Manny vs. Juan Manuel

La “victoria” de Pacquiao

Lo molesto no es que el boxeo sea un espectáculo, pues todos los deportes profesionales con audiencia masiva lo son, sino la desfachatez con la que se le regaló la pelea al que fue inferior dentro del ring.

Hace poco vi, de rebote, o sea, sin querer, parte del programa La Academia cuando Manny Pacquiao y Juan Manuel Márquez cantaron. Manny es el héroe de alguien que es muy cercano a mí, una persona que también tiene sangre filipina, aunque viva en Connecticutt rural y hable con acento de Brooklyn, y por eso sigo la trayectoria del boxeador. Manny siempre sale al ring con cara de malo, pero vi en él un lado algo diferente, tal vez un momento de espontaneidad, cuando un reportero le pidió que cantara el himno nacional mexicano. Lo cantó y entre frase y frase se reía como un niño. Después vi la pelea del 12 de noviembre, en la que Márquez superó a Manny, por lo menos según mis ojos y la suma de la puntuación de cada round. Al final, le dieron la victoria a Manny y todo lo que rodeó a la pelea, las expectativas, la publicidad y su supuesta importancia se evaporó, dejando entrever que se había tratado de un espectáculo vulgar y mal hecho. Los locutores mexicanos gritaban pero no había nada que hacer; Márquez habla de retirarse y Manny asume una victoria que no le corresponde. Parece ser que es más negocio que Manny siga ganando a que gane un mexicano, por lo menos en este momento, en el caso de estos dos. Lo molesto no es que el boxeo sea un espectáculo, pues todos los deportes profesionales con audiencia masiva lo son, sino la desfachatez con la que se le regaló la pelea al que fue inferior dentro del ring.

Un día después de la pelea me acordé de que había visto a los dos boxeadores cantar en La Academia hace varias semanas y me dediqué a ver este raro acontecimiento por internet para tratar de entender lo que había sucedido. La Academia, como ya se sabe, es una copia de American Idol, que a su vez es una copia de Pop Idol; las versiones en inglés fueron ideadas y producidas por el británico Simon Cowell. Los valores de producción de La Academia son, paradójicamente, caros y malos. El programa es filmado en un gran estudio lleno de pantallas, luces y humo, se contrata a varios famosos para que participen cada semana o como invitados especiales; vienen incluso estrellas extranjeras en decadencia, como Pamela Anderson y Alizée. Las canciones que cantan los chicos son éxitos populares con arreglos y coreografía horribles, y visten a los futuros ídolos con un vestuario que parece hecho a la carrera y con telas usadas. Por lo general, las chicas acaban interpretando (sin darse cuenta) una parodia de lo que es considerado femenino en México y los chicos caen en la versión masculina. Me refiero a tacones, escotes, sentimentalidad y maquillaje exagerado en el primer caso y agresividad y vitalidad en el segundo. Todo se puede reducir a un malogrado intento de emular a las producciones anglosajonas, revelando nuestra incapacidad de construir nuestra propia cultura del reality, teniendo así que adaptar la basura de otros. En otras palabras, este programa es un intento de simulacro cuyo resultado es un bodrio.

Al ver a Manny y a Márquez cantando la primera vez no entendí bien lo que estaba ocurriendo. Me pareció algo muy estúpido y lo borré de mi mente, es decir, traté de convencerme a mí misma de que al fin y al cabo todo lo que sucede dentro de La Academia es absurdo y que no tenía caso tratar de entenderlo.

Al ver a Manny y a Márquez cantando la primera vez no entendí bien lo que estaba ocurriendo. Me pareció algo muy estúpido y lo borré de mi mente, es decir, traté de convencerme a mí misma de que al fin y al cabo todo lo que sucede dentro de La Academia es absurdo y que no tenía caso tratar de entenderlo. Las caras de los jueces y de Eduardo Capetillo denotaban su incapacidad de asumirse como parte del fraude que sucedía frente a ellos, el sistema se estaba revelando tal cual, una gran mentira, opio, kitsch. El problema aquí es que los boxeadores que cantan son los mismos que pelean; es imposible separar a unos de otros y ahí está lo feo y, tal vez, lo que garantiza el éxito de los deportes profesionales. Lo mismo sucede con los ídolos del futbol, del básquetbol, del tenis y de cualquier deporte popular. Son figuras que por lo general destacan no solamemte por sus victorias, sino porque cumplen un papel determinado, se convierten en figuras míticas, personajes de película o famosos de Hollywood en pleno sex scandal. Es ridículo que a la gente le interese que Shakira y Piqué son pareja, que opinen y que sigan la historia, pero no niego que esta relación tenga importancia. Es una parte integral de todo lo que el futbol nos trata de vender: marcadores, afición, caos, jugadas, traiciones, pathos e ídolos. Los grandes jugadores interpretan un papel dentro y fuera de la cancha, lo cual parece ser entendido a la perfección por gente como Maradona, Berbatov, Del Piero, Gattuso, Xavi y Balotelli al ir más allá de las jugadas; saben que los están filmando y que deben de entretenernos, vender camisetas, boletos y tenis. De igual manera, los directores técnicos participan, sobre todo tipos como Mourinho.

Pero lo que sucedió en La Academia y en la última pelea Manny-Márquez fue demasiado. Es ridículo que un boxeador cante “Imagine”, de John Lennon. (Tal vez es fácil de cantar y por eso la escogió.) Márquez, como buen mexicano, cantó “El rey”, una selección apta para un deportista que participa en un rito sanguinario. Al final, el conductor y los dos boxeadores cantaron “La bamba” y “Cielito lindo”, como era de esperarse, dándonos un final feliz. Este tipo de actividades resultan ser, obviamente, una manera de calentar los ánimos, crear una historia entre estos dos personajes, una rivalidad digna de ser recordada como clásica. Lo extraño es que al presentarlos en La Academia, un programa que se supone crea ídolos de una manera altamente artificial y antiestética, los promotores de los boxeadores se echaron de cabeza. Es posible que los aficionados sepan que los deportes profesionales son los realities originales, pero la ilusión de que gana el mejor se debe mantener. No extraña que Manny haya grabado un disco ni que de repente se muestre como un niño, ni que Márquez salga al ring al son del mariachi, como si estuviera en un palenque. Lo molesto es cuando todo resulta tan obvio, tan absurdo y tan de mal gusto que ya no es ni emocionante ni divertido. Sin embargo, mañana nos volveremos a obsesionar con otra pelea, otro partido y otro resultado, aunque Leonard Cohen haya cantado una bellísima canción recordándonos que todo está arreglado de antemano.

El cinismo necesario para funcionar en el mundo del espéctaculo, del deporte profesional, de los negocios y de la política debe de ser grandísimo. Todo lo que parece importar en estos ámbitos son el dinero, el éxito, el poder, las conquistas y destrozar a los enemigos. Son mundos donde las mentiras, los arreglos chuecos y ganar a toda costa reflejan así el caracter del género humano. En el caso del cine, la tele y los deportes, los resultados son, en algunas ocasiones, sublimes, proporcionándonos series y películas que vale la pena ver, goles que quitan el aliento. En los otros ámbitos se trata de timar a todos para que los de siempre sigan en el poder, ni siquiera nos queda la consolación de un buen gancho izquierdo o de una persecución en carro. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Noviembre 2011

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