«MACHETE», O DEL BUEN BRUTO SANGUINARIO

Un machote con machete

Es un Conan posmoderno que deja al mariachi de Antonio Banderas como un imbécil. No necesita hablar más que para emitir los vocablos estrictamente necesarios para confirmar sus intenciones justicieras o de extraña actitud caballeresca, que raya en una especie de ingenuidad mezclada con una benevolencia imposible de creer en un ser tan sanguinario como él.

Va por ahí como el bárbaro que es, representante de ese mexicanote salvaje, poco ilustrado, de impronta que daría miedo total si se le topara en un callejón semioscuro a medianoche —arquetipo bien configurado por nuestros vecinos del norte— buscando la venganza contra quienes le quitaron prácticamente lo tangible de la vida pero le dejaron un leit motiv, porque lo del héroe es esencia, abstracción y no materia. Lo material es el armamento que porta para darle coherencia a ese espíritu de hacer justicia para todos y, en el camino, catarsis por lo perdido.

Schwarzenegger tenía en Conan una gran espada que blandía para destazar guerreros de menor categoría, abrir vientres y cortar cabezas de monstruos mitológicos en el nombre de Crom, su dios bárbaro; el personaje interpretado por Dany Trejo lleva un filoso machete de monte con el que amputa, raja, parte y decapita a los monstruos posmodernos y reales: traficantes, capos y políticos amafiados, en una estrategia justiciera que para muchos hoy se agradecería si aplicara de este lado de la frontera.

Su nombre clave es Machete y representa el non plus ultra de lo que se ha convertido en un cliché del cine de Robert Rodríguez que no da para más: la concepción del churro premeditado, confeccionado, producido, dirigido y editado para ser eso.

Su nombre clave es Machete y representa el non plus ultra de lo que se ha convertido en un cliché del cine de Robert Rodríguez que no da para más: la concepción del churro premeditado, confeccionado, producido, dirigido y editado para ser eso, la reproducción cargada de una ya innecesaria nostalgia por un cine de bajo presupuesto y mala calidad. Algo así como una combinación entre El Mariachi III. Érase una vez en México y una película de Valentín Trujillo en plan policía judicial, cruzada con otra de los Hermanos Almada.

La película cumple el requisito de ser como casi todo el cine de Rodríguez, con excepción de lo que sus fans llaman su breve periodo de prostitución en el mundo de Disney con Spy Kids y sus secuelas. Machete es otro capricho cumplido de hacer “lo que se quiere”. Primero fue como un chistorete metido a manera de tráiler en el combo de Grindhouse (Rodríguez-Tarantino, 2007) para dar entrada a Planet Terror, luego pasó a ser inspiración y se convirtió en largometraje.

From Dusk till Dawn habría sido el comienzo de esta saga de tributos a aquellas películas de los ochenta, donde el discurso que rebosaba de formas ilógicas y pésimos FXs las convertían en pastiches, del tipo viscoso, sexoso y sanguinoliento, cuando apelaban al terror, o de atributos suprahumanos de los protagonistas, con balas ad infinitum en revólveres de doce tiros, capacidad de sobrevivir explosiones y tiros al cuerpo y posibilidades infinitas de ligue inmediato, en el caso de las de acción.

Junto a Quentin Tarantino, Rodríguez paseó por la idea de convertir la nostalgia por lo malo de un cine extra-hollywoodense en una propuesta estética que le ha dado fama mundial. Sus mariachis, sus vampiros y zombies, y ahora su vengador-justiciero han creado un discurso en torno de una propuesta fílmica que se le está agotando, y Machete es precisamente el filo que podría cortar esa veta que empezó cuando saltó al estrellato por hacer una película que en su momento rompía con el canon y además había sido una bagatela.

Los críticos se la compraron casi por kitsch, por diferente. La fórmula funcionó y nos ha entretenido bastante, rompiendo la cadencia de los stallones, los schwarzeneggers, los willis y ahora los stathams, burlándose de la acción y el gore tan típicos del cine estadounidense, y que se repiten a sí mismos en remolinos nostálgicos de remakes (Halloween, The Texas Chainsaw Massacre, A Nigthmare on Elm Street et al.).

En el caso de Machete, esa combinación de intertextos cinematográficos se condimenta con el toque de una crítica, que es difícil saber si anda en broma o fracasa en ser real, al tema de la relación México-Estados Unidos en el dilema migratorio. El plot de la cinta centra ahí su principal dicho, pero cojea tanto como aquel de Un día sin mexicanos de Sergio Arau, o ¿quizá es una sátira específica del discurso que el ex botello de jerez quiso convertir en propuesta-protesta-político-racial?

En el caso de Machete, esa combinación de intertextos cinematográficos se condimenta con el toque de una crítica, que es difícil saber si anda en broma o fracasa en ser real, al tema de la relación México-Estados Unidos en el dilema migratorio.

La apuesta de Rodríguez sube en Machete por el casting: arriesga todo con Dany Trejo para mostrarnos que es mejor verlo callado, con su mirada fúnebre y la parsimonia de la capacidad asesina de sus personajes anteriores (incluido el zeta malogrado de la nueva versión de Predators), como este nuevo action-hero. Sin embargo, luego el filme se resguarda en Robert de Niro, muy dado ahora a la comedia; Jessica Alba, Lindsay Lohan —haciendo de sí misma: rica, cachonda y junkie— y una sexy Michelle Rodríguez que, vista como “She”, en Machete, podría inspirar para hacer un remake de Lola la Trailera que quizá sería un hit más a la lista de los fanáticos de la línea robertrodriguezca.

Se acompaña el elenco con un desempolvado monje budista Steven Seagal y un casi resucitar de muertos de Don Johnson, aderezándolo todo con una figura del cine serie-B y la televisión, en la persona de Jeff Fahey, quien volviera a llamar últimamente la atención en Planet Terror y en la tan mentada serie Lost. Y, last but no least, como siempre en estas historias, el toque chicano inevitable de Cheech Marin.

Machete es víctima de todo, de su oficio policial, de las traiciones de sus amigos, de la discriminación por ser un jodido beaner, de su espíritu combativo, de su poca agraciada figura física, incluso de esa brutalidad casi perruna de confiar en todos sin importar que sepa que tarde o temprano lo pueden echar a patadas a la calle. De esa victimización que lo ha convertido en leyenda, del puteado una y mil veces que lo aguanta todo, es que saca fuerzas para salir avante, entregado a su destino nómada: ahí donde haya injusticia habrá un machote con machete.

Pero es víctima por encima de todo de su creador: Robert Rodríguez, cuya fórmula no rozó, sino que tocó y se instaló en lo que podría ser su último lanzamiento con este discurso cinematográfico. Machete pudo no haberse “cortado” a tiempo: un par de escenas más, un momentum más de ridículo, de kitsch o de risa facilona y el churro premeditado pudo ser un churro no esperado.

Después de esta película decir “Vamos, hombre, es Robert Rodríguez”, puede ser una frase que ya no cubra al director estadounidense, poco se ve en lontananza como para encontrar algo con lo que pueda sorprender si continúa por ese camino, o quizá lo de Michelle Rodríguez como una nueva Lola la Trailera no sea tan disparatado como parece. ®

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Publicado en: Cine, Noviembre 2010

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