Los primeros veinte años de la muerte de Silente Donaro

Uno de los mayores poetas del siglo XX

A veinte años de su muerte su obra apenas sale a la luz reivindicada por el ruido de las nuevas ediciones y los homenajes que se van sumando. A Donaro le importaría poco, pues sabía que su obra tenía luz propia y que, como él, sabía avanzar en medio de la noche.

Silente Donaro, ca. 1955.

Una barba definitiva que parece haber estado en su lugar antes de las grandes lluvias.

Pelos grises en su mayoría y restos de negro en zonas inexplicables, con morusas de pan que se quedaron entre los intersticios como si fueran nidos; los pelos grises de esa barba son las raíces de la muerte que florece entre las grietas, entre los poros abiertos de la cara para respirar. La barba no es la más larga ni la más espesa, pero en el rostro de Silente Donaro es un pastizal seco que el viento ya no se empeña en mover. Y en el norte de aquel paisaje denso se encuentran los ojos grises y vaciados del poeta muerto. Es una mañana de febrero del año 2001, Silente Donaro es velado en una casa funeraria a las afueras de Lille, en Francia. A su entierro, con excepción de las personas que realizan los servicios, no asiste nadie.

¿En dónde nace exactamente el poeta?

Algunos de sus conocidos aseguran que habla como uruguayo, otros dicen que tiene el carácter propio de los bolivianos, que por sus venas corren los ríos vivos del Perú, que cada verso en sus poemas tiene una inconfundible voz mexicana, que su música es propiamente chilena o de irrefutable carácter milonguero. Si se ignora el origen exacto de su cuna, sí se tiene la certeza de que su padre, un profesor de primaria de origen guatemalteco, llevó a su joven esposa y a sus dos hijos, Silente y Dolores, de nueve y quince años respectivamente, a vivir a la pequeña ciudad de Viro de las Palomas, en Rotola, ciudad principal de Vizcarra.

El niño Silente pasa aquellos años rodeado del paisaje bucólico de la ciudad; inquieto y precoz, realiza varios oficios, ayudando, más por curiosidad que para procurarse un sueldo, a los vecinos que lo bautizan como el Ayudantito; así, Silente aprende los trabajos con la madera, con los animales, ayuda al zapatero, a los hombres que venden las frutas y las verduras en el mercado; el Ayudantito es un personaje en Viro de las Palomas y además un querido y efectivo líder, porque la Bola, como llama a su grupo de amigos, acata con gusto y sin cuestionamientos cada orden que se les da para realizar las más imposibles travesuras que se le ocurren a Silente, el Ayudantito.

Pero encerrada en la casa, la hermana de Silente juega con otra suerte. Su carácter más bien retraído, fiel a un aislamiento hasta de ella misma, la lleva a quitarse la vida saltando por la ventana de su habitación. Dolores, que es ya un nombre de presagio para Silente, no muere en el momento del salto sino diez días después, el día que Silente cumple trece años.

La familia se muda a otro barrio de Viro de las Palomas. Silente es inscrito en un nuevo colegio en donde ha comenzado a enseñar su padre, pero ningún cambio ayuda, porque la tristeza en Silente ha despertado y ya no lo dejará más; del niño alegre, del Ayudantito querido por todoel pueblo no queda más que el recuerdo. Sólo seis meses después de la muerte de su hermana se suma una pérdida que termina de formar el estado de ánimo del futuro poeta; su madre es encontrada muerta en los gallineros de una granja cercana a su domicilio.

De aquellos años hablan los primeros versos de Terremoto, su último libro: De la Bola/qué recuerdos/entre las pelusas de mi abrigo/sólo el sueño me regresa a/los lejanos lugares/que fueron mi casa/mi escuela/mi risa más incendiaria/y la noche/la noche como una perra que me enseñó/sus dientes cuando lo que quería yo era acariciarle la frente/En tu nombre llevabas/grabada la fecha de tu muerte/y nadie/sólo tú/ blanca hermana/podía saberlo/Es polvo lo que fui/y polvo/es esta otra noche/la perra/que me recuerda la risa/lejana ya/de mi madre.1

Es el año cincuenta y cinco. Para Silente Donaro los nuevos tiempos, las últimas modas y las chicas lindas de su pueblo que bailan los nuevos ritmos venidos del norte, le resultan insoportables. Mete sus cuadernos y dos trajes en una maleta de vaqueta y, como harían otros poetas de su tiempo, entra en un barco para dejar atrás Rotola, para alejarse de su continente, para cambiar de una tierra a otra, entrar en la Europa más prometedora para un joven con ganas de extrañar, en la distancia, su pasado.

Donaro pasa los siete primeros años en Madrid, y es en esa capital en donde, para sobrevivir, pone en práctica todos los oficios aprendidos en sus años como el Ayudantito. Sus lecturas de Quevedo, de Gómez de la Serna, pero sobre todo de san Juan de la Cruz, lo marcan profundamente y definen el camino que tendrá su primer libro, un poema de largo aliento con tintes místicos titulado Los alimentos descompuestos. Es también en Madrid en donde comienza su largo y poco conocido ejercicio epistolar. En las primeras cartas, escritas a su padre, habla de cómo es la vida en Madrid, de su suerte y de sus nostalgias que no son pocas:

Madrid, esa ciudad del despierto sol llena de voces, donde los largos paseos en las largas noches no traen la fatiga; esta ciudad no calla, aunque afuera no haya nadie, y al tomar una avenida y cruzar un parque, tengo la impresión de que saldré cerca de casa donde en la puerta me esperas con la luz encendida, y me doy cuenta de que lo que escribo ahora te lo cuento y tú asientas con la cabeza porque para ti Madrid es también un camino para volver a casa.2

En la buhardilla ubicada en la calle Amor de Dios las carencias no faltan, pero Donaro se las arregla para sobrevivir y llevar una vida más o menos pública en el ambiente literario, intentando conseguir que alguna casa editorial publique su manuscrito. Pero las respuestas son siempre negativas. La poesía de Donaro, escrita para los hombres de otros tiempos y de otras sensibilidades, no está en uso. Las negativas incitan al poeta a publicar él mismo, con el dinero ahorrado y otro tanto gracias al préstamo de su pareja, la joven bailarina Trinidad Toledano, Los alimentos descompuestos. La plaquette con una modesta edición de 200 ejemplares es distribuida entre los amigos y los círculos más selectos, pero el poema no encuentra la repercusión esperada y esto desanima a Donaro, quien además se encuentra ahogado en deudas y resentido con los conocidos que le dan la espalda. En otra de las cartas enviadas a su padre se confiesa:

En los muros de mi cuarto la sombra del éxito prometido no se asoma ni por acaso. Sólo mi cuerpo hambriento sellado en el concreto se tambalea sin esperanza. Aquí no entienden mi libro. Aquí no entienden nada. Son monos que quieren pasar por sensibles tocándose las barbas unos a otros mientras jueguen del mismo lado y piensen las mismas cosas. De mis amigos te digo que no queda ninguno. Los que se jactaban de ser mis padrinos me consiguieron un par de lecturas en alguna tertulia maloliente. Apenas anoche Gaspar dedicó dos frases sin sentido a mi poema y luego se pasó a hablar de otra cosa. Al final, tu hijo, frustrado, guardó la pluma. Ahora me parto hasta en tres trabajos para pagar el cuarto y evitar que nos echen en pleno invierno. De cualquier forma aquí no vamos a llegar a nada. Lo hemos hablado, lo hablamos cada noche y estamos convencidos de que hay que salir de aquí; hay que dejar Madrid.
Trini te envía sus afectos, y yo, aparte de las quejas, tantos abrazos como quepan en esta carta. Besa la tierra por mí y anda tranquilo, que tu hijo, a pesar de los a pesares, se las sabe apañar.
El mártir Donaro3

Pero la pareja no va a dejar Madrid. Al menos no todavía. Donaro consigue pagar las deudas acumuladas y evita que los echen de la buhardilla. Él y Trinidad pasan un verano en Portugal. Visitan Évora, Coimbra y se estacionan finalmente en Lisboa; allí, en sólo doce días, Donaro escribe sin detenerse y prácticamente sin hacer correcciones Petróleo, mi sangre.

Al regresar a Madrid Donaro presenta su trabajo a un editor y para su sorpresa el libro es publicado de inmediato. La portada de aquella edición, hoy convertida en pieza de colección, es una fotografía de uno de los pezones de Trinidad Toledano tomada por el poeta. Donaro, que se ocupó de escribir su propia ficha en la contraportada, resumió el mito de su vida y de su obra en unas cuantas palabras que pecan de proféticas:

De tantos accidentes como en otros tiempos hayan surgido, Silente Donaro es el más, y lo que ha escrito es la única forma que encontró para hablar desde su muerte estando todavía vivo. Su país: lo ancho y lo largo de la verde y ahogada América Latina.4

Los poemas de Petróleo, mi sangre son tachados de barrocos y vulgares por el gremio, a la vez que llaman la atención de los otros jóvenes poetas disidentes que encuentran en Silente Donaro un ejemplo de la poesía más vanguardista y sincera, pero en la misma medida, la mayor competencia para sus propias obras. Así, blancos y negros, los del lumpen y los de la élite, le dan la espalda a Donaro y lo condenan al anonimato no sólo en sus cafés sino en toda la España. Pese a esto, varios poemas de Petróleo, mi sangre alcanzan a aparecer en revistas al mismo tiempo que ocurre un evento curioso; algunos versos son reproducidos en mantas y colgados en lo alto de los edificios del centro. Las mantas son retiradas, pero a los pocos días aparecen más grandes y en más lugares. No son pocos los que aseguran que el autor de estas misteriosas mantas es el mismo Donaro, pero él lo niega rotundamente, y sólo varios años más tarde se sabrá que la autora de esos actos poéticos es Trinidad Toledano, que, sin que su pareja lo sepa, se dedica a llenar de mantas la ciudad con su grupo de baile para mostrar así su apoyo al poeta, para darle fuerzas y rebelarse “contra los envidiosos que la mayoría de las veces también son mediocres”.5 Tiempo después, Donaro recordaría aquella lona que vio colgada en la Plaza del Callao la noche que salió de Madrid para siempre:

Como una bandera, noble en el punto más alto de un asta, se me manifestaron mis propios versos; al verlos creí que se trataba de una ilusión, pero las lágrimas en la cara de Trini me confirmaron que no estaba loco y los dos lloramos y vimos batirse al poema en el cielo; entonces las maletas se aligeraron y nosotros llorábamos y no parábamos de llorar, con los versos repitiéndose, agitándose en nuestras cabezas.6

Atrás quedan España, la calle Amor de Dios y las mantas con los poemas de Petróleo, mi sangre ondeando en los techos de los edificios madrileños. Trinidad consigue un empleo por temporadas en una compañía de baile en Bruselas y en Gante, la pareja se instala en el norte de Francia y, mientras Trinidad está fuera, Donaro escribe y da largos paseos.

¿Cómo te va con esa tos de viejo? ¿Cómo llevas la edad y los órganos cansados? Trini trabaja y yo me quedo en casa escribiendo, sólo escribiendo. Me voy a la cocina, enciendo el horno y me pego horas frente a las hojas que una por una lleno para romperlas todas después. Cuando escapa de mí algo bueno, lo separo como alguien que separa la basura, luego cierro todo y salgo a caminar por estas calles que no son otra cosa que ladrillos, fábricas que se van vaciando y van siendo habitadas por los miserables obreros del norte que el resto de Francia repudia.7

Silente Donaro escribe ésta y otras cartas a su padre consciente de que ha muerto hace poco más de un año. Pero Donaro no frena su correspondencia, sigue enviando cartas a la casa de su padre ausente que no podrá verlo triunfar jamás. Para Donaro esta realidad será su más grande fracaso. Y al escribirle a la nada le escribe a la muerte, se escribe a sí mismo, al hijo huérfano, a la tierra lejana que se tragó a su hermana y a sus padres. Todos los poemas de esa época tienen que ver con la muerte de su padre y las aspiraciones frustradas del éxito.

La compañía de baile en la que trabaja Trinidad alcanza un modesto éxito en Francia, cerrando cada mes con varias presentaciones en París. La pareja se instala en la capital durante largos periodos y aprovecha los días de descanso para visitar los museos y frecuentar los famosos cafés de los artistas y de los intelectuales. Pero los cafés se han ido vaciando y Donaro no encuentra a quién mostrarle su trabajo; presenta sus manuscritos a las editoriales, aunque el poeta, acostumbrado al rechazo, sabe de memoria la respuesta: no están interesados.

Silente Donaro vuelve a publicar por mano propia Los Dompings y la comedora de papas. Contra todo pronóstico, el libro es recibido con entusiasmo por un grupo de jóvenes latinoamericanos exiliados que lo celebran como el mayor poeta de su generación. Por primera vez en su vida el poeta, que tiene ya cuarenta años, puede respirar tranquilo y sentir que su obra comienza a ser valorada. Las peculiares lecturas de sus poemas en las librerías y cafés de París, su manera de vestir que es una mezcla ente lo dandy y lo clochard, lo convierten en un personaje solicitado en el mundillo artístico.

Nadie conoce mejor la obra de Robert Desnos como Silente Donaro, quien publica un denso libro dedicado al poeta francés muerto en un campo de concentración, Robert Desnos. La puta asesinada que descubrió que el pito de Cristo era un obús. El título del ensayo causa polémica y el editor decide hacer una segunda tapa del libro para que cubra la original, pero Silente Donaro, que se lleva bien con el escándalo, abre cada lectura con la misma frase: “Estoy aquí para hablar del Boche que todos llevamos dentro”.8

La escritura de Donaro no se detiene; los siguientes años traen sin duda la época más prolífica para su obra. Escribe tres libros que son una mezcla entre poesía y ensayos experimentales haciendo un guiño al OuLiPo, Las idea de los otros, Carta para Renoir en la voz de Jean Gabin y Yo y mi circuncisión, este último un agudo ensayo que condensa su pensamiento filosófico influenciado por la obra de Ortega y Gasset y María Zambrano. En ese mismo periodo escribe sus libros más celebrados y desconcertantes, dos obras maestrasque sólo el tiempo, años después de haber sido escritas, reivindicará: Babilonia y La cárcel de mí.

En una de las mesas del Café Paradis de la calle Bonaparte está grabada con un aura de epitafio la frase que Donaro acaba de decir en el mismo lugar para la presentación de su libro Babilonia, “Dios no les da alas a los alacranes. Yo tuve a bien armar las mías con los troncos enrojecidos de su cruz”. Éste será el último acto en público de Silente Donaro.

Siempre a contracorriente, sacando la cabeza para no morir ahogado, Donaro, como lo escribió en aquella carta a su padre, guarda para siempre la pluma, pero antes deja escrito su testamento poético: Terremoto. Luego,cansado del mutismo al que lo relegan los otros, él se exilia en su propio silencio.“Ellos no van a callarme, soy yo quien decido callar, pero según mis principios y mis condiciones”.9Ese mismo año otras olas, las de la enfermedad, se llevan a Trinidad, su compañera de toda la vida.

Silente Donaro, uno de los poetas más importantes del siglo, se enfrenta con la vida en un último duelo, se corta la lengua, se deja crecer la barba y camina las calles del norte de Francia como un Quijote sin Sancho, sin armas, sin la lucidez de la locura en las palabras, pero sí en la mirada, que, dicen los que lo conocen, irradia toda su vida y en un solo parpadeo puede verse todo lo que ha ganado y todo lo que ha perdido.

A veinte años de su muerte su obra apenas sale a la luz reivindicada por el ruido de las nuevas ediciones y los homenajes que se van sumando, pero quiero pensar que esto, y a estas alturas, le importaría poco, porque Silente Donaro sabía que su obra tenía luz propia y que, como él, sabía avanzar en medio de la noche.

Penetrarte vida como a ella
cuando nos quisimos
 digo
cuando ella existió y yo a su lado
Arrancarte la carne
con estas uñas no mías ya que prestadas
devorarte vida porque te odio
nos odiamos
digo
Devorar al tiempo porque el tiempo odia lo vivo
como la devoré
a ella cuando estuvimos juntos
Buscarte y en ti perderme
vida
porque en ti la perdí a ella
y a las ganas a las fuerzas
y sí a las ganas sí
de poseerlo todo

digo
como cuando fui un dios mordaz y bello
en erección constante allá en pasado
en donde nos quisimos
y fue petróleo mi sangre.10 ®

Notas

  1. Terremoto. Editorial Falange, 2015.
  2. Fragmento tomado de Primeros pasos, Las otras correspondencias. Libro hasta la fecha inédito, que próximamente será publicado por Falange.
  3. Ídem.
  4. Petróleo, mi sangre. Editorial De.Faz, 2017.
  5. Carta de Trinidad Toledano a su amiga la bailarina colombiana Beatriz Velasco–Aguirre, 1968.
  6. Fragmento tomado de Primeros pasos. Las otras correspondencias. Libro hasta la fecha inédito que próximamente será publicado por Falange.
  7. Babilonia, las últimas correspondencias. Libro hasta la fecha inédito que próximamente será publicado por Falange.
  8. En boca del autor. Falange, 2018.
  9. Ídem.
  10. Petróleo, mi sangre. Editorial De.Faz, 2017.
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Publicado en: Ensayo

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