Un artista que no poseyera conocimientos de la técnica no podría representar correctamente la figura humana ni definir el rostro del personaje que retrata ni situar los objetos en el espacio y con las proporciones relativas apropiadas.
Precisiones sobre la definición del arte. Hemos encontrado uno de tantos artículos, de uno de tantos doctos, criticando con sus personales argumentos el ya famoso artículo de Avelina Lésper titulado El fraude del arte contemporáneo. Empecemos por aclarar que no compartimos las ideas de ninguno de ellos. A nuestro entender, el arte que tenemos es el arte que nos corresponde y eso no devalúa el arte, lo que se devalúa es nuestro tiempo. Pero, por otra parte, las críticas contra esta autora no están suficientemente razonadas, a pesar de su aparente racionalización.
Baste decir que si los críticos de esta señora, poseedores de todos los títulos y cargos sociales inimaginables, no han sido capaces de resolver la teoría del arte ni admitirían una verdad que no fuera la suya, ya que, como venimos afirmando desde hace tiempo, estos sapientes —que no sabios— no buscan la verdad sino su verdad y más les importa su puesto y su cargo, que les reportan prestigio y poder, y seguir cavando pozos, que resolver la cuestión, malamente podrán negar posturas opuestas a las suyas.
Careciendo de esa verdad auténtica no pueden oponer argumentos sólidos a una autora cuyas ideas combaten y, es por ello que, a falta de razones, queda incuestionable la evidencia, es decir, que las obras más características de esta época no alcanzan la grandeza que tenían las obras del pasado y eso no hay quien lo discuta.
Dicho esto con todas las salvedades necesarias y tan secundarias que no entendemos por qué algunos se empeñan en desarrollarlas: que ni nos han llegado las malas obras del pasado y que no todo lo actual carece de grandeza y otras similares.
El primer error de todos estos sapientes —que lo saben todo pero no comprenden nada— es que no se puede negar que el arte requiera tanto de la técnica (por lo que una acepción de arte es la de destreza en cualquier actividad) como de la intuición (característica propia del Arte). Un artista que no poseyera conocimientos de la técnica no podría representar correctamente la figura humana ni definir el rostro del personaje que retrata ni situar los objetos en el espacio y con las proporciones relativas apropiadas, es decir, no lograría realizar una representación de forma precisa. Ahora bien, ¿qué hizo que Miguel Ángel no pintara como Giotto? Lógicamente, la evolución del arte. Y, en esa evolución, no ha existido jamás ninguna racionalización, incluso cuando, como en la implantación del gótico, que fue la decisión personal de un abad, éste se guió para hacerlo de la intuición ya que lo que buscaba era abrir el templo al mundo, es decir, renunciar al recogimiento del lugar.
Técnica (que requiere de un aprendizaje) e intuición (capacidad humana proveniente de la comprensión, un conocimiento no mediado por la razón) son parte del arte, lo mismo que la elección de la representación (un acto deliberado), con la que se buscaba ensalzar o desprestigiar al rey o al papa y, hoy, al hombre corriente.
Como otra prueba más de la ignorancia de los sapientes, encontramos que se preguntan, y, por supuesto, no resuelven: ¿Qué es lo que hace a un retrato “arte” en lugar de ser decoración, como una foto? Para empezar, hasta la pregunta está mal planteada, lo que demuestra, una vez más, su ignorancia, pues una obra de arte puede ser decorativa, y así se ha supuesto durante siglos. Además, una foto puede ser una obra de arte —y vemos que los sapientes aún no se han enterado de que la fotografía puede ser arte. La pregunta correcta hubiera sido: ¿Qué hace que una imagen sea una simple representación o una obra de arte? Respondemos a los ignorantes titulados: en primer lugar, la calidad técnica, en segundo lugar, que la intuición haya permitido al artista expresarse correctamente en su estilo y no en el del pasado.
En cuanto a la valoración de lo que son las grandes obras del pasado, se definen como tales aquellas que, debido a su calidad técnica y capacidad para definir su época, resultan más representativas: las grandes obras son, pues, las más perfectas. Evidentemente, en tal valoración puede influir el gusto de una época, tal fue el caso de la valoración del helenismo, considerado durante algún tiempo superior al clasicismo ático; no obstante, el error se acabó por corregir. Así, la subjetividad no es el criterio de valoración sino el inconveniente para realizarla correctamente.
La obra de arte no precisa de ningún contexto, dado que el arte es una realidad natural, no artificial, como lo es la existencia y la actividad del hombre. La obra de arte es arte con independencia de las valoraciones que se hayan hecho del arte a lo largo de los siglos. Los cambios de sentido no suponen más que una evolución del conocimiento hacia una perfección de esa definición. Por lo tanto, que en Grecia y Roma se pensara que un conjunto de actividades sólo eran técnicas no supone que algunas de ellas no fueran arte, es decir, que el arte no fuera algo más que la perfecta creación de una forma.
Resulta inconcebible que los sapientes no hayan comprendido este hecho (son racionales, no intelectuales; sapientes, no sabios). Según parece, en tiempos remotos los hombres no entendían la relación que había entre la cópula y la procreación, pero, no por ello, las hembras dejaban de quedar preñadas. Entonces, debemos suponer que la mentalidad de nuestros sapientes es la del hombre de hace cuarenta mil años.
El hecho artístico es el que es, y no lo crean los conceptos. Es el conocimiento del hecho el que permite exponerlo mediante un concepto (cuando el sapiente posee la capacidad de pensar, lo cual no parece ser muy frecuente).
El pensamiento no cambia la naturaleza de las cosas. Eso sólo ocurre en la sociedad por ser una creación artificial que queda sometida a la jerarquía de los gobernantes, es decir, a los caprichos de los poderosos y no a las leyes naturales. El hombre moderno parece querer transformar la naturaleza en creación artificial. Si lograra hacer eso, entonces, el cargo social podría imponer su autoridad para establecer, por ley, el concepto de arte y cualquier otro, con independencia de su naturaleza. La verdad ya no importaría, lo que importaría sería cumplir con las obligaciones sociales, incluida de la aceptar las definiciones de las cosas que hicieran los titulados, por absurdas que fueran. ®