La saga de Crepúsculo, de Stephenie Meyer, encabeza la lista de los libros más vendidos en la última década según USA Today. Ha sido traducida a 37 idiomas y ha vendido 25 millones de ejemplares en todo el mundo. También se encontró entre los libros más vendidos en La Rioja durante 2009. Esto, a pesar de que la trama ha sido tachada de moralina, melodramática, fácil, repleta de lugares comunes… Pero el éxito pop no se puede explicar únicamente desde los clichés. No todas las novelas rosas son éxitos mundiales.
Leí Crepúsculo por curiosidad. Conforme me acercaba a la mitad del libro me convencía de que no valía la pena continuar. Las aspiraciones más pueriles de cualquier adolescente estaban concedidas sin dificultad, los personajes unidimensionales no se sostenían. Más cercana a las novelas del corazón que al vampirismo, lo terminé de leer. Y comenté a todo el que quisiera oírme que Crepúsculo era una basura.
Unos meses después me convencí de que necesitaba practicar mi inglés, así que compré el segundo libro de la saga, New moon, el cual terminé con la misma conclusión: es el Corín Tellado de lo supernatural. Y compré el soundtrack de la película, porque me gustaban un par de canciones.
Para el tercer libro, mi justificación fue que ya me había reventado el primero y el segundo. Pero para el cuarto libro ya había agotado todos mis pretextos. Lo leía en la penumbra, cuando nadie estaba en casa; lo hacía indignada todo el tiempo con la falsedad de la trama. Pero seguía leyendo: en un café lo sacaba de mi mochila forrado en papel, para que nadie supiera.
Al terminar el cuarto libro, el peor de todos, inverosímil, tuve que hacer un ejercicio de honestidad. No había podido parar de leer. La empalagosa, increíble y burda trama de Crepúsculo me había enganchado.
¿Por qué? Estas son mis conclusiones, basadas en algunos estudios sobre el mito del vampiro y la posmodernidad.
El vampiro romántico: el costo de ser diferente. Todos hemos querido alguna vez ser inmortales. O por lo menos hemos temido nuestra muerte. Pero la literatura y la fantasía advierten que hay un costo por la eternidad fuera del paraíso.
El mito del vampiro romántico (desde que arraigó en la sociedad occidental hace poco menos de doscientos años) impone castigos a quien aspire a vivir en este mundo y no envejecer.
Al convertirse en un ser que viola las leyes de la naturaleza (nacer, vivir y morir), el vampiro es abandonado por el Bien y se convierte en la personificación del Mal.
Arthur Machen diría: el mal es escaso. No encarna en el asesino o el violador, sino en que las flores canten en el jardín, que violen su naturaleza. Un hombre que no envejece o muere es el mal. Los hombres que abrazan el mal invariablemente enloquecen.
El otro gran castigo es la sed eterna por sangre. Y ésta, similar a la compulsión de un adicto, revela lo que el vampiro es en verdad: un ser que subsiste de robado. Un alma condenada al eterno sufrimiento y no a la vida eterna en la tierra.
Vampiro sin consecuencias. Crepúsculo, como todo producto de la posmodernidad, no plantea consecuencias por violar el orden establecido. Los vampiros buenos son “vegetarianos”, sólo beben sangre de animales. Así esquivan la principal objeción moral que castiga el deseo de vida eterna y superioridad sobre los mortales.
Su existencia no es castigada, pero tampoco la de los vampiros “malos”. Vaya, ni siquiera mueren con los rayos del sol. Son poderosos, fuertes, casi indestructibles y profundamente atractivos. Al convertirse en un vampiro, incluso un humano feo se volvería bello.
Los vampiros vegetarianos de Crepúsculo son el ejemplo vivo de la inocencia que Pascal Bruckner describe como “esa enfermedad del individualismo que consiste en tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos, a ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes” (La tentación de la inocencia, Anagrama).
Su condición tampoco se ve atacada por los otros inconvenientes: el hecho de que el infierno son los demás. Las parejas de vampiros jamás padecen desamor, ni siquiera después de cien o quinientos años.
Tampoco sufren la eternidad. Ningún vampiro de la posmodernidad escribirá la Odisea, como El inmortal de Jorge Luis Borges, para luego terminar desvariando en el fango. Estos inmortales no se convertirán en trogloditas.
Si es bello, indestructible, mágico y gozoso, ¿quién no quiere ser un vampiro?
¿Y el destino del bien? En la tradición romántica, el tema del vampiro (y de todos los monstruos nocturnos) está en el centro de la lucha entre el bien y el mal. Como triunfante exponente de la posmodernidad, en Crepúsculo la lucha entre el bien y el mal no es un problema de fondo. Se acepta —aunque con desagrado— la existencia de vampiros que sí matan humanos, pero son tangenciales a la trama.
Matar es una elección personal, en la cual la colectividad no tiene injerencia. El conflicto en la trama se ve reducido al amor adolescente de Bella y Edward, y a la supervivencia de la familia vampírica buena (la inmediatez del individuo y la familia).
El destino de la humanidad frente a lo supernatural es algo fuera del interés y las posibilidades de los personajes. No hay héroes, y a nadie le interesa serlo.
Pero cuidado, Crepúsculo no es un cuento de hadas. La protagonista, Bella Swan, no sale adelante por tener alguna cualidad: bondad, inteligencia, ni siquiera ingenio. En el relato tampoco hay moraleja o lección por aprender.
Esta historia de amor (que por momentos se torna en un triángulo amoroso) se resuelve felizmente para todos. Bella es exitosa (sí, al final se convierte en vampira, vive feliz para siempre y hasta tiene una hija) por el hecho de ser la elegida. Bajo toda la tradición del protestantismo cristiano tampoco hay precio por el éxito o los objetivos, sino se trata de una historia más del éxito, del American dream (fundado a su vez sobre la idea del pueblo elegido judío).
Finalmente, quizá el éxito de Crepúsculo reside en el hecho de cristalizar esta trasgresión sin consecuencias en un escenario fantástico: hombres lobo, vampiros, inmortales. ¿Acaso todo cuento de hadas es verdad?, se pregunta Bella en su primer encuentro con hombres lobo.
Y uno puede sentir un alivio al ver este mundo (reducido por las comunicaciones) ensancharse por lo sobrenatural. Y es que, en el fondo, la posmodernidad no ha logrado arrancar de su cuna mítica al ser humano. ®