega)
Soulside Journey – 1991
Death (EEUU)
Scream Bloody Gore – 1987
Entombed (Suecia)
Left Hand Path – 1990
Nocturnus (EEUU)
The Key – 1990
Obituary (EEUU)
Slowly We Rot – 1989
Suffocation (EEUU)
Efiggy Of The Forgoten – 1991.
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