Maldita CDMX

Volver a DF, de Editorial Moho

Amandititita, Balmori, Bruciaga, Cota, Fadanelli, Maldonado, Román, Volovich y Tizano escriben sobre el Centro Histórico de una ciudad que ya no existe, o que existe de muchas otras maneras en su memoria.

Volver, volver, volver…

Volver a DF es el título de la reciente compilación de relatos que publica la Editorial Moho con el Centro Histórico de la rebautizada CDMX como eje vertebrador del libro. Como apunta Guillermo Fadanelli, editor, compilador y autor de unos de los relatos, Volver a DF es un libro de recuerdos, traumas, visiones y presente.

Como un asesino que merodea el escenario del crimen que acaba de perpetrar, no importa si ayer o hace unos años, el Centro Histórico (o más bien diatópico, como lo llamó Wenceslao Bruciaga) de la Ciudad de México se vuelve escenario de nueve situaciones personales diferentes, un collage de perspectivas refrescantes.

Nueve relatos de autores que de algún modo han ido formado la columna vertebral de la editorial a lo largo de más de 25 años, empezando por su comandante, Guillermo Fadanelli, seguido de los ya no tan jóvenes José Ángel Balmori, Ari Volovich, Wenceslao Bruciaga, Rodrigo Márquez Tizano y Alejandra Maldonado (la mayoría de ellos con su primer libro publicado en la editorial), a los que se suman autores que se han añadido recientemente al catálogo como Andrés Cota, también con un título publicado en Moho, y las voces de Amanditita, artista muy cercana a Moho y a Fadanelli, y el recién llegado Adrián Román, quien desde su juventud aporta sangre nueva a un mismo tipo de genética literaria de excesos, rebeldía, malditismo e inadaptación.

El relato que abre esta antología es del propio Fadanelli, que se sitúa en el nivel visual de una rata ante la fuerte presencia policial y la brutalidad con la que actúan los cuerpos de seguridad en el Centro Histórico.

Un cuerpo policial visto desde otro ángulo por Amandititita en el relato “Seis minutos de noche”, a través de la anécdota de la pérdida de su hermano durante un eclipse en 1991, evento al que asistió con su madre y su pequeño hermano al zócalo capitalino. Sin embargo, el relato se convierte en una divertida y edificante diatriba sobre el hecho de tener hijos, o no tenerlos, sobre todo si éstos se erigen en pequeños dictadores de conductas reprobables e insoportables.

Centro Histórico de la CDMX.

Ari Volovich se sumerge en la bruma difusa y biodiversa de borrachera barriobajera, malentendidos y violencia contenida de los antros de la zona de Garibaldi, con un estilo que permite ver una línea de madurez en su narrativa.

Wenceslao Bruciaga, como ya es temática habitual en él, nos ilustra sobre los antros gays del Centro Histórico y su propio descubrimiento de los lugares de ambiente y sus códigos de conducta, a los que se enfrenta con peleonera actitud.

José Ángel Balmori relata sobre el descubrimiento en su juventud del Centro Histórico como el único lugar donde se podía vivir con una economía destruida… Amigos que se fueron, tiendas de discos y lentes vintage ya desaparecidas, rastros de un Centro que fue más un territorio de exploración y rituales de paso que en lo que se ha acabado convirtiendo hoy, un conglomerado de tiendas, hoteles y restaurantes para turistas, orillando cada vez más el folclor auténtico (las clases depauperadas en realidad) por efectos de la gentrificación.

Tizano, siempre experimental con los modos de contar, ensaya una narrativa cruzada con experiencias en diferentes centros urbanos, estableciendo paralelismos ocultos entre Buenos Aires y el exDF a partir del nombre compartido de algunas calles.

Alejandra Maldonado, autora muy ligada a la editorial, con un título y participación en varias compilaciones, se sumerge en un estado de nostalgia vinculado a la época en que Fadanelli vivía precisamente en pleno centro, en la calle San Jerónimo, y su casa fue escenario de reuniones, fiestas y encuentros de toda índole, cuando la escritora era alumna del cercano Claustro de Sor Juana y le dejaba cuentos y relatos al escritor por debajo de la puerta.

Destacan también las reflexiones de Andrés Cota, un escritor elegante, sobre su infancia transcurrida alrededor del Reloj Chino de Bucareli y su particular visión de ese cuadrante al que el escritor bautiza como avenida–Estado, por las instituciones que ahí se ubican, como Gobernación, los grandes periódicos nacionales y cafés míticos centro de reuniones y confabulaciones varias, como el café La Habana.

Cierra el elenco de escritores de este compendio Adrián Román, quien hace una rememoración nostálgica de su vinculación con la calle Motolinía, una calle de apenas 350 metros de longitud y que engloba un mundo entero.

En todo caso, estos nueve escritores aportan una visión y un ángulo diferente de acuerdo con sus propias experiencias, no importa si reales o inventadas, aunque a tenor de los tonos de los relatos hay mucho de autobiográfico, de relato veraz en las narraciones sobre un centro histórico al que siempre se acaba volviendo, si es que alguna vez uno se va del todo de ciertos lugares.

Volver a DF sirve también para medir la intensidad literaria de estos escritores y el pulso que mantienen con la escritura, después de varios años publicando básicamente, salvo excepciones, en ámbitos de editoriales independientes, dedicados a un público minoritario, adepto a este tipo de narrativas más personales y a contracorriente.

Volver a DF además cuenta con la participación de cinco artistas gráficos emergentes, lo que vuelve todavía más atractivo este volumen que festeja los 25 años de andadura de la Editorial Moho, que reúne ahora a varios de los escritores más significativos de su catálogo. ®

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Publicado en: Libros y autores

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