Debo confesar que he perdido incontables horas jugando Fallout 4 en el playstation y viendo videos de basquetbol en YouTube. Sin embargo, siempre trato de leer algo, pero a diferencia de antes me cuesta mucho terminar los libros.
Mi relación con la literatura no ha sido la mejor últimamente. Entre 2019 y 2020 he leído muchísimo menos que antes. Hago videos y trabajo para un medio de comunicación y a veces la exigencia de las breaking news, las mentadas “trends” y las distracciones de la vida cotidiana me han alejado de ciertas cosas que disfruto, entre ellas la lectura y la escritura. No es culpa de nadie más que mía, y por supuesto que me lo he permitido. Debo confesar que he perdido incontables horas jugando Fallout 4 en el playstation y viendo videos de basquetbol en YouTube. Sin embargo, siempre trato de leer algo, pero a diferencia de antes me cuesta mucho terminar los libros.
Varios títulos han sido víctimas de este de bloqueo lector. Entre ellos 2666 de Bolaño, Bajo el volcán de Lowry y No contarlo todo de Monge, entre otros. Además, me convertí en lo que muchos odian, en uno de esos cabrones a los que les prestas un libro y se tardan meses o años en regresarlo, o no te lo regresan (perdón, Julián, ya pronto te devolveré tus libros). Así que las reseñas que publicamos algunos de los miembros del Seminario Amparán me han obligado a mantenerme más o menos activo y lo agradezco, aunque me tarde mucho en entregar los textos (perdón, Sylvia).
Sinceramente, cuando vi que me tocó leer Salvar el fuego (Alfaguara, 2020), de Guillermo Arriaga, mi primera reacción fue “Qué hueva, es una novela larguísima”. Además, a principios de mayo no encontraba la novela por ningún lado, en Gandhi tardaban hasta dos meses en enviarla y por la contingencia todo se complicaba. La encontré en Amazon y llegó a mi casa un jueves por la mañana. Tomé el paquete, le quité el plástico al libro y la novela me atrapó.
Por momentos sentí que Arriaga nos regala cuatro libros en uno: uno de narcos que no es de narcos; otro sobre la doble moral de la clase alta y la creación artística; otro entre epistolar y una narración interna en segunda persona, y uno más de cuentos escritos por reos del reclusorio oriente de la Ciudad de México.
Salvar el fuego es la nueva novela del escritor y cineasta Guillermo Arriaga, ganadora del premio Alfaguara 2020. El libro nos presenta a tres personajes: Marina, una coreógrafa con una vida relajada, casada con Claudio, un mirrey experto en finanzas que no se pierde los partidos del Real Madrid y con quien tiene tres hijos; José Cuauhtémoc Huiztlic, un güero con rasgos indígenas que un buen día decidió vaciarle gasolina a su padre y prenderle fuego, por lo que le dieron una sentencia de más de cincuenta años de cárcel, y una voz narrativa en segunda persona, que le reclama a su padre Ceferino su difícil personalidad y la complicada niñez que les hizo vivir a él y a sus hermanos. Esta voz le pertenece al personaje de Francisco Huiztlic Ramírez, hermano de José Cuauhtémoc.
Estos tres son los personajes principales, aunque la novela está narrada en varias voces y con distintos puntos de vista. Por momentos sentí que Arriaga nos regala cuatro libros en uno: uno de narcos que no es de narcos; otro sobre la doble moral de la clase alta y la creación artística; otro entre epistolar y una narración interna en segunda persona, y uno más de cuentos escritos por reos del reclusorio oriente de la Ciudad de México.
En algunos momentos Salvar el fuego me recordó a Los detectives salvajes, de Bolaño, por el uso de los distintos puntos de vista. En la novela de Arriaga son por lo menos cuatro puntos de vista con los que alternamos, pero en realidad son más debido a las ficciones que escriben los reos en el taller de literatura que se imparte en el reclusorio.
Uno de los grandes aciertos de la novela es el ritmo. Siempre me ha sorprendido la habilidad de algunos escritores para decir “hasta aquí llega esta parte del relato; esto es todo lo que necesita saber el lector de este personaje en este momento”. El uso de la elipsis para agilizar la historia de Salvar el fuego es preciso, y el narrador encuentra el timing perfecto para mantener interesado al lector. En ocasiones, cada vez que había un cambio en el punto de vista me decía: “¡No, Arriaga! ¿Por qué me haces esto?”, ya que algunas veces esos cambios de voz narrativa funcionan como una especie de cliffhangers.
Me gusta mucho la sinceridad de la novela, sus contrastes y contradicciones entre los personajes y también entre nosotros, los lectores. Aborda temas contemporáneos y complejos como el racismo y el clasismo. La narración hizo que me cuestionara en ocasiones sobre ciertas posturas sociales e ideológicas, de forma que alguna vez me quedó el saco, pero Salvar el fuego lo hace de forma indirecta, como un efecto secundario, ya que ése es sólo el contexto en el que se desenvuelven los personajes.
Como lo comenté al inicio, el arranque de la historia es atractivo e intenso y logra mantener ese ritmo por lo menos en las primeras cien páginas. Sin embargo, hay ciertos detalles que no me terminaron de convencer del todo. No sé si sea porque me dejé emocionar demasiado o me ganaron mis propias expectativas, pero me pareció hasta cierto punto inverosímil la forma como se da la relación entre Marina y José Cuauhtémoc: los personajes apenas tienen el mínimo contacto y la relación es ya especial, casi como si estuvieran destinados a enamorarse a primera vista. Cómo quisiera que ligar fuera así de fácil. Sin embargo, el desarrollo de esta relación se sustenta muy bien conforme avanza la historia.
Otro de los detalles de la novela es un cierre algo apresurado. Con todo y sus 659 páginas, tiene un final abrupto y repentino. No me hubieran molestado unas treinta o cuarenta páginas más para ver un final más amplio, sobre todo del personaje de Marina, que es el que, como lectores, conocemos más, pues es quien narra en primera persona y cuya vida cambia drásticamente.
A pesar de esos detalles, Salvar el fuego es una novela que se atreve a hacer cosas distintas, con personajes auténticos y sinceros. Gracias a Guillermo Arriaga por brindarme este excelente compañero de cuarentena, por acercarme y reconciliarme con la literatura. ®