Mario Panyagua: Estamos hechos de historias

Entrevista al autor de Doctor Jekyll nunca fumó piedra

Es en los hechos cotidianos, en los personajes sin voz ni rostro, donde algunos escritores nos recreamos y nos probamos a nosotros mismos; resultan historias fascinantes y dignas de escribirse, muy por encima de las coyunturales.

Mario Panyagua.

Discípulo de un anarquista y dramaturgo encargado del Teatro Popular Universitario, quien en su juventud compartió amistad con Sartre y que como protesta ante la Masacre de Tlatelolco tomó la embajada de México en Francia junto con un grupo de anarquistas de la disidencia argelina: sólo un alumno de Rodolfo Alcaraz puede contestar una entrevista así, a la médula, al fundamento, con colmillo, sensibilidad y sobrada estética. En Mario Panyagua convergen el pensamiento crítico y la belleza del lenguaje.

Mario Panyagua fue becario en Poesía del programa Jóvenes creadores del FONCA durante 2015–2016. Ha participado en diversos recitales y publicado en revistas como La Colmena, Algarabía, Monolito, Laberinto y diversas antologías. De su autoría son los libros: Pueblerío (en proceso de publicación), Una película extranjera sin subtítulos (inédito) y Los cisnes no cantan cuando mueren. Funge como cronista de la revista Metrópoli Ficción desde 2014. En estos días presenta su libro de crónicas Doctor Jekyll nunca fumó piedra (El Salario del Miedo, 2021). En esta charla hablamos de esta publicación, el teatro, la poesía —género en el que también se ha desempeñado—, la crónica literaria, las adicciones, la lujuria y las nuevas laderas periodísticas.

—¿Cuál fue la mayor enseñanza que te legó Rodolfo Alcaraz, quien fuera director del Teatro Popular Universitario, y cuya visión fue llevar la dramaturgia a espacios y comunidades sin acceso al arte escénico?

—Entender que el arte tiene la obligación moral de llegar a aquellas esferas que se encuentran lejos de los cenáculos y los salones ilustres, llegar a gente, por fortuna, ajena al mecenazgo y a corruptelas como el nepotismo y la endogamia cultural. Para Rodolfo, mercados, reclusorios, jardines, plazuelas y esquinas de los barrios marginales fungían como escenario para llevar el teatro fuera del teatro, con unos cuantos triques y vestuario, sábanas viejas por telón, todo tras mucho ensayo y diligencia —razón de mi muy corta temporada como actor teatral—. Rodolfo aspiraba a hacer una compañía de repertorio; con el TPU montó La cantante Calva, La muñeca de trapo, Esperando a Godot… con las que deleitó a un público formado por transeúntes que se quedaban a ver de principio a fin las funciones.

Siempre recordaré con cariño y admiración a Rodolfo; anciano delgaducho y enérgico; suéter tejido, pantalones entubados y sombrero de pescador; fumando sin parar sus Delicados; dueño de una mente sabia y ágil, versado en siete idiomas, experto en distintas ramas de la filosofía y en diversas corrientes artísticas, un verdadero ciudadano del mundo, con una sonrisa pícara y, tras sus anteojos de botella, unos ojos vivarachos. Aquel amigo de Sartre que cuando joven, como protesta ante la Masacre de Tlatelolco, tomó la embajada de México en Francia —cuando cursaba su doctorado en La Sorbona—, junto con un grupo de anarquistas de la disidencia argelina.

—¿Cómo fue la exégesis creativa de Los cisnes no cantan cuando mueren?

Es un libro que yo llamo Los poemas sueltos. Durante más de diez años me dediqué a hacer poemas, a manera de ejercicios; a veces imitando la forma, un estilo en particular o ciertos elementos que quería añadir a mi repertorio de recursos; a veces, por ejemplo, haciendo poemas con elementos de la prosa, así nacieron “Pasado por agua” e “Incapaz de cortarlo”, o un poema sobre la frustración de no poder ir más allá de nuestra óptica y comprensión humanas, y nació “Colisiones astrales”, otro en el que lo repulsivo resultara bello, como “De la hermosura de los cuerpos muertos” —estos poemas que forman parte de Los cisnes no cantan cuando mueren pueden verse en Internet.

Escribí versos durante una década, la mayoría inservibles, lastimosos; así fui aprendiendo, equivocándome. Lo que me pareció rescatable lo guardé y lo fui puliendo con los años. De alrededor de ciento y pico de poemas nuevamente corregidos y pasados por la criba, escogí treinta y tres para conformar el libro, que me es muy entrañable porque esos poemas me han acompañado muchos años y creo que están maduros para la imprenta. Después de Los cisnes no cantan cuando mueren escribí Pueblerío, Como una película extranjera sin subtítulos y otro más que está en proceso, pero estos tres últimos se corresponden a una propuesta estética que irá tomando forma a medida que se vayan publicando.

—“Los poetas escriben para los poetas. Los poetas son los que rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen a la sociedad contemporánea”, escribió Witold Gombrowicz en su conferencia “Contra los poetas” (1997), ¿qué opina Mario Panyagua?

Con la afirmación de Gombrowicz borraríamos de un plumazo a poetas como Françoise Villon —en contraposición a Guilhem de Peiteius— y a Rimbaud y a Nerval —en lontananza a Mallarmé y a Leconte de Lisle—, a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa, a Cavafis y Pessoa, borraríamos partes de la Biblia, todo el Mahabhárata, a Homero, un tercio de Cervantes y casi todo Shakespeare, más un largo etcétera.

—Yo veo más en ese tenor a la academia, sin embargo, en honor a la egolatría artística, diré que somos muchos los insufribles poetas, pero, en defensa de ellos, también diré que somos legión los insoportables narradores. Pasando a Gombrowicz, creo que varios de sus connacionales coetáneos pueden salvarse de su “yo acuso”, como Zbigniew Herbert, Tadeusz Rózewicz o el mismo Czeslaw Milosz, que sobrevivieron al horror de la guerra bajo condiciones infrahumanas; Gombrowicz también vivió en la miseria, pero no lo hizo en una Polonia devastada por los nazis ni posteriormente bajo la bota del estalinismo. Con la afirmación de Gombrowicz borraríamos de un plumazo a poetas como Françoise Villon —en contraposición a Guilhem de Peiteius— y a Rimbaud y a Nerval —en lontananza a Mallarmé y a Leconte de Lisle—, a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa, a Cavafis y Pessoa, borraríamos partes de la Biblia, todo el Mahabhárata, a Homero, un tercio de Cervantes y casi todo Shakespeare, más un largo etcétera.

A veces, esas descalificaciones parten de que no hay un conocimiento de qué es la poesía, tampoco de sus distintas tradiciones y corrientes, incluso se ignoran cosas elementales. Soltar tales afirmaciones es como si de orinar en el mar se tratara. Yo poseo cierta simpatía por Gombrowicz, pero no estoy de acuerdo con su libelo. Para zanjar la cuestión bastaría con mencionar a José Revueltas o a Reinaldo Arenas, que también escribieron versos, aunque encuentro más fortuna en los poetas que decidieron hacer narrativa que en los narradores que intentaron escribir poemas. Para concluir, podríamos revirar que el mundo de los narradores se parece mucho a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen a la sociedad contemporánea.

—¿Cómo fue tu llegada a El Salario del Miedo, la editorial que dirige el escritor J.M. Servín?

—Conocí a Servín, creo, el 2017, por medio de Jorge Vázquez Ángeles; entonces yo publicaba crónicas en la revista Metrópoli Ficción, donde Jorge era editor en jefe, y me presentó con Juan Manuel, quien se había interesado por mi trabajo, pero fue hasta una borrachera cuando hablamos formalmente de publicar un libro. Posteriormente, gracias a compartir charlas, bebidas espirituosas y uno que otro postre, nos hicimos compas. Estoy muy agradecido con él y con todo el equipo de Producciones El Salario del Miedo, el libro quedó muy chingón: desde la portada, con la impresionante fotografía de Daniel Weinstock, a la contraportada, con la certera reseña de Servín, y no cualquiera se avienta a publicarte crónicas tan a ras de lo marginal, tan del “lado moridor” en tiempos de purismo y corrección política —que a muchos ha hecho caer en la autocensura—, escritas así para que quien guste se asome a ese México donde la miseria, la violencia y la ignorancia señorean, ese mundo del que provengo.

—Una crónica es muy diferente de la historia propiamente dicha, ¿cuál es tu óptica personal de la crónica literaria?

—La historia oficial es avalada por órganos oficiales, y es escrita, por lo regular, por historiadores y cagatintas adscritos a la ideología política en turno, y es allí donde entra ese mundo de lenguaje especializado, ficciones que nadie se traga, escamoteo de personajes, de hechos y rigidez ceremonial narrativa, completamente alejado de Jules Michelet o de Stefan Sweig, que hicieron, uno para la historia y el otro para la biografía, lo que hacemos algunos cronistas, echar mano de todos los recursos literarios para contar o recrear algo de la mejor forma que nuestras habilidades y conocimientos nos lo permitan.

No vemos a periodistas siguiendo el hilo de vida de una mujer que perdió a su hija por feminicidio y que asistió a la marcha del 8–M para protestar, no vemos eso ni tampoco al periodista acompañándola a su casa y entrevistándola para acercarnos a su realidad, a esa historia que va más allá de las cifras y de la marcha misma, a esa historia que es su barrio, su familia, sus recuerdos, sus pasatiempos, sus trabajos, sus ingresos, y que es probable que algunos de estos factores hayan hecho de su hija un blanco fácil para las bestias que cometen este tipo de actos bárbaros.

Ahora, una cosa es escribir sobre alguien famoso, o sobre sitios que se han vuelto parte de nuestro folclor —El Tenampa, La Casa Azul, la Arena México—, o sobre algún incendio en un mercado, una trifulca política, un terremoto, la migración, la marcha del 8–M o algún otro tema de coyuntura, y otra muy distinta es escribir sobre lo íntimo y lo cotidiano. Es en los hechos cotidianos, en los personajes sin voz ni rostro, donde algunos escritores nos recreamos y nos probamos a nosotros mismos; resultan historias fascinantes y dignas de escribirse, muy por encima de las coyunturales, sólo hay que saber buscarlas, y es allí donde la literatura entra en juego, pues no vemos a periodistas siguiendo el hilo de vida de una mujer que perdió a su hija por feminicidio y que asistió a la marcha del 8–M para protestar, no vemos eso ni tampoco al periodista acompañándola a su casa y entrevistándola para acercarnos a su realidad, a esa historia que va más allá de las cifras y de la marcha misma, a esa historia que es su barrio, su familia, sus recuerdos, sus pasatiempos, sus trabajos, sus ingresos, y que es probable que algunos de estos factores hayan hecho de su hija un blanco fácil para las bestias que cometen este tipo de actos bárbaros que se suceden todos los días en toda la república. Si nos quedáramos con la versión periodística, si no es un reportaje por lo menos decente, sólo veríamos el énfasis en los destrozos y las pintas, en el número de asistentes, en el número de policías “custodiando” la marcha, en qué opina la jefa de gobierno… y jamás conoceríamos la historia de trasfondo, la de la verdadera tragedia que recorre de punta a cola a todo México y que hizo que esa mujer asistiera a la marcha del 8–M. Afortunadamente algunos cronistas y algunos reporteros periodísticos se han dado a la tarea de acercarnos a la raíz de esa tragedia y a los hechos que la desencadenaron.

—¿Cómo fue tu adiestramiento en el mundo de las adicciones; escribes desde el ojo o la praxis?

—Más que adestramiento, se trata de una caída, porque con drogas como el crack —que fue mi caso—, la meth o los opioides, siempre se va cuesta abajo, cada vez más descolocado y más solo; a veces no lo sientes, pero vas cayendo, y en ocasiones ríes, otras maldices, gimoteas, pero vas al abismo, cada vez más oscuro y cerca del impacto. Admiro y envidio a esa gente que se puede moderar, en todo sentido; no significa que yo no pueda, pero “preferiría no hacerlo”.

Para escribir sobre adicciones, tanto de drogas como conductuales —al trabajo, la comida, el sexo, la televisión, la victimización, el juego, las redes…—, así como sobre equis tema o acontecimiento, trato de brillar el oro y el cobre, darlo todo: mi experiencia, la investigación, la espina, el colmillo, todos los sentidos…

—El tema de la lujuria es bien tratado en Doctor Jekyll nunca fumó piedra. háblame un poco de este concepto y de su tratamiento en el libro.

—Es un pecado capital en la cosmogonía judeocristiana. Como explico en la crónica “Sacrilegios”, fui monaguillo, me querían de acólito para después partir al seminario y tomar los hábitos, porque mi madre deseaba que fuera sacerdote y a mí me seducía la idea de viajar por el mundo como seminarista, conocer Roma… Entonces, como confesé en el libro, mis mentiras, mis pequeños robos y mi entrada a la sexualidad por la puerta grande siendo un niño, me hacían sufrir, porque creía que me iría al infierno, que recibiría el castigo eterno; viví aterrado algunos años, queriendo huir, como Caín, de la ira de ese dios vengativo y colérico. Entonces, la lujuria está abordada desde esa arista: la culpa y el castigo.

—En tu parecer, ¿quiénes son los mejores cronistas jóvenes de México?

—No se trata de ser el mejor, sino de que la crónica esté bien hecha, que esté bien sustentada y que haya una buena investigación de por medio, que sea entretenida e interesante, y si tiene profundidad y trabajo de lenguaje, se agradece, al menos yo lo hago. Tiene poco que empecé a leer a mis contemporáneos, y aparte de entrar en contacto con algunos, al mismo tiempo los he leído, sobre todo en medios electrónicos; también por los libros de El Salario del Miedo, por ahí andan Alex G. Castillo, Carlos A. Ramírez, Javier Ibarra, que hacen periodismo musical y saben hacerlo muy chingón, cada uno con su estilo y conocimientos, o algunos más adentrados en técnicas del nuevo periodismo, el Gonzo y la nueva crónica latinoamericana, es decir, en lo que yo me muevo, que es en lo literario, como Eduardo H. G., Rogelio Garza, Leonardo Tarifeño, Adrián Román, Fernanda Melchor, Georgina Hidalgo; también hay buenos periodistas que han hecho excelentes reportajes, allí están Marcela Turati y Lydiette Carrión, sólo por poner un ejemplo.

Repito que, por lo regular, los que he mencionado los he leído en publicaciones electrónicas, porque casi siempre estoy leyendo cosas que tienen qué ver con mi propia chamba, no se puede abarcarlo o enterarse de todo. De momento puedo decir que hará unos dos meses que no leo crónica mexicana, he andado muy clavado leyendo todo lo que tenga qué ver con dictadores. Los dos últimos libros de crónica que leí fueron El paseante de cadáveres, de Liao Yiwu, al que, creo, cualquiera que quiera acercarse a la crónica literaria debiera leerlo; el otro fue el Segundo libro de crónicas, de António Lobo Antunes, otro obligado al que hay que ponerle atención a su muy particular estilo de narrar y estructurar los textos, una maravilla.

El único boom que hubo fue el de los sesenta, a través de Carmen Balcells, y fue una estrategia de ventas, muy redituable, claro, no una hermandad con lo mejor de la producción latinoamericana, como ella misma confesó, y en ese “lo mejor” sólo eran unos cuantos que ella mostraba como especies exóticas ante el viejo continente literario; narradores imprescindibles, sí, pero faltan muchos más; a los poetas ni volteó a mirarlos.

—¿Existe un boom de la crónica?

—No, el boom es parte de la jerga de los medios de la industria editorial, son formas de expresión que se usan para generar y aumentar las ventas. El único boom que hubo fue el de los sesenta, a través de Carmen Balcells, y fue una estrategia de ventas, muy redituable, claro, no una hermandad con lo mejor de la producción latinoamericana, como ella misma confesó, y en ese “lo mejor” sólo eran unos cuantos que ella mostraba como especies exóticas ante el viejo continente literario; narradores imprescindibles, sí, pero faltan muchos más; a los poetas ni volteó a mirarlos. El boom es como el término autoficción, ahora de moda, cuando siempre ha habido ficción autorreferencial. La crónica literaria ha ganado relevancia, pero siempre ha estado presente para quien quiera verla, y como es uno de los géneros híbridos por excelencia, junto al ensayo, y por la amplia libertad que ofrece, es normal que muchos estén arribando al género. Es imposible imaginar la literatura hoy sin la hibridación genérica.

—¿Siempre debe haber alguien que cuente experiencias?

—Debe ser así porque es lo que preserva nuestra memoria como individuos y recoge nuestros conocimientos y tradiciones como pueblos, si no quedarían sólo indicios. En la Edad Media, los cruzados y los monjes de la cristiandad se dedicaron a exterminar todo conocimiento del Mundo Antiguo, y lo poco que se conservó fue empleado para provecho del clero y, por supuesto, de las monarquías. Ahora parece que estamos en el umbral de otra época oscura, y eso en un país persignado, es decir: moralmente hipócrita y, como si no fuera suficiente, con la corrección política y la censura de masas encima, parece ser buen combustible para que todo arda.

¿Y si arde? Las crónicas orales, la prensa boca en boca, el chismerío, vierten historias; quizá habrá quien dé fe escrita del incendio, y seguramente habrá más adelante quien reconstruya unos fragmentos, algunos episodios, salvándolos del fuego. Estamos hechos de historias: todo empezó alrededor de la hoguera, etcétera. No imagino el mundo sin los testimonios de Heródoto, de Tácito, de Marco Polo, sin los evangelios, Las crónicas de Indias, las de Darwin y Freud… Nosotros mismos nos contamos nuestra propia historia para justificar nuestra existencia sobre la Tierra, nos negamos a creer que seamos producto de la casualidad y esculpimos un destino en el aire, construimos mitos, cosmogonías enteras. La historia, propiamente dicha, es el cuento que nos hemos contado como especie.

—¿Cuándo se publicará Una película extranjera sin subtítulos?

No sé; de momento lo estoy concursando, con otro título y bajo seudónimo, obvio. Es curioso cómo es esto, que para ver publicado un libro pueden pasar años desde que le pusiste el punto final. Los cisnes no cantan cuando mueren saldrá pronto bajo el sello de la casa venezolana Azalea Ediciones, así que se estará moviendo por tierras bolivarianas, lo mismo que aquí en México. También tengo una novela que aún está inédita y que espero publicar éste o a más tardar el año próximo. ®

Ediciones El Salario del Miedo.

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