El lenguaje de estos tiempos es muerte, desazón, el pasado inmediato hecho añicos. Por todo el mundo campea una crisis económica profunda que ha comenzado a arrancar de tajo el futuro, dejando en nuestras manos tan sólo pequeños trozos.
En nuestro país, a esa crisis económica endémica que, generación tras generación, hemos sufrido, le sumamos la ultraviolencia, ambas reflejadas desde el ámbito más pequeño de la casa hasta a escala nacional; el país —parafraseando a una amiga poeta— se ha sentado… pero no caído. Y entre esta desgracia colectiva vamos construyendo un lenguaje, significaciones que dan sentido y coherencia a lo vivido: buchón, levantar, trozar, pozolear, encobijar, chapulín, plaza, etcétera.
Cada una de estas palabras tiene una construcción socio-histórica, una contextualización particular activa o pasiva en los hechos: el lenguaje es el modo en que actuamos, somos; cada una de estas palabras tiene tras de sí una estela terrible del significado de este tiempo que vivimos, y es importante no perderlas de vista, porque con base en la reconstrucción de este lenguaje será que hablarán de nuestro tiempo en el futuro.
En lo que respecta a los libros de Carlos Sánchez, siempre se han caracterizado por rescatar ese lenguaje que constituyen los sectores marginados, de salvar la memoria colectiva, las pequeñas historias que construyen y reflejan la vida nacional. El libro más reciente lleva un título sugerente, directo y fuerte: Matar, y, para tristeza de todos, el nombre de este libro lo es todo en la actualidad. Otra vez el lenguaje, colocándonos en nuestro tiempo presente. Aparte del gusto por la lectura tal vez también sea el morbo, la curiosidad, la identificación subconsciente viéndonos reflejados allí, el que nos mueva a leerlo; todo ello, concebido a partir de una palabra que se desprende de las condiciones presentes. Pero también es, hay que decirlo, lo que nos convoca a la tribu a sentarnos a un lado de la fogata y escuchar a los viejos contar sobre lo terrible y hermoso que puede ser el mundo: la historia oral como el primer lazo que constituye a las comunidades. Esa historia que rescata las pequeñas vivencias a modo de aprendizaje moral y de vida, a modo de construcción de una identidad: bueno o malo, lo que se diga allí, no deja de ser parte de nuestra identidad. Matar contiene nueve entrevistas a manera de crónicas o confesiones (como guste verla el lector) y entre una y otra nueve interludios, más un epílogo sobre la pena de muerte, fragmento de la novela La madriguera de los cobra, del escritor sonorense Alonso Vidal.
Matar nos muestra el punto de vista de los asesinos, que asumen su condición sin concesiones, sin justificaciones, a partir de verse, ellos mismos, saldando lo que deben por las muertes que provocaron; ya no tienen nada que perder, allí está la historia personal, para quien quiera recogerla; dejan abierta la otra cara de la moneda del ser humano, la más oscura: el asesinato. A partir de ello el lector podrá dar un vistazo a ese mundo sórdido desde la comodidad de casa, sin los riesgos inherentes, a pesar de que las autoridades, en su infinita estupidez e importamadrismo, ya nos etiquetaron como daños colaterales en medio de balaceras y estallidos de granadas: otra vez las palabras: Matar es igual a daño colateral: no estamos a salvo del todo.
Este libro hay que leerlo de forma limpia, sin prejuicios por delante, para tratar de ver una luz en este largo túnel de muerte y sangre en que nos encontramos. Carlos nos ofrece una lectura casi sociológica de los motivos del asesinato, una lectura imprescindible para entendernos y entender nuestro alrededor.
También hay que reconocer lo mucho que han ayudado los talleres de literatura impartidos por el escritor sonorense Carlos Sánchez en los centros carcelarios, con los cuales estas personas logran paliar un poco la condena y reconectarse con la parte humana que han perdido: la literatura como un puente de rescate de la historia y de la persona, por ello se ha insistido en que los problemas de seguridad pública, de marginación y pobreza sólo serán superados a partir de un desarrollo cultural efectivo. Llaman la atención en este libro las similitudes que ligan a los asesinos y encontramos que, lamentablemente, las condiciones sociales adversas van construyendo un caldo de cultivo para la descomposición social, donde el referente más trágico es la muerte. Por otro lado, muestra lo multifacética que es la condición humana, las formas de entenderse de cada uno y entender a los demás, y esas formas de concebir que provienen desde la vida diaria: las vivencias, el barrio, las amistades, las condiciones sociales en donde se desenvuelven.
En referencia a esto está la crónica “El buen hermano”, donde un hermano mata a otro hermano por la posesión de un carro, y al final se queda sin hermano ni carro; o “Guato Crímenes”, donde la indolencia del asesinato siempre va aderezada de la valoración de las víctimas: “dice que mejor no recordar lo de la última morrita que enfierró. Porque estaba bien chula, porque me rogó que no la lastimara, porque era como si oírla me excitara más y más. “Platicamos un chingo; era muy trucha. Me decía que yo era bueno y que ella sabía que no le haría daño. Luego empezaba a llorar y a pedirme que no la lastimara, que la dejara ir. De hecho, ya pasadas unas horas de estar platicando, me dijo que tenía ganas de orinar, que la dejara hacer. Le di chance, todavía me voltié para que no le diera vergüenza. Orinó y todo bien”. No se trata de justificar, se trata de entender el por qué de las cosas.
Este libro hay que leerlo de forma limpia, sin prejuicios por delante, para tratar de ver una luz en este largo túnel de muerte y sangre en que nos encontramos. Carlos nos ofrece una lectura casi sociológica de los motivos del asesinato, una lectura imprescindible para entendernos y entender nuestro alrededor. El rescate de esas pequeñas historias trágicas y del lenguaje allí empleado, es lo que somos en el fondo como sociedad, no por nada, alguien por allí dijo que las cárceles sirven para esconder los errores de esa misma sociedad. ®