Defendido por unos —a los que el régimen beneficia— pero odiado por todos —por arrogarse de un poder que no le pertenece—, el sistema está agotado.
Desde la revolución francesa se ha producido un cambio en la mentalidad del mundo. Desde esa fecha se defiende la democracia, el gobierno del pueblo. Sin embargo, como bien nos dijeron los políticos, se gobierna para el pueblo pero sin el pueblo. En defensa de la nueva mentalidad y en contra de la pretensión de los dirigentes se está abriendo paso la verdadera actuación del pueblo. No es que esta forma de gobierno sea ni mejor ni peor que otras, ocurrirá lo de siempre. Ya Goethe nos dijo que los granujas eran los dueños de la calle, pero los granujas siempre se apropian de todo, no sólo de la calle. Así que en la forma futura de gobierno, sea cual sea, ocurrirá lo mismo que en el pasado, que los más fuertes y astutos se harán cargo del poder y lo harán en nombre del pueblo pero será la misma fantasía habitual, será una forma de convencer al pueblo de que ellos le defienden y que no hay una forma mejor de hacerlo.
Esa anhelada transformación en la administración no se produce oficialmente porque la sociedad no está organizada y no se puede realizar el traspaso de poderes. Si estuviera organizada la sociedad sería parte del sistema que se pretende desmontar. Lo que hace la sociedad actual es elegir aquellos partidos que se oponen al sistema establecido, buscando la destrucción del sistema porque ese sistema es el que creó la mentalidad pasada. La nueva mentalidad requiere su forma particular de gobernar.
Elegir partidos populistas es oponerse al sistema actual que nadie quiere. Es el principio de un cambio. La casta política, como se la denomina, no sin razón, con desprecio, forma un clan que es ajeno al mundo real. Defendido por unos —a los que el régimen beneficia— pero odiado por todos —por arrogarse de un poder que no le pertenece—, el sistema está agotado, forma parte de un pasado ya superado y su mantenimiento es como un cáncer no curado, es visto como algo extraño al mundo actual, es una incoherencia con lo que se quiere y lo que se necesita. En definitiva, mejor populistas que casposos, aunque la sociedad no quiere exactamente a los populistas, la sociedad quiere gobiernos que se ocupen de verdad de los problemas del pueblo.
El inconveniente, al menos por ahora, es que el pueblo que reclama atención ya ha forzado la política de la vieja casta para establecer beneficios para todos, una injusticia como otra cualquiera. La política que hoy busca el pueblo es la política del beneficio personal. Como todos los conquistadores, la nueva fuerza entrará a sacco y se apropiará de los bienes, derechos y patrimonios ajenos para su beneficio personal de una forma más o menos disimulada. La idea no proporciona ninguna esperanza —ya hemos visto lo que ha sido la historia de la humanidad como para no saber lo que es el hombre—, la idea sólo proporciona ilusión. Las ventajas, como siempre, serán únicamente para los elegidos. ®